Por Juan Pablo Robledo
En la madrugada del 23 de octubre de 1931 Abel Ayerza viajaba desde la localidad de Marcos Juárez a la estancia “El Calchaquí”, tenía 24 años y estudiaba Medicina en Buenos Aires.
Estaba de vacaciones en el campo de su familia junto a dos amigos, Santiago Hueyo y Alberto Malaver y volvían acompañados por Juan Bonetto, el mayordomo de la estancia.
Era hijo de un reconocido médico de igual nombre, que había ganado prestigio y reconocimiento por su cátedra universitaria y su práctica médica, era el único entre sus cuatro hermanos varones que quería seguir los pasos de su padre.
Al lado del Buik, parado delante de un lote de trigo, un hombre hacía señas con una linterna. Abel disminuyó la velocidad y bajo del auto.”¿ Le pasa algo, señor?, dijo.
“¿Dónde queda Marcos Juárez?”, pregunto el hombre. Al instante, salieron cuatro hombres fuertemente armados que estaban ocultos entre las plantas de trigo. Sus armas apuntaban a los integrantes de auto. Hueyo, que era hijo del Ministro de Hacienda, y Abel Ayerza fueron obligados a subir al auto de los desconocidos. Los mismos aparecieron sin dejar rastro alguno.
“Nos hicieron entrar en una casa ubicada en una chacra, a mi me pusieron con las manos arriba y contra la pared, que irradiaba luz hacia abajo, de manera que los mafiosos quedaban libres de toda identificación. Le acercaron una mesa con un papel, tinta y una lapicera “, declaró tiempo después Hueyo que quedó en libertad en la mañana del 24 de octubre en el Pasaje Cuatro Esquina, a veinte kilómetro de Rosario, con la carta de su amigo Abel. Pedían ciento veinte mil pesos para devolverlo con vida.
El joven le entregó la carta a la madre de Abel, Adela Arnig, en donde plateaban las condiciones de la liberación y ella viajó a Marcos Juárez para reunirse con su familia. Las instrucciones decían puntualmente que la policía no tenía que intervenir en este asunto.
Según el diario “La Prensa” de la época: “ El dinero debía ser entregado por Hueyo o la persona encargada de ello, quien debía realizar tres viajes diarios, durante cuatro días consecuentitos, de ida y vuelta, entre Rosario Marcos Juárez, ocupando un automóvil Ford que se distinguiría llevando una bandera argentina en el radiador.
Los días de lluvia torrencial interrumpieron los caminos. Eso dio tiempo a la investigación policial que estaba a la investigación policial que estaba desconcertada y no tenía una respuesta inmediata. Uniformados en Santa Fe u Córdoba, se unificaron con el objetivo de encontrar al joven sano y salvo, luego se unirían con una comisión especializada de Buenos Aires.
Al poco tiempo cayó uno de los cómplices de los mafiosos sicilianos, se trataba de Carlos Rampello que tenía antecedentes, pero no pudieron llegar los secuestradores ya que el pacto de lealtad y silencio del grupo mafioso se respetaba aún en las peores condiciones.
“Mande al chanco, urgente”
En Rosario se hizo el pago del secuestro bajo las instrucciones de los secuestradores entregados en mano de la inmediaciones de la calle Ayolas y las vías de ferrocarril. Los delincuentes llevaban pañuelos blancos en sus bolsillos. Cuando se encontraron frente a los amigos de Abel, unos de los cómplices le dio un billete de diez pesos y dijo “¿Tiene algo para mi? Era la contraseña. Al instante el amigo le pasó una maletín que contenía el dinero pedido.
Al día siguiente la hija de Graciela Marino escribió un telegrama que decía “ Manden al chancho urgente” y se lo envió a Marcelo Dallera, un jornalero que trabajaba en Corral de Bustos.
Fue su esposa quien trasmitió el mensaje a sus últimos receptores: los hermanos Vicente y Pablo Di Grado. En la noche del 1 de noviembre los hermanos sacaron a Abel Ayerza del sótano de la casa donde vivían.
Según la reconstrucción judicial, los hermanos lo llevaron a una colonia cercana y ahí le dieron un disparo fatal por la espalda y lo enterraron en el mismo lugar. Veinte días después los hermanos y Dallera exhumaron el cadáver, le quitaron la ropa con el objeto de evitar ser identificado, llevaron sus restos hasta Colonia Carlitos cerca de Chalar Ladeado, donde finalmente fue encontrado el 22 de febrero de 1933.
Pablo Di Grado y Juan Cinti se acusaron mutuamente de haber hecho el disparo mortal. Este hecho fatal fue el resultado de una confusión ya que según las investigaciones, el telegrama que envió Marino contenía una errata, o había sido mal interpretado: “ maten al chancho”, había sido el mensaje que recibieron sus últimos captores.
Algunos de los integrantes de la organización mafiosa fueron enjuiciados y a otros no se les pudo comprobar su participación en el secuestro. Este hecho fue clave para la persecución de las organizaciones mafiosa por su accionar delictivo.
Bibliografía Utilizada
Aguirre, Osvaldo “ La
Chicago argentina. Crimen, mafia y prostitución en Rosario”.
Editorial Fundación Ross. Año 2000.
Archivo diario La Capital.
Zinni, Héctor Nicolás –
Rafael Ielpi Oscar, “ Protitución y rufinismo”. Editorial Homo
Sapiens Ediciones, año 2004.
Fuente: Extraído de la
revista “ Rosario, su Historia y Región “. Fascículo Nº 99.
Agosto 2011.