Por
Nicolás E. DE Vita
Este tristemente personaje nacido el 19 de abril de 1879 en Codisot to, Regio Emilia, Calabria, Italia, ocupó durante un corto espacio de tiempo la atención no sólo de los habitantes de nuestra ciudad sino también de la mayor parte del país.
De improviso, periódicos, revistas, radio, etc., lo hicieron saltar del más completo anonimato al conocimiento general del pueblo argentino. Ello lo fué como resultas de la intervención que le cupo al posibilitar la detención de los principales implicados en la muerte del jóven Abel Ayerza qué, como se recordará, fuera secuestrado por la pseuda mafia nacional.
Ruggenini vino al país siendo aún un adolescente y luego de completar los estudios teológicos religiosos previos fue ordenado como sacerdote, pasando de inmediato a ejercer su sagrado ministerio en la Comunidad de los Hermanos Franciscanos de la ciudad de Santa Fe; cargo que desempeñó durante un breve espacio de tiempo, pues hizo total abandono de los hábitos para pasar a desempeñarse en la vida mundana como periodista; primero en el diario "Nueva Epoca" de la ciudad antes mencionada; luego como Director propietario del diario "La Tarde"; más adelante, ya radicado en nuestra ciudad, en un semanario independiente de muy poca importancia, que en ese entonces se editaba en el Bv. Avellaneda 1018 bajo el nombre de "El Baluarte"; y, finalmente, al momento en que pasa a ser noticia pública, se le encuentra dedicado a la preparación de otro semanario que debía salir a la calle bajo el nombre de "Luciano", como homenaje al entonces Gobernador de Santa Fe, Dr. Luciano F. Molinas, del cual Ruggenini se jactaba de ser correligionario y amigo. Además, como complemento de todo lo antedicho, bajo el falso título de "Procurador", era muy conocido en el ámbito de los Tribunales Provinciales dónde, amparado bajo esa engañosa personalidad profesional, había conseguido hacerse amigo de caracterizados hombres tanto del foro cómo de la policía y de la política. Tal actividad cómo "avenegra" (nombre dado a los qué, sin tener título habilitante, deambulan por los pasillos tribunalicios, como lo hacen los murciélagos) era muy común de observar en una época no muy lejana, pero hoy ya felizmente erradicada.
Al radicarse en Rosario, Ruggenini lo hizo juntamente con su compañera Elvira Pérez y de la hija de ambos llamada Lucía (circulaba entonces la versión en Santa Fe que ello fue el motivo principal que llevó al recordado a despojarse de sus hábitos religiosos, pero en verdad ello nunca pudo serle comprobado); estableció su vivienda primero en calle San Juan entre las de Cafferata y San Nicolás; luego pasó alPje. Marcos Paz al 3700 de allí a Valparaíso 1225; y, finalmente, a calle Virasoro 2026, casa que ocupaba al momento en que pasa a ser noticia pública. Ya radicado en nuestra ciudad, Ruggenini pasaría a procrear dos hijos varones.
Haciendo uso de las facultades evidentemente adquiridas durante su paso por los claustros religiosos, su gran facilidad de palabra qué, como todo italiano del sud siempre la acompañaba con ademanes y gestos por demás exagerados); su pronunciada y llamativa nariz, siempre colorada, por lo que le valiera el mote de "pomidoro" o "morrone"; su simpatía personal; etc; le dieron a Ruggenini una total apariencia de hombre de bien, honesto, capáz y campechano, lo cual, de inmediato, le granjeaba la confianza y amistad de cuantos tenían oportunidad de tratarlo. Podemos asegurar que en todo lo antedicho no hay exageración alguna, pues al haber sido el mismo, durante muchos años, vecino del Barrio Echesortu, era por demás conocido. Nadie, entonces, pudo haber sospechado, ni medianamente, que detrás de esa aparente buena, simpática y respetuosa personalidad, podía ocultarse un personaje qué, poco tiempo después, habría de ocupar la plana principal de los diarios del país.
Luego de producida la detención de quienes él delatara y como colofón del drama qué, directa o indirectamente, lo había contado como un intérprete muy especial, Ruggenini no pudo con su genio y, en una simulada reunión de prensa dió a conocer, a los distintos medios informativos no sólo todos los detalles del caso, sino otros que involucraban a la ilícita asociación, sin dejar en ningún momento de poner énfasis que entre él y aquella nunca hubo vinculación alguna y que su decisión la tomó como tal correspondía a un "honesto ciudadano" obligado con la justicia para dejar debidamente resuelto el repugnante asesinato cometido contra un inocente y con ello hacer que el peso de la Ley cayera sin piedad contra los responsables. No obstante esas pomposas declaraciones, siempre ha quedado latente un interrogante que ya nunca más podrá responderse, pero que no obstante; es fácil de dilucidar. Si él en verdad, nunca llegó a tener vinculaciones con la mafia ¿cómo es posible que llegó a tener un conocimiento tan íntimo de élla, especialmente en lo que concierne a los antecedentes particulares de los dos capos máximos, especialmente los de don Chicho Chico?. Evidentemente, es fácil deducir que con respecto a sus vinculaciones, no dijo la verdad.
Retornando a la antes mencionada reunión de prensa, el delator expuso los antecedentes que lo tuvieran de protagonista, de la siguiente manera: Cuando el mismo ocupaba aún la casa de calle Valparaíso 1225, cierto día, un' íntimo amigo suyo, el constructor José La Torre, hombre de confianza de Galiffi, se le apersonó para solicitarle un favor muy especial consistente en el de albergar por unos pocos días en su casa particular y hasta que se aclarare la situación, a "unos buenos muchachos" injustamente involucrados en un hecho por el cual la policía los estaba buscando. Ante tal requerimiento, prosigue diciendo Ruggenini, que de ninguna manera podía negarse por provenir de un gran amigo como lo era La Torre y sin preguntarle en absoluto de quienes se trataba, cual era el hecho qúe se les imputaba y menos aún de "condicionamiento pecuniario alguno", accedió gustoso a tal pedido y, pocas horas después, tres personas se instalaban en una de las habitaciones de la finca. Es fácil suponer que en ello no había nada de cierto; pues Ruggenini, hombre de elevada capacidad intelectual, a pesar de la gran amistad que decía ligarlo a La Torre, de ninguna manera podía haberse prestado a un favor tan arriesgado que lo comprometía tan seriamente como cómplice ante las autoridades policiales, sin conocer previamente la identidad de las personas que albergaría en su propia casa particular, del hecho que a las mismas se les imputaba, como así también la seguridad de que ello le sería bien recompensado; salvo que, como era común dentro de la mafia y que ya hemos aludido en el cuerpo de este capítulo, debía tener en esta ocasión la oportunidad de saldar un favor "muy especial" que la organización, el mismo La Torre o cualquier otro prominente integrante de aquella le había efectuado oportunamente.
Sigue diciendo Ruggenini: Qué, a los pocos días de hospedar en su casa a los fugitivos, decide mudarse a la casa de calle Virasoro 2026 y con ello traslada no sólo a su familia y pertenencias, sino también a sus "caracterizados" huéspedes; pero luego, al tener conocimiento de la verdadera identidad de los que compartían su domicilio y de los motivos por los cuales éstos trataban de burlar la acción policial, se decide a dar el gran paso que lo habría de catapultar al conocimiento general de la comunidad. A tal efecto, como primera medida se traslada a Buenos Aires, en donde se pone en contacto con algunos de los miembros de la familia de Ayerza, a quienes les impone todas las circunstancias apuntadas. De inmediato, juntamente con un hermano del occiso, viaja de regreso a nuestra ciudad en donde, ante las autoridades policiales y judiciales competentes y sin duda alguna con la formal promesa de que tanto él como todos los miembros de su familia quedarían puestos a resguardo de futuras vendettas, como así también de que no se lo tendría como cómplice directo o indirecto en el asunto, pone a las mismas en conocimiento de todo lo antes relacionado. De inmediato se llevan a cabo las detenciones de los que hasta ese momento habían podido eludir hábilmente la acción policial, como así también de sus cómplices y con ello poner al descubierto todos los antecedentes ciertos que dieron lugar al repugnante crimen cometido.
Pero Ruggenini no sólo se limitó a delatar a sus "huéspedes", sino que también se dio el lujo, a posteriori, de dar a conocer diversos aspectos que hacían al accionar de la mafia dentro de nuestra ciudad; las interesantes revelaciones sobre la vida de Chicho Chico, que hemos referido en el acápite dedicado al mismo; y, muy especialmente, la forma en que tuvo lugar el asesinato del periodista Silvio Alzugaray, la que, según su versión fue llevada a cabo por un grupo mafioso capitaneado por un sujeto llamado Diego Rocuzzo (éste nunca pudo ser detenido y, varios años después, para ser más exactos el 22/11/41, su cadáver sería encontrado en la zona del Barrio Ludueña, calles Velez Sarsfield y Pcias. Unidas, aparentemente muerto en forma natural, aunque en esa oportunidad se tejieron diversos comentarios al respecto) e integrado además por los hermanos Bue, Vinciguerra, Campeone o D'Angelo, Juan Avena (Senza Pavura), los hermanos Cacciatore, Cacciato y Michelli; todos éllos peligrosos hombres al servicio incondicional de Don Chicho Grande; y que los ejecutores directos del crimen, los que en verdad tiraron del gatillo, lo fueron Santiago Bue y Felipe Campeone o D'Angelo. Como podemos notar esta información difiere en gran parte con las vertidas por otros investigadores, motivo por el cual la duda se acrecienta sobre lo que en realidad ocurrió en esa oportunidad y quienes en verdad fueron los autores materiales del alevoso crimen cometido contra el temerario periodista. No sería errado el suponer que la versión de ese hecho narrada por Ruggenini, pudiere haber sido más que real otra burda patraña gestada por él, cosa no imposible, dada su controvertida personalidad.
En realidad nadie ha podido colocar la personalidad de Rúggenini en un lugar medianamente cierto. Muchos, como nosotros, se han preguntado: En realidad ¿qué fué? ¿Un charlatán, un aventurero, un maniático, un frustrado mafioso, un servil, un ilusorio paladín de la ley, un repugnante soplón, un arrepentido clérigo? En cuanto a los motivos ciertos que lo llevaron a delatar a sus ocasionales huéspedes, no cabe la menor duda que para llegar a ello, dada las graves implicancias que conllevaba, debieron concurrir circunstancias muy especiales por que, animarse a dar un paso tan extremadamente peligroso que lo ponía al alcance directo de la mira de las acostumbradas vendettas sicilianas, era no sólo exponer su propia integridad física sino también la de sus propios familiares. Por eso, nuestra personal opinión lo es qué, al acceder al ocultamiento de aquellos tres "buenos muchachos", no lo fue tan sólo como un mero y desinteresado favor personal a su "dilecto" amigo La Torre, sino a cambio de la promesa de una jugosa recompensa dineraria que luego, por una u otra causa, no se le habrá querido reconocer; razonamiento que consideramos por demás posible por cuanto sería absurdo pensar que un hombre de la capacidad de Ruggenini y de su amistad con algunos miembros de la mafia, hubiera podido ignorar lo que hasta el más oscuro ciudadano del país conocía dada la superabundancia de informaciones y fotografías que todos los diarios publicaban diariamente y con ello, la identidad de los principales autores materiales del aberrante crimen cometido contra Ayerza; retribución que al no serle efectivizada y ante la enorme responsabilidad que, consciente o inconscientemente, lo comprometía tan seriamente ante las autoridades judiciales, no le quedó otra alternativa que la de intentar su salvación mediante una directa intervención ante la familia del occiso, delatar a los verdugos y así procurar, como evidentemente lo consiguió, quedar ante los estrados judiciales, libre de toda culpa y cargo. No obstante, si bien pudo lograr el objetivo buscado y de haber contribuído con su "eficaz" colaboración al desenlace final de tan repugnante asunto, salvando distancias enormes, este émulo de Judas Iscariote, no logró escapar de la repulsa general y con ello a ser rápidamente olvidado; pero, más que nada por ley natural, ser justamente condenado a vivir por el resto de sus días en una contínua zozobra, a tener miedo hasta de su propia sombra, a desconfiar de todos los que lo rodeaban, temeroso que la tan temible como insobornable vendetta le pudiere caer encima en cualquier momento, cosa que nunca llegó a materializarse en razón de que, a partir del esclarecimiento total de los recordados delitos, las organizaciones mafiosas quedaron completamente desarticuladas y sus principales protagonistas deportados, muertos o encarcelados. Todo ello ratifica en gran parte lo que hemos expresado en este capítulo, es decir que las pseudas organizaciones mafiosas argentinas en ningún momento dependieron de la central siciliana. De haber sido así, a no dudar que la suerte de Ruggenini hubiera sido otra, circunstancia que quizás el mismo tuvo muy especialmente en cuenta al efectuar su denuncia; pero de cualquier manera, ese miedo, la incertidumbre, que de seguro en ningún momento habrá podido erradicar, no dejaron de ser un condigno y justo castigo para quien, por sus desmedidas ambiciones, prefirió colocarse, como cómplice, al margen de la ley antes de continuar ejerciendo el sagrado ministerio del sacerdocio o la noble profesión de periodista los que, a no dudar, en cualquiera de los dos casos le hubieran servido para ocupar un lugar más decoroso dentro de la sociedad.
Fuente:
Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la
ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte
(Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.