En ese
recuento de los aspectos menos progresistas de la ciudad hasta 1930 deben
consignarse asimismo dos hechos que coincidieron en el tiempo (entre 1890 y
mediados de la década del 30) y tuvieron repercusión nacional e incluso
internacional: la consolidación de la prostitución y la trata de blancas, en un
barrio específicamente dedicado a dicha actividad, por entonces legalizada: el
barrio Pichincha; y la aparición y accionar de la Mafia, integrada casi con
exclusividad por italianos provenientes de Sicilia.
El primero
de ellos fue posibilitado por la existencia de tratantes organizados en
instituciones con fachada benéfica como la Sociedad Varsovia
(1905), la Asquenasum
y la posterior y más famosa Zwi Migdal, que se encargaban de proveer de jóvenes
mujeres al gran número de prostíbulos instalados en el mencionado barrio,
aledaño a la estación Súnchales del Ferrocarril Central Argentino. Contando
para ello, por cierto, con la complicidad de un entramado permisivo que incluía
a funcionarios, policías y jueces, cooptados diríamos hoy, por el poder
económico de aquellas aceitadas organizaciones de rufianes.
Pese a las
protestas de buena parte de la sociedad rosarina y las campañas del periodismo,
entre ellos La Capital,
recién después de producido el golpe militar del 6 de septiembre de 1930 la
prostitución perdió su condición de actividad reglamentada y legalizada por el
municipio y con el cierre de los popularmente llamados quilombos de Pichincha,
lo pintoresco pero también nefasto de aquella a la que muchos rosarinos
llamaban la zona del pecado, llegó a su término, junto con la leyenda urbana
(modesta pero leyenda al fin) que mezclando la Biblia con el calefón había
metido en la misma bolsa a prostitutas y funcionarios, madamas y policías,
rufianes, tratantes y jueces complacientes, payadores y guapos con bailarinas
de burlesque, al son de la calesita sexual...
La actividad de los mafiosos en la ciudad,
iniciada con la denominada Mano Negra de finales del siglo XIX, iba adquirir
por su parte notoriedad nacional a partir de las disputas por la jefatura de la
organización entre Juan Gallffi, "Chicho Grande" y Francisco Marrone,
también conocido como Ali Ben Amar de Sharpe o "Chicho Chico',' y de los
secuestros extorsivos que este último organizara. La difusión periodística otorgada
a esos hechos fue la que determinó que la actuación policial adquiriera mayor
agilidad algunas veces aunque no mayores resultados, hasta que se produjo el
secuestro y posterior asesinato del joven Abel Ayerza, integrante de una
reconocida familia porteña, con quien viajaba al ser secuestrado el hijo de uno
de los ministros del presidente Agustín R Justo.
Para ese entonces, ya "Chicho
Chico" había sido asesinado en Buenos Aires por orden de Galiffi, que
precavidamente había viajado a la zona de Cuyo. La cobertura de los diarios de
tirada nacional, sobre todo Crítica, Noticias Gráficas y La Razón, y la presión del
gobierno nacional, hicieron que la investigación sobre la mafia alcanzara una
intensidad inusual, sobre todo en el intento de implicar a Galiffi en los secuestros,
resultado no alcanzado pese a la detención y múltiples interrogatorios a que
fuera sometido. Deportado finalmente a Italia, "Chico Grande" que no
tuvo mala relación allí con el gobierno fascista de Mussolini, murió en su
tierra natal dejando detrás una tenebrosa huella. Su hija Ágata fue detenida en
Rosario años después -tras una agitada vida vinculada al delito- y encarcelada
en condiciones casi inhumanas en Tucumán hasta su liberación, cuando otra
leyenda, la que la identificaba como La
Flor de la
Mafia, había tomado cuerpo...
Aquellos treinta años
"fundacionales" (1900-1930) fueron asimismo de un impulso decisivo en
la conformación de un perfil y una identidad cultural que la ciudad
desarrollaría y consolidaría en el tiempo. El aporte privado contribuyó a la
aparición de los primeros grandes teatros: el Olimpo, La Comedia, La Ópera (hoy El
Círculo), el Colón, en los que actuarían muchos de los grandes divos y divas de
la ópera, la zarzuela, la música y la dramaturgia: una constelación de tenores,
barítonos, sopranos, actores, actrices, bailarinas que incluyeron (desde
finales del siglo XIX a las primeras décadas del XX) nombres hoy casi
mitológicos, desde Enrico Caruso a Titta Rufo y de María Barrientes a Luisa
Tetrazzini, sin olvidar el paso por los escenarios rosarinos de Sarah
Bernhardt y Ana Pavlova o de las batutas empuñadas por Camille Saint-Sáens o
Arturo Toscanini. El deseo de los italianos y españoles adinerados de escuchar
a los artistas de sus respectivos y lejanos países no sólo levantó teatros:
contribuyó a acercar la cultura a otros estratos de la sociedad.
La
inmigración había aportado más en ese aspecto. Los músicos y artistas plásticos
formados en prestigiosas academias y conservatorios europeos que llegaron con
el "boom" inmigratorio fueron quienes fundaron las primeras
academias y los primeros conservatorios musicales de la ciudad, en los que se
formó una brillante generación de pioneros como Augusto Schiavoni, Manuel
Musto, Antonio Berni, Luis Ouvrard, Alfredo Guido, César Caggiano y otros, con
maestros como Ferruccio Pagni, Mateo Casella o Enrique Munné. Por su parte,
compositores de la ciudad como Juan Bautista Massa perfeccionaron sus
conocimientos con maestros como Donizetti, los hermanos De Nito, Ortígala y
otros.
El cine había
dejado de ser la novedad inicial para integrarse aunque de modo incipiente y
paulatino a la vida cotidiana de la ciudad, cuyas distracciones se centraban ya
no en las retretas en la plaza de Mayo y otros paseos de la ciudad como el
parque Independencia sino en los bailes y festejos de Carnaval, en los corsos
barriales con su proliferación de comparsas y disfraces, y en los primeros
eventos deportivos generados por clubes que se habían fundado entre 1867
(Atlético del Rosario) y 1906 (Central Córdoba), incluyendo entre otros a
Rosario Central (1889), Newell's Oíd Boys y Provincial (1903) o Gimnasia y
Esgrima (1904).
El
establecimiento de algunas industrias, como ocurriera con la Refinería Argentina o los
talleres del Ferrocarril Central Argentina, iba por su lado a otorgar cierta
identidad de "barrio obrero" a algunos de ellos, como ocurriría poco
antes del inicio de la década de 1930 con la puesta en funcionamiento del
Frigorífico Swift, que daría aquella característica a una zona del barrio
Saladillo en la que se asentarían centenares de trabajadores de dicha
industria, muchos de ellos de origen eslavo: lituanos, polacos, ucranianos,
acostumbrados al trabajo a bajas temperaturas. Parte de la zona sur de la
ciudad -hoy Tablada, Villa Ma-nuelita- ya estaba habitada por criollos que
trabajaban en las faenas y tareas del Matadero Municipal, inaugurado en 1876,
que exigían una destreza también especial. Contracara de esos barrios pioneros
sería el de Fisherton, entre cuyos primeros pobladores se contaron funcionarios
y empleados del Ferrocarril Central Argentino, cuyas viviendas -de típico
estilo inglés- dieron por muchos años identidad a la zona.
Sin
embargo, la crisis agrícola mundial de 1928 y el inmediato derrumbe de Wall
Street un año más tarde comenzaron a incidir también en Rosario y mucho más aún
lo hizo la depresión económica de 1930-1932, con su secuela de cierre de
fábricas o reducción de su actividad, rebaja de salarios, desempleo. Es a mitad
de dicha década cuando se inicia un proceso se recuperación que ya no ti
actividad portuaria como motor, como impacto local de le modelo agroexportador.
Comienza en esos años el procese tina pauperización del puerto de Rosario, que
salvo algún con eventual de su actividad, como sobre finales de la década c
minaría superado por nuevos puertos de salida de las exportaciones.
Fuente: Extraído
de la Revista
del “diario La Capital
145 ”
año 2012