Vigente aún después de muchos años de su
desaparición, es Agustín Magaldi uno de los auténticos ídolos de la canción
popular por los años veinte. Poco difundida está la historia de sus comienzos,
incluidos en el que quizá fuera el más completo trabajo biográfico que, sobre
el cantor, fuera publicado por la revista Cantando, ya desaparecida, y cuyos
ejemplares son hoy inencontrables. No obstante, con la ayuda para esta ocasión
de un resumen publicado por Roberto Cassinelli en la presentación del RCA
Stereo Camden CAS-6035-Coleccionista, titulado La Historia de Agustín Magaldi, así como con la colaboración
de algunos valiosos testimonios proporcionados por varios entrevistados para la
confección de este libro, acometo el intento de ofrecer al lector una imagen
ajustada del cantor rosarino en su tremenda lucha por el éxito.
«Agustín Magaldi -dice Cassinelli- nació
en la ciudad de Rosario (Santa Fe), el día Io de diciembre de 1898,
según consta en el acta de bautismo de la parroquia Santa Rosa, de Rosario,
registrada en el libro 13 (folio 342) firmada por el cura rector el 7 de
agosto de 1967. El documento afirma que el 27 de febrero de 1899 el sacerdote
José Colángelo bautizó solemnemente a Agustín, hijo legítimo de don Carlos
Magaldi, natural de Italia, de veinticinco años de edad, y de doña Carmen
Coviello, natural de Italia, de veinte años de edad, domiciliados «en esta
parroquia». Fueron sus padrinos don Emilio Magaldi, italiano de treinta y cinco
años de edad, y doña Raquela Coviello, italiana, de veintiséis años.
«Posteriormente, la
familia Magaldi abandonó durante cinco o seis años la ciudad de Rosario y se radicó en Casilda, en el sur de la provincia de Santa Fe. Allí
surge la confusión posterior que se popularizó con el correr del tiempo, a
medida que el cantor de Casilda (como le decían) iba creciendo artísticamente
y consolidando una fama que llegaría a ser continental. Incluso, algunas biografías
antiguas consignan distintas fechas de nacimiento, tales como el 15 de agosto
de 1901, 1904 y 1906. En otra aparece el 3 de diciembre de 1903. Sin embargo,
en todos los documentos, figura como nacido en la ciudad de Rosario y no en
Casilda.
«Con Agustín Magaldi ocurre algo similar que con
sus famosos colegas Carlos Gardel e Ignacio Corsini. Se ignora realmente la
fecha exacta del nacimiento de Gardel en Toulouse (Francia) y se ocultó
durante muchos años que Corsini era nativo de Catania (Italia), para ubicar su
nacimiento en el barrio de Boedo o en Carlos Tejedor, provincia de Buenos
Aires. Pero todas estas circunstancias contribuyen a determinar que, pese a su
innegable sangre calabresa, Agustín Magaldi es el único cantor famoso
genuinamente argentino, ya que Gardel y Corsini lo fueron por adopción» (1).
«-¿Sabes dónde íbamos a tomar
sopa de fideos municiones con Magaldi? En la calle San Martin y Deán Funes, donde había una pieza y después un
campo donde Coviello hacía los fuegos artificiales y llevaba las yeguas de la Cochería Rossi y Simonetti a parir. Bueno, ahí íbamos nosotros con
Baldizzone v mi primo Juan Cazón.
Poníamos cinco o diez guitas cada uno y hacíamos un puchero de fideos municiones.
En aquel entonces vivía un gringo, que era cloaquero, con su mujer que se
llamaba Vitalia... el lugar es el mismo donde ahora hacen viguetas para el
techo, en aquellos tiempos se llamaba La Quinta del Gallo. -¿Había
muchas quintas por ahí?
-Sí que había. La madre de los padres de Vicente
de la Mata, o
sea la abuela del que fuera famoso jugador de fútbol, tenía una quinta que le
llamábamos La Quinta de Juan Mentira. Por acá, cerca de casa, vive una mujer de 80 años, la madre de una
rubia grandota, que todavía se acuerda de cuando íbamos a robar sandías a la
quinta esa.
-¿Dónde estaba ubicada?
-Atrás de la cancha de Central Córdoba. En una ocasión nos bajaron de
un escopetazo con sal. Yo solía ir con mi gran amigo El Rey de los Huesos, Jesús Pérez» (2).
Aprendiz en el taller de pirotecnia de
sus tíos maternos Miguel, Antonio y Carmelo Coviello, Agustín Magaldi, que ha
vuelto de Casilda con su familia, va también a la escuela primaria en Rosario.
Sus largas permanencias al lado del fonógrafo del abuelo escuchando y aun
cantando «con una rara facilidad para reproducir con su voz las partituras que
surgían de los discos», hacen que pronto abandone esa ocupación. Mas tarde,
lubrica las maquinarias de la fábrica de botones y horquillas para el cabello
que tiene su hermano mayor Blas. Pero Agustín desea más el canto que otra cosa.
Con el correr del tiempo integra la Troupe Volpi-Galdi que, partiendo de
Rosario, realiza giras por los pueblos vecinos de Firmat, Casilda y Carcarañá,
entre otros. Alguien más pasa a integrar luego el conjunto: se trata de don
Manuel Pedro Eguía, virtuoso guitarrista, y su hijo Eloy Eguía Palacios quien,
años más tarde, será Héctor Palacios «El cantor de Buenos Aires». ¿Qué canta
Magaldi por ese entonces? Nada menos que un vastísimo repertorio de canzonetas
clásicas que hacen evocar con nostalgia la tierra lejana a los chacareros de
las zonas que visitan.
Su amor por el «bel canto» lo lleva a
integrar como comparsa el elenco con que Enrico Caruso hace su presentación en
Rosario. No obstante haber aprendido el manejo de la guitarra con don Manuel
Eguía y de haberse acercado a las canciones del folclore argentino, Agustín
sigue soñando con ser cantante operístico. Estudia canto en el conservatorio
del maestro Nicola Mignona -quien había abandonado su puesto de maestro
sustituto en la compañía de Enrico Caruso para formar un hogar rosarino- y
debuta, el 21 de septiembre de 1919, en un festival benéfico realizado en el teatro
San Martin, ubicado en la esquina de San Martín y San Luis.
Completados sus estudios comienza una
odisea que terminará abruptamente. A instancias del maestro Mignona busca un
padrino para que le consiga una beca con el fin de perfeccionarse en la Scala de Milán y cuando
después de no pocos trabajos lo consigue, el benefactor fallece trágicamente
camino a Buenos Aires.
Magaldi se vuelca al canto criollo. Nace
así el dúo Yuvone-Caldi
y consigue un contrato en
el cine Modo
no, para actuar después de
la última película. En el coqueto cine, ubicado en las calles San Martín y
Córdoba, pleno centro de Rosario, «el canto criollo no interesaba y el público
se retiraba de la sala haciendo un ruido atronador».
«-Te
voy a contar una anécdota de Magaldi, que viví Roussy todavía para
atestiguarla. Resulta que levantaron un
cine, muy lindo, que se llamaba Cine Moderno en
calle San
Martín, entre Córdoba y Santa Fe, donde hoy está la sucursal
del Banco de la
Nación Argentina, y... después de una gran
película de George Walsh, me acuerdo hasta el nombre del artista, venía Magaldi
con dos guitarreros muy buenos, Centeno y Ortiz, un muchacho de ojos azules que
era de
Arroyito y ya murió, muy lindo muchacho, muy buen
amigo... también estaba Roussy. Magaldi, había estado \ i en lo de Alegrecchi...
—¿La
célebre casa de compra v venta de ropas?
—Sí,
la que estaba en Maipú y Rioja. El fue para alquilarse
un smoking, que en ese entonces por diez pesos te lo vendían.
Lo alquiló por dos pesos junto con unos zapatos de charol que eran 43 y fósforos... grandotes.
—¿Y
se los puso?
—Agustín les metió como tres hojas de La Capital y... los calzó
bien. Estábamos yo y Juan De Simone, me acuerdo, en el cine y, claro,
la obligación de nosotros era aplaudirlo
cuando
salía. Salió él y nosotros nos rompimos todos aplaudiendo, para arrancar, ¿te
das cuenta? Y en eso que él camina y llega casi a la mitad del escenario,
frente a los guitarreros, se le sale un zapato... ¡Pobrecito! -¿Y entonces...?
-...Se
volvió para atrás, se metió el zapato en el pie y saludó... A mise me cayeron
las lágrimas... Es que corríamos la liebre... no es que no... ¡Eran tiempos
malos!» (3).
«Cantan antes de la última película y así
consiguen interesar al auditorio, pero sin pena ni gloria. El intento duró una
semana apenas y el dúo Yuvone-Galdi se disolvió. El esfuerzo había sido inútil
porque el público no demostró ningún interés por el canto nativo. Agustín
Magaldi se quedo solo y decepcionado. Pero ese no sería su último fracaso».
En 1921 es alentado por Gardel -quien ha venido a cantar al teatro La Bolsa,
de la esquina de Santa
Fe y San Martín-. Forma entonces un dúo con Juan Carlos Espinosa, se largan
para Buenos Aires y... fracasan. De vuelta a Rosario, Magaldi, que ha
participado en un billete, erra por un número al premio mayor de la lotería.
Otra vez emprende viaje a Buenos Aires con Espinosa, la plata se acaba,
Espinosa retorna y Agustín no... ¡Le faltaba coraje para mostrarse vencido
nuevamente! .
«-La
primera vez que Magaldi se fue a Buenos Aires lo hizo conmigo, fuimos a parar a
un conventillo donde yo alquilé una pieza. Con nosotros venía otro tenor que se
llamaba Llovera y que era hijo de un panadero, y también venía otro que vivió
un tiempito con nosotros, Agustín Ferrari, que firmaba con el seudónimo Martin Pescador, ese
era también de acá, era anarquista, amigo de la familia de Libertad
Lamarque. Ibamos a una peña de la calle Carlos Calvo, donde había unos rusos y
unos catalanes... gente
extranjera, y yo los sentía hablar y me decía «Estos tiran una bomba
cada tres minutos', medio rebelde era esa
gente. Un catalán vino un día ahí y pidió la palabra: dijo, «¡Nu habrá tranquilidad
en el munde, hasta que no se ahorque el último burgués con la tripa del último
fraile!». ¡Me cago en diez! ¡Querían ama-sijar a todos
estos locos!» (4).
El hecho cierto es que doña Carmen, la
madre de Magaldi, logrará rescatarlo con la ayuda de Blas -el hermano mayor de
Agustín- y traerlo nuevamente a Rosario.
«-Agustín,
aparte de haber sido un buen cantor, tenía un poco de esa tartamudez cuando se
enojaba algo en una conversación, o estaba medio contrariado. Entonces se
trababa un poco, pero en el escenario no. Porque no solamente cantando, sino
hablando, decía todo muy bien. Una vez hicimos una gira de casi siete meses. Fue
en 1922. Salimos de acá
Tito Lapuente, una mujer que yo tenía llamada Josefina, Agustín y una rusita
que bailaba clásico y se había enamorado de él. También iba un tal Marianito,
que era un mendoci-no que tocaba el armonio, porque en los pueblitos donde no
había piano teníamos que defendernos así. Lo fuerte de Agustín en aquel tiempo
eran Indiano,
Amargura, algunos valses y canzonetas napolitanas. Un tango
que se lo hacían bisar siempre era Buenos Aires.
-¿Y para dónde fueron en la gira?
-Bueno, estuvimos en Esperanza, Pilar,
Rafaela, San Francisco, Santa Fe. En Pilar me pasó un caso a mí donde me jugué
toda la plata al billar. Resulta que nos había agarrado un temporal que duró
como veinte días, y quedamos apretados en la fonda donde había un billar... yo
jugaba bien al billar. Empecé a jugar con un farmacéutico... pero ese coso...
¡después yo me di cuenta! Comenzamos con diez pesos, veinte pesos de aquel
tiempo, y después me dije: «Pero, ¿dónde te viniste a meter
vos?». ...Jugábamos a la carambola, y de la
bronca que tenía seguí y me peló. Magaldi lloraba. «¿ Y ahora, que hacemos?», me decía. Mi mujer, que marcaba, había ratereado de cuatro a cinco
carambolas, pero no había caso... el farmacéutico era capaz de hacerlas todas
de un saque.
-Debe de haber perdido hasta la elegancia usted.
-Al otro día me dice el hombre: «Acuérdese que ha perdido
también unos pollos a la portuguesa», como para pollos estaba yo. ¿Pollos a la portuguesa? Vea, me daban
ganas de sacar un cuchillo y hacer un destripe ahí nomás. Como el
Marianito
este tenía unos mangos, me dije: «Ahora le voy a pedir el desquite
al siete y medio u otro juego donde yo pueda meter la uña». -¿Y se lo dio?
-Nos tuvo sufriendo y nos devolvió todo. Eran setecientos ochenta
pesos, toda la guita que teníamos en la compañía.
-¿Así que les devolvió todo el farmacéutico?
- ¡Claro!, y trajo un diploma de La Plata: era campeón de la
provincia de Buenos Aires... con medalla de oro y todo. Estuvo bien el hombre.
Nos dijo: «Esta es una broma que les hemos hecho con el fondero». Porque resulta que yo al fondero le había ganado no se cuántas
botellas de vermut jugando al billar. Al fondero me lo pasaba al cuarto, ¡pero
a este coso, Dios me libre! ¡Y la pinta de otario que tenía!»(5).
De estos áridos comienzos, de estos
principios que pronto pasan al olvido cuando llega la fama, se nutren a menudo
las biografías poco conocidas de muchos artistas que fueron y son famosos.
Magaldi no es la excepción.
«-Durante
aquella gira, en un pueblo había una kermes*, como a una legua, y Agustín me
dice: «¿
Vamos a hacer una rascada, a ver qué pasa?».
-¿Usted qué hacía entonces?
-Yo tenía que decir dos o tres versos, nomás para darle soga a que el
se acomodara... -¿Cantaba solo Magaldi?
-Sí, solo. En ese tiempo cantaba solo. Ya había
hecho dúo acá con Espinosa, con Yuvone y con algún otro... Hacíamos unos
sketches también, donde él componía a un taño... Más o menos nos defendíamos
con la ayuda de Tito Lapuente; la rusita que andaba con Magaldi hacía unos
bailecitos clásicos medio regulares, la mujer que andaba conmigo cantaba
algo... y después se tiraba la manga. ¿Entrada? ¡Qué entrada iba a haber en ese
tiempo, si todavía estaban las radios a galena!
-¿Y cómo fueron a la kermese?
-Fuimos en un sulky con un hombre que estaba en pedo. Averiguamos en
la fonda, y un tipo con un sulky nos dijo: «/ Yo los llevo!». El coso tenía un pedo... que no se podía comparar al frío que hacía.
Con el cuello levantado de los sobretodos subimos al sulky: Agustín con la
viola adelante y yo atrás... y mientras íbamos, Agustín dele hablar en
italiano con el del sulky, porque Magaldi era un taño cuando hablaba el
italiano. Por ahí yo preguntaba «¿Cuándo llegamos?». «Y... falta
poco», contestaba el gringo. ¿Ve aquella ¡omita...?
Bué..., cuando lleguemos a la lomita, ¡allá nomás es!». Dale... dale... llegamos a la lomita... ¡Dios me libre!... ¡el frío
que hacía!, ¡un ragú bárbaro teníamos...! -¿En qué edad andaría usted?
-Yo tenía veintitrés años, un año más que
Agustín. El era de 1900 (sic). Cuando llegamos allá, la función esa no se había
realizado... no había nada. Solamente una carpa con las luces apagadas y
enfrente un boliche viejo, de esos que existen en los cruces de caminos. De
ahí salían las voces de un coro: «¿Y esto?», dijimos nosotros. Bajamos y entramos al boliche. El coro era de
chacareros italianos.... nosotros tomamos una copa y ellos estaban cantando por
allá, en una mesa larga. Había un viejo que tenía una voz de bajo tremenda...
era un trueno para entonar. «¡Qué voz de bajo tiene ese
viejo!», decía Agustín. Entonces, él no pudo resistir...
ycomo cantaban esas canciones conocidas... piamonte-sas, Agustín se levantó y
cantó una canzoneta. «Vengan, vengan», nos llamaron y fuimos a la mesa esa.
Moríamos... porque andábamos muertos de hambre..., unos salames esos de chacra,
¿sabe? El dueño del boliche nos hizo una catrera porque eran como las doce de
la noche y había como tres leguas para volver. Agustín hacía cantar al viejo
ese de la voz gruesa y él lo seguía... ¡se había enamorado de la voz de ese
chacarero italiano, un hombre viejo que cantaba como los dioses! Al final, nos
quedamos como hasta las dos de la mañana. Este sucedido, por la santa madre
mía..., fue en un pueblito cerca de Esperanza, donde había una colonia italiana.
Después nos dijeron que dentro de tres días se iba a hacer la kermese, pero
nosotros nos volvimos al otro día.
-A Magaldi se le llamaba el cantor de Casilda...
pero había nacido en Rosario.
-¡Claro! El padre tenía un taller de armería,
arreglaba máquinas de coser y todas esas cosas. Allí, en Casilda, falleció el
padre. Unos hermanos nacieron allá, pero Blas, el mayor, todavía vive, el otro
que era fotógrafo y Agustín, nacieron acá... Una hermana y Emilio creo que
nacieron en
Casilda.
Entonces, doña Carmen quedó viuda y se casó con un tal Tello en Rosario. Y al
tiempo se vinieron a vivir a San Juan y Paraguay. Pero Agustín no vivió nunca
ahí, aunque la iba a visitar todos los días. Él vivía acá, en la calle 9 de
Julio entre San Martin y Sarmiento, en una casa vieja de este lado, con los
Coviello, que son parientes.
-¿Usted sabe en qué lugar de Rosario nació Magaldi?
-En una casa de la calle San Martín, entre 9 de
Julio y Estanislao Zeballos.
-¿Así que vive el hermano mayor?
-Sí, Blas vive en Buenos Aires. Agustín de
grandecito solía ir a Casilda cuando estaba de intendente un tal Agustín
Medina, que era escribano, nacido en Entre Ríos» (6).
En el mes de enero de 1924 se forma el
dúo Rossi-Magal-di en Buenos Aires. «¡Pero no hay dos sin tres!...», dice
Cassinelli, y agrega: «Nicolás Rossi -después de un tiempo de actuación junto
a Agustín- debe viajar a Europa siguiendo su destino de actor (Rossi era el
hermano del malogrado Enrique De Rosas y padre de la cancionista Margarita
Silvestre)». No obstante, el velo de oscuridad va descorriéndose poco a poco y
en julio de ese año, más exactamente el 9 de julio de 1924, Agustín Magaldi
conoce a Rosita Quiroga en los estudios LOY (Luego LR3 Radio Nacional y más
tarde Belgrano) (7). Cinco meses después, el 9 de diciembre de aquel 1924, el
dúo Quiroga-Magaldi graba su primer disco en RCA Víctor: El amor de los amores, de Juan M. Velich y Francisco Álvarez
-79518 A-, y en el acople La jacballera,
de Luis Conde -79518
B-. El 6 de enero de 1925, el dúo registra su segundo y último disco: Chilena ingrata -79518 A-, de Urruspurú y Rosita Quiroga,
con el acople de Virgencita
de Lujan -79537 B- de Francisco Álvarez v Juan M. Velich.
Rosita Quiroga sigue cantando sola, pero
es por su gestión que a Magaldi se le han abierto todas las puertas,
ahorrándole más frustraciones y amarguras al cantor rosarino. Por ese entonces,
los directivos de RCA Víctor -Mr. León y el señor Bonaseña- le piden a Magaldi
que busque una voz masculina para formar un nuevo dúo. Entre Francisco
Brancatti y el guitarrista de color Enrique Maciel encuentran al hombre: se
trata de Pedro Noda, notable cantor y guitarrista del barrio Mataderos de
Buenos Aires. Para Agustín Magaldi ha sonado la hora del triunfo. Diez años
junto a Noda -hasta 1935- y tres años como solista terminan por consagrarlo
rotundamente.
«Vayanse de Buenos
Aires, que se van a morir de hambre».
«Usted
lo conoció a Magaldi, no es cierto?
-De vista. En el cine Rex iba a actuar
Magaldi y la entrada costaba setenta centavos, pero no tenía los setenta centavos
en ese tiempo. Estábamos en la puerta, yo y otro muchacho. Magaldi actuaba con
Noda todavía. Había un montón de gente afuera, y para un auto negro. «¡Ahí
viene Magaldi!» dice la gente. Se baja un tipo de frac, todo de negro... y por
ahí uno dice «No, ese no es Magaldi. Es Noda». Era Noda. Bueno...
-Era gordito Noda.
-SI, un gordito, morocho... y nos
acercamos a un lustrador que estaba en el quiosco del gringo don Nicola ahí,
del Rex veinte metros para allá. El lustrador era un morocho que estaba con el
cajón... Y dice «che..., en el intervalo vamos a ver si nos colamos», y qué sé
yo. En eso que estábamos hablando de que el que había bajado del auto era Noda
y no era Noda, para el tranvía, ¿vio? Para el tranvía y... veo que se baja un
tipo por delante y el motorman le hacía así, saludándolo al tipo. Mira el
lustrador y dice: «Ese es Magaldi».
-Bajaba del tranvía.
- ¡Del tranvía!... Yo lo miraba al tipo
y, claro, por las fotos era Magaldi. Venía de traje marrón, me acuerdo. Yo
siempre tengo un traje marrón igual que cuando se rompe me compro otro igual,
porque yo soy hincha de Magaldi... Entonces pasa el tipo, y yo lo miraba y
claro, era él. Venía de traje marrón, sin sombrero y sin corbata, con una
camisa azulina.
-¿Y la gente lo vio?
-No había nadie, porque todos se habían
corrido para el lado donde había entrado Noda. Y entonces el negro lustrador
le dice «Adiós Agustín». El tipo se da vuelta y lo mira: «Hola, negro...» y lo
abraza al lustrador. «¿Todavía andas de lustrín?». «Si», dice el otro y que
patapín y que patapán. «Espérame a la salida, negro». La gente se apioló y se
armó un revuelo bárbaro. Lo agarraron a Magaldi en el hall y nos metimos todos
adentro... y había señoras, ¡un lío se armó! Claro, protestaban porque los que
entraban de prepo eran todos vagos.
-¿Y después?
-Terminó la función y el lustrador se cruzó al
café de enfrente. Me dice el otro «Vamonos...».Y yo, «esperemos, lo saludamos
de nuevo y nos vamos». Entonces también nos cruzamos, pero el café valía diez
guitas y teníamos cinco guitas cada uno. Le iba a pedir al gringo del quiosco
que me conocía porque yo le vendía pelotas de golf, pero le pedí al negro. Y
nos sentamos. Pedimos los cafés y empezó a pasar la hora. «Negro, no viene»,
decía yo; me dice, «sí, viene». Bueno, después de una hora y media cayó Magaldi
con un guitarrista, Ortiz, que era de Arroyito, Centeno y otro que no sé quién
era. Y resulta que tenían preparada comida ahí, había pollo y qué sé yo. Por
ahí aparece el mozo, nos pone un mantel con los platos y yo me quería morir
porque tenía un hambre bárbaro. Comieron ellos en una mesa y nosotros en la
otra. Después fuimos a saludarlos y a darles las gracias. Nos fuimos. Nunca
jamás volví a ver al negro lustrador. Cuando pasaba por el quiosco, le
preguntaba al gringo: «Nicola, ¿y el negro?». «Ahí está el cajón...». No vino
más.
-Y a Magaldi, ¿lo volvió a ver?
-Sí, en Buenos Aires. Fui con otro porque
andábamos tirados y queríamos ver si Magaldi nos ayudaba: nos dio diez pesos a
mí y diez pesos al otro, y nos dijo: «Vayanse de Buenos Aires que se van a
morir de hambre. ¿Qué? ¿En Rosario no hay trabajo?». «Y... no hay». «¿Y qué van
a hacer acá, tirar la manga? Vayanse a Rosario, que ustedes tienen familia...».
-¿Ustedes fueron a la propia casa de Magaldi?
-Estuvimos
en la casa donde él vivía... Solís o Lamas 851, no me acuerdo bien. Tenía un
gallego de sirviente que no nos quería dejar pasar. Magaldi ya estaba solo, se
había separado. Claro, el tipo no se acordaba. Dice... «¿Quién me conoce de
ustedes?». Digo «Yo». «¿Y de dónde me conoces?». Le
digo «Del cine Rex, una noche con el negro lustrador...». Me dice, «Aahh, sí,
sí...», dice «Aaaahhh, ahora me acuerdo». Y yo le iba a preguntar por el negro
lustrador, pero no me animaba. No me animaba porque iba a pensar que era un
curioso, un entremetido... Bueno, nos dio un billete de diez verde, ¿vio? -¿De
esos grandotes?
-De esos grandotes. Cuando llegamos a
Rosario Norte nos compramos camisas y pantalones, y cuando caímos al barrio...
¡cómo nos cargaron los muchachos! Valía $ 3,50 un pantalón de fantasía...» (8).
De intento he dejado para el final de
este capítulo el rechazo de una desafortunada apreciación valorativa que sobre
el cantor volcó Blas Matamoro en el ejemplar N° 16 de La Historia Popular
-Vida y Milagros de Nuestro Pueblo-, titulado Historia del Tango. Dice el autor en la página 75 de su
trabajo: «A pesar de haber sido por pocos años (Magaldi), el cantor de tangos
más exitoso y a pesar, también, de haberse especulado con su prematura muerte
para crear un culto melancólico similar al gardeliano, hoy Magaldi, con sus
amaneramientos de falso sentimiento y sus arbitrariedades de cantor, aparece
sólo como un documento de época, pintoresco y un tanto ridículo».
En ocasión de un
aniversario de la muerte de Magaldi escribí con el seudónimo de Adrián Castro
una nota acerca del cantor que publicó el diario La Tribuna, de Rosario. Era
un trabajo breve, apenas una síntesis del incalculable valor que encierra la
personalidad de Magaldi y que, de alguna manera, voy a tratar de reconstruir.
Magaldi no es culpable -como tampoco lo fueron Carlos Gardel, Julio Sosa o Susy
Leiva- de las especulaciones comerciales que se hicieron después de su muerte.
Es más, en el caso de Magaldi no es válido lo afirmado por Matamoro ya que por más
de dos décadas el sello RCA se vio restringido en la reproducción de placas
impresas por el cantor rosarino debido a diferencias entre los herederos de
los derechos de Magaldi.
Subjetiva y audaz es la afirmación al
voleo por la que se pretende dejar sentados «amaneramientos de falso
sentimiento» en Magaldi y aun «arbitrariedades de cantor» (?). Cuando me
entero de que, para Matamoro, «Corsini, comparado con Gardel a nivel musical,
resulta notoriamente inferior» y una sarta de disparates por el estilo, no
puedo menos que lamentar la deficiente información, la falta de ecuanimidad,
la calculada ética incisiva y el rapto de suficiencia de este autor que desde
la rosada esquina de «La ciudad del tango», otro trabajo que le pertenece,
aspira a constituirse en un mentor de la «cultura de masas», en un intérprete
de la «conducta de masas» y, hasta se lamente, de que «en la actualidad (1969),
no haya empresa masiva para nadie». De todas formas, el señor Matamoro no pudo
prosperar con su último trabajo, que le fue prohibido. Es que cuando las
tendencias políticas entran a filtrar la materia historio -gráfica no siempre
se arriba a resultados halagüeños.
Si el señor Matamoro hubiera hilado más fino, tal
vez me hubiera ahorrado la necesidad de rellenar el agujero que dejó abierto.
Porque si bien la filosofía que animaba ciertas letras interpretadas por
Magaldi pueden parecer para el oyente actual y desprevenido, de factura
derrotista, no cabe la menor duda de que dichas canciones reflejaban como
ningunas el sufrimiento interior de muchos hombres y mujeres marginados anímica
y socialmente de las posibilidades de una redención espiritual y material.
Ellas eran el crudo reflejo de una realidad que la vía emocional del cantor
ponía en evidencia, no para conmiseración del poderoso, no para el
enciclopedismo social, ni para el regusto de ciertos espíritus
sensacionalistas, impresionables e ingenuos. Magaldi fue, en este aspecto y con
la sinceridad de los recursos que le proveyeron sus estudios de «bel canto»
(Gardel también los hizo junto a Bonessi y de ahí salió más afiatado, si bien
cambiando las >
Solamente él logró imantar e iluminar los intrincados senderos de las
almas de una muchedumbre traspasada d e angustia, con un soplo de comprensión y
de humanidad. Fue su logro mayor desnudar lo que todavía estaba en labios de
muchos payadores: las heridas de una parte de la sociedad y el desdén de los
incrédulos de todas las tendencias. A Gardel no se le creyó sincero en este
sentido, a Magaldi sí. Porque, además, Magaldi supo tañer su lira romancesca
con las vibraciones sentidas de sencillas canciones de amor que hicieron soñar
a una generación que necesitaba imperiosamente elevarse por encima de la cruda
realidad imperante.
Agustín Magaldi fue levantado en vilo por
los hombres y mujeres de aquella realidad, que testimonian hoy sus canciones
aparentemente inexplicables para el que desconoce los hitos fundamentales de
nuestra historia ciudadana. Su voz es el vivo exponente de una queja que supo
reproducir como nadie. Su estilo inconfundible nos vuelve por los caminos del
ayer y nos emociona, porque proviene de las profundidades de un pasado, lejano
para las nuevas generaciones, pero cargado de emotividad y sugerencias sinceras.
Como el corazón de los hombres buenos. Como el espíritu de los hombres
sufridos. Que al fin y al cabo eran el alma y el corazón de aquel jilguero que
enmudeció para siempre un 8 de septiembre de 1938.
Cuando el señor Matamoro dice que Magaldi «aparece como un documento
de época, pintoresco y ridículo», no hace más que demostrar su falta de
profundidad y su ligereza para valorar los testimonios del pasado. Magaldi, a
pesar de haber estado enrolado en la corriente libertaria, como muchos
artistas de su época, trasciende y alcanza, por la virtud de su arte
incomparable, otras alturas que son incomprensibles para quienes resuelven la
espiritualidad como una ecuación matemática.
«-En 1925 o 1926 fue a visitarlo Abel
Bedrune en el cine Belgrano y le dijo: «Tengo un baterista que
te conoce». Yo
estaba en el bar. «Siembre te nombra...», le dice. «¿Baterista?», contestó
Magaldi. «Sí, un pibe que descubrí yo...». «No sé».
«Mantequita». «¡Ahí, ¡pero ese no es baterista, es un pobre muchacho, buen
amigo, pero es un pobre muchachito... Sí, sí lo conozco. Buen pibe». Entonces viene Bedrune y me dice: «Ahí te quiere saludar un amigo», y yo voy y me encuentro que era él: «¡Cómo te va», le
digo, «¡cómo te va hermano!». Y me dice: «Cómo me gusta que estés acá, bien...». Le digo: «Este hombre (por Abel) me trajo acá sin que yo sepa nada de música».
«No te aflijas, ya vas a salir adelante», contestó. Y fue la última vez que lo vi. –
¿No
lo encontraste nunca más?
-Una vez hicimos una zamba, se la dedicamos, y
cuando yo fui a verlo a Buenos Aires supe que estaba en el sur... Porque le
gustaba irse al sur. De allá la trajo a Eva Duarte, que le dio muchos dolores
de cabeza porque era medio testaruda... La zamba se llama Díganle que yo la quiero,
que es mía y yo lo hice figurar al hermano de
Cuffaro. Fuimos con Cuffaro al poco tiempo y resulta que él había ido de una
planchadora a llevar una camisa de frac... de esas de plancha. Y no lo pude
ver. En el año 38, yo estaba en Montevideo y me dijeron: «Alunó Magaldi». Yo no lo quise creer... y después lo vi en los diarios y en las
revistas» (9).
NOTAS
(1) Consérvase una libreta
de enrolamiento argentina N; 236.001, donde se verifica que Carlos
Gardel nació el 11 de diciembre de 1887 en Tacuarembó, R. O. del Uruguay (V. fotografía en Apéndice Carlos Gardel, Li verdad de una vida. Armando Defino. Fabril
F.dit. S.A. Bs. Aires, 1968). El periodista Erasmo Silva Cabrera «Avlis»,
afirma con pruebas de importancia surgidas a raíz de una encuesta personal,
que Gardel era uruguayo (V. Erasmo Silva Cablera. Carlos Gardel, el gran
desconocido. Edic. Ciudadela. Montevideo, 1967).
Por otra parte, sus legatarios sostuvieron, mediante pruebas documentales, que
el gran cantor había nacido en Francia. En cuanto a Ignacio Corsini, se sabe
que «nació en Italia el 13 de febrero de 1891. No conoció a su padre, y su
madre inscribió su nacimiento en el pueblo de Troina, provincia de Catania,
Sicilia, pero se suponen su origen o su ascendencia de la Alta Italia, dados su
figura muy rubia, ojos celestes y espigada estatura. Su nombre completo era
Andrés Ignacio Corsini» (Historiando a Ignacio Corsini, caja Odeón N° 5234/6.
Vol. 1. Bs. Aires, 1974).
(2) Julio Schiavone, id.id.
(3) Julio Schiavone, id.id
(4)Osvaldo Berrini, id.id.
(5)Osvaldo Berrini, id.id.
(6)Osvaldo Berrini, id.id.
(7)No se sabe si Magaldi
tuvo influencia en ello, pero lo cierto es que el 12 de septiembre de 1924,
Rosita Quiroga grabó en Víctor el tango de un autor rosarino, Eduardo Pereyra
(El Chon) con letra de Celedonio Esteban Flores: Nunca es tarde.
(8)Alfredo Franchi, id.id.
(9)Julio Schiavone, id.id.
Fuente: Extraído del
Libro “El Rosario de Satanás del Autor Héctor Nicolás Zinni, el Capitulo 4, del
Tomo 6 . Editorial Diario La
Capital del año 2009, es la primera edición.