Por Rafael Ielpi
Dos nombres pueden ejemplificar de manera definitiva lo que bien podrían ser los exponentes más relevantes de la llamada "Generación del 50", ambos hoy con un reconocimiento que excede holgadamente ¡os límites de nuestra ciudad: Aldo Francisco Oliva (1927), y Hugo Padeletti (1928), creadores de dos poéticas de rigurosidad formal, despojadas, pero de compleja indagación en temáticas diferentes, pero ambas de notable calidad.
Hugo Padeletti, formado bajo la influencia de la Generación del 40, propondría en sus libros iniciales, como lo señala D'Anna en "La literatura de Rosario", obra imprescindiblé, "su concepción de la poesía como medio de vinculación supra consciente con una realidad superior; o más bien como objeto perteneciente a una realidad superior".
Graduado en Filosofía, disciplina que estudiaría en Rosario, en la recién organizada Facultad de Filosofía y Letras (donde trabajara como bibliotecario), y después en la Universidad de Córdoba, estuvo ligado ya en sus años juveniles a algunos de los exponentes de la Generación del 40, como Arturo Fruttero, cuya obra sería uno de los primeros en analizar y valorar.
La obra de Padeletti que incluye "Poemas" (1959), "Doce poemas" (1979), "Poemas" 1960-1980, "Parlamentos del viento" (1990) y "Apuntamientos en el Ashram y otros poemas" (1991), impregnada de un misticismo que en sus libros iniciales abrevaba en fuentes diversas como San Juan de la Cruz, Rilke o Rabindranat Tagore, iría acercándose cada vez más, en su producción contemporánea, a una experiencia no intelectual, con mucho mayor vinculación con la inmediatez de lo cotidiano: La poesía/ se realiza queriendol y sin querer Golpeas en esta costal y se forman arenas/en la otra.
De ese modo su poesía, refinada y contenida en lo formal, se hizo mucho más abarcativa, sin localismos, hasta ubicarlo en la actualidad, para buena parte de la crítica, entre los mayores poetas argentinos. Juan José Saer resumiría en 1989: Reflexiva y coloquial, la poesía de Padeletti se obstina desde hace más de treinta años en la pasión delicada aunque firme de lo real, el enigma sereno de las cosas, la irrupción clara del presente que al mismo tiempo aterra, deslumbra y apacigua. Radicado en Buenos Aires desde hace casi dos décadas, continúa gestando, paralelamente, una obra plástica de señalados valores.
Aldo F. Oliva, en cambio, publicaría recién su primer poemario "César en Dyrrachium", en 1986, casi a los 50 años, al ganar el Premio Manuel Musto instituido por la Municipalidad de Rosario. De ese modo reuniría en un libro algunos poemas conocidos en revistas como "Pausa" o "El arremangado brazo", en los inicios de la década del 60, con otros posteriores y la extensa traducción "fragmentaria y relativamente libre", afirmaba el propio poeta, de "De belle civile", del Libro VI de la Pharsalia de Lucano, seguida de una segunda parte ("Ah-ter") que, señala J.B. Ritvo, "es la otra manera, el otro modo en que el poeta puede leer hoy la trama del poema antiguo, cuya narración, trunca por la muerte de Lucano, refiere las luchas civiles entre César y Pompeyo".
Ese primer y demorado libro daría a Oliva un inicial reconocimiento de la crítica, (postergado por la escasa difusión de su obra y su carácter de prácticamente inédita), que se consolidaría con la aparición de "De fascinatione", publicado en México, en el que se reunieron los poemas de su hasta entonces único libro con una también breve producción ulterior. Pero sería en el año 2000 con la publicación de "Ese general Belgrano" que su poesía, sin desprenderse de su compleja indagación, de la erudición que poblara siempre de alusiones, referencias y citas sus textos (exteriorización de su amplia y totalizadora formación cultural comenzada ya mucho antes de la finalización de sus estudios de Letras en Rosario, de cuya universidad fuera profesor) y de su conexión permanente con la realidad y su tiempo, alcanzaría su culminación, en especial con el extenso poema que da título al libro.
El texto aludido, una indagación acerca de una de las figuras más singulares de la historia argentina, revela asimismo las interrogaciones de un poeta que es además, en su caso, un intelectual preocupado de manera consecuente, desde su ideología marcada por un marxismo heterodoxo, por el devenir histórico, tanto como por el país y sus avatares: Tal vez algunos, que se decían/ solidarios de la Revolución marcaron mi ruta comol un plural designio de este día gramal de corpúsculos que mi ser asumió, reflexiona Bel-grano a través de Oliva, para sugerir que la Revolución, que algunos pensamos! fundaría una Patria, fue iluminándose/de la furia (a veces tácita) del tenebrosas contraposiciones...
A la misma generación aunque un poco mayor y con una obra asimismo ceñida en lo formal pertenece Beatriz Vallejos (1922), quien luego de sus libros iniciales "Alborada del canto" (1945) y "Cerca pasa el río" (1952), iba a sostener, desde 1960 al fin del siglo XX, una obra que iría del vitalismo y un compromiso de raíz humanista a un lirismo en el que lo cotidiano ingresaría de modo natural, mientras su poesía alcanzaba en lo formal una síntesis que la emparentaba con algunas estructuras orientales como el hakau. Su obra: "La rama M ceibo" (1962), "El collar de arena" (1980), "Espiritual del límite" (1980), "Horario corrido" (1985), "Anfora de kiwi" (1985), "Pequeñas azucenas en el patio de marzo"(1985), "Lectura en el bambú" (1987), la ubican sin duda entre las voces más reconocidas del período. Santafesina de origen, Vallejos residió desde la década del 40 en Rosario, donde como Padeletti, desarrolló una simultánea experiencia plástica; actualmente reside en Rincón, donde cerca pasa el río.
Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital