Por Guillermo Ferretti
Colaborador: Daniel Kowalczyz
Sin saberlo, a lo largo de su compleja trayectoria por equipos nacionales y extranjeros, Ángel Zof fue desarrollando en forma integral su capacitación personal para el ejercicio de la dirección técnica de un equipo de fútbol.
Desde el Barrio La República, en el Oeste de la ciudad de Rosario, a Newark, estado de New Jersey. Desde el club Gath & Chaves, al New York Hacoaj... Desde su ingreso a Rosario Central, fueron 20 años de jugar al fútbol, de vívírlo intensamente. Y de aprender. Cada técnico deja algo, Alfredo Fogel, en Central; Pedernera, en Huracán, que recomendaba no pegarle a Grillo en un partido contra Independiente, porque sí se enoja nos llena la canasta. También las charlas de táctica y estrategia con el uruguayo Carlos Miloc, compañero en el Morelia de México.
Cada experiencia suma. Para el que jugó tanto, no es tan difícil ubicarse, ya oficiando de técnico, en el papel del futbolista. Se sabe lo que necesita, se conocen las mañas.
- Casi sin darse cuenta, Ángel Zof empieza a transformarse en Don Angel. Y ya lleva la marca indeleble del juego honesto, del respeto al rival y al espectador, del buen trato de la pelota, de la estética futbolera, y de la ambición por ganar. Todo esto sin perder de vista que el fútbol es un juego, y que, por más profesionalizado que esté, se sostiene, como todo juego, en el propio placer de practicarlo.
«Cuando nos volvimos a Rosario, yo tenía 36 años. Nos volvimos sin nada, pero confiábamos en que algo íbamos a hacer.
Apenas llegué, pedí la reincorporación al ferrocarril. Yo tenía un par de amigos que tenían taxi y me tentaron para comprar uno míentras esperaba que se resolviera el tema del ferrocarril. Entonces me compré un Mercedes y empecé a trabajar de taxista. El coche estaba muy malo. Pasaba más tiempo dentro del taller que en la calle. Al poco tiempo, me surgió la posibilidad de reincorporarme al ferrocarril. Y aunque el taxi no me gustaba, lo seguía trabajando. Un amigo de mi infancia, que había jugado en Central Córdoba cuando estuvo en primera división, jugaba entonces en Independiente de Bigand. Como él viajaba junto a otros muchachos para los partidos, me pidió que los llevara yo con el taxi. Para mí estaba bueno: me ganaba un viaje con el taxi, estaba con los muchachos, y veía fútbol. Fíjese como son las cosas del destino: este fue el paso, o la llave, que me abrió las puertas a mí carrera como técnico de fútbol.
Al tercer o cuarto partido que los llevaba con el taxi, me vino a hablar el presidente del club de Bigand, un tal Novelli. Entonces me hicieron una oferta para que dirigiera el equipo. Nunca habíamos hablado de nada, ni siquiera sí yo estaba en condiciones de dirigir; pero, aparentemente, los muchachos que viajaban conmigo le habían dicho algo, y los directivos me arrimaron la proposición. Sí bien yo había jugado durante varios años, como técnico sólo tenía la breve experiencia de Canadá. Por eso, en un principio, no quería saber nada con esa posibilidad. En ese momento, el técnico era un tal Pocito, que además jugaba. Finalmente acepté, pero con la condición de que sólo fuera por un mes, a prueba, y sin que les cobrara nada. Además, les solicité a los directivos que hicieran un esfuerzo para que pudiéramos juntarnos para practicar, al menos una vez a la semana, con todos los jugadores, inclusive los que sólo iban a los partidos. Les dije: Ustedes les pagan el viaje a esos muchachos y hacemos una práctica semanal todos juntos. Ellos aceptaron las condiciones, y empezamos el mes de prueba. El día que me ofertaron la dirección técnica del equípo, habían perdido 4 a o jugando en su cancha contra el que iba último en la tabla. ¡Mire qué panorama! El equipo iba tercero, pero las cosas no andaban muy bien.
Los junté a todos, empezamos a jugar, y ganamos varios partidos. Después empatamos algún otro, pero finalmente salimos campeones.
Toda la gente me trataba muy bien. Pero ese título no me abrió ninguna puerta. Lo que realmente me proyectó al fútbol grande fue que obtuviéramos la Copa de Oro. Ese era un torneo que organizaba el Círculo de Periodistas Deportivos de Rosario, del cual participaban todos los ganadores de las distintas ligas de la provincia de Santa Fe. Se jugaba por el sistema de eliminación, con partidos de ida y vuelta.
Fuimos pasando etapas, y la información de lo que sucedía en la Copa era seguida por los distintos medios. Salía en el diario: «Independiente de Bigand le ganó a tal, Independiente derrotó a este otro, Independiente de Bigand a la final trente a Unión de Santa Fe». Unión estaba jugando el ascenso a primera, y tenía un muy buen equipo. El primer partido fue nocturno. Lo jugamos en Bigand, y terminó 4 a 4. La revancha era un sábado a la noche, en cancha de Unión. Por la tarde, ellos tenían que jugar por el torneo de la B en condición de visitante, y por eso no pudieron poner lo mejor que tenían en la cancha. De todos modos, formaron con el equipo que había ganado la liga, más algunos refuerzos de la primera. Aquella noche hicimos un gran partido: ganamos 3 a 1, y fuimos campeones de la Copa de Oro.
En Bigand hicieron una fiesta impresionante, a la que concurrió hasta el mismo Intendente de Rosario. Por eso, siempre digo que si no hubiera sido por el taxi, tal vez nunca habría llegado a ser técnico de fútbol... A lo mejor, me quedaba trabajando hasta jubilarme en el ferrocarril. Creo que tuve mucha suerte en el inicio de mi carrera como técnico. Si no hubiera tenido un taxi, y no hubiera llevado a los jugadores a Bigand, tal vez nunca se me hubiera presentado la posibilidad de dirigir un equipo.
«En alguna oportunidad, me han criticado porque yo no le dedicaba tiempo a la parte táctica.
Sin embargo, yo lo hacía, pero a mi manera.
En cada práctica trabajaba en lo táctico, sin la necesidad de estar parando el entrenamiento. Lo más importante es encontrar el jugador para determinada función. Uno entonces habla con el grupo, antes de cada partido de práctica, y les explica a los jugadores lo que pretende. Después, ellos lo aplican en el partido.»
A todo esto, yo ya me había reincorporado al ferrocarril, y me habían dado un puesto en Pérez. A veces, entraba a trabajar sin dormir, porque terminábamos muy tarde con el entrenamiento en Bígand. Entraba a las seis de la mañana, y a veces volvía en micro desde Bigand a las cuatro y media. Era un pequeño esfuerzo que había que hacer. En ciertas ocasiones, a las once o las doce de la noche, en invierno, estábamos cenando en la ruta. Imagínese el sacrificio que hacíamos.
Fuente: Extraído del Libro “Angel Canalla”. Autobiografía de Don Angel Zof”. Homo Sapiens. Año 2013