Por Marcelo Olmedo
Mi viejo se separó de mamá cuando yo tenía unos tres años, por lo que no tengo recuerdos de vida en la misma casa con él. Sí recuerdo algunas imágenes de él viniendo a la casa a buscamos para salir un rato, nos entregaba mi abuela porque mi vieja no quería verlo.
Mamá, muy herida por la separación, le inició juicio de divorcio, en esa época no existía el divorcio vincular. Sólo había lo que se llamaba "separación de cuerpos y bienes". Mamá obtuvo un fallo favorable en el juicio y se dictó sentencia de divorcio " por culpa del esposo", causa: adulterio. Obtuvo una suma de unos doce mil pesos de la época (año 1968) y una cuota alimentaria baja. Mi viejo hacía dos programas en Canal Once y cobraba unos cuatro millones de pesos por mes. El Canal protegió a su estrella, ocultó las cifras reales que recibía mi viejo y mamá luchó como una leona contra todos. Mandó al canal una intervención contable pero no fue suficiente para probar la verdad sobre los ingresos del viejo. Respecto a los hijos, su señoría fijó un día de visita, los sábados. Ese era el único día que mi viejo nos venía a buscar. El abogado le dijo a mi vieja:
-¡Ganamos!
Curiosa interpretación la del letrado. Tres chicos, uno de un año, otro de tres para cuatro y el mayor de seis años, habían sido condenados a ver a su padre sólo una vez a la semana; mi vieja obtuvo un dinero que apenas alcanzaba para pagar las cuentas y, como si fuera poco, fue despedida por Héctor Ricardo García de Canal Once donde trabajaba. Al gallego García no le gustó que la justicia le revisara sus papeles.
Fueron tiempos difíciles en lo económico y, aunque entre mi vieja, mi abuela y mi tía con las que vivíamos, hacían lo imposible para que no nos faltara nada, no nos dábamos grandes gustos, pero éramos felices.
Mi viejo se limitaba a cumplir con la cuota y venir a buscarnos los sábados. Mamá quería que nos viera más seguido, pero los compromisos laborales de él no se lo permitían. No tenía tiempo.
Desde el momento en que me despertaba el sábado me ganaba la ansiedad, sabía que salíamos a pasear con papá. Llamaba al mediodía y nos venía a buscar. A veces llegaba una hora tarde y por eso lo odié muchas veces pero cuando llegaba, la alegría de verlo era superior a todo. Llegaba con la simpatía y ese carisma increíble que conoció el público. El enojo se me pasaba casi al instante de ver llegar el auto.
Íbamos jugar a la pelota a un lugar en Palermo (al lado del Club Alemán de equitación) que llamábamos "nuestro lugar". jugábamos partidos interminables de dos contra dos, mi viejo se mandaba dos, tres y hasta cuatro piques impresionantes y después se fundía y decía:
-¡¡¡Traéme un pulmotor!!!
No podíamos creer que se cansara tan rápido, tampoco sabíamos que tal vez se había acostado a las cuatro o cinco de la mañana después de hacer teatro de revistas, cenar con un vinito y quizás un trago con los amigos al final de la noche.
Aveces participaba de nuestras salidas Coquito (Humberto Ortiz), su compañero de trabajo y mejor amigo hasta su muerte el 11 de octubre de 1982.
Una tarde jugábamos al fútbol en " nuestro lugar" con Coquito, a los diez minutos de estar jugando Coco pega un puntinazo como para hacer el gol de su vida en una final del mundo, la pelota, una número cinco de cuero que estaba buenisima, que papá nos había comprado recientemente, queda inmóvil, clavada en las enormes púas de un palo borracho. El tiempo se detuvo por un instante, mi viejo, Fernando, Mariano y yo, observábamos cómo la pelota se desinflaba lenta e inexorablemente con el clásico sonido "pfffffffff" del aire que se escapa dando por finalizado el partido. El viejo, de reacción rápida, corre hacia el árbol y le dice a Coco que lo alce para tratar de salvar la pelota, ya que encima había quedado clavada bastante alto.
No lo lograron y terminamos comiendo asado en el restaurante La Tranquera de Figueroa Alcorta
La salida sabatina terminaba generalmente en el kiosco donde comprábamos figuritas para el álbum "Pirata" o para alguno de fútbol. Nos compraba varios paquetes a cada uno, lo que nos aseguraba entretenimiento para toda la semana.
Nuestra infancia fue de clase media baja, la de él fue de clase baja o pobre.
Alberto Olmedo nació en un conventillo de Rosario y transcurrió toda su infancia en el Barrio de Pichincha. Un lugar bravo plagado de prostíbulos y gente pesada por algo en aquella época a Rosario la llamaban la Chicago argentina, nombre que mi viejo citaría con orgullo en sus sketchs de fines de los años ochenta.
Vivía con mi abuela Matilde (se hacía llamar así porque su verdadero nombre era Plácida Isidora) y mi tía Pelusa (menor que él). Mi abuela hacía tareas domésticas en casas de la zona, y las carencias y el hambre lo hicieron crecer de golpe. Tuvo que salir a trabajar a los siete años para ayudar a la vieja, siendo muy chico se tuvo que convertir en el hombre de la casa. Su primer trabajo fue haciendo el reparto de una verdulería, más tarde vendría la carnicería donde hizo de todo, hacía el reparto en bicicleta, se caía de la bici, la carne terminaba en el suelo, la levantaba, la envolvía y seguía entregándola como si nada. Y aprendió a manejar el cuchillo con maestría a la hora de cortar las medías reses. Cada cosa que aprendió en su infancia, adolescencia o juventud, después la aplicó en el espectáculo. El manejo del cuchillo lo perfeccionó años después cuando trabajó en un circo y ese aprendizaje le sirvió para arrojarle los cuchillos a Moira (Dorys del Valle), la secretaria del personaje El Mago Ucraniano en el programa El Chupete. También como El Capitán Piluso le arrojó cuchillos a Coquito en vivo en televisión y más tarde El manosanta le arrojó cuchillos al Enano Polvorita.
A la mañana trabajaba en la carnicería, paraba para almorzar en la casa, a la tarde iba a la escuela y al salir y hasta la nochecita seguía en la carnicería. Como alguna vez contó, para él no era ninguna tragedia tener que trabajar tanto. Le gustaba, era un juego. Claro que el frío de algunas mañanas y ver a otros chicos jugando a la pelota a veces lo hacían sentir mal pero no mucho, tenía una clientela sensacional, era flaquito, alegre, simpático. La gente lo quería mucho.
Otra salida que compartíamos y disfrutábamos era ir al cine. Vimos toda la saga de james Bond desde Dedos de Oro hasta las últimas protagonizadas por Roger Moore. Con el viejo éramos fanáticos de la pelis d e acción y especialmente de las comedias de un actor francés llamado Louis De Funes. No sé si alguie'n en la vida hizo reír a mi viejo tanto como las actuaciones de este actor. A veces nos ensartábamos con algunos bodrios y él aprovechaba para dormir la siesta en el cine.
Hasta acá era la parte divertida, lo malo de ir al cine es que íbamos a los cines de la calle Lavalle, dejábamos el auto a una o dos cuadras y para llegar al cine caminando esas cuadras podíamos tardar unos quince minutos. ¿El motivo?: La gente que no paraba de saludarlo, pedirle autógrafos, tocarlo (para ¿quééé???) mientras una pequeña muchedumbre lo iba rodeando. En general recuerdo que se trataba de señoras gordas de culos grandes y feos, con chicos algunas y con papeles y biromes en la mano. No dudaban en acariciarnos la cabeza y, personalmente, recuerdo la impunidad con que me tomaban de los cachetes hasta que me quedaban rojos. Era insoportable, injusto, el precio de la fama ajena era demasiado alto para un chico de siete u ocho años. Él no dejaba de avanzar con la sonrisa en la cara, una mano que nos tomaba a Mariano y a mí para que no nos perdiéramos en el tumulto y Femando cerca. Él agradecía, saludaba y explicaba que se nos hacía tarde para el cine. A veces salíamos corriendo para llegar a tiempo, pero debo confesar que no recuerdo haber visto ninguna película desde el principio. Por eso el viejo siempre elegía las que eran en continuado para, al final, ver el principio en la próxima función.
Mi rechazo por la popularidad se inicia en esa época.
La previa del cine era casi siempre un almuerzo en el restaurante El Parque en Uruguay Viamonte, un lugar enorme con entrada por ambas calles, la de Viamonte al lado de la APA. Generalmente nos atendía un mozo viejito, tano, que se llamaba o le decían Porto o Portofino.
Disfrutábamos esos almuerzos, nos reíamos mucho, el viejo, siendo él mismo, nos hacia descostillar de risa. En la vida privada podía ser diez veces más gracioso que actuando.
Algunas veces nos pasaba a buscar por el departamento donde vivíamos en Boulogne Sur Mer y Corrientes e íbamos a visitar a Fidel Pintos que vivía en la esquina sobre Comentes, en un primer piso arriba de la heladería Alviyak. Fidel fue como un padre para mi viejo. Se amaban.
Para el año mil novecientos sesenta y siete, papá ya estaba en pareja con Tita, su segunda esposa, y en el sesenta y ocho nació Javier. La carrera artística de mi viejo iba en meteórico ascenso. En mil novecientos sesenta y dos ganó su primer Martín Fierro al mejor programa infantil por El Capitán Piluso, después vino el enorme éxito de Operación Jaja y El Botón ambos con los hermanos Sofovich. Empezó como uno más en un elenco de figuras,pero, rápidamente, junto con Porcel y Juan Carlos Altavista como Minguito, se destacó quedando a cargo de la presentación de los programas como un maestro de ceremonias interpretando al célebre Rucucu. El personaje hablaba de manera extraña, haciendo una especie de tonada rusa que a veces mezclaba con el rosarigasino (dialecto que dominaba y que se hablaba en las cárceles de Rosario). Rucucu nace en un juego que papá hacía con mi hermano Javier, le acercaba la mano abierta a la cara y la alejaba diciendo ¡ ¡Rucucu!! o ¡Rupeta!!! Rucucu es el primer personaje popular que interpreta que empieza a mostrar el detrás de cámara de la televisión, es con este personaje que empieza a cambiar la manera de hacer TV La desacartona, muestra los decorados rotos, la ropa en mal estado de los actores y actrices, pasa detrás de cámara y muestra a los camarógrafos, derriba "la cuarta pared" y se hace cómplice del telespectador. No lo planifica, no hay guión, es pura intuición. La luz roja encendida de la cámara lo transformaba.
Sus años de técnico detrás de cámara en el Canal Siete desde el año cincuenta Y cinco (era switcher, el encargado de mandar la cámara al aire tocando un botón) le habían dado un dominio absoluto de lo que se estaba viendo. Fue en esa época donde alguien dijo: - El negro tiene que estar delante de cámara.
El hecho que lo sacaría de detrás de cámaras sucedió durante una cena donde estaba todo el personal, directivos y artistas del canal. Cuenta Pedro Voiro (ya fallecido), quien fue director y guionista de mi viejo en las primeras épocas, que el clima en la cena era denso, había hablado un locutor muy conocido de la época ylo que dijo no le cayó bien a los directivos entre los que estaba Augusto Bonardo y Julio Bringuer Ayala. Había mucha bronca y también mucho vino, la gente se empezaba a ir. Después de unas cuantas botellas, Voio se puso a escribir un texto en un pedazo del mantel de papel, lo cortó y se lo pasó ami viejo, él se subió a una mesa y empezó a leer, después empezó a improvisar, ventiló todos los conflictos que se hablaban en voz baja de una manera graciosísima, imitando las voces de cada uno que mencionaba. Habló de las internas del canal como si friera un guión televisivo, la gente se revolcaba de la risa El éxito de esa "actuación" hizo que Bringuer Ayala le ofreciera hacer un monólogo en el programa La Troupe de TV que iba en horario central y lo dirigía Pancho Guerrero. El switcher comenzó a trabajar de actor sin dejar de ser técnico. A veces operaba la consola de switcher disfrazado y maquifl0 para salir al aire en cualquier momento. Después de actuar, volvía a su Puesto en el control.
En Operación Jaja y El Botón después, interpretó otros personajes que trascendieron como El Guapo Piolín que se batía a duelo de facón por el amor de "La China" de turno con el Guapo Portones (interpretado por Javier Portales) a quien siempre acuchillaba por la espalda (el vivo argentino, traicionero y desleal). También participó en el sketch de La Peluquería de Don Mateo, la primera, con Fidel Pintos, el original peluquero Don Mateo, y el cliente era Porcel. Mi viejo hacía de policía o de bombero, cuando alguien decía "fuego" entraba con extinguidor abierto en mano tirándole el gas frío a Porcel en la bolas ya los pies de Fidel, creando un momento de caos y locura en el sketch ya que salía de cámara y con el extinguidor atacaba a los actores que miraban la grabación, a los técnicos o cualquiera que pasara por ahí.
Como cómico, su figura se agigantaba cada día, como amigo era muy querido y buen amigo de sus amigos. Como padre hacía lo que podía. Se tenía que repartir con dos casas, una esposa, una ex esposa y cinco hijos.
Con Tita ya tenía a Javier y Sabrina, y Tita, adelantada a los tiempos y con buen criterio, le sugería que nos llevara a Femando, Mariano ya mía la casa o que compartiéramos tiempo juntos los cinco hijos.
Mi viejo se resistía y el único argumento que daba era decirle: -j Dejámeamí! ¡Yo soy Escardó 1 !-
1-Famoso medico pediatra de la época. Escribió Enciclopedia para padres en la década del '60.
Tal vez papá no terminó de leerla Enciclopedia para padres del Dr. Escardó y para muestra basta un botón.
Cuando yo estaba en segundo grado, falté unos días por estar enfermo. Cuando volví a la escuela la maestra me hizo pasar al frente para hacer unas divisiones. El tema había sido explicado durante mi ausencia, por lo tanto, no tenía idea cómo se hacía la división. La maestra (a quien no voy a juzgar ahora) me dejó parado frente al pizarrón lo que para mi fueron varias horas humillante sin resolver ni una cuenta. Cuando terminó el martirio y volví a casa, le avisé a mamá que a la escuela no iba más. No se me dio la más mínima bola. Al día siguiente, berrinche de por medio, falté. Y también falté los días subsiguientes. Cada día era una batalla en casa para que yo fuera a la escuela.
Finalmente mi vieja, cansada y sin saber qué hacer, lo llamó a mi viejo y le explicó la situación.
-Marcelo no quiere ir a la escuela!, ... ¿podés hablar con él?
-Sí, claro ... l sábado le hablo - respondió el viejo.
Cuando el sábado nos pasó a buscar, fuimos a jugar al fútbol y a almorzar; cuando llegamos de vuelta a casa, antes de bajarme del auto, Olmedo, el autodenominado discípulo de Escardó, me encaró con cara muy seria:
.-Así que no querés ir más a la escuela?
-No ... - respondí con cierto temor reverencial.
-Y por qué? - preguntó el viejo.
Porque la maestra me gritó - dije casi con lágrimas en los ojos.
Mi viejo percibió mi angustia.
-Te gritó?
Sí.
-Entonces ... ¡¡no vayas más!!
Me dio un beso, me bajé del auto y entré en casa.
En diciembre de mil novecientos sesenta y nueve, rendí libre segundo grado y pasé a tercero.
Después de aquella conversación tengo recuerdos borrosos donde mi vie-
ja le gritaba a mi viejo por teléfono cosas como: ¡ ¡Irresponsable! ly ¡ ¡boludo!!
Fuente: Extraído del Libro” El Negro Olmedo- Mi viejo- Estatica Editori