Por Héctor N. Zinni
Rosario vio poquísimos espectáculos de strip tease, el sea el arte de desnudarse frente al público. Incluido como número final en los espectáculos revisteriles del Casino, imaginado por el público que asistía a dicho teatro, cuando, a la vista de cada mujer que salía a escena le gritaba "Ponete en bola!" e interpretado por mujeres de cuerpo nada agraciado en ese lugar y en las míticas revistas del cine San Martín - el que estuvo en San Martín al 600 -, el strip tease tuvo su historia, que vale la pena contar:
El 9 de febrero de 1981, según los franceses, nació el strip-tease en la pista del Moulin Rouge. Los estudiantes de Bellas Artes, esa noche, decidieron dirimir una vieja querella entre Faride Chanté y Janine Tharide, dos modelos que posaban desnudas en las clases de dibujo. Cuando la Chanté se hubo quitado la última prenda y el público la aclamó como la más bella, estalló una batahola descomunal. Monsieur Zidler, el patrón del Moulin, tuvo que acudir a la policía para calmar los ánimos. Una semana después, la ganadora acusada por el senador Víctor Berenger, presidente de la Liga Patriótica Francesa de la Decencia Pública, fue condenada por el Juez de Faltas a oblar la suma de cien francos bajo el apercibimiento de pasar seis meses a la sombra en caso de reincidencia.
El magistrado ignoraba que, inútilmente, acababa de castigar el primer intento de un arte que medio siglo después habría de invadir los escenarios del mundo.
Sin embargo, sesenta y tres años tardo el strip-tease en arribar a la reprimida Buenos Aires: una ordenanza del 25 de marzo de 1929 prohibía a las bailarinas quitarse las ropas, hasta ciertos y rigurosos límites en los locales públicos. Es verdad que el úcase no siempre se cumplió con rigor y que, en 1967 el ex alcalde de la Capital Eugenio Schettini, trató de resucitarlo días antes de delegar el mando en Manuel lricíbar: de un mandoble, el nuevo prefecto zanjó la vieja disputa derogando la antigualla jurídica e/8 de octubre de ese año.
Desnudos simultáneos
"Hasta arribar al Río de la Plata, el arte femenino de quitarse la ropa al compás de la música tuvo una historia muy poco apacible. La palabra strip-tease (desnudarse, acariciando) quedó acuñada en Nueva York, en los primeros días del siglo, cuando los hermanos Minsky crearon una revista musical con dicho nombre. En 1908, los bomberos de Chicago tuvieron que hacer funcionar sus mangueras para aplacar al público masculino que pujaba por tocar la desnudez de la bailarina Ethel Yeamons, una devota de Isadora Duncan, pionera del baile a flor de piel.
En febrero de 1922, la platea de Haymarket Theatre presenció, sin mayores consecuencias, el primer show de desnudos simultáneos. Pero las reglas del arte (o artesanía?) quedaron fijadas en 1937, por Ann Cono y, sobretodo, por la famosa Gypsy Rose Lee. El último país occidental en bajar la guardia y aceptar que tales contoneos y despojos tienen la categoría de un arte, fue Gran Bretaña, aunque, la austera España tuvo, entre sus tradiciones seculares, a las famosas bailarinas desnudas de Cádiz.
El 17 de octubre de 1967, Peter Follari, un italiano emprendedor, obtuvo del Lord Mayor londinense, la primera licencia para abrir una sala dedicada exclusivamente al strip-tease, The Dolls House, en pleno barrio de Soho, y echó por tierra un centenar de clubes privados donde, para observar como una bailarina se quitaba el breve atuendo, era necesario pagar una tarjeta de afiliación, la única forma hasta entonces de burlar una negativa dictada en tiempos de la Reina Victoria.
Fervores eróticos
"El primer espectáculo de strip-tease sobre un escenario que yo recuerde decía el memorioso Alfredo Doño, 56, casado, dos hijos, empresario del Little Theatre en Lavalle al 700, uno de los dos únicos locales donde en Buenos Aires se practica esa inocente manía en forma continuada (el otro es el Teatro Florida, en la Galería Güemes) - tuvo lugar en junio de 1954 en el desaparecido Teatro Soleil, bajo la atrevida inspiración del empresario Jaime Swarman, quien, alentado por los desnudos del Folies Bergere, que se presentó en esa época, se animó a desafiar la ordenanza de 1929 e hizo trepar a escena a media docena de estripteras, muchas de ellas coristas en decadencia que aceptaron el papel de Evas al doblarse sus pagas".
Sin embargo, esta afirmación era cuestionada por arcaicos habitués del "gallinero" del viejo Cosmopolita (blindado con un fuerte alambre tejido para evitar que los proyectiles alcanzaran a los malos cómicos): algunas bailarinas del espectáculo picaresco, enardecidas por los gritos, como los "espontáneos" taurinos, culminaban sus diálogos chispeantes con el público despojándose totalmente de sus indumentos.
A partir de 1954, luego de la ruptura de Perón con la Iglesia, la fiebre del strip-tease se apoderó de Buenos Aires. Simultáneamente, además del Soleil, el Florida, el Babilonia (en el Parque Retiro), el Teatro Mitre de Corrientes al 5400 y hasta algunos cines de barrio, se lanzaron a competir furiosamente para acaparar los fervores eróticos del público masculino, largamente inhibido.
Decanato del strip-tease
"Cuatro años más tarde, en 1958, comienza la decadencia: el Intendente Hernán Giralt endureció a los inspectores municipales. Las presiones, según el empresario Doño, eran muy variadas: iban desde la obligatoriedad de usar el "umbilical", una cinta de hilera que sostiene el "triángulo" o tapa-sexo de la bailarina (para evitar catástrofes en escena), llevar corpiños de "media taza" con la prohibición de exhibir la totalidad del busto, y con estrellas, margaritas artificiales y otras carantoñas, ocultar la cúspide riesgosa de los senos.
Sin duda alguna, el Teatro Florida puede ostentar con orgullo el decanato del strip-tease en Buenos Aires. "Es que la sala nació hace 54 años para la frivolidad", señala Antonio Prat, 64, casado, animador no sólo de los espectáculos de aquel teatro sino de muchas compañías de revistas en giras por provincias y países vecinos, organizadas, a veces, por el Maipo. "En los tiempos del cuplé - agrega- en 1915, cuando reinaban La Goya, Luisa Vila y doña Lola Membrives aún cantaba airosos chotis, Teresita Zazá - Teresa Maraval - más tarde una de las primeras empresarias del Smart - provocaba en el Florida el delirio de connacionales y nativos, entonando las letras picarescas y osadas que importaba del Madrid de ese entonces."
A fines de la década del 20, Ernesto Vilches trató de cambiar el destino de la sala sin lograrlo. Los empresarios Doblas, Bourell y Bellini rescataron al Florida para lo picaresco, pero en la década del 40, Pérez Prado, al no conseguir una sala en Buenos Aires para deflagar sus mambos se aposentó en el local, sin llenar más de cinco filas de platea por noche.
El hijo de Gloria Guzmán
"Un nuevo intento de transformar al Florida en music-hall, esta vez capitaneado por Carlos A. Petit y el propio Prat, también fracasó diez años más tarde: ni Las Mulatas de Fuego, ni José Marrone, ni Juanita Martínez, lograron que la magra temporada se extendiera más allá de las dos semanas. "Héctor Baldini, en ese entonces empresario de la sala - rememora Prat - me conminó a debutar con un nuevo espectáculo en 48 horas: recluté al trío Charola, a Mabel Miranda, a cuatro o cinco desconocidos y, con una buena dosis de pimienta, salimos adelante". Al devolverle a la sala su imágen pecaminosa (aunque ahora por el escenario sólo vagaban sketches remanidos, estripteras desganadas y cómicos de la legua), la audiencia regresó; pero se alejó nuevamente luego del incendio de 1961.
Un año después, Los Fantásticos, una comedia musical norteamericana con los dos Osvaldo Pacheco y Terranova, logró una temporada discreta. Ni Manuel Benítez Sánchez Cortés, ni los tacones de su compañía folklórica andaluza encabezada por una de las Pericet, ni la desvaída comedia musical de Pablo Palant El dedo gordo, consiguieron inyectarle al Florida una nueva dosis de espectadores.
En 1966, Francisco García Guzmán, 46, casado, vástago de la inmortal reina de las vedettes, Gloria Guzmán, alejado del teatro por su progenitora ("quería que fuese médico como Miguel, el hijo de Carmen Lamas, y para ello me mandó a Madrid al Colegio de los Padres Esculapios, pero terminé con un certificado de perito textil"), compró el Florida a Rafael Membrives, un sobrino nieto de doña Lola, "tan sólo las instalaciones pues las paredes son de Danubio S.A., una hilandería propietaria de la Galería Güemes". Después escuchó las propuestas de Héctor Courbet, quien se convirtió en empresario de la compañía. Entre ambos mostraron "continuados de strip-tease para ejecutivos", a la manera de los que García Guzmán había visto en Londres y París durante sus viajes de negocios.
Entre el "Little" y el "Florida"
"Más breve es la historia de Little Theatre, un desprendimiento, en cierto modo, del Florida. Alfredo Doño y su mujer, Ivonne Borgata, comandan el reducto e imaginan, con la ayuda del coreógrafo Carlos Perry la "dirección artística" del cómico Roberto Castro, el falso erotismo de los cuadros.
Doño se atribuye el mérito de haber logrado en 1966, que el desnudo artístico renaciera en la Galería Güemes, "donde oficié de administrador durante año y medio y fui el creador del continuado para ejecutivos", una modalidad que en el Florida ha llegado a las mil representaciones la semana pasada.
Los continuados siguen en ambas salas, pero con algunas diferencias: mientras en el Florida se descansa el domingo (el centro comercial ese día se despuebla), en el Little no hay relache y el personal toma sus francos en forma alternada (el domingo es un día tan productivo como el viernes o el sábado a causa de los cines). En ambos, viernes y sábados, hay una sección suplementaria, hasta la una: los otros días el telón se levanta a las 13 en Florida ya las 15 en Lavalle, y cae a las 22.
García Guzmán declara abonar a la "empresa de paredes" un alquiler mensual de 350 mil pesos; en cambio Doño deposita diariamente 10 mil a Artes y Ciencias, el primer locatario, que debió ceder al Little sus butacas, escenario, cortinados y aparejos eléctricos, cuando las anteriores empresas de compañía fracasaron al intentar hacer teatro presuntamente serio.
El Little asegura que con 150 localidades, a 280 pesos la platea, logra una media de 200 espectadores diarios (400 los días sábados). El Florida, con 300 butacas, a 350 pesos, registra una media de 300 vouyers.
Poquísimas estripteras en el país
"Las recaudaciones permiten a los empresarios de ambos locales pagar el montaje, sueldos y mantenimiento de un espectáculo que dura, aproximadamente, entre dos y tres meses, y cuyos costos son los siguientes: decorados, 300 mil pesos; alquiler del vestuario en casas del ramo, 100 a 150 mil pesos ("aunque a veces haya que confeccionar alguna ropa, pero su costo no pasa de los 30 mil pesos" declara el empresario Courbet).
Un elenco de 10 personasrecibe en el Florida 200 mil pesos semanales, mientras que el patrón del Little desglosa su nómina diaria de la siguiente manera: un actor cómico, 2.300 pesos; un primer actor, 2000 pesos; una vedette, 2.300 pesos; el coreógrafo, 2.500, y la estriptera de fila 1.800.
En varias cosas las empresas se ponen de acuerdo: el público masculino, en 99,99 por ciento, pertenece a la clase media, su edad oscila entre los 25 y los 50 años, la mayor afluencia se produce en horas de la siesta ('por la noche hay que salir con la novia o con la esposa"), el 70 por ciento son nativos de Buenos Aires y el 30 turistas provincianos o extranjeros. Pero ambos se vanaglorian de contar con visitas ilustres ("Edwin Martin, el ex embajador de los Estados Unidos, venía dos veces por semana", asegura García Guzmán: "a menudo recibo jueces del tribunal de faltas, altos empleados de la Dirección Impositiva y ejecutivos de conocidas empresas", se alaba Doño, pero silencia los nombres por precaución).
Esas coincidencias no suponen un clima de cooperación y amistad. Por el contrario, una sorda rivalidad corroe a los dos teatros, según la opinión del empresario del Little. La causa de la guerra fría podría ser la escasez de estripteras, "tres docenas en todo el país" que termina por elevar los sueldos y hace peligrar el negocio.
Para vivir, hay que cambiar
"Ni París, ni Londres, cuentan con una escuela donde se enseñe el strip-tease", proclama Lucianne Hervé, una cantante y actriz francesa, adquirida hace tres semanas por el Florida para la regié de sus espectáculos y sobre todo preparar el lanzamiento de Poupée Pigalle, una seudodiscípula de la Hervé: "importada de París". La lacrimógena biografía fabricada por los empresarios de la sala de la Galería Güemes, narra: La Pigalle viajó en 1965 a Francia becada. Abandonada y sin recursos, trabajó como modelo en Ja Escuela de Bellas Artes; luego mostró sus abundancias corporales en tres cabarets especializados: La Tomate, Les Naturistes y La Nouvelle Eva. Durante un año también, se quitó la ropa en el Sexy. Su edad (24 años) y su divorcio son sospechosos, pero no sus medidas: 105, 67, 104.
Más verosímiles son las historias - verídicas - de las otras estripteras, colegas de Pigalle o pupilas del Little: Nancy Colbert no quiere dar su nombre "porque mis padres en General Pinto no saben que trabajo aquí", Alicia Donal también se opone a identificarse, "porque si mi abuela se entera le da un soponcio". La mayoría de las stripteras ha incursionado por las academias de danzas clásicas, españolas, folklóricas o conservatorios, y cuentan con un diploma. En cambio, Manan D'Acuña no tiene empacho en declarar que abandonó su máquina de escribir a causa del magro sueldo de dactilógrafa que recibía; nació en Tucumán hace 20 años y fue inscripta en el Registro Civil con el nombre de Ana Rosa Bustamante.
Cuando llegue el momento
"Su comprovinciana Teresa del Carmen Albornoz, oriunda de Monteros, con sus 28 años, es la decana de las desnudantes: se hace llamar Tessy Key, su sueño es ser propietaria de una casa de modas, para ello ahorra y hace "dobletes" en boites y clubes nocturnos, como la mayoría de las otras nudistas. Karina Lester (Mirtha Beatriz Pozzio) canta en el Florida con ropa suscinta, únicamente, pero "ahora dejo todo porque me voy a casar, a lavar platos y a criar muchos chicos".
En el Little, Bettjna Mauro (María Cristina Di Mauro, 20 años, soltera), primera figura del espectáculo, exhibe sus cartas de nobleza: diploma de piano, danzas clásicas y españolas de la sucursal Villa Devoto del Conservatorio Fracassi, y su paso por El Nacional, Tabarís y Maipo. Marcia (Ana María Vanega, 20 años) después de estudiar danza con Violeta Panasci, recibió su título de maestra normal nacional en el Colegio Suizo "Jacques Dalcroze", trabajó como empleada de banco, fue secretaria en Radio Belgrano de Hugo Guerrero Martinheiz y debutó hace una semana "sin que supiera mi padre, un ingeniero agrónomo que ahora está en Brasil".
Lucianne Hervé asegura que se puede hacer strip-tease hasta los 45 años y cita el ejemplo de Rita Renoir, que anda por esas fronteras. "Todo depende del físico, del buen ánimo y también de la procedencia. La procedencia es un factor preponderante para elucubrar los movimientos sugestivos: una nórdica, magra de carnes, puede hacer muchas cosas que en una latina resultarían groseras".
Es que la obesidad y la flaccidez son las enemigas mortales de las stripteras, un fantasma que las acosa y las hace pensar en un matrimonio afortunado, en otro género teatral o en el comercio, "cuando llegue el momento". Un momento no muy largo, a pesar del optimismo de la veterana coreógraf a francesa. 1
NOTAS:
1 Revista Primera Plana, nro. 334, Bs. As.. 20/5/1969, págs. 80/82.
Fuentes: extraído Capítulo 4 de la cuarta parte: LA VIDA VIVIDA del libro Rosario era un espectáculo ¿Arriba el telón! Autor: Héctor N. Zinni de 1997.