Por
Rafael Ielpi
En
los años iniciales de la década del 30, algunos de los cines y
teatros rosarinos se transformaban regularmente en pistas de baile
para organizar reuniones bailables en las que coincidían más
de una vez las grandes orquestas porteñas con las rosarinas. Era el
caso, por ejemplo, del Cine
Teatro Real, en
Bvard. Oroño y Salta, que en julio de 1934 anunciaba a la orquesta
de Edgardo Donato, del mismo modo que un mes después lo haría
con Mercedes Simone, una de las figuras tangueras del momento, y con
el popular "Pirincho" Canaro.
La
tradición del Real como enorme salón de baile venía en
realidad de los años del Centenario, cuando para los días de
Carnaval ocupaban su vasto escenario orquestas muchas veces formadas
especialmente para esa ocasión, como la que reuniría en 1916 a
músicos como Fresedo, Aro-las, Canaro, Roccatagliata y otros, todos
ellos ingresados a la historia del tango.Ese mismo año de 1934,
mientras moría en Francia Madame Curie, la ciudad se movilizaba ante
otras noticias menos livianas, como la inauguración del llamado
Sanatorio
de Llanura, en
Avda. Godoy y Provincias Unidas, dirigido por la Liga contra la
Tuberculosis o el anuncio, en julio, de la pronta finalización
de las obras que habilitarían el camino asfaltado hasta Santa Fe.
Sin olvidar el interés general que despertaría la llegada a Buenos
Aires del Graff Zeppelin, el Io
de julio, que aterrizaría en Campo de Mayo cerca de las 9 de la
mañana y partiría dos horas después rumbo a Río de Janeiro.
En
el lapso que transcurriría hasta los inicios de los años 40, los
bailes se sucedían mientras tanto durante todo el año, reiterando
sobre todo en los barrios una ceremonia que iba desde la ardua
elección de la indumentaria, en una época en que el traje era
poco menos que una imposición, a ensayos de alguna coreografía o
las técnicas para entablar alguna relación con el sexo
opuesto. Las convenciones y rigideces que persistían entonces
podían advertirse incluso en los salones de baile, con las muchachas
y mujeres con sus madres o acompañantes femeninas y los varones en
el otro extremo. Aquellas reuniones bailables obtenían mucha
mayor concurrencia y aceptación, sin embargo, en los calurosos meses
de verano correspondientes al Carnaval.
Así
por ejemplo, en los primeros días de febrero de 1940, la ciudad
tenía una oferta bailable casi increíble en la actualidad, en la
que se anotaría otro de los grandes ámbitos del espectáculo en
Rosario: el tradicional Teatro
Colón, de
Corrientes y Urquiza, cuya publicidad en los diarios rezaba: "A
fin de evitar las aglomeraciones en la pista central, se habilitará
también el amplio salón de baile del segundo piso, con grandes
balcones a la calle".
Otro
local no convencional, el Cine
Rex, promocionaba
una oferta nada convencional: tres orquestas típicas (las de Luis
Chera, José Sala y Juan Alberto Migliazzo), tres de jazz (Lac
Prugent, Talgueras y Ochoa) y la Característica Monumental, junto a
otras dos del mismo género, las de Orlando y Nocito. Aquella
fiebre danzante se extendería a todo tipo de recintos: el Cine
Star, en
27 de Febrero 1065; el ex Cine
Ideal, el
Edén
Park, con
la vasta pista al aire libre; el Teatro
Nacional de
calle San Martín, donde además de las orquestas de rigor podía
asistirse a las exhibiciones de baile del Profesor Scudin y señora.
Este
matrimonio descubriría un filón anexo a esa pasión generalizada:
la enseñanza del baile. Así, en su academia de Mitre 720, de 10 de
la mañana a 12 de la noche, José Scudin y su cónyuge trataban de
convertir en eximios danzarines a hombres y mujeres con el slogan de
que "para divertirse en los bailes de Carnaval hay que saber
bailar", sin dejar de recordar que eran "los verdaderos
campeones sudamericanos de bailes modernos". La enseñanza
debía de ser realmente eficaz si se piensa que despachaban a los
alumnos "en 10 lecciones, con cursos económicos".
Mucho
más distinguido que otros clubes, por la composición social de sus
socios y por el poderío económico mismo de la institución,
Gimnasia
y Esgrima proponía
a un músico también elegante, Osvaldo
Fresedo y
a Los
Dados Negros locales,
anunciando que "la entrada general da derecho al libre
acceso a la pista de baile, como a las 1.000 mesas y 4.000 sillas, no
reservadas".
Fuente:
Extraído de la Revista “ Vida Cotidiana Rosario 1930/1960”
Fascículo Nº 5