Por
Rafael Ielpi
No debe sorprender entonces que tanto sobre el lugar como sobre su
responsable femenina (acerca de cuya identidad y destino ulterior no
se conocen pistas verificables salvo la larga saga de testimonios
personales cuya veracidad es pasible también de dudas en muchos
casos y algunos documentos que tampoco definen en forma terminante la
incógnita) se hayan escrito cosas como ésta, aparecida en el diario
Rosario Gráfico, de Caifaro Rossi, en abril de 1932: Fingida o
real,
local o internacional, Madame Safo es la mujer con más aureola con
que cuenta Rosario, la que primero martillea en la memoria al
desembarcar por Súnchales. Y ella quedará como no ha quedado
todavía ningún artista, ningún literato, ningún hombre de
negocios. En Retiro, los familiares de quienes viajan con
destino a Rosario soplan al oído de éstos frases de sonoridad
voluptuosa: "¡Cuidado con la Safo!", "¿Van a
visitar a la Safo?"
No
faltan incluso ficciones literarias que intentan dilucidar, siguiendo
tal vez pistas reales, la historia de aquella "casa del placer"
y de quien bien pudo ser su dueña o regenta o por lo menos la
primera Madame Safo. Es el caso de Esther Goris en Agata
Galiffi. La flor de la mafia, novela
donde aparecen nombres y apellidos que, hábilmente, se pretende
vinculados al prostíbulo más famoso de la ciudad.
La
residencia tenía un pasado. Según se decía, la familia Irurzún,
que
la había hecho construir, la cerró hacia comienzos de siglo,
después de la muerte de Dolores, la anciana que había reinado sobre
ellos desde que tenían memoria, presidiendo los acontecimientos y
aniversarios familiares. La sucesión fue penosa y prolongada,
obstaculizada por los rencores de aquellos que habían estado cerca
de Dolores hasta sus últimos días y los otros, ¡os que acudían
recién ahora a reclamar sus derechos. Finalmente se decidió
venderla con todos sus muebles en 1916. Cuando la condesa Miklas
Estehazi, a quien un oscuro misterio la había llevado desde Budapest
hasta Rosario, se mostró interesada por la casa, la familia se
tranquilizó. Después de todo, ese panteón familiar quedaría en
manos nobles. A los Irurzún se los tragó la corriente de la
inmigración con la que se mezclaron hasta desaparecer. En cambio, la
condesa se mantuvo apartada de la sangre fresca que continuaba
bajando desde Europa, y como esfinge de piel blanca, reinó sobre
patios y salones que el afán de ciertos arquitectos transformó en
un recuerdo de la Alhambra. La discreción que imponía el tema no
impidió que se la conociera rápidamente como la
casa de Madame Safó: ya
nadie se interrogaría sobre la validez de su título de condesa...
(Esther
Goris: Agata
Galiffi. La flor de la mafia. Editorial
Sudamericana, 1999)
Un
olvidado y acaso olvidable novelista, José María de Pedrera, cuyo
nombre tiene todas las características de un seudónimo, menciona
un dato que marca también la fama de aquel prostíbulo y de su
legendaria madama, capaz de convertir al primero en ámbito de
agasajos y a la segunda en elegante anfitriona: Cuando
a la ciudad llegabaalguna persona destacada en política, literatura,
ciencia o en cualquier otra actividad, a quien hubiera de
atenderse u homenajearse, era el quilombo el lugar del agasajo; en el
salón principal, algunos de los cuales estaban decorados con
refinamiento y lujo, se tendían las mesas en banquetes o vinos de
honor, afirma
en una de las páginas de Doña
Casta: historia de una gran mujer, su
única novela conocida.
Yo
fui muchas veces a los quilombos cuando era joven. No los tengo a
todos en la memoria porque pasó mucho tiempo pero sí me acuerdo del
Madame
Safo, porque
era el mejor de todos. Yo fui varias veces, cuando podía juntar unos
pesos, porque era de 5 mangos y había que juntar para eso: para el
tranvía, para fumar, para tomarse algo en el quilombo o en alguno de
los boliches, así que no era fácil la cosa para los que
trabajábamos. La madama era una rubia bastante buena moza que
tendría unos 40, 45 años más o menos, y no se daba mucho con los
clientes. Bah, con algunos clientes sí, porque en más de una
ocasión la he visto jaranear con muchos tipos del centro: médicos,
abogados, muchos políticos de esa época, que iban y charlaban con
ella como si fueran compinches. Yo nunca hablé; apenas la veía
moverse adentro del quilombo como una señora... Tenía un porte
bárbaro, pero nunca la vi meterse en la pieza con alguno. Se ve que
no estaba en eso. Algunos decían que el marido era el dueño de ese
quilombo, pero no sé si era cierto o son macanas...
(Julián
Chandro: testimonio personal recogido en octubre de 1985)
El
"Madame Safo" tenía, además de sus aún subsistentes
características arquitectónicas (mucho más notorias que las
de otros prostíbulos), un aura selectiva que constituía parte
de su fama y que dejaba inexorablemente afuera de sus habitaciones a
quienes, por su condición social o su indumentaria no
garantizaran el pago de los 5 pesos de rigor o apareciesen como
eventuales promotores de algún incidente que desentonara con el
"buen tono" del lugar. La categoría social de muchos de
sus habitúes, la relevancia política local o regional de otros,
eran circunstancias que hacían aún más necesario cierto recato en
esos locales, que evitara en lo posible la intervención policial,
por más que la misma no pasaba, si había gente notoria en el
recinto, de un simple expediente cuando no de un simulacro.
Había
un requisito para ser admitido en el Safo.
Un
examen a través de la mirilla de la gran puerta de cedro
labrado. Resistimos la prueba. La puerta se abrió y entramos: un
grandote de smoking se hizo a un lado y nos sumergimos en un corto
corredor, muy ancho, piso y zócalos de mármol, macetas y flores a
los costados, una puerta cancel de cristales tallados, abierta, y con
todo eso, una fresca atmósfera perfumada rescatándonos de la
canícula. Rumor de ventiladores por todas partes, voces discretas,
sin gritos... Mujeres cruzando lánguidamente ese espacio, con una
belleza que aún no había empezado a marchitarse, suaves bajo las
ropas traslúcidas de soiré, casi aladas, piernas perfectas
surgiendo por la hendidura de los vestidos, firmes
sobre
los pies también firmes en los zapatos de raso, las medias de seda,
elevados sobre tacones Luis XV Una estudiada distinción
planeaba sobre todas esas mujeres y el menor de sus movimientos.
Y Madame Safo, enseguida supe que era ella, como una marquesa,
enarbolando su larga boquilla de espuma de mar y virolas de oro,
avanzando hacia nosotros: Enchantée.
Moije suis madame Safo...
(Plá:
op.
cit.)
El
"Madame Safo", a cuyo frente se encontraban, al parecer,
sobre el final de la década del 30, los hermanos Pedro y Enrique
Malatesta y la mujer de uno de ellos, a la que se identificaba con la
madama del nombre, incluía en su plantel a una veintena de mujeres,
número que otros testimonios elevan a treinta, la mayor parte de
ellas ostensiblemente jóvenes, de muy cuidada apariencia y
vestuario, que condecía con algunas de las habitaciones,
tapizadas de gobelinos y alfombras, con espejos en techos y paredes.
Existen por lo demás quienes recuerdan todavía el girar de un
pequeño carrusel, en el que se exhibían, con transparentes tules,
algunas de las pupilas del prostíbulo...
El
"Madame Safo", cuya construcción data de 1916, fue
proyectado para el uso especifico de prostíbulo, con muchas de
las características de sus similares parisinos. El edificio,
convertido desde la década de 1970 en un hotel alojamiento por
horas, el "Hotel Ideal", sigue incitando la curiosidad
de muchos rosarinos, que acuden a sus servicios por razones sexuales
en la mayoría de los casos, pero en algunos también para ver cómo
era por dentro aquel legendario centro del paraíso pros-tibulario de
los años 20 al 30. Una habitación que los propietarios del hotel de
citas mantenían decorada con los presuntos muebles, espejos y
tapices originales del "Madame Safo" contribuía a que esa
curiosidad entre histórica y divertida, fuese satisfecha siquiera de
ese modo.
El
Safo
era
de un lujo asiático: todo de buena calidad y con espejos en las
paredes,jarrones, muebles franceses, qué sé yo... Fui algunas veces
con mi hermano mayor, Policiano, al que le gustaba mucho tocar la
guitarra, cosas españolas del flamenco de los gitanos.Y después del
quilombo nos íbamos al Cafe
del Maestro, donde
estaban todos los andaluces, que iban allí y armaban un jaleo
bárbaro. Después fui también al Chantecler
y
al Petit
Trianón, que
también eran de primera calidad, no vaya a creer. Tenían unas
mujeres de locura y algunas eran francesas y polacas. Pero el mejor
plantel lo tenían en el Safo.-por
eso
era el más caro. Uno iba y en la puerta le hacían el manyamiento
por
una rendija, y si no les gustaba la pinta o la pilcha que uno
llevaba, no entraba. Otras veces directamente no se podía entrar
porque algunos de los bacanes de Rosario lo había alquilado
para ellos solos toda la noche. Y se mandaban sus flores de
festicholas... Balt, hacían lo que se hace en un quilombo, digo
yo...
(Chandro:
testimonio
citado)
Las
anécdotas no tienen casi fin, pero de todas ellas, aun de las más
sospechables de
exageración,
se desprende que se trataba realmente del más lujoso,
concurrido por gente que podía permitirse el pago habitual de los 5
pesos que demandaba el comercio sexual (además de los otros
tantos o más que resultaban de alguno que otro capricho que
podía satisfacerse en el lugar) y por otros para los cuales reunir
esos cinco pesos era un sacrificio semanal. Los primeros sabían que
allí encontrarían la delicadeza y la discreción que garantizaba un
mecanismo empresario sólido y aceitado, como lo demandaban por
lo demás los férreos preceptos de las sociedades de rufianes que
detentaban la propiedad de
esos
lucrativos negocios y los encaraban realmente como tales.
Recuerdo
que le pregunté si Madame Safo se llamaba efectivamente así: me
dijo que no, que así se había hecho llamar la fundadora de la casa,
y que a partir de entonces cada nueva madama adoptaba ese nombre.
Enseguida explicó que ignoraba cuánto tiempo duraría ésta, pero
que le sucedería lo mismo que a las anteriores Mmcs. Safo:
regresaría millonaria a Francia o donde fuera...
(Plá:
op. cir.)
Uno
de aquellos lejanos Malatesta, de retumbante apellido con resonancias
anarquistas (pero que nada tenía que ver naturalmente con aquellos
libertarios románticos y vehementes para quienes la prostitución
era una lacra social execrable), resultó una presa fácil para la
policía rosarina cuando se produjo el derrumbe de la cofradía
rufianesca, ya superado el año 30.Testimonios policiales que lo
mencionan como Francisco (Zinni los consigna como Pedro y
Antonio) afirman que fue detenido al encontrárselo escondido
debajo de una cama, en una vivienda de la céntrica Cortada
Ricardone, y que luego fue deportado, aunque quedaría en los
archivos de la Jefatura de Policía bajo un alias igualmente
insólito, el de "Búffalo Bill", al que no hizo honor en
el momento de demostrar alguna muestra de coraje.
El
destino de Madame Safo o como se llamase, y cual correspondía a
un submundo de oscuridades y tinieblas, quedó para siempre en las
sombras, rescatada a veces por alguna anécdota que la devuelve,
junto con otras historias verdaderas igualmente entrañables, como la
de aquel joven estudiante de ascendencia francesa que durante su
residencia etn Rosario, aprovechando el conocimiento de ambas
lenguas, enseñaba castellano a las prostitutas francesas de
Pichincha. Con el tiempo, y ya convertido en nombre insoslayable de
la psiquiatría y la psicología en la Argentina, aquel hombre
llamado Enrique Pichón Riviere, recordaría muchas veces, y con
afecto, esos tiempos.
Tampoco
sería ajena al mundillo de los prostíbulos la bohemia artística de
la ciudad, muchos de cuyos integrantes, como el ya mencionado
Antonio Berni, eran también parroquianos del barrio de Pichincha,
en el que alternarían más de una vez con algún extranjero famoso
como el errante Stephen Robert Koekkoek, que firmaría sus cuadros
como Koek-Koek, y cuyo talento se perdía entonces, muchas veces, en
ocasionales aventuras en aquella ciudad tan alejada de su Londres
natal. El paso de Koek-Koek por Rosario no resultaría inadvertido,
como no ocurriría en ninguno de los lugares del mundo que visitara
aquel artista hoy injustamente olvidado.
Koek
marcha a Rosario, donde expone y vende con singular éxito, pero su
prodigalidad y despilfarro lo llevan a "cerrar" un
prostíbulo festejando sin límites durante largos días. A
falta de telas, muchos muebles de sus alojamientos fueron
convertidos en tablas donde pintar; su temperamento parecía
empujarlo desesperadamente al trabajo casi febril: pintar era en el
último tiempo su obsesión. Un ejemplo lo constituyó la última
muestra que realizó en Montevideo, un año antes de su muerte; allí,
en la galería Moretti y Catelli, de la calle 25 de Mayo, expuso
treinta y cinco cuadros que había pintado en sólo una veintena de
días. No obstante, los canjes de obras por comida, o ventas por cien
pesos, que equivalían a cinco botellas de buen whisky, se
convirtieron en cosa frecuente... Miles de obras pintó este Goya del
siglo XX; muchas se han ido de estas costas. En 1936, dos marchands
ingleses cargaron las bodegas de un barco con muchas de ellas, tema
del que "Crítica" se ocupó firmemente en el momento...
(Ignacio
Gutiérrez Zaldívar: "Stephen Koek-koek. Talento, inspiración
y temperamento", en revista La
actualidad
en el arte, Buenos
Aires, agosto-septiembre de 1983)
No
faltarían sin embargo los episodios pintorescos que tendrían
asimismo como protagonistas a gentes notorias, como el poeta,
novelista, filósofo y cónsul en Rosario, al que un grupo de
amigos propensos a las bromas llevara con engaños al
prostíbulo. El escritor, seguramente hombre de profundas
convicciones morales, tuvo una reacción condigna, según cuenta Raúl
Gardelli: Al
ver cómo una hetaira (valga el eufemismo) se le acercaba mucho más
que insinuante, se puso de pie, como si lo moviera un resorte,
levantó su brazo en rotundo ademán de rechazo, y le espetó:
"¡Detente, mujer impúdica!" Las
referencias, ya que Gardelli omite identificarlo, dejan entrever que
se trataba sin duda de don Manuel Núñez Regueiro, prolífico
escritor y representante consular de la República Oriental del
Uruguay en la ciudad, cuya adhesión a la teosofía y a la moral no
lo convertían precisamente en el hombre más indicado para
semejantes insinuaciones en un lugar non
sancto.
Gardelli
recordó asimismo en "Conmovida memoria" la especial
atracción de aquel sitio que sintetizaba de algún modo al barrio
todo: Al
lujo insolente y truhanesco del Madame
Safo se
llegaba de distintas partes. Supo haber quienes viajaban a Rosario
expresamente. No venían a Rosario, venían al Madame
Safó. Subían
al tren en Retiro, bajaban en la estación Súnchales y se zambullían
sin demora en el vecino, magno prostíbulo... Nunca estuve en el
Madame Safó. Era jovencito. Pero en alguna farándula
de
estudiantes secundarios, el 21 de septiembre, tremendamente
audaces como
éramos, llegamos a sus sacras puertas, gritando osadas cosas que hoy
serían inocentes. Por supuesto, nos jactábamos de que habíamos
estado, apuntaba
en su libro postumo.
Otro
recuerdo vincula al "Madame Safo" con uno de los tantos
visitantes ilustres de Rosario, el español Vicente Blasco Ibáñez,
autor de Sangre
y arena, arribado
en julio de 1909. Recuerda Gardelli: Un
veterano compañero que tuve hace mucho en la redacción me contó,
de viejo a joven, verídicos o no, episodios singulares. Uno de éstos
referido a la premura del novelista Blasco Ibáñez, cuando vino a
dar una conferencia en La
Opera;
en el andén, silenciando con energía el amenazante discurso de
bienvenida, exclamó: "¡Al Madame Safó, ahora mismo!"
Algo absolutamente
imposible de satisfacer si se piensa que el famoso quilombo
recién se habilitaría siete años más tarde...Fernando Toloza
conjetura certeramente que la anécdota bien puede ser una tardía
aunque módica venganza contra quien, en 1910, describiera a Rosario
como una ciudad sin cultura, sólo dedicada al comercio y a la
riqueza rápida.
Cierta
o no la perduración de la historia demuestra que el ánimo de
revancha contra el español seguía vigente. Como sus argumentos eran
inobjetables, sólo les quedaba a los rosarinos el recurso de la
picaresca, con un aire de verosimilitud, que todo el mundo sabía que
Blasco Ibáñez era un "temperamento", un hombre que además
de jactarse de haber tenido hasta 40 millones de lectores, procedía
"por explosión " y podía cambiar de plañes de
manera súbita. Gardelli habla de la premura del español por llegar
a la mencionada casa. Con menos malicia, podemos pensar que Blasco
Ibáñez era un escritor profesional que sólo quería material de
primera mano para una de sus novelas de corte naturalista, basada en
la vida de algunas mujeres desdichadas, aunque, al parecer, nunca la
escribió.
(Fernando
Toloza: "La mirada naturalista", en revista Lucera,
N°
2, Invierno 2003, Centro Cultural Parque de España, Rosario)
Antonio
Berni y Rodolfo Puiggrós, dos nombres relevantes de la cultura
argentina, iban a dejar testimonio conjunto del ambiente
prostibulario de Pichincha, en una nota publicada en Rosario
Gráfico el
11 de febrero de 1932, poco antes del cierre de los "quilombos"
rosarinos. El artículo, escrito por Puiggrós y firmado con
seudónimo, tuvo al pintor como anónimo reportero gráfico, lo que
no dejó de ser un salvoconducto para la integridad física de
ambos.En un trabajo aparecido en la revista La
Maga en
1997, el propio Berni recordaba los pintorescos avatares de aquella
compartida y lejana aventura periodística: Yo
saqué una cantidad de fotografías. Puigqrós eligió cinco o seis y
las publicó, junto con su nota. Pero resulta que una de esas
fotografías mostraba a dos tipos con una de esas mujeres. Uno
de esos pobres tipos fotografiados fue reconocido en el diario por
una pecina de su barrio, que, de puro chusma, le mostró la foto a la
mujer del tipo. Bueno, ¡para qué te cuento! El individuo se fue al
diario y quería matar a todo el mundo, empezando por el fotógrafo,
que era yo. Habló con el director del diario que lo despistó lo
mejor que pudo. En fin, el caso es que pasó el tiempo y
sobrevivimos. Los documentos fotográficos de esa época los
guardé durante mucho tiempo, pero un día desaparecieron; yo
creo que alguien me los robó. Y tenía muchísimo material, porque
yo continué, por mi propio interés, la documentación de los
prostíbulos y de muchas cosas más... La
nota dejaba reflejada, además, la impronta ideológica que ambos
mantendrían firme durante toda su vida.
Rosario,
la ciudad de los burdeles, trata de reprimir ¡os deseos de sus
habitantes para calmarlos y sanearlos. Rosario es una gran represa.
Pichincha se llama su válvula de escape. La moral de sacristía de
nuestros burgueses requiere para descubrirse esa salida de la libido
colectiva. Censúrase, por un lado, con muecas de sacro horror.
Admítese, por el otro, con calculada tolerancia....Y mientras las
esposas e hijas de obreros son absorbidas por la burguesía que las
explota, de allí mismo recolecta sus
pupilas
el burdel, tan despiadado como la dueña de casa o el gerente di
empresa. La moral del obrero es un reflejo de la moral burguesa
cuando no se hace revolucionaria. La moral burguesa levanta el índice
y condena despiadadamente a quienes se atreven a profanarla o, mejor
dicho, a comprometerla. Vivimos en medio de la gran tragedia erótica
que nos impone
conceptos
que se deshacen. Y el gran señor del Club desprecia a las
prostitutas pero compra hijas del pueblo para hacerlas sus queridas.
Así es
la vida
de la ciudad moderna. Así es la vida de la ciudad del comercio de.
la
burguesía recién llegada, de los prostíbulos admirados por
merengues novelistas...
(Diario
Rosario
Gráfico, jueves 11
de febrero de 1932)
La
historiadora Maria Luisa Mugica aportaría, ya en el siglo XXI
nuevos
datos acerca de dos de las regentas del famoso quilombo rosarino
(cualquiera de ambas bien pudo ser conocida como Madame Safo)
descubiertos en presentaciones que las madamas de distintos
prostibulos elevaron a la Municipalidad de Rosario. En 1923, Alice
Ribera
aparece
pidiendo sin éxito (ya
que
la
solicitud,
que fuera aprobada
poi
el
Concejo Deliberante, fue
vetada por
el intendente) la amplia< ion
del
número de quince mujeres que fijaba la ordenanza de 1907. La
Ribera
era una de las firmantes del petitorio, en su condición de madama
del Safo, junto a las del "Armenonville", el "Chavannes",
el "PetitTrianón" y varios más.
En
mayo de 1929, otra probable madame Safo, mencionada como Marcella
Barriere aparece, también en su condición de regente del famoso
prostíbulo, como firmante de un nuevo petitorio a las autoridades
municipales de turno (en el que la acompañan asimismo otras
encargadas de "quilombos"), donde deja constancia de su
oposición a un anunciado aumento de impuestos a ese tipo de
establecimientos. Cerca del final de 1932, vuelve a acompañar
con su firma y una vez más sin la menor suerte, otro pedido de las
"madamas" rosarinas: la prórroga de los temidos alcances
de la Ordenanza N° 7 del 30 de abril de ese año, que establecía
taxativamente la
clausura de todas las casas de tolerancia existentes. Fue
la última madame Safo de la que se tienen noticias ciertas.
Fuente:
extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”
tomo III editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones