Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Una francesa de leyenda

Por Rafael Ielpi

No debe sorprender entonces que tanto sobre el lugar como sobre su responsable femenina (acerca de cuya identidad y destino ulterior no se conocen pistas verificables salvo la larga saga de testimonios personales cuya veracidad es pasible también de dudas en muchos casos y algunos documentos que tampoco definen en forma terminante la incógnita) se hayan escrito cosas como ésta, aparecida en el diario Rosario Gráfico, de Caifaro Rossi, en abril de 1932: Fingida o real, local o internacional, Madame Safo es la mujer con más aureola con que cuenta Rosario, la que primero martillea en la memoria al desembarcar por Súnchales. Y ella quedará como no ha quedado todavía ningún artista, ningún literato, ningún hombre de negocios. En Retiro, los familiares de quienes via­jan con destino a Rosario soplan al oído de éstos frases de sonoridad volup­tuosa: "¡Cuidado con la Safo!", "¿Van a visitar a la Safo?"
No faltan incluso ficciones literarias que intentan dilucidar, siguiendo tal vez pistas reales, la historia de aquella "casa del placer" y de quien bien pudo ser su dueña o regenta o por lo menos la primera Madame Safo. Es el caso de Esther Goris en Agata Galiffi. La flor de la mafia, novela donde aparecen nombres y apellidos que, hábilmente, se pretende vinculados al prostíbulo más famoso de la ciudad.
La residencia tenía un pasado. Según se decía, la familia Irurzún, que la había hecho construir, la cerró hacia comienzos de siglo, después de la muerte de Dolores, la anciana que había reinado sobre ellos desde que tenían memoria, presidiendo los acontecimientos y aniversarios familia­res. La sucesión fue penosa y prolongada, obstaculizada por los rencores de aquellos que habían estado cerca de Dolores hasta sus últimos días y los otros, ¡os que acudían recién ahora a reclamar sus derechos. Finalmente se decidió venderla con todos sus muebles en 1916. Cuando la condesa Miklas Estehazi, a quien un oscuro misterio la había llevado desde Budapest hasta Rosario, se mostró interesada por la casa, la familia se tranquilizó. Después de todo, ese panteón familiar quedaría en manos nobles. A los Irurzún se los tragó la corriente de la inmigración con la que se mezclaron hasta desaparecer. En cambio, la condesa se mantuvo apar­tada de la sangre fresca que continuaba bajando desde Europa, y como esfinge de piel blanca, reinó sobre patios y salones que el afán de ciertos arquitectos transformó en un recuerdo de la Alhambra. La discreción que imponía el tema no impidió que se la conociera rápidamente como la casa de Madame Safó: ya nadie se interrogaría sobre la validez de su título de condesa...
(Esther Goris: Agata Galiffi. La flor de la mafia. Editorial Sudamericana, 1999)

Un olvidado y acaso olvidable novelista, José María de Pedrera, cuyo nombre tiene todas las características de un seudónimo, men­ciona un dato que marca también la fama de aquel prostíbulo y de su legendaria madama, capaz de convertir al primero en ámbito de aga­sajos y a la segunda en elegante anfitriona: Cuando a la ciudad llegabaalguna persona destacada en política, literatura, ciencia o en cualquier otra acti­vidad, a quien hubiera de atenderse u homenajearse, era el quilombo el lugar del agasajo; en el salón principal, algunos de los cuales estaban decorados con refinamiento y lujo, se tendían las mesas en banquetes o vinos de honor, afirma en una de las páginas de Doña Casta: historia de una gran mujer, su única novela conocida.
Yo fui muchas veces a los quilombos cuando era joven. No los tengo a todos en la memoria porque pasó mucho tiempo pero sí me acuerdo del Madame Safo, porque era el mejor de todos. Yo fui varias veces, cuando podía juntar unos pesos, porque era de 5 mangos y había que juntar para eso: para el tranvía, para fumar, para tomarse algo en el quilombo o en alguno de los boliches, así que no era fácil la cosa para los que trabajába­mos. La madama era una rubia bastante buena moza que tendría unos 40, 45 años más o menos, y no se daba mucho con los clientes. Bah, con algunos clientes sí, porque en más de una ocasión la he visto jaranear con muchos tipos del centro: médicos, abogados, muchos políticos de esa época, que iban y charlaban con ella como si fueran compinches. Yo nunca hablé; apenas la veía moverse adentro del quilombo como una señora... Tenía un porte bárbaro, pero nunca la vi meterse en la pieza con alguno. Se ve que no estaba en eso. Algunos decían que el marido era el dueño de ese quilombo, pero no sé si era cierto o son macanas...
(Julián Chandro: testimonio personal recogido en octubre de 1985)

El "Madame Safo" tenía, además de sus aún subsistentes caracte­rísticas arquitectónicas (mucho más notorias que las de otros prostí­bulos), un aura selectiva que constituía parte de su fama y que dejaba inexorablemente afuera de sus habitaciones a quienes, por su condi­ción social o su indumentaria no garantizaran el pago de los 5 pesos de rigor o apareciesen como eventuales promotores de algún incidente que desentonara con el "buen tono" del lugar. La categoría social de muchos de sus habitúes, la relevancia política local o regional de otros, eran circunstancias que hacían aún más necesario cierto recato en esos locales, que evitara en lo posible la intervención policial, por más que la misma no pasaba, si había gente notoria en el recinto, de un simple expediente cuando no de un simulacro.
Había un requisito para ser admitido en el Safo. Un examen a tra­vés de la mirilla de la gran puerta de cedro labrado. Resistimos la prueba. La puerta se abrió y entramos: un grandote de smoking se hizo a un lado y nos sumergimos en un corto corredor, muy ancho, piso y zócalos de mármol, macetas y flores a los costados, una puerta cancel de cristales tallados, abierta, y con todo eso, una fresca atmósfera per­fumada rescatándonos de la canícula. Rumor de ventiladores por todas partes, voces discretas, sin gritos... Mujeres cruzando lánguidamente ese espacio, con una belleza que aún no había empezado a marchitarse, suaves bajo las ropas traslúcidas de soiré, casi aladas, piernas perfectas surgiendo por la hendidura de los vestidos, firmes sobre los pies también firmes en los zapatos de raso, las medias de seda, elevados sobre taco­nes Luis XV Una estudiada distinción planeaba sobre todas esas muje­res y el menor de sus movimientos. Y Madame Safo, enseguida supe que era ella, como una marquesa, enarbolando su larga boquilla de espuma de mar y virolas de oro, avanzando hacia nosotros: Enchantée. Moije suis madame Safo...
(Plá: op. cit.)


El "Madame Safo", a cuyo frente se encontraban, al parecer, sobre el final de la década del 30, los hermanos Pedro y Enrique Malatesta y la mujer de uno de ellos, a la que se identificaba con la madama del nombre, incluía en su plantel a una veintena de muje­res, número que otros testimonios elevan a treinta, la mayor parte de ellas ostensiblemente jóvenes, de muy cuidada apariencia y vestua­rio, que condecía con algunas de las habitaciones, tapizadas de gobelinos y alfombras, con espejos en techos y paredes. Existen por lo demás quienes recuerdan todavía el girar de un pequeño carrusel, en el que se exhibían, con transparentes tules, algunas de las pupilas del prostíbulo...
El "Madame Safo", cuya construcción data de 1916, fue proyec­tado para el uso especifico de prostíbulo, con muchas de las caracterís­ticas de sus similares parisinos. El edificio, convertido desde la década de 1970 en un hotel alojamiento por horas, el "Hotel Ideal", sigue inci­tando la curiosidad de muchos rosarinos, que acuden a sus servicios por razones sexuales en la mayoría de los casos, pero en algunos también para ver cómo era por dentro aquel legendario centro del paraíso pros-tibulario de los años 20 al 30. Una habitación que los propietarios del hotel de citas mantenían decorada con los presuntos muebles, espejos y tapices originales del "Madame Safo" contribuía a que esa curiosidad entre histórica y divertida, fuese satisfecha siquiera de ese modo.
El Safo era de un lujo asiático: todo de buena calidad y con espejos en las paredes,jarrones, muebles franceses, qué sé yo... Fui algunas veces con mi hermano mayor, Policiano, al que le gustaba mucho tocar la guitarra, cosas españolas del flamenco de los gitanos.Y después del quilombo nos íbamos al Cafe del Maestro, donde estaban todos los andaluces, que iban allí y armaban un jaleo bárbaro. Después fui también al Chantecler y al Petit Trianón, que también eran de primera calidad, no vaya a creer. Tenían unas mujeres de locura y algunas eran francesas y polacas. Pero el mejor plantel lo tenían en el Safo.-por eso era el más caro. Uno iba y en la puerta le hacían el manyamiento por una rendija, y si no les gustaba la pinta o la pilcha que uno llevaba, no entraba. Otras veces directamente no se podía entrar porque algunos de los bacanes de Rosario lo había alqui­lado para ellos solos toda la noche. Y se mandaban sus flores de festicholas... Balt, hacían lo que se hace en un quilombo, digo yo...
(Chandro: testimonio citado)

Las anécdotas no tienen casi fin, pero de todas ellas, aun de las más sospechables de exageración, se desprende que se trataba real­mente del más lujoso, concurrido por gente que podía permitirse el pago habitual de los 5 pesos que demandaba el comercio sexual (ade­más de los otros tantos o más que resultaban de alguno que otro capri­cho que podía satisfacerse en el lugar) y por otros para los cuales reunir esos cinco pesos era un sacrificio semanal. Los primeros sabían que allí encontrarían la delicadeza y la discreción que garantizaba un me­canismo empresario sólido y aceitado, como lo demandaban por lo demás los férreos preceptos de las sociedades de rufianes que deten­taban la propiedad de esos lucrativos negocios y los encaraban real­mente como tales.
Recuerdo que le pregunté si Madame Safo se llamaba efectivamente así: me dijo que no, que así se había hecho llamar la fundadora de la casa, y que a partir de entonces cada nueva madama adoptaba ese nombre. Enseguida explicó que ignoraba cuánto tiempo duraría ésta, pero que le sucedería lo mismo que a las anteriores Mmcs. Safo: regresaría millonaria a Francia o donde fuera...
(Plá: op. cir.)
Uno de aquellos lejanos Malatesta, de retumbante apellido con resonancias anarquistas (pero que nada tenía que ver naturalmente con aquellos libertarios románticos y vehementes para quienes la pros­titución era una lacra social execrable), resultó una presa fácil para la policía rosarina cuando se produjo el derrumbe de la cofradía rufia­nesca, ya superado el año 30.Testimonios policiales que lo mencio­nan como Francisco (Zinni los consigna como Pedro y Antonio) afir­man que fue detenido al encontrárselo escondido debajo de una cama, en una vivienda de la céntrica Cortada Ricardone, y que luego fue deportado, aunque quedaría en los archivos de la Jefatura de Policía bajo un alias igualmente insólito, el de "Búffalo Bill", al que no hizo honor en el momento de demostrar alguna muestra de coraje.
El destino de Madame Safo o como se llamase, y cual corres­pondía a un submundo de oscuridades y tinieblas, quedó para siempre en las sombras, rescatada a veces por alguna anécdota que la devuelve, junto con otras historias verdaderas igualmente entrañables, como la de aquel joven estudiante de ascendencia francesa que durante su resi­dencia etn Rosario, aprovechando el conocimiento de ambas lenguas, enseñaba castellano a las prostitutas francesas de Pichincha. Con el tiempo, y ya convertido en nombre insoslayable de la psiquiatría y la psicología en la Argentina, aquel hombre llamado Enrique Pichón Riviere, recordaría muchas veces, y con afecto, esos tiempos.
Tampoco sería ajena al mundillo de los prostíbulos la bohemia artística de la ciudad, muchos de cuyos integrantes, como el ya men­cionado Antonio Berni, eran también parroquianos del barrio de Pi­chincha, en el que alternarían más de una vez con algún extranjero fa­moso como el errante Stephen Robert Koekkoek, que firmaría sus cuadros como Koek-Koek, y cuyo talento se perdía entonces, muchas veces, en ocasionales aventuras en aquella ciudad tan alejada de su Lon­dres natal. El paso de Koek-Koek por Rosario no resultaría inadver­tido, como no ocurriría en ninguno de los lugares del mundo que visi­tara aquel artista hoy injustamente olvidado.

Koek marcha a Rosario, donde expone y vende con singular éxito, pero su prodigalidad y despilfarro lo llevan a "cerrar" un prostíbulo fes­tejando sin límites durante largos días. A falta de telas, muchos mue­bles de sus alojamientos fueron convertidos en tablas donde pintar; su temperamento parecía empujarlo desesperadamente al trabajo casi febril: pintar era en el último tiempo su obsesión. Un ejemplo lo constituyó la última muestra que realizó en Montevideo, un año antes de su muerte; allí, en la galería Moretti y Catelli, de la calle 25 de Mayo, expuso treinta y cinco cuadros que había pintado en sólo una veintena de días. No obstante, los canjes de obras por comida, o ventas por cien pesos, que equivalían a cinco botellas de buen whisky, se convirtieron en cosa frecuente... Miles de obras pintó este Goya del siglo XX; muchas se han ido de estas costas. En 1936, dos marchands ingleses cargaron las bodegas de un barco con muchas de ellas, tema del que "Crítica" se ocupó firmemente en el momento...
(Ignacio Gutiérrez Zaldívar: "Stephen Koek-koek. Talento, inspiración y temperamento", en revista La actualidad en el arte, Buenos Aires, agosto-septiembre de 1983)

No faltarían sin embargo los episodios pintorescos que tendrían asimismo como protagonistas a gentes notorias, como el poeta, nove­lista, filósofo y cónsul en Rosario, al que un grupo de amigos pro­pensos a las bromas llevara con engaños al prostíbulo. El escritor, seguramente hombre de profundas convicciones morales, tuvo una reacción condigna, según cuenta Raúl Gardelli: Al ver cómo una hetaira (valga el eufemismo) se le acercaba mucho más que insinuante, se puso de pie, como si lo moviera un resorte, levantó su brazo en rotundo ademán de rechazo, y le espetó: "¡Detente, mujer impúdica!" Las referencias, ya que Gardelli omite identificarlo, dejan entrever que se trataba sin duda de don Manuel Núñez Regueiro, prolífico escritor y representante consular de la República Oriental del Uruguay en la ciudad, cuya adhesión a la teosofía y a la moral no lo convertían precisamente en el hombre más indicado para semejantes insinuaciones en un lugar non sancto.
Gardelli recordó asimismo en "Conmovida memoria" la especial atracción de aquel sitio que sintetizaba de algún modo al barrio todo: Al lujo insolente y truhanesco del Madame Safo se llegaba de distintas partes. Supo haber quienes viajaban a Rosario expresamente. No venían a Rosario, venían al Madame Safó. Subían al tren en Retiro, bajaban en la estación Súnchales y se zambullían sin demora en el vecino, magno prostíbulo... Nunca estuve en el Madame Safó. Era jovencito. Pero en alguna farándula de estudiantes secundarios, el 21 de septiembre, tremendamente audaces como éramos, llegamos a sus sacras puertas, gritando osadas cosas que hoy serían inocentes. Por supuesto, nos jactábamos de que habíamos estado, apuntaba en su libro postumo.
Otro recuerdo vincula al "Madame Safo" con uno de los tantos visitantes ilustres de Rosario, el español Vicente Blasco Ibáñez, autor de Sangre y arena, arribado en julio de 1909. Recuerda Gardelli: Un veterano compañero que tuve hace mucho en la redacción me contó, de viejo a joven, verídicos o no, episodios singulares. Uno de éstos referido a la premura del novelista Blasco Ibáñez, cuando vino a dar una conferencia en La Opera; en el andén, silenciando con energía el amenazante discurso de bienvenida, exclamó: "¡Al Madame Safó, ahora mismo!" Algo absolutamente imposi­ble de satisfacer si se piensa que el famoso quilombo recién se habili­taría siete años más tarde...Fernando Toloza conjetura certeramente que la anécdota bien puede ser una tardía aunque módica venganza contra quien, en 1910, describiera a Rosario como una ciudad sin cultura, sólo dedicada al comercio y a la riqueza rápida.

Cierta o no la perduración de la historia demuestra que el ánimo de revancha contra el español seguía vigente. Como sus argumentos eran inob­jetables, sólo les quedaba a los rosarinos el recurso de la picaresca, con un aire de verosimilitud, que todo el mundo sabía que Blasco Ibáñez era un "temperamento", un hombre que además de jactarse de haber tenido hasta 40 millones de lectores, procedía "por explosión " y podía cambiar de pla­ñes de manera súbita. Gardelli habla de la premura del español por lle­gar a la mencionada casa. Con menos malicia, podemos pensar que Blasco Ibáñez era un escritor profesional que sólo quería material de primera mano para una de sus novelas de corte naturalista, basada en la vida de algunas mujeres desdichadas, aunque, al parecer, nunca la escribió.
(Fernando Toloza: "La mirada naturalista", en revista Lucera, N° 2, Invierno 2003, Centro Cultural Parque de España, Rosario)


Antonio Berni y Rodolfo Puiggrós, dos nombres relevantes de la cultura argentina, iban a dejar testimonio conjunto del ambiente prostibulario de Pichincha, en una nota publicada en Rosario Gráfico el 11 de febrero de 1932, poco antes del cierre de los "quilombos" rosarinos. El artículo, escrito por Puiggrós y firmado con seudónimo, tuvo al pintor como anónimo reportero gráfico, lo que no dejó de ser un salvoconducto para la integridad física de ambos.En un trabajo aparecido en la revista La Maga en 1997, el propio Berni recordaba los pintorescos avatares de aquella compartida y lejana aventura periodística: Yo saqué una cantidad de fotografías. Puigqrós eligió cinco o seis y las publicó, junto con su nota. Pero resulta que una de esas foto­grafías mostraba a dos tipos con una de esas mujeres. Uno de esos pobres tipos fotografiados fue reconocido en el diario por una pecina de su barrio, que, de puro chusma, le mostró la foto a la mujer del tipo. Bueno, ¡para qué te cuento! El individuo se fue al diario y quería matar a todo el mundo, empezando por el fotógrafo, que era yo. Habló con el director del diario que lo despistó lo mejor que pudo. En fin, el caso es que pasó el tiempo y sobrevivimos. Los documentos foto­gráficos de esa época los guardé durante mucho tiempo, pero un día desaparecie­ron; yo creo que alguien me los robó. Y tenía muchísimo material, porque yo con­tinué, por mi propio interés, la documentación de los prostíbulos y de muchas cosas más... La nota dejaba reflejada, además, la impronta ideológica que ambos mantendrían firme durante toda su vida.

Rosario, la ciudad de los burdeles, trata de reprimir ¡os deseos de sus habitantes para calmarlos y sanearlos. Rosario es una gran represa. Pichincha se llama su válvula de escape. La moral de sacristía de nuestros burgueses requiere para descubrirse esa salida de la libido colectiva. Censúrase, por un lado, con muecas de sacro horror. Admítese, por el otro, con calculada tolerancia....Y mientras las esposas e hijas de obreros son absorbidas por la burguesía que las explota, de allí mismo recolecta sus pupilas el burdel, tan despiadado como la dueña de casa o el gerente di empresa. La moral del obrero es un reflejo de la moral burguesa cuando no se hace revolucionaria. La moral burguesa levanta el índice y condena despiadadamente a quienes se atreven a profanarla o, mejor dicho, a comprometerla. Vivimos en medio de la gran tragedia erótica que nos impone conceptos que se deshacen. Y el gran señor del Club desprecia a las prostitutas pero compra hijas del pueblo para hacerlas sus queridas. Así es la vida de la ciudad moderna. Así es la vida de la ciudad del comercio de. la burguesía recién llegada, de los prostíbulos admirados por merengues novelistas...
(Diario Rosario Gráfico, jueves 11 de febrero de 1932)
La historiadora Maria Luisa Mugica aportaría, ya en el siglo XXI nuevos datos acerca de dos de las regentas del famoso quilombo rosarino (cualquiera de ambas bien pudo ser conocida como Madame Safo) descubiertos en presentaciones que las madamas de distintos prostibulos elevaron a la Municipalidad de Rosario. En 1923, Alice Ribera aparece pidiendo sin éxito (ya que la solicitud, que fuera aprobada poi el Concejo Deliberante, fue vetada por el intendente) la amplia< ion del número de quince mujeres que fijaba la ordenanza de 1907. La Ribera era una de las firmantes del petitorio, en su condición de madama del Safo, junto a las del "Armenonville", el "Chavannes", el "PetitTrianón" y varios más.
En mayo de 1929, otra probable madame Safo, mencionada como Marcella Barriere aparece, también en su condición de regente del famoso prostíbulo, como firmante de un nuevo petitorio a las auto­ridades municipales de turno (en el que la acompañan asimismo otras encargadas de "quilombos"), donde deja constancia de su oposición a un anunciado aumento de impuestos a ese tipo de establecimien­tos. Cerca del final de 1932, vuelve a acompañar con su firma y una vez más sin la menor suerte, otro pedido de las "madamas" rosarinas: la prórroga de los temidos alcances de la Ordenanza N° 7 del 30 de abril de ese año, que establecía taxativamente la clausura de todas las casas de tolerancia existentes. Fue la última madame Safo de la que se tienen noticias ciertas.
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones