El proceso de construcción del parque fue lento y difícil. En ciertas
administraciones municipales se hizo mucho y en otras nada ni siquiera
conservar. Así, a lo largo del tiempo, los sectores terminados van teniendo
un carácter distinto, según los "estilos" en boga o los gustos de
los funcionarios de turno. Así se pierde por desidia el quiosco de la Montañíta y también el
templete que lo reemplazara, la confitería de Cifré y el Pabellón de las Rosas.
También hubo proyectos frustrados como el zoológico de la esquina de Ovidio
Lagos y 27 de Febrero y el monumento encargado en 1910 al taller de Fontana y
Scarabelli para la Montañíta,
uno de los tantos proyectos pergeñados para el famoso año del Centenario.
Se
atribuye ese año justamente a la columnata en ruinas en el borde norte del lago
(y prestemos atención a esta actitud de construir "ruinas") y
también en esa fecha se adquieren terrenos destinados a agrandar el parque y a
crear otro nuevo en el barrio del Arroyito. Se encarga el proyecto de este
último, como ya consignáramos, al famoso paisajista Carlos Thays pero lamentablemente
no se lo construye. En otros terrenos y con otro proyecto se concreta en 1939.
Aunque
no se tiene fecha cierta, como ocurre con el caso de las ruinas, se supone que
para 1915 se terminó el Rosedal. Frente a él se construye una nueva confitería:
el Pabellón de las Rosas. Se acondiciona la zona destinada al Jardín de Niños,
con juegos, unas jaulas con monos y un pequeño tambo, donde había vacas y
burras que se ordeñaban para convidar con leche a los visitantes. Las burras
provenían en realidad del gran plantel de muías y burros que la Municipalidad tenía
para tirar de sus carros. Cuando había una burra en período de lactancia, se
la llevaba al Jardín de Niños por unos meses, donde de paso se proveía de esa
leche a los peque-
ños que debían tomarla por prescripción médica.
En 1925 se construye el Estadio Municipal. Para entonces, los deportes antes
practicados por la elite se iban popularizando y no sólo el estadio sino que mucha gente se asoció a
los clubes y se acercó a un nuevo estilo de vida (tenis, natación), aunque solo
fuera por unas horas a la semana En 1928, por gestión de Santiago Pinasco,
se erige el monumento a Manuel Belgrano, réplica del que se había inaugurado el
año anterior en Génova, en la
Liguria, de donde eran originarias las familias de Belgrano
y Pinasco. Su emplazamiento es soberbio, enmarcado por ¡as tipas, y con la
perspectiva del bulevar, compartiendo con el Monumento a la Bandera el mérito de ser
uno de los mejores emplazados en la ciudad. Fue el centro -hasta la
inauguración del Monumento a la
Bandera- de las fiestas patrias con desfiles militares por
Oroño, de los homenajes a Belgrano y a la enseña patria en la explanada que lo
rodea y los fuegos artificiales por la noche.
También los corsos de carnaval se apropiaron de la ancha y sombreada
avenida central. En la Rural,
los concursos de máscaras para niños, y en los clubes, bailes muy concurridos
con las mejores orquestas. Fue también el parque predio obligado de circos y
parques de diversiones ambulantes, circuito de carreras de bicicletas y de
autos, improvisado con fardos acumulados en las curvas peligrosas, y por supuesto,
escenario de las exposiciones rurales e industriales que se celebraban (y
celebran) cada año, de las carreras hípicas y de los domingueros partidos de
fútbol.
Los rosarinos adoptaron al parque, en la década del 30, como un paseo
obligado. Se puso de moda encontrarse en el Rosedal o tomar el té en el
Pabellón de las Rosas. Por las noches, en verano, se daban allí funciones de
baile y canto en escenario al aire libre y en la confitería "La Montañíta" se
instalaba una gran pantalla y se pasaba cine. La gente tomaba cerveza mientras
contemplaba el espectáculo pero también se reunía público en la calle para
mirar sin pagar, colmando a veces el ancho total de la calzada y provocando
el desvío del tránsito de vehículos. Frente al club Gimnasia y Esgrima existía
un paseo con bancos y farolas y los que caminaban por avenida Pellegrini
estiraban su vuelta hasta allí. Se cuenta que había guardianes para cuidarla
integridad del lugar y también la corrección en el vestir; los caballeros de
saco y corbata. . .
Los
últimos terrenos en anexarse fueron también los últimos en "embellecerse".
Para 1932 se pavimentan las calles en el sector noroeste; en 1936 se inaugura
el palomar y enseguida se parquiza la zona frente al Cementerio El Salvador,
con su bosque de eucaliptus levemente elevado, la playa de estacionamiento y
los quioscos de florería, demolidos en 1990 y que no son las casillas además de terminar el sector del palomar, se ocupó de parquizar las
bajadas Puccio y Pellegrini. Se comienza también por entonces a formular un
Plan Regulador para estudiar la ciudad como conjunto y prever su desarrollo
futuro; el famoso plan de Farengo, Guido y Della Paolera.
Fuente: extraído de la revista “Rosario, Historia de
aquí a la vuelta Fascículo N• 10 .
De Marzo 1991. Autora: Raquel García Ortúzar.