Escudo de la ciudad

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El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

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Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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viernes, 21 de mayo de 2021

Juego prohibido: el dinero secreto

 





Por Osvaldo Agüirre




La policía rodeó la casa en Saladillo y se apiestó a consumar un rito, generalmente infructuoso; en efecto, para los seis agentes de la ley, la tarea ofrecía las mismas dificultades, repetidas hasta el cansancio: allanar la casa de un capitalista de juego era sólo comparable a asaltar una fortaleza medieval. Las guaridas de los popes del juego clandestino están preparadas contra todo tipo de abordaje, contra imprevistas incursiones policiales: las puertas de acceso ostentan trancas y cerrojos; los patios están totalmente cubiertos por rejas, para impedir un procedimiento rápido. Por lo tanto, no es de extrañar que, cuando el contingente policial sorteó los riesgos del bloqueo, el capitalista y sus acólitos se hubiesen fugado a través de una puerta de escape, silí dejarrastros comprometedores. Siempre pasa lo mismo —se 1mentó el jefe a cargo del procedimiento—cuando llegamos, desaparecen las planillas de quiniela, los aparatos telefónicos y para apresarlos, tenemos que partir nuevamente desde cero".

La represión del juego prohibido es, quizá, una de las empresas más dificiles para los integrantes de la sección Leyes Especiales; pocas actividades responden a mecanismos tan depurados, hasta el punto de burlar a la propia policía. Pero eso no es todo, si se tiene en cuenta otro dato no menos apabullante: la quiniela y las carreras de caballos clandestinas en Rosario arrojan un movimiento anual de dos mil millones de pesos. Para que esta cifra no decaiga, la provincia de Santa Fe cuenta con 150 capitalistas conocidos, de los cuales 75 actúan en Rosario, 39 en la ciudad de Santa Fe, 12 en el Departamento General López, y el resto repartidos en otros departamentos. Los capitalistas, por otra parte, están secundados por 800 planilleros identificados: 539 actúan en Rosario, 132 en Santa Fe, 42 en el departamento Caseros, 27 en el departamento Castellanos. Los 60 restantes están estratégicamente ubicados en ciudades menores.

"La policía cree que va a eliminar la quiniela y las carreras clandestinas —ironizó un quinielero en un café de la calle Córdoba—; desde que se implantaron, hace sesenta años, viene diciendo lo mismo. El día que rechacen suculentas coimas, la cosas podrán cambiar-". En realidad, desde que germinó la quiniela en Rosario, en 1910 (la importó un célebre aristócrata que, de esta manera, triplicó su fortuna), las tentativas policiales para combatir el juego clandestino se han visto algo frustradas: las influencias y las coimas que se desataron sobre los funcionarios se encargaron de disminuir la represión. La guerra contra la quiniela tuvo su punto de partida en 1949 cuando José María Cámara persiguió a capitalistas y planilleros (en 1958, al ser nombrado Jefe de Investigaciones, la represión disminuyó notablemente); continuó con Lozón, uno de los responsables de la muerte de Ingallinella, y culminó, en 1966, con el implacable Saccomano: hizo retirar las líneas telefónicas de los capitalistas y de las agencias de lotería que infringían la ley 4444, que reprime los juegos prohibidos. La revancha de los capitalistas, en aquella oportunidad, no se hizo esperar: lograron removerlo de su puesto.


Capitalistas, levantadores y berretines El hombre deslizó un número al oído de un levantador, de acuerdo a una clave concreta, precisa: "Una gamba al borracho a la cabeza". Para los no iniciados en la quiniela, el sentido de este lenguaje esotérico sería otro: "Cien pesos al número 14, en las dos últimas cifras del premio mayor de la lotería". El levantador, después de anotar el número en la palma de la mano, se dirigió a un teléfono publico, y comunicó la cifra al planiilero: el mecanismo de la quiniela —un juego que se rige por las loterías del país, e, inclusive la de Montevideo— se había puesto en marcha, una vez más, tomando todas las precauciones para evitar la irrupción policial.

"Este ha sido el año de la quiniela —asegura Mario Ramón Ayup (34, 1 hijo), Jefe de Leyes Especiales—; encontramos pruebas, en poder de un capitalista, por valor de 40 millones de pesos. A una viuda, la sorprendimos con 2.800 trozos de papel, con jugadas anotadas y tres mil planillas de tamaño grande". A medida que abre carpetas y examina expedientes en su despacho, Ayup inicia, a un redactor de BOOM, en los mecanismos ocultos del juego prohibido. 'En la cúspide de la pirámide —explica— está el capitalista, que tiene, a su vez, planilleros; pueden ser diez, veinte o treinta según la importancia del mismo. El modo de operar es simple: los levantadores se encargan de acumular las jugadas, luego las pasan a los planifieros, y por último, se las envían al capitalista, que determina cuáles son los números muy cargados para proceder a descargarlos en otros capitalistas".

Esta operación, sólo comparable a las que practican las compañías de seguros, tiene una denominación especial: cubierta. Por lo general, cuando los jugadores se ensañan con ciertos números como, por ejemplo, la "niña bonita" (15), el "fraile" (13) o la desgracia" (17), el sistema se ocupa de evitar que "salte la banca": el sorteo de Navidad, en 1967, produjo consecuencias catastróficas para la mayoría de los capitalistas. "Los que piensan que es posible erradicar el juego —confiesa Ayup escépticamente—, están equivocados: es imposible. A lo sumo, se puede reducirlo. Antes de la Revolución, existían 300 agencias que levantaban quiniela; en la actualidad sólo existen 40. Lo que dificulta la represión son las estratagemas que utilizan para burlar a la policía". Y no es de extrañar: los levantadores han apelado a toda clase de artimañas, desde escribir los números con tinta o lápices de fibra sobre un vidrio, para poder borrarlos con un trapo en caso de peligro, hasta berretines (escondites) ubicados en los muebles, en el piso, en las paredes. Los más temerosos, prefieren memorizar los números, hasta pasárselos al planillero: el más famoso de los memorizadores rosarinos tiene su reducto en un café al paso de la calle Córdoba y su seudónimo no es nada desdeñable: I.B.M. "Muchos creen que este tipo de gente tiene una memoria prodigiosa —revela Ayup irónicamente—: nada más lejos de la realidad. El mismo hecho de tener una clientela fija ayuda al levantador: generalmente juega a números fijos. Esto lo favorece, y al mismo tiempo, impresiona bien a los jugadores. Desde luego, se requiere una buena memoria y un excelente entrenamiento".

Los que no confían en estas virtudes para transmitir cifras a los planilleros, utilizan un sistema exclusivo: anotar el número en la palma de la mano, o, para evitar ser tomados de sorpresa, comerse los papeles atiborrados de cifras. De esta manera, se logra un objetivo contundente: que los capitalistas no sean apresados y puedan dirigir el movimiento del juego desde verdaderas centrales telefónicas. Este año —acota Ayup triunfalinente—, se han secuestrado 78 aparatos telefónicos y se pudo comprobar, inclusive, la existencia de pasadores telefónicos, que es bastante dificil. El método de los capitalistas es común: alquilan una casa que tenga teléfono exclusivamente para quiniela, con el aparato, desde luego, a nombre de otra persona'. Las guaridas más ambiciosas poseen cinco lineas telefónicas, que, por lo general, han sido secretamente instaladas, a través del sistema denominado me sca: las conexiones se realizan clandestinamente con alguna central, no registradas en ENTel, y los operarios que preparan las instalaciones llegan a cobrar hasta 140 mil pesos, si las dificultades son riesgosas.


Para atrapar al ladrón El dueño de casa calentó con un encendedor la copa de cognac (una botella de Napoleón, cosecha 1931), la revolvió suavemente,.y por último se plegó sobre un sofá junto a la chimenea. Para M., un capitalista con 20 años de experiencia, la profesión no le deparó demasiados sobresaltos; por el contrario, pocas veces debió soportar razzias policiales, y a lo sumo, logró interponer un recurso de amparo, o un hábeas corpus para ser liberado inmediatamente. Hace diez días, BOOM logró que un redactor mantuviese una entrevista, en su domicilio particular, con la condición de que se mantuviese en el más estricto anonimato.

"La policía no puede contra nosotros —sentencia enfáticamente M.— porque la mayoría de sus agentes están corrompidos por nuestro dinero. Además, es muy difícil que logren atraparnos con las manos en la masa. De todos modos, ya nos hemos acostumbrados a algunas tretas, que cada día surten menos efecto. La más común, quizás, es llevar detenidos a los levantadores los días de jugadas fuertes impidiéndoles, de esta manera, levantar apuestas. Por supuesto, nunca están detenidos más de dos días, en averiguación de antecedentes, hasta que el abogado los saca". Los trucos policiales, que, en principio, amenazaron desbaratar la organización, son taxativamente numerados por M.: avisarle telefónicamente al infractor que su guarida iba a ser allanada fue una treta que hizo caer en la trampa a varios capitalistas; en efecto, al huir con los elementos de trabajo, eran apresados en la vía pública con el material comprometedor. Otro plan policial es remitirle al capitalista, a través de una empresa de transporte, un bulto de tamaño casi igual del de la puerta de la guarida: al recibirlo, el personal policial irrumpe sin darle tiempo a defenderse. La variante romántica, para sorprender a los infractores, es conseguir que un empleado policial enamore a la sirvienta de la casa: en estos casos, es fácil introducirse sin demasiados riesgos. Pero el colmo de la originalidad lo depara un disfraz que ostentó un funcionario policial, para atrapar a un grupo de quinieleros: se disfrazó con un buzo de mecánico, de operario telefónico, y logró penetrar en la guarida.

Curiosamente, pocos capitalistas han sido apresados por la policía durante los procedimientos: por lo general, son detenidos pasadores y planilleros. "Es común ver en los diarios nombres y fotografias de malvivientes —se lamenta un funcionario policial que lucha, desde hace varios años, contra el juego prohibido--: pero en mi carrera profesional nunca he visto, en algún periódico, la fotografla de un capitalista". Los que han transitado por la sección Leyes Especiales están seguros de un hecho concreto que se repite en la mayoría de los infractores: el capitalista, invariablemente, está vinculado a otras actividades delictuales (como, por ejemplo, contrabando, robo de automóviles), sin exponerse directamente a los riesgos que crean. Paradójicamente, es considerado una "buena persona", capaz de hacer un favor a quien lo necesite (inclusive a algún policía): quizá por eso las autoridades son criticadas cuando proceden en contra de ellos.

El problema está en algunos funcionarios policiales —confiesa—: aceptan coimas y entorpecen los procedimientos". Las anécdotas engrosan la historia del juego prohibido: algunos empleados de investigaciones de secciones especializadas contra el juego, reciben al allanar domicilios de capitalistas 5 mil pesos, para que los rigores sean mitigados. Aún más: la coima no deja de funcionar, a pesar de ser trasladados a la seccional: de esta manera, los teléfonos pueden seguir funcionando en ausencia del capitalista. "Conozco a un jefe de Investigaciones de Caseros —desliza--, a quien el capitalista le ofrecía pasarle 30 mil pesos mensuales, por debajo de la puerta, para que no lo apretaran tanto. Otro capitalista de Chabás, llegó a endeudar a toda la población: recibía apuestas a crédito haciendo firmar documentos con intereses usurarios. Cuando caímos sobre él, le secuestramos 144 documentos". El policía, que también recibió a un redactor de BOOM, siempre que se mantuviese su anonimato, tampoco se libró de las tentaciones; rechazó la oferta de un capitalista, que le ofrecía lujos nada desdeñables: un departamento amueblado en Rosario, una casa de veraneo en Córdoba, seis botellas de whisky escocés, y un número elevado de mujeres.

Por teléfono y al fiado Las carreras de caballos clandestinas responden a las mismas pautas de la quiniela: lo más común es que un mismo capitalista "banque" las apuestas desde su central telefónica, durante los fines de semana. Sin embargo, los pasadores burreros deben sortear riesgos en un hipódromo, algo más peligrosos que los pasadores de quiniela: para levantar una apuesta clandestina, cerca de las boleterías necesitan desplegar una habilidad insospechada, hasta el punto de despistar a los integrantes de Leyes Especiales. "Los capitalistas que operan directamente en el Hipódromo Independencia —confesó a BOOM un incorrregible habitué de las carreras hípicas— tienen una red propia de levantadores, llamados arbolitos: se ubican estratégicamente cerca de las ventanillas y retienen las jugadas casi cibernéticamente". En realidad, las apuestas clandestinas logran objetivos indirectos, que benefician no sólo al capitalista que las banca: el jugador que opta por la vía ilegal, se exime de pagar el impuesto que cobra el hipódromo por boleto (si en Buenos Aires el sport es de 6 pesos, en Rosario el Jockey Club solamente reconoce 5 pesos con 60 centavos), y el capitalista le abonará el sport completo, sin descuento. Pero eso no es todo: los dueños de un caballo favorito, rara vez incursionan por las ventanillas oficiales; en efecto, prefieren apostar cifras elevadas a algún capitalista amigo, para que el sport del caballo no disminuya por una excesiva boleteada. "En el fondo —suspira el habitué, resignado— las apuestas clandestinas tienen una finalidad más directa: se pueden jugar al fiado y por teléfono. Eso sí, las deudas conviene pagarlas puntualmente". Los capitalistas también parecen haber adoptado esa norma, desde que se instituyó el juego prohibido: de esa puntualidad depende su 'seriedad" dentro de la profesión.

Pero no solamente se abonan las apuestas; el juego prohibido tiene mecanismos precisos para los que integran el sistema: las comisiones, tanto en la quiniela como en las carreras de caballos, jamás dejan de pagarse. Los pasadores burreros reciben del banquero el diez por ciento de comisión del monto total de la apuesta: el levantador de quiniela, el veinte por ciento. Sin embargo, la policía lleva una meticulosa estadística de las cifras aproximadas que se juegan, clandestinamente, en el hipódromo: si aumenta la boleteada oficial, significa que se juega menos, o que no se juega ilegalmente. "Lo triste —señala el implacable Mario Ramón Ayup— es cuando los jugadores crónicos, que apuestan al fiado, llegan a deber sumas fabulosas: en más de una oportunidad, han tenido que hipotecar sus casas. A pesar de que no firman ningún documento, las deudas de juego, para todos, son sagradas".


Un ferrocarril costoso El ruido de las fichas, a medida que se apilaban sobre el tapete verde de la mesa de juego, anticipaba caras tensas, manos disimuladamente crispadas; y no era para menos: la última "mano" de la noche, daba la posibilidad de desquite a tres jugadores, que hasta el momento ostentaban un pasivo de 800 mil pesos. Mientras el sabot producía cuatro cartas, boca abajo, las apuestas entre el punto y la banca sumaban exactamente la suma adeudada; poco después al ganar la banca con siete, el juego se definió irrevocablemente: dos jugadores recuperaron lo perdido; el tercero, sin pausa, firmó un cheque por 400 mil pesos. La escena, que se desarrolló hace veinte días en un prestigioso club de la ciudad, no hacía sino reproducir una actitud que caracteriza a otra de las variantes del juego prohibido: las partidas de cartas, que, por lo general, se limitan al chenirn de fer o ferrocarril (una versión del punto y banca), y al ancestral poker. En realidad, no es fácil eliminar una costumbre que germinó en Rosario hacia 1930, cuando las partidas de naipe de don Pedro Mendoza, y luego las de Gastaldi, que se realizaban encima del restaurante El Nacional, congregaban a los fanáticos del juego. Menos legendarias pero más remunerativas para ciertas instituciones fueron las épocas gloriosas del jefe de policía Arriola, en 1948: permitió que los clubes montaran sus propias salas de juego, desde octubre a diciembre. A partir de esa insólita iniciativa, el Círculo Italiano inauguró una mesa de ruleta y otra de monte criollo, con banca; el Centro Catalán y el Centro Italiano se limitaron exclusivamente al monte criollo: por último, el Jockey Club incorporó el sofisticado chemin de fer, un pasatiempo favorito para los adictos del Casino de Montecarlo.

Cuando la prohibición se desplomó sobre las mesas de juego, al sancionarse la ley 4444, en 1953 las estratagemas para esquivar las incursiones policiales se hicieron sutiles, elaboradas: paralelamente a las coimas que depositaban sobre algunos escritorios de las seccionales, los popes del juego prohibido sancionaron su propio reglamento de partidas:

Partidas pesadas: se realizan en clubes, con socios de capacidad adquisitiva. En algunas comunidades, interviene un pequero (un profesional que conoce las trampas del juego, desde las cartas marcadas, hasta los dados cargados). Los juegos preferidos, en estos casos, son el pase inglés, el poker y el ferrocarril.

Partidas organizadas: las organiza un explotador, que busca los candidatos, durante la semana, para llevarla a cabo un día determinado. Cobra una chispa, es decir, un porcentaje sobre cada jugada. Estas partidas están generalmente presididas por un capitalista que, de día, se ocupa de recibir apuestas, y de noche, opta por trasladarse al lugar de la partida (preferentemente en zona rural). El traslado sin excepción, lo realiza en taxi.

Partidas arriesgadas: poseen la misma estructura que las organizadas; sin embargo, de la chispa se extrae un porcentaje mayor para arreglar" al funcionario policial que garantiza una partida sin sobresaltos.

Partidas relámpago: son organizadas por personas que, reunidas en un café, o en un bar, deciden trasladarse a casa de un amigo, sin la intervención del explotador.


La bolsa o la vida "El peligro no es únicamente la policía —proclama un veterano de las mesas clandestinas de poker y de pase inglés—; también están los mexicanos, mucho más peligrosos que los propios funcionarios policiales: son absolutamente insobornables". Los que se arriesgan a jugar por dinero, en alguna mesa clandestina, se someten indirectamente, a un peligro de derivaciones insospechadas: que un grupo de asaltantes (mexicanos, en la jerga de los jugadores) los desvalije, sin posibilidad de recuperar el dinero y objetos robados. "Siempre hay algún alcahuete que pasa el dato de la partida —explica irritado—; desde luego, los ladrones se encargan de adornarlo bien. El caso más famoso se produjo hace algunos años en Casilda, durante una partida de monte criollo: cuando llegaron los asaltantes, pusieron en fila a los jugadores, sin dejar de apuntarlos con las armas, y pasaron el sombrero para que depositasen los valores. Al llegarle el turno a AM., se negó a quitase un anillo de platino, por tenerlo muy apretado: ante la amenaza de que le cortaran el dedo, el anillo salió casi sin esfuerzo".

Semejantes imprevistos no suceden, desde luego, en los clubes donde el juego clandestino es practicado sin interrupciones por parte de asaltantes; no obstante, la policía, en varias oportunidades, ha irrumpido en salas de juego privadas, arrasando con los jugadores y con las apuestas. Para Mario Ramón Ayup, la crónica policial no deja de ser reiterada: en el Club Refinería se realizó un procedimiento, por violación de la ley 4444, donde se detuvieron a 15 personas y se secuestraron 50 mil pesos en efectivo; en el Club Calzada se comprobó la existencia de pollas de futbol, quiniela y rifas no autorizadas: la comisión directiva fue expulsada en el acto. Pero pocos escándalos se desataron sobre la ciudad como el que protagonizó el Club del Progreso, a partir d& una denuncia del insobornable Agustín Fouché Rodríguez Araya: en su recinto existía nada menos que un garito de punto y banca. El diario La Capital en su edición del 19 de noviembre de 1968, reproducía la denuncia del candidato a la presidencia de la Nación: '... con precisión de detalles, sin escándalos, me apersoné a la Jefatura de Policía, denunciando un hecho insólito: en el Club del Progreso se jugaba al ferrocarril. Al tratar de intervenir el jefe de Leyes Especiales y el comisario de la sección tercera, un sujeto apellidado Cudé paralizaba todo procedimiento arguyendo que tenía autorización del jefe de policía de la provincia".

Paradójicamente, la denuncia de Rodríguez Araya tuvo resultados limitados: poco después, durante una incursión que realizó Ayup al Club del Progreso, sorprendió al presidente y a algunos amigos cometiendo una nueva infracción. "Todo esto demuestra un hecho contundente —explica Ayup, con resignación—: el juego prohibido es muy dificil de combatir. A lo sumo, se podrá impedir que crezca alarmantemente". A pesar de las cifras algo abultadas que arrojan los positivos (pruebas encontradas por la policía), que en el mes de noviembre de 1968 sumaron 89 casos distintos y 500 detenciones, el escepticismo parece invadir a los que operan al margen de la ley. 'El juego es vital para un ochenta por ciento de la población: no puede vivir sin tensar a la fortuna, sin el sueño de convertirse, de la noche a la mañana, en millonarios". La voz pausada de R.T, un quinielero con 27 años de profesión, parece resumir el sentimiento de toda una ciudad que, tarde o temprano, optará por algunas de las formas de lo ilegal. "Las persecuciones policiales no tienen sentido —agrega—: hasta el momento, sólo han logrado aumentar el juego prohibido. Y mucho menos, todavía, las denuncias, como las de Rodríguez Araya; después de todo, no sé por qué arma tanto escándalo: hace poco se ganó medio millón de pesos con el 506 ala cabeza".

11 La nota incluye en recuadro una entrevista con "el doctor Gasparrr, director de la Escuela de Psicología Social de Rosario, "para analizar la conducta del jugador (N. del E.).




Fuente: Extraído del Libro “ BOON la revista de Rosario” - Antología . La Chicago Editora. 2013.