Por Rafael Ielpi
Al mencionar inicialmente la capacidad de Rosario para generar grandes ejecutantes tangueros, se señaló el prestigio que alcanzaría la llamada "escuela rosarina" del bandoneón, protagonizada sobre todo por algunos de los alumnos de Abel Bedrune.
Julio Ahumada -nacido en mayo de 1916- sería uno de ellos y, aunque se radicaría en Buenos Aires en 1937, ya desde su juventud, en la orquesta de su maestro rosarino, mostraría una sensibilidad musical y un sonido personal que lo llevarían después a integrar las formaciones de directores como Lucio Demare, Miguel Caló, Joaquín Do Reyes, Enrique Mario Francini, José Basso, Argentino Galván y otros, y a elaborar una reducida pero valiosa obra autoral con joyas como El gurí.
Muchas veces ganado por una bohemia que oscureció en forma notoria su talento como ejecutante, Antonio Ríos debe ser recordado sin embargo como uno de los más grandes bandoneonistas de la historia del tango, juicio en el que coincidirían colegas como Aníbal Troilo y Astor Piazzolla (quien lo invitaría a grabar juntos en la década del 60) y estudiosos como Horacio Ferrer. Al igual que Ahumada -tan bohemio como él- iniciaría su carrera como intérprete en la década del 30 en Rosario y la culminaría también en ella, después de las sucesivas etapas porteñas con las orquestas de Manuel Buzón, Argentino Galván (1939), Antonio Rodio (1942), Orlando Goñi (1943) o dirigiendo la del cantor Roberto Rufino (1944).
Entre regresos y partidas, Ríos armaba sus orquestas rosarinas, muchas veces de vida efímera, sobre todo en la década del 50. La más perdurable de esas experiencias sería la de Los Poetas del Tango, un cuarteto de altísimo nivel musical en el que estarían a su lado otros dos notables: el violinista Antonio Agri y el contrabajista Ornar Murtagh, ganados luego por la influencia de Buenos Aires como "meca del tango", y el también excelente pianista José Puertas. Una grabación en el sello rosarino Trío (convertida hoy en un tesoro para coleccionistas) sería testimonio válido de la calidad del conjunto, puesta al servicio de las concepciones de avanzada.
Imprevistos retiros y retornos exitosos permitieron que el talento de Antonio Ríos fuera conocido en reductos nocturnos como El Farolito, en Ovidio Lagos y Mendoza; en El Amanecer, en Bvard. Oroño al 200, donde su bandoneón -con la guitarra de un virtuoso que triunfaría luego en Buenos Aires, Carlos Peralta- servía de música para el baile de quien sería luego famoso en el mundo entero con "Tango Argentino", el bailarín Virulazo; ya en los inicios de los años 70 en Corchos & Corcheas, un reducto legendario, en Mitre al 700, y cerca del final de los 80 en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, poco antes de su muerte, en 1991. A esa pléyade de grandes bandoneonistas pertenecerían Fernando Tell, que después de sus primeras intervenciones en orquestas de la ciudad pasaría en la década del 40 a la de Aníbal Troilo, se radicaría en Japón largos años y volvería a Rosario para seguir exhibiendo su virtuosismo y sentimiento, hasta su inesperada muerte por decisión propia en los años 90; Osvaldo Montes, uno de los exponentes de la "Generación del 55", discípulo de Ríos y músico de Sala y Bianchi en su juventud, antes de su radicación en Buenos Aires; Rodolfo Cholo Montironi, que iniciada su actividad en la década del 50 la mantendría vigente hasta la actualidad, con giras y grabaciones europeas y actuaciones en París con Susana Rinaldi; Miguel Vettorello, también integrante de orquestas rosarinas como la de José Sala hasta su alejamiento y ulterior residencia en Miami en los años 60, y Omar Torres, arreglador asimismo de reconocidos méritos, también perteneciente al período. A esos nombres pueden sumarse rosarinos de meritoria trayectoria en el género a nivel nacional, como los hermanos Lípesker (Félix y Santos, bandoneonistas, y León, violinista), estos últimos con experiencias artísticas en la ciudad en la década del 30.
Salvador Nito Farace (1912) y Antonio Agri (1930-1998), especialmente este último, se contarían entre los grandes violinistas surgidos en Rosario. Agri fue uno de los adelantados de la nueva sensibilidad tanguera iniciada en la década del 50 por Piazzolla, en la línea marcada por Julio de Caro; con Ríos, en "Los poetas del tango", con la Orquesta Torres-Agri o en sus experiencia de conjuntos de arcos, impondría su personalidad como intérprete, antes de su ingreso a las formaciones de Astor Piazzolla, su triunfo en Buenos Aires y sus presentaciones en todo el mundo. En el rubro de las cuerdas, el período incluiría a dos contrabajistas notables: el mencionado Murtagh y Norberto Nofri, este último uno de los pocos grandes ejecutantes que decidiera no alejarse de la ciudad, muerto en la década del 90.
Fuente: Extraído de la Revista “ Vida Cotidiana” del diario La Capital.