Por
Rafael Ielpi
El entusiasmo por el baile y el Carnaval, que fuera patrimonio común de los argentinos sin excepción de clases sociales prácticamente desde los años del Centenario, cuando los corsos de flores eran un torneo de galanterías y los bailes un acontecimiento social, se mantendría vigente también entre 1930 y 1960. alcanzando incluso en las décadas del 40 al 60 características en algunas casos multitudinarias, aunque sería justamente en 1961 cuando uno de los últimos grandes corsos anunciaría la larga declinación de esos festejos populares, mientras se mantenía el éxito de los bailes.
De ese modo, los grandes clubes deportivos y sociales tanto como las modestas instituciones de barrio se convertían en pistas permanentes para los amantes de la danza, en una etapa en la que el tango, el jazz bailable, y la música llamada "característica" se prestaban para el despliegue coreográfico de hombres y mujeres que encontraban en las reuniones bailables -además- una excelente oportunidad de contacto social que muchas veces se convertía en relación sentimental.
Iguales fervores, por lo menos hasta los años 60, despertaría la celebración de las carnestolendas, una fiesta que en Rosario se festeja-ba ruidosamente desde comienzos mismos de este siglo y que después de 1930 iba a emparentarse directamente con lo bailable a través de los bailes de Carnaval o de Mi Careme.
Fuente: Extraído de la Revista “ Vida Cotidiana” del diario La Capital