Por. Rafael Ielpi
Algunos de aquellos
actos oficiales rosarinos tuvieron un interés adicional: señalaron el inicio
de varias de las grandes obras e instituciones de la ciudad. Fue durante la Semana de Mayo, por
ejemplo, cuando se coloca la piedra fundamental del proyectado gran centro de
salud que Rosario demandaba por entonces: el que luego sería el imponente
Hospital Nacional del Centenario y la Escuela de Medicina. La idea fue sugerida a un
puñado de hombres de la llamada "clase principal" por el gerente del
Banco Español, Cornelio Casablanca, a mediados de abril de 1910, en uno de los
salones del aristocrático Jockey Club. II capital inicial,
estimado por él mismo en 800 mil pesos, no parecía imposible de lograr con el
aporte de los miembros de la burguesía rosarina, integrada en su mayoría por
políticos, profesionales, comerciantes e industriales.
Según él mismo lo
reconocería hidalgamente en más de una ocasión en forma pública, Casablanca
había sido sólo uno de los importantes propulsores para la concreción del
ambicioso proyecto: El honor de haber iniciado y auspiciado esta obra
no me corresponde en un todo, pues la idea de hacer una Escuela de Medicina
corresponde al doctor Lisandro de la
Torre, quien la hizo conocer al doctor Corbellini y a mí un
año antes del Centenario. Planeada la Escuela por el doctor Corbellini, que fue siempre
un entusiasta partidario de ella, fui consultado sobre la posibilidad de
llevar a cabo el proyecto, conviniendo que no había ambiente favorable si no
se asociaba con la construcción de un hospital, y que debía esperarse un
momento más oportuno. Ese momento llegó con el Centenario y la idea del
policlínico lanzada por mí en la noche del 18 de abril de 1910, ante un
reducido grupo de amigos no fue sino el complemento, mejor dicho la base, de la Escuela de Medicina
postergada. Fue, pues, una idea de largo tiempo madurada, aun cuando casi todos
la creyeron una improvisación de las circunstancias, diría en 1924.
Casablanca contaría
inicialmente también con el consejo y la ayuda de tres médicos prestigiosos de
la ciudad: Clemente Álvarez, José S. Sempé y el ya citado Enrique J.
Corbellini; el primero de ellos, reconocido por sus constantes luchas en pro
del control de la tuberculosis en la ciudad, en especial a través de la "Liga
Argentina contra la tuberculosis", fundada en 1901, que presidió, y en la
que trabajaría tesoneramente contra la enfermedad junto a Casablanca y el más
tarde intendente Isidro Quiroga; el segundo, director por entonces de la Asistencia Pública,
además de un estudioso del tema hospitalario, capaz de señalar las deficiencias
del sistema en el Rosario de comienzos de siglo y firme promotor de la
construcción de un hospital adecuado a los tiempos y al avance general del
sanitarismo; el último, que estaba a cargo entonces del Hospital Rosario (había
sido designado en 1907), era uno de los más entusiastas propulsores de la
creación de una Escuela Médica, cuya concreción había impulsado sin éxito un
año antes junto con Lisandro de la
Torre, que había comprobado en Estados Unidos, adonde viajara
más de una vez, el funcionamiento positivo de este tipo de centros de enseñanza
médica privados, algunos de ellos muy prestigiosos.
Sería otro recinto
exclusivo, el del Club Social, el ámbito para la asamblea de notables promovida
por Casablanca con el aval de más de setenta firmas "de pro" y la
asistencia de más de un centenar de adherentes al ambicioso proyecto. En ella
se leería el manifiesto "Al Pueblo del Rosario", cuya redacción se
atribuye a Francisco Correa; se elegiría la primera comisión directiva, para
cuya presidencia se designó por abrumadora mayoría al entonces gerente del
Banco Español; se excluiría de aquélla a los médicos y se iniciaría finalmente
la suscripción inicial entre los presentes. Esa noche, para asombro de muchos,
se había recaudado una suma que rondó los 440 mil pesos.
La suscripción popular
inmediata, abierta en algunos bancos de la ciudad y promovida en especial por
Casablanca, Fernando Pessan y De la
Torre, iba a demostrar el entusiasmo que la idea (y el fervor
del Centenario, sin duda) había despertado en los rosarinos, pertenecieran o no
a la clase adinerada. En menos de una semana, lo depositado alcanzaría casi a
un millón de pesos, que subirían a $ 1.231.750 el 24 de mayo, al colocarse la piedra
fundamental de las obras. Monos y Monadas detalla los pormenores
de la ceremonia, que incluyó discursos del intendente Quiroga y Casablanca,
bendición del párroco de la
Catedral, presbítero Nicolás Grenón, y un coro de 5 mil niños
que cantaron el Himno Nacional, con una orquesta dirigida por el italiano
Santángelo. El entusiasmo contagiaría incluso al periodismo: ese barrio de suyo tan
apartado y solitario se transformó ese día antes de recibir los beneficios del
altruismo popular, pudo leerse al día
siguiente.
La
idea encontraría, sin embargo, no sólo auspiciantes económicos sino también
voces sensatas que se preocupaban por el futuro de semejante edificio, una vez
construido el mismo: La magna idea de conmemorar deforma perenne
nuestro centenario con la construcción de un Hospital-Modelo, que debe ser la
aspiración de los iniciadores y del pueblo en general, aloca sobre el tapete
una cuestión de actualidad. Debe tenerse en cuenta —decía La
Capital ese mismo año— la construcción,
conservación y mantenimiento del futuro hospital, indicando un cuadro de
conjunto y recordando los elementos que deben concurrir para el bienestar de
los enfermos que a la enfermedad unen la pobreza, entendiendo que la idea
dominante es levantar un hospital para pobres...
Agregaba el diario
fundado por Ovidio Lagos: Dicho hospital tendrá un programa de
aproximadamente 300 camas divididas en dos servicios (hombres y mujeres); dos servicios
de cirugía, un servicio de medicina para niños, uno de oftalmología, uno de
piel, sífilis y venéreas, uno de laringología y uno de vías urinarias. Si el
terreno se prestase, por su extensión, podría construirse un pabellón aislado,
para tuberculosos. Honraría a la ciudad este hospital.
Mientras tanto, la Comisión, que era una
verdadera constelación de apellidos reconocidos de la alta burguesía mercantil:
Lisandro de la Torre
y Martín de Sarratea como vicepresidentes; José Castagnino y Angel Muzzio como
tesorero y protesorero, Osvaldo Rodríguez y Luis Colombo como secretarios y
Ciro Echesortu, Santiago Pinasco, Juan B. Quintana, Emilio D. Ortiz, José
García González, Fernando Pessan, Enrique Astengo y Eduardo Rosemberg como vocales, avanzaba hacia el inicio de
las obras, preparando los pliegos para el concurso de proyectos, convencidos
sus miembros, como lo refrendaran por escrito, de que los ricos tienen una
función que legitima las diferencias de fortuna y deben demostrar que son
dignos del envidiado lugar que ocupan. Entre una obra puramente artística y
otra que, sin excluir el arte, fuere a la vez de beneficencia, enseñanza
científica y utilidad inmediata, nos quedamos con lo segundo...
Al poco tiempo, Monos y Monadas consignaría que es increíble el éxito de ¡a suscripción pública
para levantar el gran hospital, comentando a la vez la designación de una
comisión asesora de médicos, "distinguidos e ilustrados", encargados
de informar sobre los aspectos técnicos de la colosal obra, y también ellos portadores de apellidos de prestigio en la
ciudad: Bartolomé Vasallo, Camilo Aldao, Clemente Alvarez, José Sempé (ex
Director de la Casa
de Aislamiento por entonces),JerónimoVaquié, Saturnino Albarracín, Rafael
Araya, Camilo Muniagurria, Domingo del Campo, Eduardo Carrasco, Enrique
Corbellini, Cayetano Zampettini, Domingo Mangiante, LuisVila, Federico
Schleisinger, José Agneta y Enrique P.
Marc.
La revista dejaba
constancia de que, tratándose de un hospital de cuatro manzanas, vienen ahora los puntos
más complicados, como determinar cómo se distribuirán los numerosos pabellones
aislados, además del edificio de la
Escuela de Medicina anexa que se creará. A la suscripción (exitosa pero insuficiente para
semejante obra) se sumarían los aportes de la Municipalidad de
Rosario, que a la donación, en mayo de 1910, de las cuatro manzanas contenidas
por las calles Urquiza al norte, Santa Fe al Sur, Suipacha al este y las vías
del Ferrocarril Buenos Aires-Rosario, al oeste, agregaría un subsidio de 300
mil pesos pagaderos en tres cuotas a partir del año siguiente Una cifra similar, de
acuerdo con los documentos publicados por la Comisión del Centenario, fue aportada por el gobierno santafesino,
mientras que la Ley
7031 del 2 de junio de 1910 estableció un subsidio del gobierno nacional de 250
mil pesos para dicho año y de una suma igual para 1911, que fueron aportados no
sin las demoras previsibles. El monto estimado para la construcción del
Hospital Centenario y la
Escuela de Medicina quedó fijado en $1.700.000 La relevancia
del proyecto hizo que se decidiera un concurso internacional, cuyo llamado se
produjo en octubre de 1911, con un plazo de seis meses para la recepción de
trabajos, y un jurado que incluía el doble de técnicos que de médicos, de
acuerdo al expreso pedido de la Sociedad Central de Arquitectos de la Argentina. Por los
primeros, lo integraron dos ingenieros arquitectos de la colegiación profesional
de Buenos Aires: Carlos Nordmann y John J. Doyer, y dos locales, el ingeniero
arquitecto Italo Meliga, uno de los profesionales reconocidos del Rosario de
finales del siglo XIX y comienzos del XX, y el ingeniero civil Manuel Sugasti.
Sólo dos médicos, como se había exigido, pudieron juzgar las propuestas:
Clemente Álvarez y LuisVila, a los que se sumaría Casablanca, que no era ni
médico, ni ingeniero ni arquitecto pero sí el alma mater de aquello que parecía
una utopía.
En abril de 1912,
cumplido el plazo de recepción, los trece proyectos recibidos fueron exhibidos
en el local del Jockey Club, en Córdoba y Maipú, ante el consiguiente revuelo
de los habituales paseantes. El jurado, el 8 de mayo, declaró desierto el
primer premio, que tenía una recompensa de 12 mil pesos y otorgó en cambio dos
segundos, de 10 mil pesos cada uno, a los denominados "Ciencia y
Arte",del ingeniero francés Rene Barba y el doctor Varzi, y
"Paraná", cuyos autores eran el ingeniero Walter Molí y los
arquitectos Ernesto Froliorg y Marcel Daxelfohofer, y un tercero de 5 mil pesos
a "Salud", de los ingenieros Taurel y Distasio.
La
Comisión iba a demorar sin embargo hasta el 4 de noviembre
para determinar el proyecto finalmente elegido, lapso consumido en reuniones
con los autores de las tres propuestas premiadas y en discusiones sobre las
reformas propuestas por el equipo de médicos y arquitectos e ingenieros
designados, entre los que estarían los ex jurados Meliga, Sugasti, Álvarez y
Vila, a los que se sumaría invitado
Rezzara, otro de los
prestigiosos del período finisecular, y finalmente Martín de Sarratea y Osvaldo
Rodríguez, integrantes de la
Comisión pro Hospital. Corbellini, pese a su digna renuencia
a integrar las comisiones vinculadas al Hospital y la Escuela que tanto impulsara, se
sumaría como asesor permanente en ese período de febriles actividades. El 4 de
noviembre de 1912, el proyecto de Barba-Varzi quedaba por fin consagrado como
el elegido.
Ya bastante antes tampoco
se privarían de hacer conocer su opinión los médicos de la ciudad, aun
apelando al anonimato como un "Doctor X" que en La
Capital del 15 de mayo de 1910 proponía: Deben construirse
pabellones separados y ventilados, aireados, con buena luz y sol, separados
unos de otros por una distancia doble a su altura, señalando como modelos a los policlínicos San
Mauriziano de Turín, Boucart de París y los de Berlín y Roma, por entonces los
más renombrados de Europa.
Las
obras, en rigor de verdad, comenzaron en 1913 y La Capital dedicó un largo artículo al asunto, con
una fotografía de las mismas, pero la crisis que devino como corolario de la Primera Guerra
Mundial provocó cada vez mayores retrasos en su marcha. Fueron subsidios provinciales
y nacionales los que posibilitaron que el proyecto terminara finalmente, a lo
que debe sumarse una importante donación de Adolfo Rueda (que fallecería en
1918), la que permitió completar los fondos necesarios para la construcción de
la mayor parte de los pabellones planificados.
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame” Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo
Sapiens Ediciones