Por Rafael Ielpi
Otra de las modas de la primera década del siglo
era el tradicional té de
las 5 de la tarde, herencia victoriana traída a la ciudad por
la
colectividad británica que se instalara en Rosario, en general l orno
funcionarios o altos empleados de empresas de ese origen, y adoptada en los
círculos rosarinos como "de muy buen tono". Se Usaba el té para las reuniones de señoras dedicadas a la
beneficencia, para agasajos o como
despedida a quien entraba en el terreno de las casadas.
Una noticia de 1910, por ejemplo, destaca
claramente esa moda social: Despidiéndose
de su vida de soltera, la señorita María Elisa Queirolo, ofrecerá un five
o'clock tea a un numeroso grupo de distinguidas señoritas. Dada la figuración de la familia Queirolo en nuestros
más selectos círculos sociales, es de presumir que el acto asumirá proporciones
lisonjeras. Otra de abril del mismo
año comunica que en
el Salón Rosa de la Confitería “La Perla" tendrá lugar un té ofrecido por
sus amigas a la señorita Balbina Casalegno con motivo de despedirse de la vida de soltera,
mientras
por la misma época el Club Atlético del Rosario, de fundamentos británicos si
los hay, hacía una costumbre del té de las 5 de la tarde para las familias que
concurrían los viernes a jugar al tenis.
Del
mismo modo, otra permanente excusa para concretar veladas sociales de todo
tipo (bailes, tés, cenas y almuerzos, fiestas, pic-nics, soirées, etcétera) era
la beneficencia, tradicionalmente ejercida por las damas de la alta sociedad en
todo el mundo, por lo menos en todo el mundo "occidental y cristiano"
de esa época. Aquel ejercicio de la caridad se llevaba a cabo a través de
instituciones que, en muchos casos, como el de Sociedad de Beneficencia
porteña, no eran, como señala Sebreli, sino bastiones de la reacción social, y
tenía como objeto recaudar fondos para una serie de entidades de las llamadas
"de bien público". En Rosario, el Hogar del Huérfano era una de esas
instituciones, y lo sería por décadas.
En
1903, Rafael Barret dejaba sentada, con la contundencia proverbial de la prosa
anarquista, su lapidaria visión de la beneficencia ejercida por las clases
altas de Buenos Aires, que no difería demasiado de la que auspiciaba la
burguesía mercantil rosarina: Juzguese,
pues, el alcance de la corriente de beneficencia porteña, pretexto de bailes y
kermesses, cuyo vano júbilo empapa de insulto la limosna. Juzgúese a una caridad
que, alimentándose de loterías, se prostituye al juego, divinidad menor cuya
pagoda —el Jockey Club— es el segundo hogar de todo caballero distinguido.
Salvo las erogaciones estrictamente eficaces en su carácter técnico, que se
refieren al servicio de hospitales, no cabe duda que por el abaratamiento de la
mano de obra o por el mecanismo del azar las sumas de la beneficencia
estrepitosa regresan en silencio a las arcas de donde salen, lo que no
acontecería si no interviniese un clero que, entre otras cosas, se dedica a
colocar especifico y a bendecir los perros de los "sportmen"
millonarios...
En el Centenario, esa "fiebre de la
beneficencia" alcanzó increíbles niveles, sin omitirse incluso una fiesta
de cuando en cuando en el mismo Hipódromo Independencia, más allá de las
condenas que se ganaban, en algunos círculos, las carreras de caballos. Como un
éxito halagüeño y lisonjero se califica una reunión
benéfica de 1910 en ese recinto, congregando
en el lugar a numerosas familias de nuestra haute: en tribunas y palcos vimos a las familias de
García González, San Martín, Tiscornia, Pinasco, Brusaferri, Olivé, Le Bas,
Larrechea, Leroy du Plessis, (Casas, Benegas y otras.
Estas
instituciones actuaban desde finales del siglo XIX cuando . (instituyen varias
de estas "sociedades pías", como se las denominaba. Hacia 1900,
tenían activa tarea la Sociedad Damas de la Caridad, con sede en Córdoba 1323,
presidida por Corina Rodríguez de Muñoz, y que incluía en su comisión directiva
a señoras de apellidos como Sugasti, Arijón, Correa, Granados, de Larrechea,
etcétera; la Sociedad Damas de Beneficencia de Rosario, en Libertad 681, cuya
presidencia ejercía Manuela O. de Hertz, con colaboradoras de no menor prosapia
(Le Bas, Lejarza, Caries, Andino. Aldao); la Sociedad Damas de la Misericordia,
en Comercio 671, con Manuela Posse de
Ledesma al frente de la institución o la Sociedad Hijas de María, en calle
Comercio 390, conducida por Josefa Grandoli.
Formando parte de la mentalidad moralista de esos
años iniciales, la Sociedad de Damas de Beneficencia —otra de las
instituciones benéficas rosarinas presididas en forma alternada por señoras de
las familias "de pro" de la ciudad— otorgaba anualmente los llamados
"Premios a la Virtud", cuyos actos de entrega se convertían en acontecimientos
sociales en los primeros quince años del siglo, hasta que dejaron de
concederse, seguramente por otras razones que no eran la desaparición de
virtuosas mujeres... En 1911, por ejemplo, el acto tuvo las proporciones
suficientes como para justificar a dos oradores importantes, aunque igualmente
controvertidos: monseñor Gustavo Franceschi y el nacionalista Manuel Caries,
calificado con justicia como apaleador de obreros y
fundador de la reaccionaria Liga Patriótica Argentina.
En marzo de 1912, los diarios comentan la
perduración en la ciudad del evento conocido como "Día del Kilo", que
no era otra cosa que una colecta anual a beneficio de los asilos rosarinos, en
la que se pedía a la población la donación de un kilogramo de algún comestible.
Las damas rosarinas participantes provenían de familias de prestigio social y
poderío económico, como ocurría por lo demás en Buenos Aires aunque variasen
los apellidos. Aquí se reiteraban los de Castagnino, Maidagan, Colombres, Casas
Olivera, Olivé, Infante, Brandt, Daneri, Marull y otros. También por esos años tenían
lugar las llamadas "Fiestas de la alcancía", que eran, como su nombre
lo indica, una invocación hecha alcancía en mano por señoras, señoritas e
incluso niñas de la sociedad, a la caridad y solidaridad de los rosarinos, pero
especialmente a los de su propio círculo social.
Las colectividades extranjeras, que luego se
irían integrando hasta mimetizarse casi con usos, costumbres y gentes de la
ciudad, mantenían en los primeros años del siglo y hasta bastante avanzada la
década del 20 y parte de la del 30, una activa vinculación con Rosario a través también de distintas actividades
sociales, a veces benéficas, a veces simplemente de entretenimiento y
diversión. En 1916, la Asociación de Damas Francesas solía tomar al Savoy Hotel como
escenario de sus "té-conciertos", a beneficio de alguna entidad
benéfica o para recaudar fondos para su mantenimiento, que incluían conciertos
de piano, canto y una tómbola como fin de fiesta.
Las
damas de ascendencia británica, esposas en su mayor parte de altos empleados o
funcionarios, también protagonizaban sus veladas benéfico-sociales, que en
algunos casos tenían destinatarios y escenarios lejanos, como ocurría en 1916
con los conciertos en el mismo hotel, organizados por dichas señoras, y cuyo
producido era destinado a
regalos que para Navidad se enviarán a los soldados en guerra. La noticia, decía la prensa, ha despertado gran expectativa en las colectividades
inglesas, belga e italiana.
Las
veladas sociales siempre encontraban motivo para concretarse, como en 1912,
cuando la llegada del crucero británico "Glasgow" provocó una
verdadera ola de interés en los círculos sociales por agasajar a los oficiales
del buque. Este queda anclado unas semanas en el puerto, y oficiales y
tripulantes se ven envueltos en un mar de brindis, comilonas y funciones
teatrales: velada en el Colón, un simulacro en el Cuartel de Bomberos, donde
participan los marineros ingleses; una reunión deportiva en Plaza Jewell; un
almuerzo en la inevitable confitería de Ramón Cifré, ofrecido por el intendente
de turno, por entonces el coronel Broquen, y otra función especial en el Colón,
donde se representó The
oíd bad and the beutiful babies, cuyo
autor, H. C. Collins, era uno de los oficiales de a bordo del crucero de Su
Majestad y seguramente ningún Shakespeare.
El
río, por su parte, convocaba regularmente a otra actividad que mezclaba por
partes iguales lo deportivo con lo social, aun cuando con preeminencia de lo
segundo. Eran las regatas, en especial las realizadas en Alberdi, que
comenzaron a llevarse a cabo en los primeros años del siglo y alcanzarían mayor
relevancia con la consolidación de los clubes náuticos sobre la costa.
En 1910, Caras y Caretas dedica
un espacio al tema: Lucidísima resultó la fiesta náutica efectuada en el río Paraná, frente
a la playa de Alberdi. Sólo hubo que lamentar que, debido a la falta
de tiempo, no se efectuaran las indicadas para señoritas, números esperados con
el más puro interés. La playa, llena de espectadores, presentaba un aspecto
bellísimo. Las familias de la mejor sociedad rosarina se habían congregado en
palcos dispuestos especialmente, donde daban la nota social del día. La
vieja publicación de José Sixto Álvarez pasa revista a algunos de los apellidos
visibles: Las
señoritas Rouillón, Sugasti y Puedo y los señores Ciro Echesortu (que
al parecer era un diligente promotor de todo este tipo de eventos sociales), Alfredo J. Rouillón, Larrechea, del Solar, etc. Bastante
después, en enero de 1925, la misma revista vuelve a ocuparse de Rosario al
comentar una reunión social en el Club Remeros Alberdi, que congregara a señoritas y caballeros de la mejor
sociedad rosarina.
La afición de las damas de la sociedad a este
tipo de actividades deportivas como las regatas, las carreras de caballos e
incluso algunos deportes que iban tomando poco a poco una popularidad que luego
sería incontenible, tenía sin embargo sus inconvenientes en los años del
Centenario. Una interesante nota de Monos y Monadas de
ese año (la columna fija "Del Bulevar", firmada por Emma Reounardt)
contiene una admonición a aquellas señoras y señoritas afectas a concurrir a
esos espectáculos: Es corriente, ahora,
entre las damas del boulevard, prodigar aplausos a los "sportman". Nos
ha causado tristeza la comprobación de tal novedad. Acuden a ciertos circos y
pistas de juego niñas de la sociedad que tributan a los jugadores del club de
sus simpatías aplausos entusiastas, desmedidos pero muy gratos, porque son
manos femeninas las que baten ¡taimas. Los jugadores, en lugar de hacerse
acreedores a esos aplausos que la benevolencia de las mujeres les concede, se
hacen pedantes, se pavonean en los fields...
Por eso, porque se vuelven engreídos o
incultos muchos de ellos —señala la cronista—, es
que creemos contraproducente el aplauso femenino que a cualquier espíritu noble
y elevado debiera llenar de sana alegría: querernos decir que se aplaude a
quien no se debe... En las clásicas fiestas, en noviembre y marzo, millares de
niñas tributan sus aplausos gentiles a los remeros y ellos los reciben como
corresponde a la educación. Por eso lamentamos la presencia de la mujer en las
pruebas de sport :pero muy poco caso se ha hecho a estas
protestas...
Porque
una cosa era aplaudir a jóvenes de su mismo abolengo social y otra muy
distinta a los morochos futbolistas que
Empezaban
a mezclar sus gambetas junto a los descendientes de aquellos ingleses
que introdujeron el juego en la ciudad...