"Corrió fama en
ciertos burdeles rosarinos, adonde llevaron a don José Ortega y Gasset para que
se deleitara con la belleza de aquellas culientie-rras, maestras, además, de
artificios de variada índole".
Tulio Carel la, en carta al autor.
. Querido Manolo: He visto que estás en Buenos Aires. ¿No te acuerdas de mi?. Hemos estudiado
juntos en el Colegio de primeras letras, y como yo tengo un teatro aquí, en Rosario, no te perdono que te vuelvas a España sin venir por
acá siquiera cuarenta y ocho horas. Si en ese tiempo quieres dar unas
conferencias, ya sabes que mi teatro está a tu disposición . Ven ...y no te preocupes de
¡o demás. Yo corro con todo. A ver si tienes. ¡Sernos o no sernos.1".
"Así decía la carta de su amigo de la infancia, Pepe
Melgar, que Villena leía un poco asombrado. No tenía la menor sospecha de aquel
"punto" anduviera por América, y menos que tuviera un
teatro. Y al momento formó el decidido propósito de hacer una visita a Rosario
de Santa Fe. Que no se lo agradeciera el amigo: no era sólo por su carta por lo
que iba, ¡ tampoco por el cebo que suponían las problemáticas ganancias de las
conferencias; no se pondría en camino por el deseo de conocer otra población
argentina que no fuera Buenos Aires, y de ver aunque sólo fuera una parte
pequeña del campo argentino. Todas estas podrían ser causas ^adyuvantes del
viaje, pero no la razón primordial. La razón primordial "a que ...
"Algunas noches antes volvía con Solar,
Terrero, Insausti, y un periodista español simpatiquísimo, llamado Santiago
Rendón, de un paseo nocturno por los falansterios de Junín, Lima y Cangallo,
cuando, al pasar por Callao decidieron
entrar en "El Tropezón".
"El Tropezón", ya creemos habérselo
dicho al lector, era un café respirante muy simpático, donde, a última hora de
¡a noche, se constituían versas peñas literarias. Era de los raros sitios de
Buenos Aires en que no
hablaba de la cosecha, de cédulas hipotecarias ni
del valor de los terreas; de todas las tertulias, presidía la mayor y la más clásica
un tipo po-jlarísimo entre la gente de letras de Buenos Aires; se llamaba
Joaquín i Heredia y era un hombre de unos cuarenta y tantos años, alto, con la
irba y el cabello ennoblecidos por unos hilos de plata que enmarcaba ia faz
noble de amplia pureza nazarena.
". . . Joaquín de Heredia derivó la
conversación hacia el lado galante: eron cien anécdotas picarescas, relatos de
aventuras pasadas y descubri-iento de unos cuantos rincones pintorescos y
ocultos que Buenos Aires
tenía, como toda gran ciudad, pero que sólo podía
conocerse a fuerza de tiempo y buena voluntad.
"Y fue así como el relato, descendiendo un
poco de plano, vino a parar en lo que vino.
"—Todo eso no es nada —dijo Joaquín,
comentando los elogios que el poeta hacía de los quilombos de la ciudad—
comparado con lo de Rosario.
"Villena creyó que se trataba de alguna
dueña de mancebía que se llamaba Rosario, y preguntó ingenuamente:
"—¿Dónde es lo de Rosario?. "-¿Usted no ha estado en Rosario de Santa
Fe? "—No, señor. "-¿Ni piensa ir?
"—La verdad, no
había pensado en ello.
"—Lo digo porque en Rosario, en el barrio de
Súnchales, está el quilombo mejor del mundo.
"Manolo, con un
brillo raro en los ojos, se afianzó en la silla. "— [Qué dice usted!
"—Lo que oye: yo soy enemigo de la hipérbole.
El que llama allí todo el mundo, no sé por que, la casa del gobernador. Conozco
gente que ha viajado mucho, que conoce las célebres casas de té del Japón, y
todo lo que hay que conocer, y dice que como eso de Rosario no hay nada. Todo
esto que usted ha visto en Cangallo y en Andes son bolichitos comparado con
aquello.
"Los demás, incluso Julio Solar, apoyaron la
afirmación de Heredia. Villena púsose de pie y, muy serio, preguntó:
"—¿A qué hora sale
el primer tren para Rosario?
"Fue una chufla general, y, casi a
la fuerza, le hicieron sentar de nuevo. Ya sentado, aún decía: —No, no; hablo
en serio. Yo —como dicen ustedes— me mando mudar ahora mismo.
"¿Iba a volverse a Europa sin ver aquello?.
Hubiera sido un viaje estúpido.
"Como era en los primeros días de
Julio, es decir, en el centro del invierno, se hacía de noche muy pronto, y
por ello el poeta, deseoso de ver el campo argentino, no quiso utilizar el tren
rápido de la tarde, que era el más cómodo para trasladarse a Rosario.
"Salió a las siete de la mañana de la
espléndida estación Retiro; el día, con sol, era, sin embargo, muy húmedo, y el
poeta, acomodado junto a uno de los ventanales del coche, se dispuso a saborear
todo lo que se le fuera ofreciendo a la vista durante las siete horas de viaje.
"Villena entró en Rosario lloviendo;
a las dos y pico de la tarde parecía casi de noche. La explanada de la estación
estaba llena de un barro líquido y pegajoso, en el que los pies se clavaban.
"Tomó un coche y emprendió en dirección al
hotel, un viaje sumamente pintoresco.
"Las calles de Rosario recordaban mucho las
de Buenos Aires alejadas del centro, con sus casas de un solo piso, estilo
colonial, y su alineación perfecta, que hace de estas ciudades americanas un
monótono tablero de damas. De cuando en cuando, en el arroyo, ocupando todo él
de acera a acera, había un gran charco de agua. El carruaje, sin disminuir la
marcha al trote de sus caballos, se zambullía en él, y cuando ya lo había hecho
empezaba a hundirse muy seriamente, hasta que el agua llegaba a los pies del
poeta: entonces, dando un balanceo violento, volvía a salir el vehículo a la
otra orilla del charco y recobraba su marcha normal.
"La cosa se repetía cuatro o cinco veces en
cada calle, de modo que el viaje tenía un parecido extraordinario con un paseo
en góndola, y Villena pensó si se habría equivocado de tren, y en vez de llegar
a Rosario de Santa Fe, habría entrado en Venecia.
"Llegó al hotel, instalóse, y fuese en busca
de Melgar.
"Lo encontró en el despacho del teatro; los
dos amigos hacía veintitantos años que no se veían, y en vista de eso, la
primera pregunta que Villena le hizo fue la siguiente:
"—Oye: ¿Hacia dónde cae aquí el barrio de
Súnchales?
"Pero, ¿qué dices, Manolico? i Badajo! Yo
creí que habías venido a Rosario a verme a mí.
"—Y a eso he venido, pero esta noche me
tienes que acompañar a la casa del Gobernador.
"— ¡Ah, tigre! ¿Ya te has enterado?
"—Enteradísimo; pero no me basta.
"—Bueno, ¿has visto los carteles?
"Los había visto: al venir de la estación, y
ahora del hotel aquí, se había extasiado ante unas enormes tiras de papel, en
las que con letras muy grandes se anunciaban las conferencias del poeta, pero
no le interesaba nada de esto: daría las conferencias porque a ello se había
comprometido, y además por los pesos que pudieran producirle; pero era
indudable que él había venido a Rosario a otra cosa.
"Pepe Melgar le acompañó a dar una vuelta
por la ciudad. Rosario era una población relativamente pequeña, pero agradable:
su calle de Córdoba, que era la central, era una de esas calles simpáticas,
estilo Carrera de San Jerónimo, con mucha luz, mucho comercio, cerebro y
escaparate a un tiempo de la ciudad entera.
"Villena quiso que el empresario le
acompañase a comer. Después fueron a un teatro, y a la salida —una de la
madrugada— tomaron un coche y se encaminaron al barrio de Súnchales.
"IPorfin!.
"Estaba lejos; cerca de la estación,
y después de caminar un gran rato. Melgar bajó del coche con Villena a la
entrada de una calle muy ancha y de casas muy bajas.
"—Es mejor que vayamos a pie desde aquí:
está cerca, y así verás el barrio, que tiene mucho de pintoresco.
"A la entrada de la calle, muy
iluminada, había una tienda en la que servían comidas y que estaba llena de
gente. Mucha había también en la calle, a pesar de la hora, paseando de un lado
para otro, asomándose a la puerta de los quilombos, entrando en ellos algunos,
aunque desde luego los menos. Los quilombos empezaban allí mismo, y eran, a
derecha e izquierda, todas las casas de la calle.
"—Lo notable de este barrio —decía
Melgar— es que en él, y sobre todo en esta calle, hay quilombos al alcance de
todas las fortunas: desde veinticinco centavos a cinco pesos. Míralos.
"Eran casas de un solo piso, con
unas puertas de cristales esmerilados, detrás de los cuales había un verdadero
raudal de luz, y que a estas horas ya se abrían sin cautela para que las
pupilas de la casa se asomasen a ellas y exhibiesen así a la vista del público
la mercancía.
"Abundaba en ellas ese tipo de mujer
amulatado —uruguaya en su mayoría— con el pelo de un negro espeso y brillante,
que parece recién impregnado en aceite. Mujer de labios muy gruesos y
trompudos, que, sin ser guapa, resultaba atractiva y de una gran maestría una
vez tendida en el lecho.
"—Mira: ese es uno de veinticinco centavos.
Para soldados y changadores del muelle como comprenderás . . . Aquel, en
cambio, es de dos pesos... Y aquel
otro de uno.
"La diferencia no se apreciaba mucho
desde la calle; y, una vez dentro, no era mucha tampoco. Algo más de belleza o
juventud en la mercancía,'su poquito más de limpieza en las toallas, y su
miaja de esmero en el detalle de las habitaciones.
"Doblaron una esquina, y se encontraron en
una calle exactamente igual a la anterior, aunque peor iluminada.
"—Aquí las'casas ya son un poco mejores.
Casi todas de dos pisos, y género francés en la mayoría.
"En efecto, en las mujeres que se asomaban a
las puertas se veía esa atracción, esa coquetería en el vestido, ese . . .
"phsique du role" de la francesa, que la hace tan apta para el oficio
venusino.
"— ¡Vaya, hombre! Ya estarás contento, ya
tienes allá la casa del Gobernador, como tú le llamas.
"Y Melgar señalaba al fondo de la calle, a
la izquierda.
"Miró el poeta con avidez.
"—¿Dónde? ¿Al lado de aquella fábrica de luz
eléctrica?. Porque supongo que aquello tan iluminado que se ve allí será una
fábrica de luz eléctrica.
"— ICa, hombre! Aquello es
precisamente el célebre quilombo. Aquellas luces son las que salen por la
montera de cristales del gran patio central de la casa.
"— iEstupendo! Vamos allá. Te juro que estoy
emocionado.
"Y fueron. Tuvieron que recorrer toda la
calle, que era muy larga, y al final de ella, cuando el ruido y el bullicio de
los otros quilombos populares había ya cesado, cuando la calle, antes de
morir, se adecentaba del todo, había una casa no muy grande, pero de
apariencia señorial; tenía aspecto de nueva, y las líneas arquitectónicas de
su fachada la hacían asemejarse mucho a uno de esos hoteles de los barrios
elegantes de las grandes poblaciones, en que las familias burguesas refugian
sus anhelos aristocráticos. Tenía dos puertas: una grande, y otra, a su
derecha, más pequeña, algo así cómo una entrada de servicio; sobre la
principal, una primorosa marquesina de cristal contribuía ál todo severo y elegante
del edificio.
"Por fuera, aquello daba ¡dea de cualquier
cosa menos un quilombo: no recordaba en nada a todos los que hasta enconces
había visto Villena en América. Un coche de dos caballos que había parado en la
puerta parecía esperar la salida de una dama muy respetable que, acompañada de
sus nietos, saliera a darse un paseo.
"El poeta oprimió, no sin cierta emoción, el
timbre diminuto que había en el marco de la puerta: al poco rato abrióse uno
de los ventanillos de cristales que en las hojas de la misma había y apareció
la cabeza de una mujer joven.
"Por lo visto se asomaba únicamente
por ver si los que llamaban eran personas decentes, porque tras una mirada
rápida, dijo: "— lAh! Voy a abrir...
"Así lo hizo; el poeta y su acompañante se
encontraron encerrados en un pequeño vestíbulo a cuyo fondo había otra puerta
de cristales esmerilados, que era la entrada verdadera de la casa. La que
había abierto era una doncella de casa grande, vulgar pero limpia, vestida de
negro, con delantal de peto y cuello y puños blancos.
"—Pasen por aquí.
"Y se abrió la puerta de cristales.
"Se encontraron en un salón primoroso: al
fondo, entre dos puertas semitapadas con regios cortinones de damasco, había
una gran chimenea de mármol con un espejo encima que llegaba hasta el techo;
sobre el tablero, un reloj y unos candelabros de bronce. El mobiliario era
sencillo y de buen gusto, pero Manolo no tuvo tiempo de fijarse en él.
"Hipotecaba toda su atención algo excelso
que había en la estancia, una cosa diabólica a la vista de la cual, y sin pasar
de allí. Comprendía por qué aquella tenía fama de ser la mejor casa de placer
del mundo. En los dos muros laterales de la estancia, y a ambos lados de sendas
puertas que en ellos había, admirábanse cuatro cuadros gigantescos que ocupaban
casi
toda la pared, y que eran unos retratos de otras
tantas mujeres absolutamente desnudas, en tamaño natural.
"Sin picardía, diríase que casi sin malicia,
aquellas mujeres se ofrecían a la vista del público en unas posturas que, sin
ser lúbricas ni voluptuosas, servían para dejar bien al descubierto los parajes
más secretos y deleitosos de sus cuerpos.
"Viendo el éxtasis en Villena, que
paseaba como embobado la mirada de un cuadro a otro, Melgar le dijo:
"—¿Qué? ¿Te gustan los cuadricos? "— ¡Pucha! ¡Qué señoras! Si
pestañearan ...
"—Pues han pestañeado, y alguna de ellas
puede que aún ande pestañeando por ahí.
"-¿Aquí, en
Rosario?
"—No. Las cuatro han sido pupilas de
lacasa:esta que medio se tapa el pecho con las manos, murió aquí hará cinco años
o seis. Aquella tan morena que tiene el pelo suelto es una rusa que al volver
a Europa se suicidó, tirándose desde el barco al mar. Y aquella rubita de pelo
corto que se ríe como una niña, a esa la he conocido yo ... en todos los sentidos de la^pa-labra, no hace más de un año.
Se volvió a París hará tres o cuatro meses. Por cierto que a un amigo mío de
Santa Fe, un italiano muy simpático, le obsequió con unas ilustraciones gálicas
que aún se las debe estar curando.
"— ¡Ah, poetisa!
"—Y el hombre,
agradecido, ¿qué dirás que hizo? "—Pegarla un tiro.
"—Regalar ese retrato: estaban ya colocados
esos tres y quedaba ese hueco vacío. El habló con la dueña, hizo que el mejor
fotógrafo de Buenos Aires hiciera esa ampliación, y lo regaló a la casa con
marco y todo. Ahora, siempre que viene a Rosario, no deja de hacer una visita
aquí: paga sus cinco pesos, y a una hora en que ya no hay parroquia y esto
está vacío, se coloca delante del cuadro, rinde culto manual a Onam, y se marcha
a la calle. Dice que a él, como no sea con la vista, no lo vuelve a mancillar
ninguna golfa.
"Manolo estaba emocionado. El también
habíase colocado ante el retrato y, poniendo los ojos en blanco, daba de
cuando en cuando grandes suspiros. Melgar, que estaba a su espalda y no le veía
las manos, se alarmó un poco y fue hacia él.
"—¿Qué haces
hombre? IQue estoy yo aquí! '
"Pero había sido una falsa alarma: el poeta
tenía las manos cruzadas sobre el pecho como los místicos del medioevo cuando
se les aparecía la imagen rutilante de su Dios.
"—No; no temas, Paquico, no estoy
imitando a tu amigo el de Santa Fe. A mí nó me gusta gastar la pólvora en
salvas.
"Estaban solos en la estancia; muy cercano
se oía al piano un tanguito, a cuyos sones alguien debía estar bailando.
Villena fijóse de nuevo en los cuadros, uno por uno. A su vista iba
considerando en la gran cantidad
3€ idiotez y de impotencia psíquica que suponen
todos esos desnudos académicos de cuadros y estatuas que pueblan los museos del
mundo. La literatura ha creado un tipo de belleza extática, muerta; unos
cuerpos de mujer que cubren púdicamente los senos o el vértice del sexo con las
manos, con una hoja de parra, con la punta de un velo, que parece así caída al
desgaire, o con mil artificios diversos; los literatos dicen que eso es belleza
pura, sin mezcla alguna de lujuria ni de pornografía. IMacanas!. A la vista de
estos cuerpos de mujer, que sin gesto picaresco alguno no hacían más que
exhibir lo que la naturaleza les había dado, se comprendía lo absurdo de esta
otra belleza fría, incapaz de despertar en el que la contempla ese soplo del
deseo, motor eterno de la existencia.
"Estaban allí como en su propia casa; nadie
salía a recibirles, nadie les hacía caso . . . Una muchacha rubia, con el pelo
suelto y vestida con un traje negro muy corto, cruzó varias veces por la
estancia; apenas hizo más que sonreirles, y volverse a marchar.
"—Bueno, ¿pero aquí no sale nadie?
"No había terminado de decirlo, cuando se
abrió la puerta que había en la pared de la derecha, y salió un tipo alto, muy
delgado, vestido de "smocking", que al ver a Melgar vino risueño
hacia él.
"— ¡Hombre!. ¿Usted por aquí?
"—Acompañando a este amigo.
"Hizo ¡as presentaciones, y el tipo, en
cuanto oyó el nombre del poeta, se abrió de brazos y prorrumpió en las mismas
exclamaciones de asombro y alegría a que tan acostumbrado estaba Manolo desde que
había pisado tierra americana.
"—Pero, ¿qué hacen ustedes aquí tan solos?.
Vengan acá.
"Les hizo entrar en la habitación de donde
él acababa de salir. Era un saloncito muy coquetón, en el cual, ante un piano,
un joven, de amplias melenas, iba desgranando los compases de un tango, de
aquel tango que sonaba como una obsesión en los oídos de los visitantes desde
que penetraron en la casa.
"—Aquí vengo yo todas las noches unas horas
y doy mis lecciones de baile a la parroquia y a las chicas de la casa. Si hubieran
ustedes venido un poco antes hubieran visto qué academia francesa teníamos
aquí. Ahora todas se han mandado mudar: andan por allá dentro. Con permiso .
.. vuelvo enseguida.
"En voz baja, para que no les oyera el
pianista, que seguía tocando como si fuese un rollo mecánico, Melgar explicó a
Villena: "—Este es el profesor de baile de la casa. "— ¡Ah!, pero
¿hay profesor de baile? "— ¡Ya lo creo!
"—Pero hombre, yo creí que la gente que
venía aquí no tenía tiempo para bailar.
"—Los hay que vienen a holgarse y después a
aprender el tango.
"Bueno, pero en esta casa, ¿dónde están las
mujeres?
"Como obedeciendo a una llamada
mágica, por una puerta casi secreta que había en el muro, apareció una dama:
era una señora, una verdadera señora en toda la extensión de la palabra. Ama o
encargada, el caso era igual, se puso a las órdenes de la visita.
"Hablaba una mezcla de argentino y francés,
que resultaba deliciosa.
"- iOh! Tendrán que esperar: las señoritas
andan casi todas por ahí conversando con sus novios.
"El eufemismo, por lo delicado, conmovió al
poeta.
"—Dice usted que conversando ...
"-Sí; pero pronto vendrá alguna. ¿Por qué no
pasan al patio?. Está lindo.
"El patio central, de donde salían
las luces que a Villena tanto habían llamado la atención desde la calle, estaba
inmediato al salón de los cuadros famosos, y era un amplio cuadrilátero de
muros y columnas imitando jaspe, con una especie de fontana en el centro, y
sin más muebles que unos bancos de terciopelo adosados a las paredes. Venía a
ser una mezcla de patio andaluz e italiano, y aunque no había en él grandes
alardes de decorado, resultaba una estancia espléndida, radiante de luz; las
puertas que daban a él estaban todas cubiertas con tapices de tonos claros y
alegres.
"Dos parejitas, formadas por dos mujeres de
la casa y dos parroquianos, cuchicheaban en dos extremos de la estancia,
acomodadas en los asientos. Tenía razón la señora: aquello de
"conversando" no había sido una figura retórica.
"Pero nada de bullicio, nada de aquella
aglomeración de clientes como en los quilombos elegantes de Buenos Aires, colas
de cabritos que parecían aguardar la suscripción de un empréstito. Aquí todo
era recogimiento, paz conventual de una casa religiosa en la que se rindiese
culto a un dios complaciente y voluptuoso.
"La rubia de antes volvió a pasar. Iba sola
y Villena la señaló a la dueña.
"-¿Le gusta? "— iYa lo creo!
"-Margot.
"Acudió solícita y risueña; era francesa,
pero hablaba el español a la perfección.
"—Este señor quiere ir contigo.
"La respuesta fue echarle un brazo
por el cuello y sonreirle más ampliamente. "—¿Vamos?.
"En el patio quedaron la dueña y Melgar
hablando seguramente de política.
"—¿Por qué no me has llamado? He
pasado varias veces por delante de ti y nada me has dicho.
"—Como ibas tan seria ...
"—Nos está prohibido dirigirnos a las
visitas mientras ellas no nos llamen.
"— i Hombre, eso está bien!
"Ai fondo del patio, por una de las
puertas, se llegaba a una especie de vestíbulo desde el cual se pasaba a una
alcoba. La cama, el lavabo, el gran armario de luna, los demás muebles, eran
realmente suntuosos; por otra puerta diminuta que había junto a la cabecera de
la cama se veía el cuarto de baño, con su gran bañera de porcelana, su aparato
de duchas, sus chismes accesorios e . . . higiénicos: todo limpio, todo
brillante, todo reluciente como si se acabase de estrenar.
"El poeta, mientras se despojaba de las
ropas, preguntó a la joven:
"—Oye, ¿son así todas las habitaciones de la
casa?
"—Todas.
"—Pues aquí sé pone un comedor ahí en el patio,
y resulta un hotel de viajeros estupendo.
"La muchacha, sin ser una belleza, resultaba
una mujer agradable: el cuerpo era impecable; la carne, blanca, muy blanca,
combinaba muy bien con el color del pelo que le caía por la espalda como un haz
de espigas: un cabello de un rubio oro muy limpio en el que se veía que nada
debía a oxigenaciones más o menos disfrazadas.
"La muchacha, de trato muy simpático, a más
de pulsar todas las cuerdas del amor, sabía bien su oficio. Para el poeta
Manuel Villena, aquella su primera noche en Rosario de Santa Fe, fue un canto a
Francia repetido varias veces. La hija de las Galias era de las que tienen
marcado un tiempo fijo para la duración de ciertas expansiones, y aunque la
víctima, saciada ya, gritase que ya tenía bastante y quisiera librarse de sus
garras acariciadoras, ella seguía hasta el fin, produciendo esa mezcla de
placer doloroso que es lo más refinado de la voluptuosidad.
"A la tarde siguiente, cuando Manuel
Villena, vestido de frac, salió al escenario del teatro a dar su conferencia
sobre "Psicología experimental del amor", ante un público compuesto
en su mayoría por señoritas candorosas, lucía unas ojeras que parecían dos
calamares despachurrados. Un par de ojeras que venían a ser una garantía de que
el conferenciante había estudiado a fondo el tema de que se proponía
hablar..."
NOTAS
1 Joaquín Belda. El Compadrito. Págs. 118 y siguientes.
Madrid.
1920
// Joaquín Belda. Biog. Escritor humorístico y novelista español
contemporáneo. El autorizado critico Cansinos Assens, en su obra Las Escuelas
Literarias, ha dicho de este autor: "Joaquín Belda representa el erotismo burlesco
y es él
quién introduce en este
teatro erótico enriquecido por los sacrificios trágicos refiriéndose a Hoyos) a
las alegres comparsas atelanas simplemente y humanamente obscenas. Este
formidable humorista ha escrito, con "La suegra de Tar-quino" y con "La Coquito", el Don
Quijote, exterminador de esos libros de caballerías eróticas. Joaquín Belda nos
alivia, nos absuelve, nos liberta del poder de las furias eróticas ..., nos
invita a una risa de despertar frente a sus tra-
viesos
espejos cóncavos benignamente deformadores ...
El ha profanado los misterios eróticos y ha mostrado a los oficiantes lo
ridículo de sus actitudes . . . con sus libros de benévolo humor ..., con la
tonante carcajada de Belda, que es el autor de un admirable libro serio:
"El picaro oficio". Ha escrito: "La suegra de Carpino"
(Madrid, 1909); "¿Quién lo disparó?" (1909); "Memorias de un
suicida" (1910); "Saldo de almas" (1910); "La
farándula" (1910); "La piara" (1911);
"Alcibíades-club" (1912); ''El picaro oficio" (1914); "Una
mancha de sangre" (1915); "La Coquito'' (1915); "De aquellos polvos"
(1916); "Mas chulo que un ocho" (1917); "Las noches del
Botánico" (1917); "La pregunta de Pilatos" (1917);
"Memorias de un somnier" (1917); "Las chicas de Terpsícore"
(1917); 'Traviatismo agudo" (1918); "Un pollito bien" (1918);
"El alumno interno" (1918); "La diosa razón" (1918);
"La bajada de la cuesto" (1919); "El compadrito" (1920);
"Carmina y su novio"; "Una representación de Fausto";
"De Pinto viene el amor"; "En el país del bluf. Veinte días en
Nueva York" (1926); "Vicios de España" (1929), etc." Enciclopedia Universal
Ilustrada Europeo Americana. Tomo II. Pag. 17. Espasa Calpe S.A. Madrid. 1931.
Esquina N.O. de las
calles Pichincha y Jujuy. Fachada del cine teatro Casino, hoy convertido en chochera
Fuente: Extraído del Libro “El Rosario de Satanás del Autor Héctor
Nicolás Zinni, el Capitulo 2, del Tomo II . Editorial Fundación Ross. Año 2000