Consignadas
algunas de las variantes que encontraban los miembros de la sociedad rosarina
para hacer vida social y mantener fir-0 mes los vínculos de clase que los
igualaban, es lícito preguntarse cómo se entretenía el resto de la ciudad: la
incipiente clase media, los inmigrantes, el pueblo, cuál era la sociabilidad
que ejercitaban esos sectores. Mediado el Centenario y aún antes, ciertas
reuniones alcanzaban ribetes menos exclusivos que las que organizaba la clase
pudiente.
Eran,
por ejemplo, las romerías españolas, que convocaban en forma masiva a la colectividad
para compartir, sobre todo, el baile -pasodobles, jotas y otras danzas- y la
gastronomía regional, como la asturiana con la típica fabada o la valenciana y
afines, en las que reinaba la paella, platos ambos poco recomendables para los
encuentros veraniegos. Eran en general fiestas llenas de animación, de
jolgorio, de música y danzas ininterrumpidas, cuya organización ocupaba semanas
y cuyo éxito estaba siempre garantizado por la presencia de entusiastas
connacionales.
Romerías de magnitud
eran las organizadas por el Centro Navarro, en el Recreo Echesortu, hacia 1915, animadas
por una rondalla propia y "una banda de música de dulzainas y
clarines". Del mismo modo lo eran las que tenían como ámbito el Prado Asturiano, en Fisherton, donde
pic-nics y romerías eran moneda corriente y donde, siquiera por unas horas, los
españoles de las distintas regiones se sentían de nuevo en sus ciudades, en sus
pueblos, en las pequeñas aldeas de Galicia, Asturias, Andalucía de las que
partieran.
Desde finales del siglo pasado y hasta 1930.
existieron en Rosario decenas si no centenares de las llamadas asociaciones o centros recreativos, organizaciones de vida
efímera en muchos casos, que se creaban al sólo efecto de ejercitar la
sociabilidad entre vecinos, entre compatriotas, entre amantes del teatro,
seguidores del anarquismo o entusiastas del baile, sin otra lectura. Todas
ellas empeñadas en competir en la organización de bailes, reuniones, veladas,
kermesses, comparsas y cualquier cosa que sacase de la rutina a quienes las
integraban, aunque sólo fuera por los breves días de un efímero Carnaval.
Los nombres de aquellas
asociaciones y centros eran un compendio de anarquismo, gauchismo y, a veces,
hasta de surrealismo. Se pueden citar cientos de ellos, entre los que elegimos
al azar unos cuantos como Nuevo horizonte, Unión y Armonía, Vigor y Vida,
Juventud Alegre. Corona de laureles, Cultivo del arte. Templanza del Rosario,
La constante, Los desamparados, El churrasco, Almas gauchas, Lluvia de flores,
Orden y alegría. Amantes del placer, Los que luchan por el arte, etc.
Algunos
de estos centros contaban con su propio salón social -los menos- o, por lo
general, realizaban sus reuniones en muchos de los salones de instituciones que
los alquilaban para ese tipo de actividades. Podían ser el Salón de la Operaría Italiana;
el Salón Ariossi, en barrio Talleres o
los del Círculo Democrático Italiano, mientras que otras reuniones tenían como escenario
los altos del Hotel Savoy y
el Café Biltz. de
Sarmiento y 3 de Febrero.
De larga tradición en
la materia sería el Salón Umberto Primo, cuyo edificio original
se alza aún en Jujuy 2551, donde las sociedades que no tenían local encontraban
pista para sus tenidas bailables, como "Sol Naciente", "Amigos
Intimos" y "La flor del desierto". Otros centros organizaban
sus reuniones en el Salón Roma, en Pasco al 1100; en el
Recreo
El Rosedal, de
Mendoza al 4100 ; en el Salón Garibaldi, de Paraguay 461; en el Salón Obreros
Albañiles, de
Mendoza al 1700, o en el Recreo El Aguilucho, en San Martín 1798. Por
último, otra serie de locales pertenecientes a colectividades amparaban
asimismo a estas sociedades recreativas a la hora de sus encuentros: el Club
Francés, Centre Cátala, Orfeón Gallego, Centro Regional Andaluz, Zazpirak-Bat,
Agrupación Andaluza, Centro Castellano, Centro Aragonés. Centro Asturiano,
Unión Española y otros.
Otro marco otorgaban en
cambio a los bailes los clubes de colectividades extranjeras afincadas en la
ciudad, entre los que destacaba, en el período finisecular, el Club de Residentes
Extranjeros, con
amplia sede en Córdoba y Maipú. Asimismo destacables eran el Club Español, fundado en octubre
1882; el Club Alemán, de 1885, con sede social, entonces, en Corrientes
672; el Círculo Italiano, de 1891 y cuya sede en la esquina de Mitre y
Córdoba convocaría en forma permanente a una parte importante de la
colectividad itálica en Rosario.
Aquellas veladas
bailables, como se advierte en las viejas fotografías de las revistas de entre
1900 y 1930, no eran otra cosa que la posibilidad de contacto social, en su
nivel, para una multitud de hombres y mujeres de condición modesta, que iban
desde empleados de comercio a bancarios. domésticas, mucamas, estibadores, obreras,
cocheros, operarios, para quienes la posibilidad de intimar con el sexo opuesto
estaba regido por códigos tan difíciles de transgredir como los de la clase
social económicamente poderosa.
En esas fotos
amarillentas se puede advertir la compacta cantidad de gente que, después de
mirar con ojos atentos al fotógrafo, retornaba al fragor del baile, en esos
salones que, como el Humberto P, lucían brillosos pisos de pinotea que hacían
las veces de fantásticas pistas, en las que las parejas se trenzaban en las
danzas de moda, entre las que el tango ocupaba un lugar preferencial después
de 1920. Hombres de ajustado saco, algunos con pañuelo al cuello, mujeres de
vestidos sencillos, chicos y chicas que se mezclaban en la fiesta como asomando
la nariz L\ a una vida distinta de la rutinaria...
Aquellos bailes,
aquellas reuniones familiares de las clases populares e incluso de la clase
media iban a tener un agregado fundamental a partir de los primeros años del
siglo XX: la posibilidad traída por el fonógrafo y la inmediata difusión
de la otra novedad: el disco. Ambos iban a hacer casi innecesarios los pequeños
conjuntos musicales, las orquestas -que siempre eran un gasto-, reemplazados
por aquel aparato casi maravilloso y por aquellos redondeles negros capaces de
encerrar desde las voces de los divos de la lírica, como Caruso, Melba, Ruffo o
Tetrazzini, a los incipientes balbuceos del tango.
Las casas de música iban a ser
protagonistas así de una inusitada afluencia de clientes en esos años, cuando
la adquisición de un grafófono, un gramófono, una victrola según corría el
progreso, y de los discos de pasta, hicieron imprescindibles a comercios como Casa Víctor, en San Martín al 1000; Casa Ferrari, en la misma cuadra; la Antigua Casa Maroky, en
San Martín al 900; Casa Cas tromil, en Rioja y San Martín: Casa Era, en San Martín al 800; Casa Lepage, de Max Glucksmann, en
Córdoba 860; Antonio Meschieri e Hijos, de Sarmiento al 1000, o Breyer y Porfirio, en Córdoba al 900.
La presencia en las
casas familiares de comienzos de siglo de un piano, o la habilidad de alguno de
sus habitantes, sobre todo si eran inmigrantes, para ejecutar un instrumento
musical de viento, un acordeón, una mandolina o una guitarra, hizo que ya
entonces comenzaran a aparecer las primeras ofertas de enseñanza de música,
sobre todo a través de los muchos músicos italianos que -habiendo arribado en
algunos casos como integrantes de una compañía lírica de las que llegaban a la
ciudad- se radicaron aquí.
Ya por los años del
Centenario comienzan a abundar los conservatorios, dirigidos por
excelentes instrumentistas. De ese modo se establecería Alberto Santángelo, que hacia 1870 dirigía
el primer conservatorio existente, algo que imitaría poco después Alfredo Bernardelli, desembarcado años antes
como músico del Ballet Thiers. A sus nombres pueden agregarse algunos
imborrables como Sebastián Grignolo y Domingo Sáenz, que constituyeron la
primera agrupación sinfónica, de efímera existencia; Alfredo Donizetti, Luis
Provesi y
Pascual
Romano, cuyo
"Conservatorio Mozart" se emplazaba en la esquina del Teatro Colón,
en Corrientes y Urquiza.
Bibliografía
usada de la Colección
“Vida Cotidiana de 1900-1930 del Autor Rafael Ielpi del fascículo N• 5