por Luciano Stein *
Adolfo. — ¿Quién ganó? ¿Quién ganó? Lola. —¿Quién si no Ernesto?
Pancho. —¡Te felicito, hermano! Con razón en Inglaterra le dan whisky a los caballos.
Pérez. —Si parecías Singrosi. ¡Qué virajes, hermanito! Consuelo. —Di mejor qué visajes. ¡Mírenlo cómo ha quedado!...
Ernesto. —Es que me siento medio mareado.
Adolfo. —Claro, las alturas marean. (Tomándole la botella.) ¡Y el coñac! (Bebe un tragoyle ofrece a Ernesto, que bebe y le vuelve la botella.) Eso te compondrá. A la salud del Zar de Rusia y de las damas presentes. (Bebe.) Toma tú, Consuelo...
Consuelo. —¡Y de los ausentes! (Bebe también.)
Adolfo. —Non tócate a la Regina, que si nos vieran algunas ausentes... Qué te parece, Ernesto, si te viera tu mujer, por ejemplo... La pobre Luisa (burlón), la pobre Luisa que a estas horas estará desvelada esperando la vuelta del bueno de su maridito... ¡Ja, ja, ja! Lola. —¿Y tu novia?
Adolfo. —¡Ah!... En cuanto a Adela, la pochocha mía, estará roncando como un ángel y soñando con la felicidad que le espera. (Risas.) ¡Y si supieran!... (A Ernesto.) Si nos vieran, hermanito... ¡La verdad es que somos unos bárbaros! Vamos a ver, Ernesto; tú tienes una mujer que es un ángel... una excepción entre las mujeres casadas, que nunca ha tenido la buena idea de darte celos. ¿Por qué la engañas?
Pancho. —¡Por eso mismo, tal vez!...
Adolfo. —¡Cállate tú! Que responda Ernesto... Dinos. ¿Por qué engañas así a tu mujercita?... (Ernesto hace un gesto de desagrado.) ¡Jesús, no pongas esa cara de marcha fúnebre!... ¡Estás muy viejo para hacer papelones!...
Consuelo.—Déjalo. (Irónica, abrazando a Ernesto por el cuello.) Di, Ernesto. ¡Si estás arrepentido te llevaremos a tu casita!... ¡Ja, ja, ja!
Adolfo. —¡Qué vergüenza! ¡Que no se diga!
Ernesto. (Reaccionando.) —¡Qué borrachos insoportables!...¡Lindo
momento para filosofías!...
Pérez. —¡Que hable! ¡Que dé su opinión!
Ernesto. —Pues bien. Dame un trago, Adolfo. ¿Ha habido algún hombre en el mundo que no engañara a su mujer? Adolfo. —¡Sí, señor!... ¡Uno! ¡Adán!... Que no le engañó porque no tenía con quién... Pero ése no es el caso. ¿Por qué engañas tú a Luisa?
Ernesto. —Porque es una santa, porque no me da celos, porque me tolera sin protestar todas mis calaveradas... Por eso la engaño.
Adolfo. —De modo que si fuera una arpía le guardarías fidelidad.
Ernesto. —No, entonces la engañaría por insoportable, por fastidiosa, por mala... ¡El mundo es así!...
Consuelo. —Palo porque bogas y porque no bogas palo. De modo que...
Adolfo. —De modo que el matrimonio es un pretexto para burlar a las mujeres. ¡Pobres mujeres!... Consuelo. —Y para burlar a las queridas. Ernesto. —¿Cómo?
Consuelo. —Claro. ¡Con el pretexto de que son casados nos engañan ustedes con sus mujeres! ¡Pérfidos!...
Adolfo. —¡Bien! ¡Bien! Ese argumento vale un trago. ¡Che, Ernesto!... ¡Por el amor libre!... (Bebe.)
Ernesto. (Tomando la botella.) —Por los hombres libres.
Consuelo. (Id.) —¡Por las mujeres libres!... Y basta de brindis. ¡Al lago! ¡A remar! Adolfo. —¡Eso es! ¡A remar!... (Cantando.) ¡A beber, a beber y a remar!... ¡Eh, botero! (Vanse izquierda.)
Fuente: Publicado en la Revista de “Rosario Ilustrda” Guía literaria de la ciudad Editorial Municipal de Rosario 2004.-
* En 1902 el dramaturgo Florencio Sánchez trabajaba como periodista en Rosario y firmó con el seudónimo Luciano Stein la obra “La Gente honesta”, que satirizaba a ciertos políticos y periodistas de la ciudad. Alertado de su contenido, el Concejo Deliberante prohibió una golpiza que no logró amedrentarlo. Ese mismo en Rosario, su célebre pieza Canillita.