El fundador del Partido Demóctrata Progresista encarnó la naturaleza del liberal verdadero: refractario a autoritarismos, conservadurismo y caoillismos. Fue un adelantado de la época.
El fundador del Partido Demóctrata Progresista encarnó la naturaleza del liberal verdadero: refractario a autoritarismos, conservadurismo y caoillismos. Fue un adelantado de la época.
La bala entró directo al corazón. Lisandro se había hartado de la política devenida en politiquería, de la bancarrota personal y de las traiciones en cadena. También de sí mismo, dueño de un narcisismo voluntuoso y notoria frondosidad intelectual.
En el viejo departamento de Esmeralda 22, su refugio porteño, eI 5 de enero de 1939 De la Torre habrá recordado por un momento el final de Leandro N. Alem. Apretó bien las muelas y se mató por asco.
La figura del frrndador del Partido Demócrata Progresista está serpenteada por efemérides de ocasión, mitos, leyendas y costumbrismos que no se compadecen con la realidad.
No fue un "lírico pensador" ni "dirigente”político de izqüierda" como lo presentan
pseudohistoriadores de moda enrolados en el falso progresismo dadivoso que baja del "mains-tream" que hoy se linkea con el poder: encarnó el deber ser de unverdadero liberal, refractario a autoritarismos, a posiciones conservadoras y al simplismo de capillas o ateneos.
Pese a su amistad. con eI golpista Uriburu, eI santafesino rechazó constituirse en la
"salida democrática'' del régimen y perdió contacto con el militar admirador de Mussolini.
Pese a eso, su alianza con el socialismo perdió las elecciones con la Concordancia de Agustín Justo y Julio A. Roca, en comicios que simbolizan el más escandaloso fraude que haya vivido la Argentina.
Depresivo y ciclotímico, pasó una pequeña temporada en el infierno y luego fue en busca de la revancha en el Senado de la Nación, consciente de que se trataría de un lunar en la luna, pero también de que su honestidad intelectual y su falta de compromiso con el poder lo convertirían en el ultimo gran tribuno.
Su profusa barba escondía los avatares del duelo a capa y espada con Hipólito Yrigoyen en un galpón desolado de Las Catalinas.
Su voz se levantaba sabia, altanera. al punto de que un matón a sueldo de "la aristocracia con olor a bosta”, como RamónValdez Cora, asesinó al discípulo de Lisandro, Enzo Bordabehere, en eI mismísimsrrecinto del Senado.
Sabía que los periodistas necesitaban primicias para la publicación los lunes y pasaba los domingos al mediodía porla Redacción de la Capital. Dejaba en portería una denuncia escandalosa contra los poderes de turno, siempre escrita a máquina y firmada al pie.
Después almorzaba manjares en tradicionales, solo, hundido en su laberintos y de la lectura de los peomas malditos franceses.
Si algo sirvé para demostrar que era adelantado a los hombres de su época, en la Convensión Constituyente de Santa Fe pregonó la autonomía de los municipios, el aumento de la representación de los senadores en los distritos más poblados, la descentralización judicial, la abolición de los impuestos a producción de la canasta básica, la imposición de un gravamen al latifundio y la separación de Iglesia y eI Estado.
Cansado de pelear en el desierto, se recluyó en su pequeño campo de Las Pinas; viajaba a Buenos Aires para no perderse las novedadés culturales ni su ritual
gastronómico en el restaurante Arturito.
La debacle económica, desavenencias amorosas y el asco que le daba su sociedad lo empujaban al suicidio. En un chirriante día de enero llevó su pistola al corazón y dijo chau, no va más.
Por algo en la Argentina de principio de siglo nadie cita a De la Torre ni lo considera un referente ineludible.
Nadie es ni será como Lisandro, fatalmente contemporáneo pese al olvido ominoso, divinamente transgresor en una historia política dominada malandras, buscas y mediocres.
Fuente: bibliografía extraida del la revista del diario La Capital de los 140 años.