lunes, 30 de mayo de 2016

A la luz de una linterna

Por Osvaldo Agüirre


El secuestro ocurrió en la noche del domingo 23 de octubre de 1932, cuando los tres jóvenes regresaban en una voiturette Desoto a la es­tancia desde Marcos Juárez, junto con el ma­yordomo Juan Andrés Bonetto. Antes de llegar notaron la presencia de un auto estacionado con las luces apagadas. Un hombre, apostado en el camino, les hizo señas con una linterna. Hueyo, que manejaba, redujo la marcha hasta detener el coche.

"Ayerza preguntó qué era lo que pasaba y como en contestación salió un individuo de de­trás del coche inquiriendo si ese era el camino a Marcos Juárez", dijo Alberto Malaver en la declaración que abrió el expediente judicial, el 25 de noviembre de 1932. Le respondieron afirmativamente, y el desconocido les apuntó con una escopeta. Otros tres hombres salieron a la vez del campo, con armas. Eran Santos Gerardi, Romeo Capuani, Juan Vinti y José Frenda. Los cuatro eran sicilianos; a excepción del último, domiciliado en Chilibroste, estaban radicados en Rosario, y venían de cometer otros secuestros extorsivos, en Venado Tuerto y Arroyo Seco, provincia de Santa Fe.

Los mafiosos los palparon de armas, le saca­ron un revólver a Bonetto y pincharon los neu­máticos del Desoto. Cuando pusieron aparte a - Ayerza, saltó Hueyo:

—Yo voy donde llevan a mi amigo —dijo. Gerardi aceptó la propuesta. Antes de ven­darles los ojos y atarles las manos, se dirigió a Bonetto y Malaver:

—Ayerza y Hueyo serán tratados como en su casa —dijo—. Ustedes permanecerán durante dos horas sin moverse en este sitio. Mañana llegará una carta a la estancia donde se exigirá el precio por el rescate, que deberá ser entre­gado en el lugar indicado. Si hablan una sola palabra a la policía será muy peligroso para sus vidas y la de ellos.

Luego se volvió hacia Ayerza:

—Hábleles.

—Consigan la plata y no cuenten nada de esto —dijo Ayerza.

Los mafiosos se llevaron a Ayerza y Hueyo hacia Corral de Bustos, donde los esperaban los hermanos Vicente y Pablo Di Grado. Ambos pasaban por ser humildes verduleros, conoci­dos en el pueblo como trabajadores honestos y en consecuencia insospechables. Sin embargo, Vicente Di Grado tema antecedentes por ma­ñoso en Italia y había llegado a la Argentina escapando de las persecuciones del régimen de Mussolini contra la delincuencia organizada.

Los Di Grado se prestaron para ocultar a Ayerza en un sótano de su establecimiento, donde el joven quedó bajo vigilancia de Vinti y Anselmo Dallera, un jornalero piamontés al que le gustaban las carreras de caballos. Por su parte, Gerardi, Capuani y Frenda siguieron viaje con Hueyo. En la madrugada del 24 de octubre, lo hicieron bajar del auto, "le sacaron la venda de los ojos y le mostraron las luces de Rosario, que se veían a la distancia".

El hijo del ministro de Justo se encargó de entregar una carta de Ayerza a su madre, Ade­la Arning, en la que los secuestradores pedían 120 mil pesos de rescate y daban indicaciones para el pago: el enviado debía alojarse en el Hotel Italia, de Rosario, viajar durante cuatro días consecutivos entre Rosario y Marcos Juá­rez, saliendo a las 7 de la mañana en un auto distinguido con una bandera argentina en el radiador. Pero el contacto se frustró porque la zona fue anegada por lluvias y los caminos quedaron intransitables.




El 25 de octubre Hueyo accedió a declarar ante la policía, en Rosario. La pronunciación de los secuestradores, dijo, "era netamente italiana, posiblemente siciliana". Pudo dar dos datos sobre la casa de las Di Grado: el tipo de mosaico que teman en el piso de la cocina, y los rasgos de un perro negro que le había llama­do la atención porque parecía ronco. Cuando los datos trascendieron a la prensa, Vicente Di Grado cambió el mosaico y sacrificó al animal. El jefe de policía de Rosario y el de Investiga­ciones, Eduardo Paganini De la Torre y Félix de la Fuente, respectivamente, le mostraron un álbum con fotos de mañosos, sin que recono­ciera a ninguno.

El 27 de octubre, Santos Gerardi le ordenó a María Sabella que llevara un mensaje a Co­rral de Bustos. Eran las indicaciones para que Ayerza redactara una nueva carta para el pago del rescate, que la mujer trajo al día siguiente a Rosario, de donde fue reenviada a la casa de unos amigos de Abel Ayerza. Sabella tema a su compañero, Salvador Lino, preso por mañoso y vivía en Tupungato 1545, una casa que el grupo utilizaba para sus reuniones.

El 29 de octubre, a pedido del gobernador de Córdoba, llegó a la provincia una comisión de la policía porteña para colaborar en la in­vestigación. El comisario Víctor Fernández Bazán, responsable de la brigada, inició una serie de redadas entre la población de origen italiano. Entre los detenidos cayeron Anselmo Bordone, Pedro Gianni y Carlos Rampello, cu­ñado de José Frenda.

Bordone, piamontés, había llegado a Corral de Bustos desde Villa Gobernador Gálvez. Es­taba a cargo de la custodia de Ayerza. Pedro Gianni era un chacarero vecino de la estancia El Calchaquí. Había sido quien realizó lo que podría llamarse la inteligencia previa. Fue él quien convenció a Gerardi de que Ayerza era un buen candidato para el secuestro, des­pués de descartar a Domingo Benevenutto, un comerciante de Leones, y a los herederos de Pedro Araya, de Marcos Juárez, ya que todavía no se había formalizado la sucesión. Gianni alojó en su chacra al grupo de Rosa­rio, la noche anterior al secuestro; y el 23 de octubre fue a la estancia, aprovechando que los peones jugaban un partido de fútbol, para espiar los movimientos de Ayerza. La policía, sin embargo, no les prestó demasiada aten­ción y pronto los dejó en libertad. En cambio, Carlos Rampello, después de ser sometido a brutales torturas, identificó a los supuestos responsables.

Rampello estaba relacionado con los secuestradores. La declaración que le adjudicaron fue una mezcla de confesiones parciales, entresacadasa palos , y de agregados policiales, lo que terminó por invalidar su testimonio. Su detención hizo visible a otro actor importar José La Torre, quien viajé a Villa María p decirle que mantuviera la boca cerrada.

Antes hombre de confianza de Francisco Marrone, alias Chicho Chico, La Torre en cerebro del grupo de secuestradores. "Aconseja a los que se encuentran comprometidos, procura defensa a los detenidos, realiza gestiones en procura de su libertad (...). En resumen ordena, planea, dispone y protege", dijo el juez Luis Agüero Piñero. Además tenía muy buenos contactos con la policía de Rosario, y en particular con el jefe de Investigaciones, Félix de la Fuente (ver aparte). Según una extensa declaración de José Ruggeiini, periodista e informante a sueldo de la Jefatura de Policía de Rosario, De la Fuente "cobró unos miles de pesos" después de avisar a La Torre en mayo de 1932 que la policía tenía la dirección donde el grupo mantenía cautivo a Carlos Gironacci y Julio Nairnini, víctimas de otro secuestro, en Marcos Juárez.

La Torre también se encargó de repartir el botín del secuestro, que la familia Ayerza pagó el 30 de octubre de 1932. Ese día, dos amigos del secuestrado, Horacio Zorraquín y Mario Peluffo, entregaron el dinero a Salvador Rinaldi, otro siciliano, en la esquina de San Martín y Ayolas, en Rosario. Gerardi, Capuani y Frenda controlaron de cerca el pago.

Zorraquín contó que ese día llegaron a Rosario a las 12.30, en tren, y tomaron un tranvía hasta San Martín y Ayolas. Allí esperaron hasta que notaron dos autos —uno de ellos un taxi— que pasaban con frecuencia por el lugar. Finalmente el taxi frenó y el hombre que viajaba como pasajero abordó a Zorraquín:

—,Tienen algo para entregar? —dijo el que resultó ser Rinaldi.

—Sí—respondió Zorraquín, y le entregó el dinero, ciento veinte billetes de cien pesos cuya numeración fue entregada a la policía y que posteriormente permitió rastrear buena parte del botín, en poder de los distintos miembros de la banda.

Rinaldi le ofreció volverse a la estación Sunchales, en el taxi, pero los amigos de Ayerza prefieron tomar un ómnibus.

A través de Rinaldi, Gerardi le ordenó a Ma­ría Sabella que enviara un telegrama a Marcos Juárez con un mensaje en clave para liberar a Ayerza. Como era analfabeta, Sabella le pidió a su hija, Graciela Marino, que se encargara del asunto. Finalmente, enviaron un telegrama a Anselmo Dallera con el mensaje "manden el chancho urgentemente". La imaginación popular reelaboró más tarde este incidente y surgió la historia de que hubo un teléfono descompuesto, y el texto llegó como "maten al chancho". Pero el equívoco en realidad nunca existió y el telegrama no tuvo incidencia en la resolución de la historia; la muerte de Ayerza se produjo por otras razones.

Fuente: Extraído el artículo del “ diario La Capital” del domingo 21 de Junio de 2013

viernes, 27 de mayo de 2016

EL CASO AYERYA Secuestro y muerte de un estudiante universitario



Por Juan Pablo Robledo


En la madrugada del 23 de octubre de 1931 Abel Ayerza viajaba desde la localidad de Marcos Juárez a la estancia “El Calchaquí”, tenía 24 años y estudiaba Medicina en Buenos Aires.


Estaba de vacaciones en el campo de su familia junto a dos amigos, Santiago Hueyo y Alberto Malaver y volvían acompañados por Juan Bonetto, el mayordomo de la estancia.


Era hijo de un reconocido médico de igual nombre, que había ganado prestigio y reconocimiento por su cátedra universitaria y su práctica médica, era el único entre sus cuatro hermanos varones que quería seguir los pasos de su padre.



Al lado del Buik, parado delante de un lote de trigo, un hombre hacía señas con una linterna. Abel disminuyó la velocidad y bajo del auto.”¿ Le pasa algo, señor?, dijo.


“¿Dónde queda Marcos Juárez?”, pregunto el hombre. Al instante, salieron cuatro hombres fuertemente armados que estaban ocultos entre las plantas de trigo. Sus armas apuntaban a los integrantes de auto. Hueyo, que era hijo del Ministro de Hacienda, y Abel Ayerza fueron obligados a subir al auto de los desconocidos. Los mismos aparecieron sin dejar rastro alguno.


“Nos hicieron entrar en una casa ubicada en una chacra, a mi me pusieron con las manos arriba y contra la pared, que irradiaba luz hacia abajo, de manera que los mafiosos quedaban libres de toda identificación. Le acercaron una mesa con un papel, tinta y una lapicera “, declaró tiempo después Hueyo que quedó en libertad en la mañana del 24 de octubre en el Pasaje Cuatro Esquina, a veinte kilómetro de Rosario, con la carta de su amigo Abel. Pedían ciento veinte mil pesos para devolverlo con vida.


El joven le entregó la carta a la madre de Abel, Adela Arnig, en donde plateaban las condiciones de la liberación y ella viajó a Marcos Juárez para reunirse con su familia. Las instrucciones decían puntualmente que la policía no tenía que intervenir en este asunto.


Según el diario “La Prensa” de la época: “ El dinero debía ser entregado por Hueyo o la persona encargada de ello, quien debía realizar tres viajes diarios, durante cuatro días consecuentitos, de ida y vuelta, entre Rosario Marcos Juárez, ocupando un automóvil Ford que se distinguiría llevando una bandera argentina en el radiador.


Los días de lluvia torrencial interrumpieron los caminos. Eso dio tiempo a la investigación policial que estaba a la investigación policial que estaba desconcertada y no tenía una respuesta inmediata. Uniformados en Santa Fe u Córdoba, se unificaron con el objetivo de encontrar al joven sano y salvo, luego se unirían con una comisión especializada de Buenos Aires.




Al poco tiempo cayó uno de los cómplices de los mafiosos sicilianos, se trataba de Carlos Rampello que tenía antecedentes, pero no pudieron llegar los secuestradores ya que el pacto de lealtad y silencio del grupo mafioso se respetaba aún en las peores condiciones.


“Mande al chanco, urgente”


En Rosario se hizo el pago del secuestro bajo las instrucciones de los secuestradores entregados en mano de la inmediaciones de la calle Ayolas y las vías de ferrocarril. Los delincuentes llevaban pañuelos blancos en sus bolsillos. Cuando se encontraron frente a los amigos de Abel, unos de los cómplices le dio un billete de diez pesos y dijo “¿Tiene algo para mi? Era la contraseña. Al instante el amigo le pasó una maletín que contenía el dinero pedido.

Al día siguiente la hija de Graciela Marino escribió un telegrama que decía “ Manden al chancho urgente” y se lo envió a Marcelo Dallera, un jornalero que trabajaba en Corral de Bustos.

Fue su esposa quien trasmitió el mensaje a sus últimos receptores: los hermanos Vicente y Pablo Di Grado. En la noche del 1 de noviembre los hermanos sacaron a Abel Ayerza del sótano de la casa donde vivían.

Según la reconstrucción judicial, los hermanos lo llevaron a una colonia cercana y ahí le dieron un disparo fatal por la espalda y lo enterraron en el mismo lugar. Veinte días después los hermanos y Dallera exhumaron el cadáver, le quitaron la ropa con el objeto de evitar ser identificado, llevaron sus restos hasta Colonia Carlitos cerca de Chalar Ladeado, donde finalmente fue encontrado el 22 de febrero de 1933.

Pablo Di Grado y Juan Cinti se acusaron mutuamente de haber hecho el disparo mortal. Este hecho fatal fue el resultado de una confusión ya que según las investigaciones, el telegrama que envió Marino contenía una errata, o había sido mal interpretado: “ maten al chancho”, había sido el mensaje que recibieron sus últimos captores.

Algunos de los integrantes de la organización mafiosa fueron enjuiciados y a otros no se les pudo comprobar su participación en el secuestro. Este hecho fue clave para la persecución de las organizaciones mafiosa por su accionar delictivo.
Bibliografía Utilizada
Aguirre, Osvaldo “ La Chicago argentina. Crimen, mafia y prostitución en Rosario”. Editorial Fundación Ross. Año 2000.
Archivo diario La Capital.
Zinni, Héctor Nicolás – Rafael Ielpi Oscar, “ Protitución y rufinismo”. Editorial Homo Sapiens Ediciones, año 2004.
Fuente: Extraído de la revista “ Rosario, su Historia y Región “. Fascículo Nº 99. Agosto 2011.

jueves, 26 de mayo de 2016

La Maternidad Martín

Por Miguel Angel De Marco ( h)




En el número anterior de la revista, el 96, Juan Pablo Robledo escribió sobre el secuestro mafioso del hijo del fundador: Marcelo, en el año 1933, que conmovió por sus características a la familia y a la prensa, y que fue liberado mediante el pago de un rescate. Angélica, su madre, había efectuado una promesa: si su hijo regresaba a salvo concretaría una obra de caridad sin parangón en la ciudad, la que cumplió al edificar una maternidad modelo, que tuviera la particularidad de atender, preferentemente, a las mujeres solteras embarazadas, y donarla a la Municipalidad.

Al morir su esposo Julio, en 1934, resolvió concretar en su memoria la construcción del edificio para la misma, confeccionándolo de acuerdo a los planos utilizados para construir el Saint Mary Hospital de Nueva York. El centro tuvo 52 camas y pasó a la Municipalidad en 1937. Angélica Joosten falleció el 19 de octubre de 1940.

El Monumento Nacional a la Bandera se inauguró en 1957. Era otro país. En el medio, en apenas diez años, se había producido una de las experiencias más impactantes en el desarrollo político económico y social del país: el peronismo, el que implicó un cambio de rumbo en cuanto a la concepción del Estado, su intervención reguladora y planificadora, transformando la realidad argentina para siempre. Seguidamente tuvo lugar la contrarrevolución de esta tendencia. Al autoritarismo se respondió con más autoritarismo, lo que sembró tempestades y ocasionó heridas que no cicatrizan, debilitando "la densidad nacional" a la que se hace referencia en trabajos como los de Aldo Ferrer, y la "densidad regional" en defensa de los intereses específicos de Rosario.

Es oportuno recordar que la Comisión Reguladora de la Yerba Mate, impulsada entre otros por Julio Martin en la década del 30 tuvo, entre otros motivos, la defensa de los intereses del sector frente a quienes querían abrir el mercado de importación de este producto y que esta fue disuelta durante la presidencia de Carlos Saúl Menem, en 1991. Diez años más tarde el ministro de Economía, Domingo Cavallo, liberó el negocio, lo que implicó un duro golpe para todo el sector yerbatero argentino, y que dio de lleno sobre la empresa fundada por aquel inmigrante suizo en 1894. En la actualidad el mercado de la yerba mate se encuentra nuevamente regulado y controlado a través del Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM).



En 2010 la localidad chaqueña de Villa Ángela conmemoró el centenario de su fundación, con una serie de actos que comprendieron el homenaje a Julio Martin y su esposa Angela. Es en ese marco que la Municipalidad de Villa Angela y la Empresa Martin & Compañía Limitada Sociedad Anónima decidieron publicar un libro titulado "Julio U. Martin, y una empresa de tres siglos' cuya investigación y textos estuvieron a cargo de Rafael lelpi y Marcelo Menichetti. Es un libro con profusión de datos que además aborda distintos emprendimientos de la empresa no tratados en este artículo, con una interesante historia de la industria de la Yerba Mate y Misiones.
 
Fuente: Extraído de la Revista “Rosario, su Historia y Región. Fascículo Nº 97 de Junio de 2011.-

martes, 24 de mayo de 2016

Un secuestro y el valor de una promesa

La Maternidad Martin

sucedió en un caluroso verano de principios del siglo pasado, la víctima salió ilesa de su cautiverio y tuvo sus consecuencias posi­tivas que aún hoy se visualizan en la ciudad.
Por Juan Pablo Robledo


El hecho delictivo sucedió el 29 de ene­ro de 1933. Marcelo Enrique Martin dejó su auto en la calle Tucumán 1849 y caminó hasta su casa en Urquiza 1484. Cuando iba por esa calle, antes de llegar a la esquina de Paraguay fue abordado por desconocidos. Según algunos testigos, dos hombres toma­ron a Martín por atrás y le colocaron un pañuelo en la boca. Posteriormente subieron a un taxi que se dirigió a toda velocidad por calle Paraguay hacia el sur.


La familia Martin al poco tiempo, re­cibió una carta donde pedían 150 mil pesos por el secuestrado. La víctima era hijo de Julio Martin, ex presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario y fundador de la conocida yerbatera que llevaba su apellido.


A las 4.30, del 31 de enero, Alberto Julio Martin, hermano de Marcelo, pagó el rescate en el Cruce Alberdi. De acuerdo con las exigencias de los secuestradores, iba en un auto con el capot plegado y un pañuelo en el radia­dor, llevaba el dinero en un maletín y lo entregó con la mano izquierda, sin mirar a quien lo recibía. El secuestro no fue denunciado por te­mor de la familia Martin, pero trascen­dió a la prensa y atrapó la atención de la sociedad rosarina. Por entonces era un enigma el destino de Abel Ayerza, un joven estudiante de medicina que había sido secuestrado por algunos mañosos en la provincia de Córdoba, en octubre de 1932 (en febrero de 1933 se supo que fue asesinado).


La pesquisa policial no avanzó sino hasta mediados de febrero cuando la conmoción nacional por la muerte de Ayerza hizo trascender sospechas con la complicidad entre algunos poli­cías corruptos de Rosario y mañosos de origen sicilianos. La División de Investigaciones convocó entonces a todos los conductores registrados de taxis estilo Hudson, con la excusa de investigar atentados en el camino a Santa Fe. Pero sólo falto un chófer: era Gerardo Vinciguerra, tenía 26 años y paraba en Tucumán y Corrientes, a ¿zze¿ras<]k: ái casa de los Martín.


Según la investigación judicial, luego el taxista entregó el auto ■ en pago de una deuda, ente lo llevo a un taller mecá­nico ubicado en Mendoza 2648 para que le haga algunas modificaciones para no poder ser identificado. El secuestro tuvo complicidad de un lechero, Francisco Gallo y un verdu­lero identificado como Diego Romano. La víctima había permanecido cautivo en la pieza de la casa de Gallo, que pudo reconocerse pese a las refaccio­nes con las que se intentó modificar en lugar. Entre los aportes importantes de su relato, Gallo complicó a Juan Galiffi en la trama del secuestro. Según fuentes judiciales de la época, el secuestro se planeó a lo largo de varias reuniones. En la misma participaron Gallo, Francisco Campione, Vincigue­rra y Cacciatore. Este último condujo el auto el día del secuestro, acompa­ñado por Bue Vinciguerra y Gallo. El único prófugo fue Campione, mafioso que se lo relacionaba con el asesinato del periodista Silvio Alzogaray, co­rresponsal del diario Crítica en Rosa­rio, en octubre de 1932. Juan Galiffi había tomado las precau­ciones para desvincularse del caso. El 2 de febrero se fue de viaje a Uruguay, donde tenía una casa. Sin embargo retornó a Rosario el 1 de marzo y, se­gún algunos testigos, se entrevistó con Gallo para hablar en detalles sobre el secuestro.


Este hecho policial, tuvo una conno­tación positiva para la ciudad, ya que Ángela Joostens de Martin, la mamá de Marcelo Martin, había prometido que si su hijo salía sano y salvo del se­cuestro, donaría una maternidad para la ciudad. La promesa se cumplió y el 8 de julio de 1939, se inauguró la Ma­ternidad Martin que lleva en su nom­bre el apellido de aquella
benefactora.
Bibliografía utilizada
Aguirre, Osvaldo, "La Chicago argentina. Cri­men, mafia y prostitución en Rosario". Editorial Fundación Ross, año 2000. Archivo diario "La Capital" Material del área de promoción de la salud mu­nicipal.
Fuente: Extraído de la Revista “Rosario, su Historia y Región. Fascículo Nº 96 de Mayo de 2011.

lunes, 23 de mayo de 2016

Martin: una operación incruenta

Por Rafael Ielpi



El 29 de ese mes, en las cercanías de la iglesia anglicana de Paraguay y Urquiza es secuestrado Marcelo Martin, miembro de la familia pro­pietaria de la "Yerbatera Martin", portador de uno de los apellidos reco­nocidos de la ciudad e hijo del suizo Julio Ulises Martin, el pionero del cultivo de la yerba mate en la Argentina a través de la empresa "Martin & Cía.", que este último fundara con su connacional Justin Berthet a fines del siglo XIX.

Retenido unos días en una casa de apariencia común en la cor­tada Marcos Paz al 5100, es liberado luego del pago de un rescate de 150 mil pesos, efectivizado el día 31, según algunos por Alberto Martin, hermano del secuestrado y directivo de Martin & Compañía, por Diómedes Castellani, administrador de la firma, según otros, por un viajante de la empresa, Arturo Modesto Capelli, según afirmara él mismo reiteradamente, de acuerdo a testimonios, y por Francisco Tonazzi, cuñado del secuestrado, según sugería la revista Caras y Caretas, sin que la policía pudiese intervenir ante la cerrada negativa de los Martin a dar detalles del acuerdo con los mafiosos, reiterando lo ocu­rrido con Andueza en Venado Tuerto.

La prensa rosarina y porteña tuvo acceso a la información recién el día siguiente debido al hermético silencio de la familia (temerosa del fracaso de la negociación por el rescate, iniciada casi de inmediato con los secuestradores) y de la propia policía de la ciudad, a la que tampoco se le había denunciado el hecho y actuaba de oficio. Crítica informaba el 30 de enero: Niegan el secuestro pero el millonario no aparece. Habrían actuado los que secuestraron a Ayerza. Hipótesis que no resultó del todo acertada.

Noticias Gráficas, otro de los grandes diarios argentinos de la época, titulaba a toda página el 31 de enero: La familia niega el secuestro pero Marcelo Martin no aparece, para agregar, también en importantes titulares: Por su parte, la Policía de Rosario lleva a cabo pesquisas y detenciones. Los familiares afirman que el joven está en casa de su prometida, pero te cree que niegan el secuestro para no alarmar al padre enfermo. La Nación, el mismo día, incluía la noticia en forma destacada: Frente a su casa ha sido raptado un joven en Rosario. Hecho sensacional. Por el rescate, los raptores piden una suma que se hace ascender a 100.000 pesos.

Casi ninguno de los medios de prensa de Rosario, por su parte, pudo obtener tampoco adelanto alguno hasta transcurridas 24 horas de producido el secuestro. La Acción opinaba el 31 de enero: Se está en presencia de otro secuestro sensacional. Los familiares niegan importancia al asunto, considerando erróneas las versiones circulantes. Sería puesto en libertad hoy. En cambio, La Tierra se jactaba en un recuadro el mismo día: Ayer "La Tierra" adelantó la sensacional noticia del secuestro de un fuerte comerciante de la ciudad. Fue el único diario que dio tan importante infor­mación, si bien debido a la hora avanzada en que la obtuvimos y a la sistemática reserva policial, no nos fue dable adelantar otros detalles de interés que obraban en nuestro poder.

Los hechos, mientras tanto, habían sido ya reconstruidos a través de las versiones policiales y las de algunos presuntos testigos presenciales, de los que daban cuentas los diarios. Crónica informaba, por ejemplo: Dos hermanos, una señorita y un joven que habían salido del cine Urquiza, que está situado en la calle del mismo nombre, entre Presidente Roca y España, vieron que de un coche marca Hudson que marchaba a poca veloci­dad en dirección a Paraguay, descendieron varios individuos en momentos en que Marcelo Enrique se dirigía a su domicilio y tomándolo violentamente lo introdujeron en el coche antes de que la víctima pudiera hacer defensa alguna. El auto entonces partió a velocidad apreciable. El mismo diario apor­taba otro dato: Un grupo de asociados del club de basket-ball "Huracán", del cual Marcelo era socio honorario, nos aseguró haber visto al desaparecido cuando se dirigía al garage donde iba a guardar el auto. Lo saludaron con la mano y Marcelo respondió al saludo, alegremente...

La Nación aseveraba: Vecinos de la cuadra de la calle Urquiza, entre Corrientes y Paraguay, afirman que oyeron un disparo al parecer de revólver y algunas voces y rumor de lucha. También se sabe que en la casa del señor Martin se oyó el rumor de la calle y personas que allí habitan oyeron el disparo.

La policía a su vez, según testimonios coincidentes, se había hecho de una pista certera aportada por una pareja que presenciara a escasa distancia el secuestro de Martin, cuya pequeña hija había reconocido la marca del vehículo usado por los mafiosos, un Hudson color verde, con capota clara y la chapa roja que identificaba en 1933 a los coches de alquiler.

El incidente, sin embargo, fue mantenido en riguroso secreto por la familia, como se dijo, teniendo en cuenta distintas razones. Una de ellas ya había sido expuesta por Noticias Gráficas: La negativa no se explica sino de una sola manera: el deseo de que el padre, don Julio U. Martín, que se encuentra enfermo, no se entere de lo ocurrido. La otra, según el diario era que no crean en la eficacia de la policía. En realidad, el asesinato de Ayerza, todavía fresco en la memoria de todos, era otro de los motivos que impulsaban razonablemente ese mutismo.

El 31 de enero, bajo el título "Corre por Rosario el siniestro venticello: ¿Dónde está Martin?", una nota de Crónica reflejaba la incertidumbre desatada en Rosario por aquel golpe de la mafia, que según algunas hipótesis no era sino sólo uno de los que planeaba concretar la organización en la ciudad: Las familias pudientes de Rosario tiemblan por sus hijos porque la amenaza de su rapto era desde hace tiempo, vox populi. Se decía, en todas partes, según las informaciones recogidas ahora, que eran tres las familias acaudaladas sobre las que pendía la amenaza del secues­tro de uno de sus hijos. Y fue elegida, según todas las prevenciones, la familia Martin, ampliamente conocida en el mundo de los negocios de la segunda ciu­dad de la República.

Sorprendido frente mismo a la puerta de su casa, desarmado, levan­tado en vilo, amordazado y cargado en un automóvil como un fardo, fue el joven Martin, partiendo luego a toda velocidad rumbo al abso­luto misterio. Mafia o delincuentes, afirmaba el diario, pera sobre seguro la amenaza del rescate. Cifras abultadas: cien o más miles de pesos por la libertad o la vida de Martin. Es lo que se susurra, lo que se comenta, la versión de alarma que corre como siniestro venticello por todo Rosario.

Crítica aportaba otro inquietante dato vinculado a la génesis del secuestro: El señor Julio Martin era el candidato para sufrir este suceso. Cuando ocurrieron los secuestros de Ayerza y Hueyo, el señor Martin, en todos los círculos que frecuentaba, hacía manifestaciones según las cuales un hijo mere­cería ser rescatado sin discusión en caso de secuestro, porque su vida valía más que todas las fortunas juntas. Estas palabras, dadas las ramificaciones que tiene la siniestra organización, pudieron ser fácilmente llegar hasta el seno de la misma. Y de ahí había partido la resolución de raptar a Martin, sabiendo de antemano que el hacerlo les sería lucrativo. Con lo que tácitamente suge­ría el diario de Botana que incluso en la Bolsa de Comercio, en los círculos bancarios y de negocios, que eran los que frecuentaba Julio Martin, la mafia tenía también sus infiltrados...

Mientras la familia, fiel a su libreto, insistía en la afirmación de que Marcelo se encontraba en Aldao, una localidad cercana a Rosario, donde los padres de su prometida tenían una residencia veraniega, realizaba paralelamente las tratativas con los secuestradores. El 31 de enero, Diómedes Castellani, uno de los funcionarios jerárquicos de "Martin & Compañía" partió solo de la casa central, en un auto­móvil de la firma, pasado el mediodía, para regresar tres horas y media más tarde, con el vehículo completamente embarrado, suponiéndose con cierto fundamento que fue a entrevistarse en alguna localidad cercana con los secuestradores, sugería Crónica.

La Nación lo ratificaría: Inmediatamente después, el señor Castellani conferenciaba con otros altos empleados de la casa, los que demostraron cierto optimismo fácil de adivinar. Por su parte, Noticias Gráficas iba a reseñar el 14 de marzo, el operativo que culminaría con la liberación de Marcelo Martin: Los 150 mil pesos del rescate fueron pagados por el hermano de Martin, titulaba el diario fundado por Jorge Mitre, quien lo cedería en la década del 30 a José W. Agusti, que lo dirigiría en su época de esplendor: Ante el juez de Instrucción, doctor Corvalán, declaró el joven Alberto Julio Martin, que fue quien en la madrugada del 1° de febrero pagó el rescate de 150 mil pesos exigido por los secuestradores de su hermano Marcelo. Expresó que el día lunes 30, es decir al día siguiente del secuestro, le llegó una carta escrita con lápiz de puño y letra del mismo, donde expresábale cuál era su situa­ción, indicándole que se le tenia bien cuidado y sin peligro alguno, exigiéndose el pago por su entrega.

Para ello, continuaba la crónica, debía salir a las 4 de la esquina de Santa Fe y Corrientes, en su automóvil, solo, llevando la capota y el parabrisas bajo. En el radiador, del lado del volante, tenía que colocar en forma de moño una cinta colorada de dos metros, que quedaría reducida en forma de no despertar mayor sospecha. La plata tenía que ir envuelta cu un papel oscuro y al salir de la esquina de Santa Fe y Corrientes debía seguir por la primera, la avenida Alberdi, bulevard Rondeau hasta la ciudad, por el camino pavimentado y hacer los viajes necesarios hasta encontrar quien le saliera al paso. La contraseña debía ser: "Trae el dinero de Martin" y entregarlo sin mirar para atrás.

La instancia final no demoraría mucho tiempo: En el primer viaje, al llegar a las 4.45 al cruce de las avenidas Alberdi y Salta, las barreras del ferrocarril Central Argentino estaban bajadas, dado que debía cruzar procedente de Rosario el tren destinado a Pérez, donde viaja con referencia elemento obrero. En circunstancias que esperaba el levantamiento de las barreras, oyó que de atrás, una voz gruesa le preguntaba si había traído el dinero de Martin y le indicaba que no se diera vuelta para nada. Contestó en forma afirmativa y extendiendo la mano hacia atrás, entregó el paquete a la persona que lo espe­raba. Hecho esto, se le ordenó que no mirase para nada y que, levantada la barrera, siguiera unas cuadras por la avenida Alberdi, de donde podía regresar tranquilamente a su casa, en la seguridad que poco después llegaría su hermano.

Alberto Martin (de quien se dice que a su vez estaba "reservado" para otro atraco si fallaba el realizado, según había afirmado Crítica el 1 de febrero) cumplió estrictamente lo ordenado y regresó a la casa paterna para informar a la familia. La crónica de Noticias Gráficas concluye: Veinte minutos después sonaba el timbre del domicilio, indicando la reapari­ción de Marcelo, que instantes antes había sido dejado en la esquina de Paraguay y Tucumán, es decir, dentro de la misma manzana donde vivía. El sitio del secuestro está a 23 cuadras, en la cortada Marcos Paz 5131, donde se le tuvo escondido en la casa del lechero Francisco Gallo. El dinero del rescate, refe­riría Alberto Martin al juez, había sido reunido con 50 mil pesos extraí­dos del Banco de la Nación, 50 mil del Banco Francés y otros 50 mil de la firma "Martin & Compañía", de su reserva de fondos para las operaciones diarias.

Tanto Crítica como Noticias Gráficas dedicaron el 10 de febrero de 1933 la primera plana de su 5ta. edición (la de distribución nacional) para informar con la llamada tipografía "catástrofe": Ya apareció Marcelo Martin, el primero de dichos diarios y ¡Apareció Marcelo Martín el segundo, con la inclusión en este caso de una fotografía del secues­trado empresario (la misma, seguramente tomada en un evento social, lo mostraba vestido de etiqueta) señalando la trascendencia que el hecho había tenido para el periodismo argentino.

La policía rosarina, entretanto, había iniciado una febril inves­tigación tras el conocimiento de la pista del automóvil Hudson. Citó a todos los chóferes de coches de alquiler de dicha marca, unos quince, de los cuales uno no pudo ser localizado: el italiano Gerlando Vinciguerra, que tenía justamente su parada en la esquina de Paraguay y Tucumán. Su vehículo, que había sido sacado de circulación, fue hallado finalmente en un taller mecánico de Mendoza al 2600, donde el chofer lo había dejado para un cambio de pintura de su carrocería.

Poco más de un mes después, el 2 de marzo de 1933, la policía consigue detener en Salta, a miles de kilómetros de Rosario, a tres de los implicados directos en el secuestro: el mencionado Vinciguerra y sus cómplices Santiago Bué y Carlos Cacciatore. La llegada de los tres detenidos a la estación Rosario Norte a bordo del Tren Panamericano, al día siguiente, movilizaría a una multitud de rosarinos todavía impactados por el caso Martin.

Los tres mafiosos no habían huido hacia el norte del país; simplemente habían viajado por razones totalmente ajenas al secuestro: el casamiento de Cacciatore con Victoria Grifasi, una joven modista salteña que desconocía, tanto como su familia, las reales actividades de aquél a quien había conocido en un baile, durante una visita a Rosario. La muchacha, como sus hermanos, fueron interrogados inicialmente por la policía por presumirlos involucrados en el secuestro, lo que resultó inexacto, recuperando la libertad. Vinciguerra iba a ser uno de los testigos de la boda y Bué (primo hermano del novio), el padrino de la ceremonia.

Santiago Bué tenía antecedentes peligrosos: seis años antes, en marzo de 1927, había asesinado de una puñalada al pintor italiano Domingo Fontana, ante el reclamo de éste de una deuda por la compra de un colectivo, pero la condena a quince años de prisión que le correspondiera sufrió varias conmutaciones hasta la obtención de la libertad condicional. Aquel episodio le había otorgado un ascendiente visible sobre algunos de los otros participantes en el secuestro, que no tuvieron empacho (como en el caso de Cacciatore) en reconocer que le temían.

La investigación acerca del secuestro de Martin, conducida por el juez Luciano Corvalán, proseguiría en Rosario con la detención del lechero Francisco Gallo, en cuya modesta casa de Mareos Paz al 5100 había sido ocultado Martin durante los dos días de su reclusión, aun que Gallo se negara con firmeza a admitir que ello ocurriera. Los implicados aumentarían con la inclusión en el grupo de los partícipes o cómplices: Carlos, Bartolomé y Miguel Bué, hermanos de Santiago, y Diego Romano, un carnicero del Mercado Urquiza, a quien se vin­culaba asimismo en el secuestro y ulterior asesinato de Ayerza.

El reconocimiento de la vivienda, ordenado por el juez, sería fatal para Gallo, al identificar Marcelo Martin no sólo la habitación donde se lo recluyera sino también un poncho que hacía las veces de cortina. Ello desmoronó la resistencia del lechero, y su inmediato tes­timonio o confesión (la prensa iba a definirlo, con avieso humor, como un gallo cantor) iba a tener connotaciones imprevistas al implicar a Galiffi, a quien Gallo acusaría de haber recibido parte del rescate cobrado.

Lo cierto es que hasta allí, la importante suma entregada como rescate había comenzado a ser repartida entre los intervinientes en el secuestro. La Capital aseveraba en una crónica que Santiago Bué, a quien sus propios hermanos sindicaron como el principal cabecilla del hecho, entregó a éstos, el mismo día de la liberación de Martin, la suma de 14 mil pesos, buena parte de los cuales (8.500 pesos) fue a parar a manos del propietario de la casa de Mendoza 3253, cancelando el saldo de la compra de la misma por los Bué, que vivían allí. En esa vivienda, según confesara Miguel Bué a la policía, se reunían a menudo su her­mano Santiago, Cacciatore, Vinciguerra, Gallo y un desconocido, pre­suntamente Romano.

El saldo de 5.500 pesos se repartió por partes iguales entre los cuatro hermanos Bué. Cacciatore declaró que por su trabajo como conductor del Hudson había recibido de Gallo, tres días después del secuestro, 5 mil pesos: Cinco mil pesos —informaba La Capital—, en cua­tro billetes de mil y dos de quinientos. Cacciatore se quedó, según dice, con los dos billetes de 500 solamente, no tomando los de mil por temor a ser descu­bierto cuando los cambiara. Se comprometió entonces Gallo a cambiarlos pero hasta que Cacciatore fuera detenido no le había devuelto los cuatro mil pesos.

Finalmente, este último confesó que también él había recibido sus 14 mil pesos, 8 mil de los cuales fueron secuestrados en su casa materna de Vera Mujica 1260; el resto, afirmó, lo había gastado en los pasajes a Salta, comprados por el cuñado de los Bué, Alberto Massaro, a quien le entregó 1000 pesos. Lo demás, según dice, fue a parar a manos de otra persona para ayudar a los mafiosos pobres o detenidos, decía La Capital.

Romano, que también negara inicialmente su participación, concluiría aceptándola y reconociendo la percepción de sólo 12 mil pesos, de los cuales se le secuestraron 9 mil en su domicilio, ya que el carnicero, al ser detenido y suponiendo que ya habían sido apresados los autores del secuestro, arrojó tres billetes de 1000 pesos a la calle, en la esquina de San Juan y 1 de Mayo; los mismos tampoco podrían ser utilizados por quien los hallara ya que la numeración de los billetes entregados por la familia Martin estaba en poder de la policía rosa riña. A los detenidos en Salta, por su lado, se les incautaron cerca de 8 mil pesos.

En realidad, la impresión policial era que el reparto había sido de 14 mil pesos a cada uno de los participantes del secuestro, con excepción de Vinciguerra, quien habría engañado a sus cómplices quedándose con 50 mil pesos extras, afirmando que la familia Martin sólo había entregado 100 mil pesos. La atención y el interés policial se centraban en la recuperación del dinero del rescate. Ello era expli­cable si se tiene en cuenta lo afirmado por La Nación en marzo de 1933, que aseguraba: Como la familia de Marcelo Martin ha hecho formal cesión a la policía de lo que se rescate de la cantidad entregada a la banda, como precio de la libertad de aquél, existe gran empeño en establecer el des­tino del dinero, pudiendo asegurarse que más o menos 21 mil pesos han sido ya recuperados. Se propone la policía adquirir con el importe armas de preci­sión y de mucho poder, y si alcanza la cantidad reunida se comprará un pequeño aeroplano provisto de una ametralladora.

La policía tenía la sospecha de que, como lo denunciara el lechero Gallo, Juan Galiffi había recibido 50 mil pesos por la dirección del secuestro, sin contar otros 12 mil que le habrían sido entregados, se afirmaba, por Santiago Bué en pago de la "fianza" que Chicho Grande pagara para obtener su libertad tras el asesinato del pintor Fontana, ya mencionada, en el interior de un garaje de calle Mister Ross, en la zona sur de Rosario.

El secuestro y posterior asesinato de Ayerza por la mafia, habían puesto ya a la policía tras los pasos de Galiffi, quien fue finalmente detenido y trasladado a Rosario el 16 de marzo de 1933, pero por el caso Martin. Gallo acusó hoy a Galiffi durante un violentísimo caico. titulaba a toda página Noticias Gráficas el 17 de marzo de 1933 II diario reproducía algunas de las frases que el mafioso pronunciara antes de su traslado a Rosario, entre ellas estas dos:"Estoy tranquilo: sé que soy inocente y que me absolverán", y "¿Quién iba a creer que mis amigos eran unos mafiosos?"

El mismo diario publicaba en la misma edición, un reportaje que uno de sus cronistas realizara a Galiffi antes de su forzado traslado a Rosario. Textuales o no, sus confesiones prueban la habilidad que se le reconoció siempre para negar cualquier relación suya con la mafia: Mi vida es una novela. He tenido que luchar mucho para llegar a la posición desahogada en que me encuentro. Llegué al país en 1912 y los primeros gar­banzos me los gané como empleado en una casa de cambio. Después aprendí el oficio de peluquero y pronto me fui a Gálvez, en la provincia de Santa Fe, donde me instalé con una pequeña peluquería. Ahí fue donde me relacioné con la gente que ahora está señalada como mafiosa. ¡Quién lo iba a creer! Eramos todos paisanos y lógicamente debíamos ser amigos. Bué, uno de los que dicen que ha secuestrado a Martin es ahijado mío, reconocía.

Al poco tiempo, decía Chicho Grande al periodista, mis negocios prosperaron y abrí otra peluquería más en Gálvez. f unté unos pesos y pude independizarme totalmente del oficio de peluquero, que no me gus­taba, instalando una fonda en la que se reunían los numerosos paisanos que vivían en Gálvez. En mis frecuentes viajes a Rosario, me vinculé con mi paisano Damato; hicimos una amistad de familia y ésta es la hora en que mi hija, pobrecita, es novia de uno de los muchachos. Así, por los Damato, conocí a De Sharpe. Y es lógico que uno trabe amistad con quie­nes van a ser sus parientes...

En el mismo reportaje Galiffi pasaba revista a algunos de los hechos que se le imputaban y por los cuales incluso había sido con­denado. Para él, se trataba sólo de infortunios y encarnizamiento poli­cial hacia su persona: En los negocios me ha ido bastante bien y no me puedo quejar. Pero siempre tuve mala suerte con la policía. Una vez fui a negociar a Salta y coincidió con esto un asalto a la refinería Mendieta. Me acusaron, pero como pude probar mi inocencia, tuvieron que absolverme. Me vine a Buenos Aires y después de tener durante un tiempo un escritorio de remates y comi­siones en la calle Sarmiento 1111, yo soy rematador matriculado, me dediqué a la industria maderera. Un día compré una gran partida de madera, la pagué y después supe que el intermediario la había estafado. ¿Era mía la culpa? Ahora andan diciendo que fui cómplice de un estafador. Por algo me absolvió enton­ces la justicia y hasta me devolvieron la madera que me habían secuestrado. Otra vez, cuando aquel asalto en Villa Lynch, también me acusaron a mí, que muy tranquilamente atendía mis negocios de carpintería...

Para rematar la entrevista, declaraba: Yo estoy tranquilo. Sé que soy inocente y me absolverán. El periodista le señala: En ese caso, parece que existe el propósito de deportarlo. A lo que Galiffi responde: ¡No sé por qué! ¿Acaso no soy un hombre honesto y de trabajo? ¿Qué he hecho para que me deporten? Custodiado por dos policías que habían logrado noto­riedad en el período de apogeo de la mafia (Hugo Barraco Mármol, segundo jefe de Investigaciones y el ya mencionado José Martínez Bayo, cuya fama, como se dijo, se vinculaba no sólo a sus métodos para lograr confesiones sino a una probable relación con algunos de los miembros de la organización), el "capo" ingresó a la Jefatura de Policía de Rosario para enfrentar el grave cargo de haber sido el cabecilla del secuestro de Martin, a lo que se le podía adicionar, si prosperaba esa acusación, también el de Abel Ayerza y su posterior asesinato.

Esa era en realidad la intención de la policía porteña, cuyo jefe de Investigaciones, el comisario Viancarlos, había tratado en vano de reunir las pruebas suficientes contra Galiffi en el caso Ayerza y con­fiaba en la mejor suerte de sus colegas rosarinos. Su optimismo era comprensible si se atendía a declaraciones como la de Barraco Mármol que el 17 de marzo aseguraba: La policía rosarina ha esclarecido el asunto y cree tener pruebas suficientes para esclarecer, aun jurídicamente, que Juan Galiffi es el jefe de los mafiosos, llamado por ellos Don Chicho Grande. Sabemos positivamente que el día del secuestro del joven Martin ha estado en Rosario y ha dirigido personalmente el secuestro, donde recibió su participación en el producto del delito, que como se sabe fue abundante.

El detenido, a quien se presumía patrocinarían los abogados Amato, cuya familia estuvo a punto de emparentarse con Galiffi a través del casamiento de su hija Agata, decidió sin embargo confiar su defensa a otro profesional del foro rosarino, Germán Glineur, al que reemplaza­ría finalmente un joven abogado que estrenaba su diploma, Rolando Lucchini, cuyo eficiente desempeño (pero también la carencia de prue­bas fehacientes que incriminaran a su defendido) posibilitaría, el 11 de junio de 1933,1a libertad de "Donjuán", quien volvería a instalarse en su casa porteña por un tiempo hasta que el peligro de la deportación lo convence de su traslado a Montevideo, de donde regresa a Buenos Aires para una espontánea presentación ante la Policía Federal, con la que trata por última vez de aventar sospechas sobre su real papel en la organización y en algunos de sus hechos más notorios, como el secues­tro de Ayerza o la hasta entonces "desaparición" de Chicho Chico.

La campaña contra Galiffi estuvo encabezada por los dos diarios de mayor resonancia popular de esos años.Tanto Noticias Gráficas como Crítica apuntaron contra él en el caso Ayerza, de cuyo planeamiento había sido sin duda ajeno. A fines de febrero de 1933, el diario de Botana, se ocupaba extensamente de las actuaciones policiales en busca de los integrantes del grupo que secuestrara y ultimara al joven estudiante de Medicina: Localizaron al chanchero Dallera. El mafftioso tenía stud en la comisaría de Corral de Bustos, titulaba, agregando graves hechos: Se ha comprobado que la Marino no llevó la carta de Abel a Rosario, sino que fue a pedir el texto de la misma, dándoselo a Santos Gerardi delante de varios policías. Confabulación maffioso-policial. El texto aludía a Graciela Marino, la menor hija de la emisaria de los mafiosos, que tuvo a su cargo, se afirmaba, la tarea de correo de la banda.

En la página siguiente, y con el mismo despliegue, Crítica dedica casi la mitad de la misma a redondear un perfil de Chicho Grande: Galiffi, tío de los Amato, tiene un prontuario raro, dice el titular. Otro enca­bezado destacado afirma: Según las constancias policiales es un "selfmade men" del delito. Se inició como "scruchante"y llegó a ser un verdadero poten­tado, obteniendo una jerarquía mayor que la de Sharpe, la de Chicho Grande. El diario desplegaba abundantes denuncias, buena parte de ellas no probadas después, en su intento por lograr su condena.

Un editorial sin firma: Iniciada la batalla contra la maffia, ahora hay que terminar con ella, incluye el mismo día, un inquietante colofón: Se sabe en estos momentos dónde está la maffia y cuáles son sus vinculaciones con policías y políticos de una provincia como Santa Fe; se conoce o al menos se está sobre la pista de los hombres que en esferas insospechables de la sociedad han venido amparando con su influencia los crímenes de los mafiosos... Algunos hechos, sin duda llamativos, daban asidero a semejante hipótesis, como el enérgico pedido de algunos de los implicados en el secuestro de Marcelo Martin de ser interrogados sólo por el comisario Martínez Bayo, al que más de una vez se acusara (aunque nunca formalmente) de connivencia con la organización.

Aquellas jornadas transcurridas entre el final de enero y junio de 1933 consiguieron conmocionar la vida cotidiana de los rosarinos, para muchos de los cuales las andanzas de la mafia eran en verdad muy poco conocidas. No faltaban empero episodios que, vinculados de algún modo a los métodos de aquélla, adquirían contornos inéditos, como el de un italiano de apellido Mancini, que habitaba en Barrio Belgrano Crítica lo informaba en febrero de 1933, días antes del secuestro de Martin: Por 100 pesos un italiano le propuso secuestrara una vecina chismosa. Parece un loco lindo, pero tiene a todo un barrio aterrorizado con sus amenazas

Afirmaba el diario de Botana, a través de su agencia en Rosario: Con el objeto al vecindario, dice que vino fugado de Italia en 1925 y que es un terrible mafioso. A gritos propala diariamente que puede des hacer, matar y secuestrar, por ejemplo, sin que hasta él llegue la sanción de la justicia. Ayer fue a trabajar de albañil a una casa de propiedad de María Case, situada en la calle Montevideo 5764 y oyó que la señora se quejaba de que la tenía aburrida una vecina con sus chismes diarios. De inmediato la llamó y le propuso un brillante negocio: por 100 pesos le secuestraba a la vecina y jamás oiría un cuento de ella. La señora, de inmediato, denunció a la comisaría la novedad y Mancini sigue en libertad. Este hombre, con todas las apariencias de un loco lindo o de un rico tipo, tiene aterrorizados a los comerciantes y familias de apartado barrio, creyéndose que ha cometido varios delitos de la índole del deuuii ciado. Por otra parte, no tiene documento alguno que certifique su identidad.

No era el caso de Galiffi. Cuando la amenaza de la cárcel se tomo cada vez más inminente, sus todavía vigentes conexiones lograron que se extendiera su orden de deportación del país, el 17 de abril de 1935. Embarcado en el "Conté Grande", uno de los lujosos transatlánticos de la época, y sin poder bajar a tierra en Montevideo, donde también contaba con amigos, viajó a su país natal, se instaló en Sicilia, donde con la protección de Mussolini vivió ocupando un cargo público hasta su muerte en enero de 1944.

El abogado Lucchini, por su lado, protagonizaría otra historia vinculada aún más estrechamente con la moribunda organización al casarse, casi simultáneamente con su defensa de Chicho Grande, con Ágata Cruz Galiffi,"la flor de la mafia", que es quien cerraría ese ciclo violento y vengativo que entre 1930 y 1938 sobre todo, con sus coletazos de delaciones y exhumación de viejos casos pendientes de resolución tendría en vilo a los argentinos en general y a los rosarinos en particular.

Es en aquel último año cuando el apellido Galiffi de la mano de su hija, ya separada de Lucchini y relacionada senti­mentalmente por entonces con un delincuente de fuste, Antonio Pla­ceres, alias "El Gallego". A ellos se suma un tercer personaje, Cayetano Morano, "El Pibe Morano", ex integrante de la famosa banda de "El Pibe Cabeza" y sindicado en su momento como uno de los custodios habituales de Chicho Grande.

El trío protagoniza el 30 de diciembre de 1938 un confuso pero sangriento episodio en Rosario, donde se había reunido con un pro­pósito impreciso que algunos suponen relacionado con la reorgani­zación de la "honorable sociedad". Reconocidos por dos pesquisas que los descubren en el bar de Aguiló, en Santa Fe y Maipú, son invi­tados a acompañarlos para averiguación de antecedentes. Los delin­cuentes solicitan pasar primero por la pensión donde se alojan, en San Lorenzo al 700, para buscar sus documentos, pero llegados allí atacan a balazos a sus captores, hiriendo a uno de ellos, Domingo Ferreyra, y matando al otro, Juan Espinoza.

Una huida espectacular por las calles cercanas permite a Morano esquivar en principio a los perseguidores policiales, alertados por el tiroteo, pero es finalmente acorralado y herido de gravedad no sin antes ultimar a otro policía, Marcos Cordero. En la Asistencia Pública, a la que es trasladado, el "Pibe" Morano solicita una entrevista con el Juez del Crimen, doctor Cantadore van Strat, a quien adelanta que puede informarle sobre ramificaciones y contactos de personajes de alto rango socioeconómico de Rosario con el mundo del delito. El juez ordena primero se lo remita a la Jefatura de Policía, retirándolo de la Asistencia para interrogarlo pero, ante el agravamiento de su estado como con­secuencia de los cuatro balazos recibidos en el enfrentamiento, decide su permanencia allí.

Al presentir su muerte, Morano pide otra vez la presencia del juez a fin de contar todo lo que sabe, pero ante la inexplicable demora del magistrado (que hizo posible la suspicacia de que no quiso ¡legar a tiempo para no enterarse de nada) fallece sin hacer públicos sus secretos casi en la medianoche del 4 de enero de 1938. Ágata, su primer marido Lucchini y el "Gallego" Placeres son detenidos y remitidos a Tucumán acusados de falsificación y ulterior distribución de dinero a través de una presunta red internacional y de haber planeado el robo a un banco tras la excavación de un túnel de casi un centenar de metros.

Comienza allí lo que Héctor Nicolás Zinni llamara con metafórico acierto "la cruz de Ágata", una odisea que la lleva a un encierro en una jaula de 1.20 x 1.80 metros en un hospital para alienados en la capital tucumana, donde permanece encerrada siete años, a la traición de Lucchini, que después de haber purgado una condena de ocho años le entabla un juicio de divorcio por abandono malicioso del hogar, adu­ciendo ignorar su paradero, a una operación quirúrgica que está a punto de llevarla a la muerte, y a su libertad en 1948, luego de 9 años y 3 meses de prisión, a lo que seguirían posteriores penurias físicas y morales hasta la recuperación (a punta de revólver en un episodio que recordaba sus años junto a Placeres) de una de las fincas de Galiffi en Caucete (San Juan), donde se radicó en forma definitiva y donde vivió hasta su muerte en 1987, cuando con la misma decisión que signara su agitada vida juvenil, se suicida dejándose morir de hambre.

En septiembre de 1972, dos periodistas de la revista Gente logra­ron entrevistarla en su propiedad cuyana, después de 24 años. La mag­nética personalidad de "la flor de la mafia" estaba entonces todavía enhiesta, tanto como sus códigos: ¿Chicho Chico? No lo conocí. Nunca supe quién era: ni siquiera sé si existió. Su balance de vida era entonces tan escueto como firme: Toda mi vida es lucha y reveses y ahora, a los 56 años, sé que puedo volver a perderlo todo. Sin embargo, estoy dispuesta a empezar de nuevo. Pero esta fuerza no es mía sino de mis amigos. Porque lo único que cuenta en la vida son los amigos... Una aseveración que, tal vez sin pensarlo, remitía a aquellos sólidos códigos de amistad que la mafia tenía como los únicos valederos.

A mediados de la "década infame", el 13 de agosto de 1934, ter­minaría también trágicamente la historia de "Senza Pavura", cuyo nombre estuviera muchas veces vinculado a los hechos resonantes de la mafia. El expediente utilizado encajaba perfectamente en la meto­dología de la "honorable sociedad": una emboscada callejera tendida por un operario del Hospital Centenario, Domingo Magurno, que actúa como señuelo, y por Leonardo Di Franco, sindicado como cóm­plice de "Senza Pavura" en varias acciones delictivas, quien es el encar­gado de ultimar a Avena con la infalible "hipara" de dos caños, en las proximidades de Urquiza y Crespo, y es detenido en enero del año siguiente.
Para explicar el crimen, se propusieron dos hipótesis: una venganza porque supuestamente Avena había contribuido a desenmascarar a los asesinos de Ayerza —lo que no aparece acreditado en la investigación del caso— y una disputa por dinero. El segundo móvil se impuso con mayor verosimilitud, ya que el parecer Di Franco era una especie de segundo de Senza Pavura y por su encargo se había ocupado de algu­nos trabajos sucios, como el asesinato de Ernesto Vilches, un empleado del Central Argentino, en 1928, sin recibir la recompensa correspondiente.
(Osvaldo Aguirre: "El hombre que no tenía miedo", en La Capital, 24 de octubre de 1999)


Tampoco debe extrañar la versión que se da como más creíble si se tiene en cuenta que cuatro años antes, Avena había tenido un enfrentamiento con otros miembros de la mafia por cuestiones de dinero, al quedarse con parte del pago recibido por el asesinato del procurador Domingo Romano. Por la misma época, y aprovechando las embesti­das policiales contra la organización, que pone a ésta en estado de pará­lisis o poco menos, otro personaje de la crónica policial intenta apo­derarse del control de la mafia, apelando a conexiones con algunos antiguos miembros de la misma y portando él también un alias definitorio:"Facciabruta", que empalidecería su nombre y apellido reales de Bruno Antonelli Debella.

Este era en realidad un pistolero de agallas y frondosos antece­dentes, que apelando al apoyo de algunos viejos hombres de la "hono­rable sociedad" como Ferdinando Lottorto, que regenteaba un des­pacho de bebidas en la localidad de Arroyo Seco, y a quien la policía pretendió incriminar también en el crimen de Ayerza, pretendió conformar una hueste capaz de imponer otra estrategia delictiva a la mafia, jaqueada por el fracaso de golpes de mucho riesgo y escaso rédito final, como el de Ayerza. La pretensión de "Facciabrutta" iba a sucumbir prontamente cuando en junio de 1933 se ve involucrado como autor de la muerte a balazos de otro hampón, el español Nicolás Blanco Fernández, en la zona de Pichincha y 3 de Febrero, y es detenido y condenado.

En el diario La Tribuna, en octubre de 1974, el periodista Justo Palacios recordaría sus entrevistas en la cárcel a varios de los protago­nistas del período de esplendor de la mafia en Rosario, entre ellos "Facciabrutta". La respuesta de éste cuando se le pregunta cómo había conocido a Lottorto, a quien se había vinculado muchos años antes al asesinato del cochero Zapater, remite una vez más a los inviolables códigos de la"omertá", cuya vigencia persiste en la actualidad: Yo no deseo disgustar a nadie y menos a un periodista, pero hay preguntas contra las cuales conviene usar la respuesta clásica de los mafiosos:"lo non saccio nieute..."

Testimonios similares, y una rigurosa investigación no exenta de cierta trama de ficción igualmente valiosa, son los ingredientes de Historias de la mafia en la Argentina, el trabajo de Osvaldo Aguirre ya citado, que se constituye en imprescindible y valiosa bibliografía sobre la breve pero no menos sangrienta saga mafiosa en Rosario.

La designada por José Luis Torres como "década infame", míen tras tanto, se cerniría sobre el país a partir de la crisis que se avizoraba desde 1929. En enero de 1930, Crítica, enemigo acérrimo de Yrigoyen y del radicalismo, aseveraba, arrimando leña al golpe que se iba gestando lentamente: La crisis es aplastante, terrible. Un sentimiento de depresión moral le sucede, notándose una paralización absoluta de las iniciativas comerciales e industriales, que debe contarse tanto como las quiebras innúmeras que se producen, la deserción de capitales, la desocupación obrera...

Juan José Hernández Arregui retrata en La formación de la con­ciencia nacional, el clima imperante tanto en Buenos Aires como en Rosario sobre los finales del gobierno radical y comienzo del afian­zamiento del régimen militar: En la gran urbe, todo era barato. Alimentos, cine, teatro, mujeres. Pero los comercios estaban vacíos, las salas de espec­táculos funcionaban bien los sábados y domingos. El sistema de compras, sin excepción, en comercios mayoristas y minoristas, era el carnet de crédito o la libreta mensual. Las deudas no se pagaban, proliferaban los vivos. Y entre el fiado y las míseras tramoyas mensuales, el argentino medio medraba entre el ardid, el prestamista, ¡a exasperación, el cinismo imaginativo y la pobre ¡1 humillante...

Como indica Héctor Iñigo Carrera en Los años 20, en el lapso transcurrido entre el 20 al 30 los argentinos entran al nuevo mundo de ¡a modernización buscándose como nación. Lo hacen a costa de yerros y confusiones pero entran; y a fines de esos años, la Argentina ya no es la misma. Parte de esos cambios se advertirían también claramente en Rosario, donde módicas dosis de progreso y crecimiento convivirían con agitaciones sociales persistentes.
 
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo II  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones

viernes, 20 de mayo de 2016

EL SECUESTRO DE MARCELO MARTIN

Por Nicolás E. De Vita


Entre todas las familias de origen siciliano que desde un comienzo se.afincaron dentro del Barrio Echesortu, se encontraron las de Bue y Cacciatore. La primera, con domicilio en calle Mendoza 3253; y la segunda, en calle Vera Mujica 1260. La familia Bue estaba formada por los hermanos Bartolo, Carlos, Miguel, Santiago y Antonio, los que originariamente se dedicaron a diversas y variadas actividades en busca del sustento diario, entre ellas las de conductores de "victorias o mateos", taxistas, etc., para luego, al implantarse con éxito el servicio de ómnibus dentro de la ciudad, pasar a formar una sociedad para la explotaciónde una línea bajo el nombre de "Los 5 Hermanos". A su vez la familia Cacciatore, formada por los hermanos Luis, Carlos, José, Angel, Miguel, Francisca, Séptimo y Octavio, luego de ejercer independientemente distintas actividades, pasaron también a formar una sociedad para la explotación de una línea de ómnibus bajo el nombre de "La Carolina", como un homenaje a la madre de los mismos. Asimismo, como complemento de ambas familias, había un sujeto llamado Gerlando Vinciguerra, apodado "Gino" quién, al haberse criado desde su infancia en la casa de los Bue era considerado como un hermano más y, dado su oficio de mecánico, estaba al servicio incondicional de ambas sociedades vehiculares para la reparación de sus unidades de transporte; pero además, con un automóvil de su propiedad, se desempeñaba como taxista.

Tanto los nombrados como sus respectivos familiares, gozaban de la amistad y respeto de quienes los conocían y éllos, a su vez, reiteraban esos conceptos de la mejor forma posible; todo lo cual, ni remotamente, hacía presumir la triste derivación que a la postre habría de tener para alguno de los nombrados, pues es justo dejar perfectamente aclarado que, como más adelante se verá, no todas las personas anteriormente nombradas tuvieron directa vinculación con el hecho consumado, más aún, algunos ni relación alguna.

Como consecuencia del secuestro y posterior asesinato del joven Abel Ayerza, hecho ocurrido a fines del año 1932, comienza a descorrerse el espeso velo que cubría un sinnúmero de delitos con reminiscencias "mafiosi" cometidos no sólo en el país sino también dentro de nuestra ciudad; hechos que, hasta entonces, eran considerados poco menos que impunes.

Pero, a poco de ocurrido aquel desgraciado hecho, a principios de 1933 nuestra ciudad se vé de improviso convulsionada por el secuestro del jóven Marcelo Martín, hijo de un acaudalado comerciante; hecho que llegó extraoficialmente a conocimiento de la policía debido a un informe dado por un ocasional testigo anónimo, pues la familia, siguiendo expresas instrucciones de los raptores, no lo había denunciado.

Atenta la seriedad de la denuncia, la Jefatura de inmediato encomienda al Comisario de Ordenes Carreras, al Comisario Adscripto Martínez Bayo, y al Segundo Jefe de Investigaciones Hugo Barraco Mármol, abocarse al total esclarecimiento del hecho; y así, de inmediato los nombrados policías, conjuntamente con otros sagaces detectives, llevan a cabo múltiples gestiones, las que en definitiva habrían de dar sus frutos y con ellos la detención de la totalidad de los malhechores, quienes a pesar de sus negativas, es decir del clásico "non sacho niente", finalmente, ante las abrumadoras pruebas reunidas en su contra, terminarían por confesar ampliamente su participación y la forma en que fuera llevado a cabo el secuestro; el que en síntesis y para el debido conocimiento de quienes no lo conocieron, pasamos a recordar.

Una vez elegida la víctima y conocido sus movimientos, los secuestradores procedieron a esbozar el plan de acción a desarrollar; y para ello se reunieron varias veces en un café y bar que en ese entonces se encontraba instalado en la esquina de las calles Cafferata y San Juan. Una vez ultimados los detalles finales, resuelven llevar a cabo la acción el día 28 de enero del recordado año 1933. Mientras la víctima transitaba por calle Urquiza, pocos metros antes de llegar a la de Paraguay, es reducida e inmovilizada; se le aplica en su boca un pañuelo para que no gritase; y, de inmediato, se le coloca en su cabeza un capuchón; lo suben a un auto que estaba en marcha, el que arranca a toda velocidad y, después de andar un buen rato se detiene, lo hacen descender y lo encierran en una muy modesta habitación. Luego se sabría, en un todo de acuerdo a lo relatado por los protagonistas que esa temeraria acción fue llevada a cabo solamente por Santiago Bue, Carlos Cacciatore (h) y Gerlando Vinciguerra; que el vehículo empleado lo fue un automóvil marca Hudson, doble faeton, de propiedad del último de los nombrados que lo condujo en la oportunidad y que como lo hemos dicho dentro de este capítulo lo explotaba como taxímetro; que el lugar donde se lo llevó a Martín lo fue la casa sita en la Cortada Marcos Paz 5127, domicilio de un repartidor de leche llamado Francisco Gallo; y que los actores directos involucrados en el ilícito, además de los cuatro anteriormente nombrados, lo fueron los hermanos Antonio y Miguel Bue, un carnicero del Mercado Gral. Urquiza llamado Diego Romano y un sujeto llamado Felipe Campeone o D'Angelo; todos los cuales esperaron el resultado de la operación en casa de los Bue. Consumado el hecho, de inmediato se le requiere al padre del secuestrado, como pago del rescate, la suma de m$n 150.000, —a oblar en billetes de m$n 1.000—, como condición incondicional para que el jóven Marcelo fuera devuelto sano y salvo; exigencia que silenciosamente acepta y cumple el requerido, quien a tal efecto, siguiendo expresas instrucciones de los raptores, comisiona a otro hijo para que, portando un paquete con el dinero, se dirigiera por calle Salta hacia el Oeste y desde allí al cruce, para luego tomar al Norte de la ciudad. Así se hace y al llegar el comisionista a la Avenida Alberdi de improviso le sale a su encuentro una persona, la que luego de identificarse por medio de una contraseña convenida de antemano, exige al portador la entrega del dinero, lo que éste hace de inmediato. Con ello, al quedar cumplida la exigencia de los pseudos mafiosos, horas después, en un todo de acuerdo a lo prometido, proceden a liberar al jóven Martín dejándolo, con los ojos vendados, en la esquina formada por las calles Tucumán y Paraguay, desde donde éste se dirige a su domicilio particular sito entonces en calle Urquiza 1484, quedando con ello terminada la penosa experiencia vivida.

Nos permitimos insistir sobre nuestra modesta opinión con respecto a la o nó vigencia de la mafia dentro del Barrio Echesortu y aún mismo en la ciudad; y para ello nos aferramos a las siguientes conclusiones: Si bien algunos de los intervinientes en el recordado caso ya se encontraban prontuariados por la policía como presuntos mafiosos o por otros delitos menores, los hermanos Bue, con excepción de Santiago quien en un hecho ajeno a la mafia, en el año 1927 había matado a tiros a un sujeto llamado Domingo Fontana en el Garage Mr. Ros, lo que le valió una condena de 9 años, luego reducida a 3, los demás hermanos carecían de antecedentes delictivos. En cuanto a Carlos Cacciatore (h) recién, ya encontrándose detenido y procesado por el rapto a Martín, habría de comprobársele su intervención en el recordado asesinato del periodista Alzugaray, razón por la cual, al agravarse su situación penal, intentó poner fin a su existencia al tratar de ahorcarse con un echarpe, lo que no pudo lograr gracias a la rápida intervención de uno de sus custodios. Y, con respecto a Cenando Vinciguerra, hasta entonces se lo consideraba tan sólo como un insignificante traficante de estupefacientes. En cuanto al botín del secuestro, parte del cual fue recuperado, los hermanos Bue en sus declaraciones judiciales afirmaron que, de lo que a éllos correspondió, emplearon la suma de m$n 8.500.-, en abonar al señor Mateo S., Durando la hipoteca que gravaba el inmueble de calle Mendoza 3253, la que, por falta de recursos suficientes, les había sido imposible cumplir hasta ese entonces, y el resto repartido por partes iguales entre éllos.

Como anécdota cabe recordar que al descubrirse el referido ilícito, como es común en todos estos casos, se echaron a volar hechos fantansiosos e inverosímiles, que de haber sido ciertos hubieran a no dudarlo agravado la situación de los involucrados. Por ejemplo, entre otros supuestos delitos, se dijo entonces haberse descubierto la existencia de un túnel o vía de escape que comunicaba indistintamente las casas de las familias Bue y Cacciatore, como así también la de un señor llamado Juan Di Benedetto que tenía su frente sobre la calle 3 de Febrero; cuyas tres propiedades, por sus fondos, lindaban entre sí; como así también la existencia de diversos elementos que en su momento habían servido para intentar, con cheques lavados, una gran estafa en perjuicio del Banco de la Nación Argentina. Podemos asegurar, fehacientemente, tanto por haberlo comprobado personalmente en aquél entonces, como también por manifestaciones posteriores, de vecinos, que con respecto al mencionado túnel, salvo una fosa de las que conmunmente se usan para el engrase de automotores y que estaba construida en los fondos de la casa de los Bue, entre las 3 propiedades antes nombradas nunca existió otra perforación bajo tierra, razón por la cual esa fantástica e irreal vía de escape sólo existió en la imaginación de algunos irresponsables y qué, de boca en boca, en versión corregida y aumentada, pasó a ser tomada como cierta; y, con respecto a los elementos supuestamente usados para aquel intento de defraudación, tampoco pudo comprobarse efectivamente su existencia y menos aún la participación de los Bue, Cacciatore o Vinciguerra, pues quienes en realidad fueron los autores de tal intento, como así lo comprobó la policía, lo fueron los mafiosos Dainotto y Mancini. La verdad es que, entre las casas de los Búe, Cacciatore y Di Benedetto, tan sólo existió una puerta que servía entonces para que los dos primeros, a fin de ahorrar tiempo y dinero, las reparaciones y engrase de sus unidades de transporte las pudieran efectuar con herramientas y elementos que tenían en común; y, en cuanto al señor Di Benedetto, del cual cabe dejar debida constancia que en ningún momento estuvo involucrado en los hechos delictivos cometidos por sus vecinos, usaba esa puerta, abierta en los fondos de su propiedad, al solo efecto de tener una salida directa a la calle Mendoza pasando por la casa de los Bue. En una palabra, todo ello estaba así programado dada la gran amistad y solidaridad que existía entre las tres familias y no como un medio de escape a toda acción policial.
Fuente: Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte (Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.

jueves, 19 de mayo de 2016

SU ACCIONAR DENTRO DEL BARRIO ECHESORTU

Por Nicolás E. DE Vita


Es sabido que, en una gran proporción, los inmigrantes italianos que se asentaron en la zona Oeste de la ciudad, principalmente dentro del Barrio Echesortu, lo fueron de origen sicilianos, razón por la cual, a no dudar si bien en una mínima proporción, entre éllos lo estuvieron, como luego se habría de comprobar, activos pseudos mafiosos, tales como Dainotto, Curaba, La Torre, los Bue, Cacciatore, Vinciguera, etc. Esa circunstancia dió motivo para que, en determinado momento, llegara a individualizarse la zona como el "Barrio de los Mafiosos". Esa errónea, despectiva y maliciosa indicación, podemos asegurarlo con absoluta certeza, no tuvo asidero alguno. Las familias (dicho en el buen sentido de la palabra) sicilianas que se radicaron dentro del Barrio, en su casi totalidad, lo fueron gentes humildes, de buenas intenciones, honestos trabajadores, sin el menor deseo de verse involucrados en actividades colocadas al margen de la Ley, dado que su único y ferviente deseo lo era el de labrarse un bienestar mejor al que su tierra de origen les había negado. No obstante, sería ingenuo desechar la hipótesis que alguno de éllos, ansiosos de superar rápidamente los grandes e insolubles problemas económicos que tuvieron que afrontar desde un comienzo, debieron pagar con creces algunos de los favores recibidos y con ello quedar atrapados en las redes de la pseuda organización y ser colocados, muy a disgusto, en un lugar que su decencia y hombría de bien no les hubiera permitido en circunstancias más propicias.

Equivocadamente, una gran cantidad de inmigrantes sicilianos, por ser tales, fueron obligados, compulsivamente en aquella época a tener que comparecer ante las sedes policiales. Decimos equivocadamente, pues en la mayoría de los casos fue un arbitrario e injusto tratamiento que, con fines de averiguación, se hizo indiscriminadamente contra pobres pero honrados trabajadores, completamente ajenos a cualquier actividad ilícita, cuya única culpa, si así podía ser considerada, lo era el origen de sus nacimientos; y con ello a tener que sufrir en carne propia el bochorno y la vergüenza de ser conducidos, hasta esposados, y puestos bajo la lupa policíaca; más aún, en muchos casos, hasta ser ventilados por la prensa sin mediar las funestas consecuencias que todo ello significaba para el futuro del inocente sospechoso y de su familia. Lamentablemente en aquella época, toda persona de origen siciliano que a pesar de sus largos años de asentamiento en el país no había podido (ni lo lograría jamás) erradicar su forma de hablar debido a la preferencia y/o enquistamiento de un determinado dialecto aprendido desde su más tierna infancia en su lejana tierra, era suficiente prueba para que se le considerare un mafioso en potencia. Con lo dicho no pretendemos en forma alguna menoscabar a esos hoy ignorados vecinos, más bien nos lleva una sincera intención de reivindicarlos.

Ninguno de los lectores que pudo haber transitado aquel ya lejano período de su vida, podrá negar que lo dicho con respecto a la forma de expresarse de aquellos queridos "tanos" no se ajusta a extracta y cruel verdad, pues de seguro en más de una ocasión nos ocurriera a nosotros, se les hizo si no difícil, casi imposible llegarlos a entender con claridad dado lo cerrado y difícil del dialecto por éllos empleado y por nosotros completamente ignorado.

En el caso que habrá de servir de fondo al presente capítulo y que de inmediato habremos de relatar, en ningún momento pudo comprobarse que alguno de los intervinientes lo fuera una persona sometida a la regla del favor y, por lo tanto, obligada involuntariamente a pa del hecho delictivo. Tampoco pudo comprobarse la existencia de un verdadero capo, tanto que, de las actuaciones policiales y judiciales llevadas a cabo en aquellos años, si bien en un principio pudo llegar a suponerse la intervención de supuestos jefes, tales como Galiffi o Ali Ben Amar de Sharpe, tampoco ello pudo ser confirmado, más aún, al momento de producirse el secuestro de Martín, según ya lo hemos relatado, el último de los nombrados había sido eliminado físicamente.

En definitiva, atento todo lo antedicho, surge evidentemente pretendida mafia del Barrio Echesortu no solo nunca existió sino que tampoco pudo llegar a tener relación directa con otros hechos de idénticas características ocurridos dentro de nuestra ciudad o en el resto del país; y, por lo tanto, tener implicancia con la verdadera secreta sociedad en sí; por cuya razón y por lógica consecuencia, el grupo delictivo no puede en modo alguno ser considerado como “mafia”, pues si bien para el cumplimiento del ilícito adopta el clásico método del secuestro retorsivo empleado por la tenebrosa sociedad, en realidad como tal solo pudo pasar por la mente de la población, quizas sugestionada por la prensa informativa, siempre proclive a magnificar los acontecimientos con el fin de lograr una mayor venta de periódicos.

Su accionar entonces se circunscribió tan sólo a un minúsculo grupo de insignificantes analfabetos italianos, sin organización ni jefatura alguna, unidos tan sólo en un objetivo común, es decir el de procurarse en la forma más rápida posible y sin esfuerzo alguno, un enriquecimiento ilegal. Atento a ello hasta nos atrevemos a suponer, sin temor al equívoco, que ni hipotéticamente y a pesar de la amenaza de hacerlo en caso de que no se dieran cumplimiento a las demandas exigidas, pudo en algún momento pasar por las pobres mentes de los malhechores la idea de proceder a la eliminación física de la víctima.
 
Fuente: Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte (Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.

miércoles, 18 de mayo de 2016

EL JUDAS DE LA MAFIA ARGENTINA- JOSE LINCEO RUGGENINI

Por Nicolás E. DE Vita


Este tristemente personaje nacido el 19 de abril de 1879 en Codisot to, Regio Emilia, Calabria, Italia, ocupó durante un corto espacio de tiempo la atención no sólo de los habitantes de nuestra ciudad sino también de la mayor parte del país.

De improviso, periódicos, revistas, radio, etc., lo hicieron saltar del más completo anonimato al conocimiento general del pueblo argentino. Ello lo fué como resultas de la intervención que le cupo al posibilitar la detención de los principales implicados en la muerte del jóven Abel Ayerza qué, como se recordará, fuera secuestrado por la pseuda mafia nacional.

Ruggenini vino al país siendo aún un adolescente y luego de completar los estudios teológicos religiosos previos fue ordenado como sacerdote, pasando de inmediato a ejercer su sagrado ministerio en la Comunidad de los Hermanos Franciscanos de la ciudad de Santa Fe; cargo que desempeñó durante un breve espacio de tiempo, pues hizo total abandono de los hábitos para pasar a desempeñarse en la vida mundana como periodista; primero en el diario "Nueva Epoca" de la ciudad antes mencionada; luego como Director propietario del diario "La Tarde"; más adelante, ya radicado en nuestra ciudad, en un semanario independiente de muy poca importancia, que en ese entonces se editaba en el Bv. Avellaneda 1018 bajo el nombre de "El Baluarte"; y, finalmente, al momento en que pasa a ser noticia pública, se le encuentra dedicado a la preparación de otro semanario que debía salir a la calle bajo el nombre de "Luciano", como homenaje al entonces Gobernador de Santa Fe, Dr. Luciano F. Molinas, del cual Ruggenini se jactaba de ser correligionario y amigo. Además, como complemento de todo lo antedicho, bajo el falso título de "Procurador", era muy conocido en el ámbito de los Tribunales Provinciales dónde, amparado bajo esa engañosa personalidad profesional, había conseguido hacerse amigo de caracterizados hombres tanto del foro cómo de la policía y de la política. Tal actividad cómo "avenegra" (nombre dado a los qué, sin tener título habilitante, deambulan por los pasillos tribunalicios, como lo hacen los murciélagos) era muy común de observar en una época no muy lejana, pero hoy ya felizmente erradicada.

Al radicarse en Rosario, Ruggenini lo hizo juntamente con su compañera Elvira Pérez y de la hija de ambos llamada Lucía (circulaba entonces la versión en Santa Fe que ello fue el motivo principal que llevó al recordado a despojarse de sus hábitos religiosos, pero en verdad ello nunca pudo serle comprobado); estableció su vivienda primero en calle San Juan entre las de Cafferata y San Nicolás; luego pasó alPje. Marcos Paz al 3700 de allí a Valparaíso 1225; y, finalmente, a calle Virasoro 2026, casa que ocupaba al momento en que pasa a ser noticia pública. Ya radicado en nuestra ciudad, Ruggenini pasaría a procrear dos hijos varones.

Haciendo uso de las facultades evidentemente adquiridas durante su paso por los claustros religiosos, su gran facilidad de palabra qué, como todo italiano del sud siempre la acompañaba con ademanes y gestos por demás exagerados); su pronunciada y llamativa nariz, siempre colorada, por lo que le valiera el mote de "pomidoro" o "morrone"; su simpatía personal; etc; le dieron a Ruggenini una total apariencia de hombre de bien, honesto, capáz y campechano, lo cual, de inmediato, le granjeaba la confianza y amistad de cuantos tenían oportunidad de tratarlo. Podemos asegurar que en todo lo antedicho no hay exageración alguna, pues al haber sido el mismo, durante muchos años, vecino del Barrio Echesortu, era por demás conocido. Nadie, entonces, pudo haber sospechado, ni medianamente, que detrás de esa aparente buena, simpática y respetuosa personalidad, podía ocultarse un personaje qué, poco tiempo después, habría de ocupar la plana principal de los diarios del país.

Luego de producida la detención de quienes él delatara y como colofón del drama qué, directa o indirectamente, lo había contado como un intérprete muy especial, Ruggenini no pudo con su genio y, en una simulada reunión de prensa dió a conocer, a los distintos medios informativos no sólo todos los detalles del caso, sino otros que involucraban a la ilícita asociación, sin dejar en ningún momento de poner énfasis que entre él y aquella nunca hubo vinculación alguna y que su decisión la tomó como tal correspondía a un "honesto ciudadano" obligado con la justicia para dejar debidamente resuelto el repugnante asesinato cometido contra un inocente y con ello hacer que el peso de la Ley cayera sin piedad contra los responsables. No obstante esas pomposas declaraciones, siempre ha quedado latente un interrogante que ya nunca más podrá responderse, pero que no obstante; es fácil de dilucidar. Si él en verdad, nunca llegó a tener vinculaciones con la mafia ¿cómo es posible que llegó a tener un conocimiento tan íntimo de élla, especialmente en lo que concierne a los antecedentes particulares de los dos capos máximos, especialmente los de don Chicho Chico?. Evidentemente, es fácil deducir que con respecto a sus vinculaciones, no dijo la verdad.

Retornando a la antes mencionada reunión de prensa, el delator expuso los antecedentes que lo tuvieran de protagonista, de la siguiente manera: Cuando el mismo ocupaba aún la casa de calle Valparaíso 1225, cierto día, un' íntimo amigo suyo, el constructor José La Torre, hombre de confianza de Galiffi, se le apersonó para solicitarle un favor muy especial consistente en el de albergar por unos pocos días en su casa particular y hasta que se aclarare la situación, a "unos buenos muchachos" injustamente involucrados en un hecho por el cual la policía los estaba buscando. Ante tal requerimiento, prosigue diciendo Ruggenini, que de ninguna manera podía negarse por provenir de un gran amigo como lo era La Torre y sin preguntarle en absoluto de quienes se trataba, cual era el hecho qúe se les imputaba y menos aún de "condicionamiento pecuniario alguno", accedió gustoso a tal pedido y, pocas horas después, tres personas se instalaban en una de las habitaciones de la finca. Es fácil suponer que en ello no había nada de cierto; pues Ruggenini, hombre de elevada capacidad intelectual, a pesar de la gran amistad que decía ligarlo a La Torre, de ninguna manera podía haberse prestado a un favor tan arriesgado que lo comprometía tan seriamente como cómplice ante las autoridades policiales, sin conocer previamente la identidad de las personas que albergaría en su propia casa particular, del hecho que a las mismas se les imputaba, como así también la seguridad de que ello le sería bien recompensado; salvo que, como era común dentro de la mafia y que ya hemos aludido en el cuerpo de este capítulo, debía tener en esta ocasión la oportunidad de saldar un favor "muy especial" que la organización, el mismo La Torre o cualquier otro prominente integrante de aquella le había efectuado oportunamente.

Sigue diciendo Ruggenini: Qué, a los pocos días de hospedar en su casa a los fugitivos, decide mudarse a la casa de calle Virasoro 2026 y con ello traslada no sólo a su familia y pertenencias, sino también a sus "caracterizados" huéspedes; pero luego, al tener conocimiento de la verdadera identidad de los que compartían su domicilio y de los motivos por los cuales éstos trataban de burlar la acción policial, se decide a dar el gran paso que lo habría de catapultar al conocimiento general de la comunidad. A tal efecto, como primera medida se traslada a Buenos Aires, en donde se pone en contacto con algunos de los miembros de la familia de Ayerza, a quienes les impone todas las circunstancias apuntadas. De inmediato, juntamente con un hermano del occiso, viaja de regreso a nuestra ciudad en donde, ante las autoridades policiales y judiciales competentes y sin duda alguna con la formal promesa de que tanto él como todos los miembros de su familia quedarían puestos a resguardo de futuras vendettas, como así también de que no se lo tendría como cómplice directo o indirecto en el asunto, pone a las mismas en conocimiento de todo lo antes relacionado. De inmediato se llevan a cabo las detenciones de los que hasta ese momento habían podido eludir hábilmente la acción policial, como así también de sus cómplices y con ello poner al descubierto todos los antecedentes ciertos que dieron lugar al repugnante crimen cometido.

Pero Ruggenini no sólo se limitó a delatar a sus "huéspedes", sino que también se dio el lujo, a posteriori, de dar a conocer diversos aspectos que hacían al accionar de la mafia dentro de nuestra ciudad; las interesantes revelaciones sobre la vida de Chicho Chico, que hemos referido en el acápite dedicado al mismo; y, muy especialmente, la forma en que tuvo lugar el asesinato del periodista Silvio Alzugaray, la que, según su versión fue llevada a cabo por un grupo mafioso capitaneado por un sujeto llamado Diego Rocuzzo (éste nunca pudo ser detenido y, varios años después, para ser más exactos el 22/11/41, su cadáver sería encontrado en la zona del Barrio Ludueña, calles Velez Sarsfield y Pcias. Unidas, aparentemente muerto en forma natural, aunque en esa oportunidad se tejieron diversos comentarios al respecto) e integrado además por los hermanos Bue, Vinciguerra, Campeone o D'Angelo, Juan Avena (Senza Pavura), los hermanos Cacciatore, Cacciato y Michelli; todos éllos peligrosos hombres al servicio incondicional de Don Chicho Grande; y que los ejecutores directos del crimen, los que en verdad tiraron del gatillo, lo fueron Santiago Bue y Felipe Campeone o D'Angelo. Como podemos notar esta información difiere en gran parte con las vertidas por otros investigadores, motivo por el cual la duda se acrecienta sobre lo que en realidad ocurrió en esa oportunidad y quienes en verdad fueron los autores materiales del alevoso crimen cometido contra el temerario periodista. No sería errado el suponer que la versión de ese hecho narrada por Ruggenini, pudiere haber sido más que real otra burda patraña gestada por él, cosa no imposible, dada su controvertida personalidad.

En realidad nadie ha podido colocar la personalidad de Rúggenini en un lugar medianamente cierto. Muchos, como nosotros, se han preguntado: En realidad ¿qué fué? ¿Un charlatán, un aventurero, un maniático, un frustrado mafioso, un servil, un ilusorio paladín de la ley, un repugnante soplón, un arrepentido clérigo? En cuanto a los motivos ciertos que lo llevaron a delatar a sus ocasionales huéspedes, no cabe la menor duda que para llegar a ello, dada las graves implicancias que conllevaba, debieron concurrir circunstancias muy especiales por que, animarse a dar un paso tan extremadamente peligroso que lo ponía al alcance directo de la mira de las acostumbradas vendettas sicilianas, era no sólo exponer su propia integridad física sino también la de sus propios familiares. Por eso, nuestra personal opinión lo es qué, al acceder al ocultamiento de aquellos tres "buenos muchachos", no lo fue tan sólo como un mero y desinteresado favor personal a su "dilecto" amigo La Torre, sino a cambio de la promesa de una jugosa recompensa dineraria que luego, por una u otra causa, no se le habrá querido reconocer; razonamiento que consideramos por demás posible por cuanto sería absurdo pensar que un hombre de la capacidad  de Ruggenini y de su amistad con algunos miembros de la mafia, hubiera podido ignorar lo que hasta el más oscuro ciudadano del país conocía dada la superabundancia de informaciones y fotografías que todos los diarios publicaban diariamente y con ello, la identidad de los principales autores materiales del aberrante crimen cometido contra Ayerza; retribución que al no serle efectivizada y ante la enorme responsabilidad que, consciente o inconscientemente, lo comprometía tan seriamente ante las autoridades judiciales, no le quedó otra alternativa que la de intentar su salvación mediante una directa intervención ante la familia del occiso, delatar a los verdugos y así procurar, como evidentemente lo consiguió, quedar ante los estrados judiciales, libre de toda culpa y cargo. No obstante, si bien pudo lograr el objetivo buscado y de haber contribuído con su "eficaz" colaboración al desenlace final de tan repugnante asunto, salvando distancias enormes, este émulo de Judas Iscariote, no logró escapar de la repulsa general y con ello a ser rápidamente olvidado; pero, más que nada por ley natural, ser justamente condenado a vivir por el resto de sus días en una contínua zozobra, a tener miedo hasta de su propia sombra, a desconfiar de todos los que lo rodeaban, temeroso que la tan temible como insobornable vendetta le pudiere caer encima en cualquier momento, cosa que nunca llegó a materializarse en razón de que, a partir del esclarecimiento total de los recordados delitos, las organizaciones mafiosas quedaron completamente desarticuladas y sus principales protagonistas deportados, muertos o encarcelados. Todo ello ratifica en gran parte lo que hemos expresado en este capítulo, es decir que las pseudas organizaciones mafiosas argentinas en ningún momento dependieron de la central siciliana. De haber sido así, a no dudar que la suerte de Ruggenini hubiera sido otra, circunstancia que quizás el mismo tuvo muy especialmente en cuenta al efectuar su denuncia; pero de cualquier manera, ese miedo, la incertidumbre, que de seguro en ningún momento habrá podido erradicar, no dejaron de ser un condigno y justo castigo para quien, por sus desmedidas ambiciones, prefirió colocarse, como cómplice, al margen de la ley antes de continuar ejerciendo el sagrado ministerio del sacerdocio o la noble profesión de periodista los que, a no dudar, en cualquiera de los dos casos le hubieran servido para ocupar un lugar más decoroso dentro de la sociedad.
 
Fuente: Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte (Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.