lunes, 30 de mayo de 2016

A la luz de una linterna

Por Osvaldo Agüirre


El secuestro ocurrió en la noche del domingo 23 de octubre de 1932, cuando los tres jóvenes regresaban en una voiturette Desoto a la es­tancia desde Marcos Juárez, junto con el ma­yordomo Juan Andrés Bonetto. Antes de llegar notaron la presencia de un auto estacionado con las luces apagadas. Un hombre, apostado en el camino, les hizo señas con una linterna. Hueyo, que manejaba, redujo la marcha hasta detener el coche.

"Ayerza preguntó qué era lo que pasaba y como en contestación salió un individuo de de­trás del coche inquiriendo si ese era el camino a Marcos Juárez", dijo Alberto Malaver en la declaración que abrió el expediente judicial, el 25 de noviembre de 1932. Le respondieron afirmativamente, y el desconocido les apuntó con una escopeta. Otros tres hombres salieron a la vez del campo, con armas. Eran Santos Gerardi, Romeo Capuani, Juan Vinti y José Frenda. Los cuatro eran sicilianos; a excepción del último, domiciliado en Chilibroste, estaban radicados en Rosario, y venían de cometer otros secuestros extorsivos, en Venado Tuerto y Arroyo Seco, provincia de Santa Fe.

Los mafiosos los palparon de armas, le saca­ron un revólver a Bonetto y pincharon los neu­máticos del Desoto. Cuando pusieron aparte a - Ayerza, saltó Hueyo:

—Yo voy donde llevan a mi amigo —dijo. Gerardi aceptó la propuesta. Antes de ven­darles los ojos y atarles las manos, se dirigió a Bonetto y Malaver:

—Ayerza y Hueyo serán tratados como en su casa —dijo—. Ustedes permanecerán durante dos horas sin moverse en este sitio. Mañana llegará una carta a la estancia donde se exigirá el precio por el rescate, que deberá ser entre­gado en el lugar indicado. Si hablan una sola palabra a la policía será muy peligroso para sus vidas y la de ellos.

Luego se volvió hacia Ayerza:

—Hábleles.

—Consigan la plata y no cuenten nada de esto —dijo Ayerza.

Los mafiosos se llevaron a Ayerza y Hueyo hacia Corral de Bustos, donde los esperaban los hermanos Vicente y Pablo Di Grado. Ambos pasaban por ser humildes verduleros, conoci­dos en el pueblo como trabajadores honestos y en consecuencia insospechables. Sin embargo, Vicente Di Grado tema antecedentes por ma­ñoso en Italia y había llegado a la Argentina escapando de las persecuciones del régimen de Mussolini contra la delincuencia organizada.

Los Di Grado se prestaron para ocultar a Ayerza en un sótano de su establecimiento, donde el joven quedó bajo vigilancia de Vinti y Anselmo Dallera, un jornalero piamontés al que le gustaban las carreras de caballos. Por su parte, Gerardi, Capuani y Frenda siguieron viaje con Hueyo. En la madrugada del 24 de octubre, lo hicieron bajar del auto, "le sacaron la venda de los ojos y le mostraron las luces de Rosario, que se veían a la distancia".

El hijo del ministro de Justo se encargó de entregar una carta de Ayerza a su madre, Ade­la Arning, en la que los secuestradores pedían 120 mil pesos de rescate y daban indicaciones para el pago: el enviado debía alojarse en el Hotel Italia, de Rosario, viajar durante cuatro días consecutivos entre Rosario y Marcos Juá­rez, saliendo a las 7 de la mañana en un auto distinguido con una bandera argentina en el radiador. Pero el contacto se frustró porque la zona fue anegada por lluvias y los caminos quedaron intransitables.




El 25 de octubre Hueyo accedió a declarar ante la policía, en Rosario. La pronunciación de los secuestradores, dijo, "era netamente italiana, posiblemente siciliana". Pudo dar dos datos sobre la casa de las Di Grado: el tipo de mosaico que teman en el piso de la cocina, y los rasgos de un perro negro que le había llama­do la atención porque parecía ronco. Cuando los datos trascendieron a la prensa, Vicente Di Grado cambió el mosaico y sacrificó al animal. El jefe de policía de Rosario y el de Investiga­ciones, Eduardo Paganini De la Torre y Félix de la Fuente, respectivamente, le mostraron un álbum con fotos de mañosos, sin que recono­ciera a ninguno.

El 27 de octubre, Santos Gerardi le ordenó a María Sabella que llevara un mensaje a Co­rral de Bustos. Eran las indicaciones para que Ayerza redactara una nueva carta para el pago del rescate, que la mujer trajo al día siguiente a Rosario, de donde fue reenviada a la casa de unos amigos de Abel Ayerza. Sabella tema a su compañero, Salvador Lino, preso por mañoso y vivía en Tupungato 1545, una casa que el grupo utilizaba para sus reuniones.

El 29 de octubre, a pedido del gobernador de Córdoba, llegó a la provincia una comisión de la policía porteña para colaborar en la in­vestigación. El comisario Víctor Fernández Bazán, responsable de la brigada, inició una serie de redadas entre la población de origen italiano. Entre los detenidos cayeron Anselmo Bordone, Pedro Gianni y Carlos Rampello, cu­ñado de José Frenda.

Bordone, piamontés, había llegado a Corral de Bustos desde Villa Gobernador Gálvez. Es­taba a cargo de la custodia de Ayerza. Pedro Gianni era un chacarero vecino de la estancia El Calchaquí. Había sido quien realizó lo que podría llamarse la inteligencia previa. Fue él quien convenció a Gerardi de que Ayerza era un buen candidato para el secuestro, des­pués de descartar a Domingo Benevenutto, un comerciante de Leones, y a los herederos de Pedro Araya, de Marcos Juárez, ya que todavía no se había formalizado la sucesión. Gianni alojó en su chacra al grupo de Rosa­rio, la noche anterior al secuestro; y el 23 de octubre fue a la estancia, aprovechando que los peones jugaban un partido de fútbol, para espiar los movimientos de Ayerza. La policía, sin embargo, no les prestó demasiada aten­ción y pronto los dejó en libertad. En cambio, Carlos Rampello, después de ser sometido a brutales torturas, identificó a los supuestos responsables.

Rampello estaba relacionado con los secuestradores. La declaración que le adjudicaron fue una mezcla de confesiones parciales, entresacadasa palos , y de agregados policiales, lo que terminó por invalidar su testimonio. Su detención hizo visible a otro actor importar José La Torre, quien viajé a Villa María p decirle que mantuviera la boca cerrada.

Antes hombre de confianza de Francisco Marrone, alias Chicho Chico, La Torre en cerebro del grupo de secuestradores. "Aconseja a los que se encuentran comprometidos, procura defensa a los detenidos, realiza gestiones en procura de su libertad (...). En resumen ordena, planea, dispone y protege", dijo el juez Luis Agüero Piñero. Además tenía muy buenos contactos con la policía de Rosario, y en particular con el jefe de Investigaciones, Félix de la Fuente (ver aparte). Según una extensa declaración de José Ruggeiini, periodista e informante a sueldo de la Jefatura de Policía de Rosario, De la Fuente "cobró unos miles de pesos" después de avisar a La Torre en mayo de 1932 que la policía tenía la dirección donde el grupo mantenía cautivo a Carlos Gironacci y Julio Nairnini, víctimas de otro secuestro, en Marcos Juárez.

La Torre también se encargó de repartir el botín del secuestro, que la familia Ayerza pagó el 30 de octubre de 1932. Ese día, dos amigos del secuestrado, Horacio Zorraquín y Mario Peluffo, entregaron el dinero a Salvador Rinaldi, otro siciliano, en la esquina de San Martín y Ayolas, en Rosario. Gerardi, Capuani y Frenda controlaron de cerca el pago.

Zorraquín contó que ese día llegaron a Rosario a las 12.30, en tren, y tomaron un tranvía hasta San Martín y Ayolas. Allí esperaron hasta que notaron dos autos —uno de ellos un taxi— que pasaban con frecuencia por el lugar. Finalmente el taxi frenó y el hombre que viajaba como pasajero abordó a Zorraquín:

—,Tienen algo para entregar? —dijo el que resultó ser Rinaldi.

—Sí—respondió Zorraquín, y le entregó el dinero, ciento veinte billetes de cien pesos cuya numeración fue entregada a la policía y que posteriormente permitió rastrear buena parte del botín, en poder de los distintos miembros de la banda.

Rinaldi le ofreció volverse a la estación Sunchales, en el taxi, pero los amigos de Ayerza prefieron tomar un ómnibus.

A través de Rinaldi, Gerardi le ordenó a Ma­ría Sabella que enviara un telegrama a Marcos Juárez con un mensaje en clave para liberar a Ayerza. Como era analfabeta, Sabella le pidió a su hija, Graciela Marino, que se encargara del asunto. Finalmente, enviaron un telegrama a Anselmo Dallera con el mensaje "manden el chancho urgentemente". La imaginación popular reelaboró más tarde este incidente y surgió la historia de que hubo un teléfono descompuesto, y el texto llegó como "maten al chancho". Pero el equívoco en realidad nunca existió y el telegrama no tuvo incidencia en la resolución de la historia; la muerte de Ayerza se produjo por otras razones.

Fuente: Extraído el artículo del “ diario La Capital” del domingo 21 de Junio de 2013