lunes, 23 de mayo de 2016

Martin: una operación incruenta

Por Rafael Ielpi



El 29 de ese mes, en las cercanías de la iglesia anglicana de Paraguay y Urquiza es secuestrado Marcelo Martin, miembro de la familia pro­pietaria de la "Yerbatera Martin", portador de uno de los apellidos reco­nocidos de la ciudad e hijo del suizo Julio Ulises Martin, el pionero del cultivo de la yerba mate en la Argentina a través de la empresa "Martin & Cía.", que este último fundara con su connacional Justin Berthet a fines del siglo XIX.

Retenido unos días en una casa de apariencia común en la cor­tada Marcos Paz al 5100, es liberado luego del pago de un rescate de 150 mil pesos, efectivizado el día 31, según algunos por Alberto Martin, hermano del secuestrado y directivo de Martin & Compañía, por Diómedes Castellani, administrador de la firma, según otros, por un viajante de la empresa, Arturo Modesto Capelli, según afirmara él mismo reiteradamente, de acuerdo a testimonios, y por Francisco Tonazzi, cuñado del secuestrado, según sugería la revista Caras y Caretas, sin que la policía pudiese intervenir ante la cerrada negativa de los Martin a dar detalles del acuerdo con los mafiosos, reiterando lo ocu­rrido con Andueza en Venado Tuerto.

La prensa rosarina y porteña tuvo acceso a la información recién el día siguiente debido al hermético silencio de la familia (temerosa del fracaso de la negociación por el rescate, iniciada casi de inmediato con los secuestradores) y de la propia policía de la ciudad, a la que tampoco se le había denunciado el hecho y actuaba de oficio. Crítica informaba el 30 de enero: Niegan el secuestro pero el millonario no aparece. Habrían actuado los que secuestraron a Ayerza. Hipótesis que no resultó del todo acertada.

Noticias Gráficas, otro de los grandes diarios argentinos de la época, titulaba a toda página el 31 de enero: La familia niega el secuestro pero Marcelo Martin no aparece, para agregar, también en importantes titulares: Por su parte, la Policía de Rosario lleva a cabo pesquisas y detenciones. Los familiares afirman que el joven está en casa de su prometida, pero te cree que niegan el secuestro para no alarmar al padre enfermo. La Nación, el mismo día, incluía la noticia en forma destacada: Frente a su casa ha sido raptado un joven en Rosario. Hecho sensacional. Por el rescate, los raptores piden una suma que se hace ascender a 100.000 pesos.

Casi ninguno de los medios de prensa de Rosario, por su parte, pudo obtener tampoco adelanto alguno hasta transcurridas 24 horas de producido el secuestro. La Acción opinaba el 31 de enero: Se está en presencia de otro secuestro sensacional. Los familiares niegan importancia al asunto, considerando erróneas las versiones circulantes. Sería puesto en libertad hoy. En cambio, La Tierra se jactaba en un recuadro el mismo día: Ayer "La Tierra" adelantó la sensacional noticia del secuestro de un fuerte comerciante de la ciudad. Fue el único diario que dio tan importante infor­mación, si bien debido a la hora avanzada en que la obtuvimos y a la sistemática reserva policial, no nos fue dable adelantar otros detalles de interés que obraban en nuestro poder.

Los hechos, mientras tanto, habían sido ya reconstruidos a través de las versiones policiales y las de algunos presuntos testigos presenciales, de los que daban cuentas los diarios. Crónica informaba, por ejemplo: Dos hermanos, una señorita y un joven que habían salido del cine Urquiza, que está situado en la calle del mismo nombre, entre Presidente Roca y España, vieron que de un coche marca Hudson que marchaba a poca veloci­dad en dirección a Paraguay, descendieron varios individuos en momentos en que Marcelo Enrique se dirigía a su domicilio y tomándolo violentamente lo introdujeron en el coche antes de que la víctima pudiera hacer defensa alguna. El auto entonces partió a velocidad apreciable. El mismo diario apor­taba otro dato: Un grupo de asociados del club de basket-ball "Huracán", del cual Marcelo era socio honorario, nos aseguró haber visto al desaparecido cuando se dirigía al garage donde iba a guardar el auto. Lo saludaron con la mano y Marcelo respondió al saludo, alegremente...

La Nación aseveraba: Vecinos de la cuadra de la calle Urquiza, entre Corrientes y Paraguay, afirman que oyeron un disparo al parecer de revólver y algunas voces y rumor de lucha. También se sabe que en la casa del señor Martin se oyó el rumor de la calle y personas que allí habitan oyeron el disparo.

La policía a su vez, según testimonios coincidentes, se había hecho de una pista certera aportada por una pareja que presenciara a escasa distancia el secuestro de Martin, cuya pequeña hija había reconocido la marca del vehículo usado por los mafiosos, un Hudson color verde, con capota clara y la chapa roja que identificaba en 1933 a los coches de alquiler.

El incidente, sin embargo, fue mantenido en riguroso secreto por la familia, como se dijo, teniendo en cuenta distintas razones. Una de ellas ya había sido expuesta por Noticias Gráficas: La negativa no se explica sino de una sola manera: el deseo de que el padre, don Julio U. Martín, que se encuentra enfermo, no se entere de lo ocurrido. La otra, según el diario era que no crean en la eficacia de la policía. En realidad, el asesinato de Ayerza, todavía fresco en la memoria de todos, era otro de los motivos que impulsaban razonablemente ese mutismo.

El 31 de enero, bajo el título "Corre por Rosario el siniestro venticello: ¿Dónde está Martin?", una nota de Crónica reflejaba la incertidumbre desatada en Rosario por aquel golpe de la mafia, que según algunas hipótesis no era sino sólo uno de los que planeaba concretar la organización en la ciudad: Las familias pudientes de Rosario tiemblan por sus hijos porque la amenaza de su rapto era desde hace tiempo, vox populi. Se decía, en todas partes, según las informaciones recogidas ahora, que eran tres las familias acaudaladas sobre las que pendía la amenaza del secues­tro de uno de sus hijos. Y fue elegida, según todas las prevenciones, la familia Martin, ampliamente conocida en el mundo de los negocios de la segunda ciu­dad de la República.

Sorprendido frente mismo a la puerta de su casa, desarmado, levan­tado en vilo, amordazado y cargado en un automóvil como un fardo, fue el joven Martin, partiendo luego a toda velocidad rumbo al abso­luto misterio. Mafia o delincuentes, afirmaba el diario, pera sobre seguro la amenaza del rescate. Cifras abultadas: cien o más miles de pesos por la libertad o la vida de Martin. Es lo que se susurra, lo que se comenta, la versión de alarma que corre como siniestro venticello por todo Rosario.

Crítica aportaba otro inquietante dato vinculado a la génesis del secuestro: El señor Julio Martin era el candidato para sufrir este suceso. Cuando ocurrieron los secuestros de Ayerza y Hueyo, el señor Martin, en todos los círculos que frecuentaba, hacía manifestaciones según las cuales un hijo mere­cería ser rescatado sin discusión en caso de secuestro, porque su vida valía más que todas las fortunas juntas. Estas palabras, dadas las ramificaciones que tiene la siniestra organización, pudieron ser fácilmente llegar hasta el seno de la misma. Y de ahí había partido la resolución de raptar a Martin, sabiendo de antemano que el hacerlo les sería lucrativo. Con lo que tácitamente suge­ría el diario de Botana que incluso en la Bolsa de Comercio, en los círculos bancarios y de negocios, que eran los que frecuentaba Julio Martin, la mafia tenía también sus infiltrados...

Mientras la familia, fiel a su libreto, insistía en la afirmación de que Marcelo se encontraba en Aldao, una localidad cercana a Rosario, donde los padres de su prometida tenían una residencia veraniega, realizaba paralelamente las tratativas con los secuestradores. El 31 de enero, Diómedes Castellani, uno de los funcionarios jerárquicos de "Martin & Compañía" partió solo de la casa central, en un auto­móvil de la firma, pasado el mediodía, para regresar tres horas y media más tarde, con el vehículo completamente embarrado, suponiéndose con cierto fundamento que fue a entrevistarse en alguna localidad cercana con los secuestradores, sugería Crónica.

La Nación lo ratificaría: Inmediatamente después, el señor Castellani conferenciaba con otros altos empleados de la casa, los que demostraron cierto optimismo fácil de adivinar. Por su parte, Noticias Gráficas iba a reseñar el 14 de marzo, el operativo que culminaría con la liberación de Marcelo Martin: Los 150 mil pesos del rescate fueron pagados por el hermano de Martin, titulaba el diario fundado por Jorge Mitre, quien lo cedería en la década del 30 a José W. Agusti, que lo dirigiría en su época de esplendor: Ante el juez de Instrucción, doctor Corvalán, declaró el joven Alberto Julio Martin, que fue quien en la madrugada del 1° de febrero pagó el rescate de 150 mil pesos exigido por los secuestradores de su hermano Marcelo. Expresó que el día lunes 30, es decir al día siguiente del secuestro, le llegó una carta escrita con lápiz de puño y letra del mismo, donde expresábale cuál era su situa­ción, indicándole que se le tenia bien cuidado y sin peligro alguno, exigiéndose el pago por su entrega.

Para ello, continuaba la crónica, debía salir a las 4 de la esquina de Santa Fe y Corrientes, en su automóvil, solo, llevando la capota y el parabrisas bajo. En el radiador, del lado del volante, tenía que colocar en forma de moño una cinta colorada de dos metros, que quedaría reducida en forma de no despertar mayor sospecha. La plata tenía que ir envuelta cu un papel oscuro y al salir de la esquina de Santa Fe y Corrientes debía seguir por la primera, la avenida Alberdi, bulevard Rondeau hasta la ciudad, por el camino pavimentado y hacer los viajes necesarios hasta encontrar quien le saliera al paso. La contraseña debía ser: "Trae el dinero de Martin" y entregarlo sin mirar para atrás.

La instancia final no demoraría mucho tiempo: En el primer viaje, al llegar a las 4.45 al cruce de las avenidas Alberdi y Salta, las barreras del ferrocarril Central Argentino estaban bajadas, dado que debía cruzar procedente de Rosario el tren destinado a Pérez, donde viaja con referencia elemento obrero. En circunstancias que esperaba el levantamiento de las barreras, oyó que de atrás, una voz gruesa le preguntaba si había traído el dinero de Martin y le indicaba que no se diera vuelta para nada. Contestó en forma afirmativa y extendiendo la mano hacia atrás, entregó el paquete a la persona que lo espe­raba. Hecho esto, se le ordenó que no mirase para nada y que, levantada la barrera, siguiera unas cuadras por la avenida Alberdi, de donde podía regresar tranquilamente a su casa, en la seguridad que poco después llegaría su hermano.

Alberto Martin (de quien se dice que a su vez estaba "reservado" para otro atraco si fallaba el realizado, según había afirmado Crítica el 1 de febrero) cumplió estrictamente lo ordenado y regresó a la casa paterna para informar a la familia. La crónica de Noticias Gráficas concluye: Veinte minutos después sonaba el timbre del domicilio, indicando la reapari­ción de Marcelo, que instantes antes había sido dejado en la esquina de Paraguay y Tucumán, es decir, dentro de la misma manzana donde vivía. El sitio del secuestro está a 23 cuadras, en la cortada Marcos Paz 5131, donde se le tuvo escondido en la casa del lechero Francisco Gallo. El dinero del rescate, refe­riría Alberto Martin al juez, había sido reunido con 50 mil pesos extraí­dos del Banco de la Nación, 50 mil del Banco Francés y otros 50 mil de la firma "Martin & Compañía", de su reserva de fondos para las operaciones diarias.

Tanto Crítica como Noticias Gráficas dedicaron el 10 de febrero de 1933 la primera plana de su 5ta. edición (la de distribución nacional) para informar con la llamada tipografía "catástrofe": Ya apareció Marcelo Martin, el primero de dichos diarios y ¡Apareció Marcelo Martín el segundo, con la inclusión en este caso de una fotografía del secues­trado empresario (la misma, seguramente tomada en un evento social, lo mostraba vestido de etiqueta) señalando la trascendencia que el hecho había tenido para el periodismo argentino.

La policía rosarina, entretanto, había iniciado una febril inves­tigación tras el conocimiento de la pista del automóvil Hudson. Citó a todos los chóferes de coches de alquiler de dicha marca, unos quince, de los cuales uno no pudo ser localizado: el italiano Gerlando Vinciguerra, que tenía justamente su parada en la esquina de Paraguay y Tucumán. Su vehículo, que había sido sacado de circulación, fue hallado finalmente en un taller mecánico de Mendoza al 2600, donde el chofer lo había dejado para un cambio de pintura de su carrocería.

Poco más de un mes después, el 2 de marzo de 1933, la policía consigue detener en Salta, a miles de kilómetros de Rosario, a tres de los implicados directos en el secuestro: el mencionado Vinciguerra y sus cómplices Santiago Bué y Carlos Cacciatore. La llegada de los tres detenidos a la estación Rosario Norte a bordo del Tren Panamericano, al día siguiente, movilizaría a una multitud de rosarinos todavía impactados por el caso Martin.

Los tres mafiosos no habían huido hacia el norte del país; simplemente habían viajado por razones totalmente ajenas al secuestro: el casamiento de Cacciatore con Victoria Grifasi, una joven modista salteña que desconocía, tanto como su familia, las reales actividades de aquél a quien había conocido en un baile, durante una visita a Rosario. La muchacha, como sus hermanos, fueron interrogados inicialmente por la policía por presumirlos involucrados en el secuestro, lo que resultó inexacto, recuperando la libertad. Vinciguerra iba a ser uno de los testigos de la boda y Bué (primo hermano del novio), el padrino de la ceremonia.

Santiago Bué tenía antecedentes peligrosos: seis años antes, en marzo de 1927, había asesinado de una puñalada al pintor italiano Domingo Fontana, ante el reclamo de éste de una deuda por la compra de un colectivo, pero la condena a quince años de prisión que le correspondiera sufrió varias conmutaciones hasta la obtención de la libertad condicional. Aquel episodio le había otorgado un ascendiente visible sobre algunos de los otros participantes en el secuestro, que no tuvieron empacho (como en el caso de Cacciatore) en reconocer que le temían.

La investigación acerca del secuestro de Martin, conducida por el juez Luciano Corvalán, proseguiría en Rosario con la detención del lechero Francisco Gallo, en cuya modesta casa de Mareos Paz al 5100 había sido ocultado Martin durante los dos días de su reclusión, aun que Gallo se negara con firmeza a admitir que ello ocurriera. Los implicados aumentarían con la inclusión en el grupo de los partícipes o cómplices: Carlos, Bartolomé y Miguel Bué, hermanos de Santiago, y Diego Romano, un carnicero del Mercado Urquiza, a quien se vin­culaba asimismo en el secuestro y ulterior asesinato de Ayerza.

El reconocimiento de la vivienda, ordenado por el juez, sería fatal para Gallo, al identificar Marcelo Martin no sólo la habitación donde se lo recluyera sino también un poncho que hacía las veces de cortina. Ello desmoronó la resistencia del lechero, y su inmediato tes­timonio o confesión (la prensa iba a definirlo, con avieso humor, como un gallo cantor) iba a tener connotaciones imprevistas al implicar a Galiffi, a quien Gallo acusaría de haber recibido parte del rescate cobrado.

Lo cierto es que hasta allí, la importante suma entregada como rescate había comenzado a ser repartida entre los intervinientes en el secuestro. La Capital aseveraba en una crónica que Santiago Bué, a quien sus propios hermanos sindicaron como el principal cabecilla del hecho, entregó a éstos, el mismo día de la liberación de Martin, la suma de 14 mil pesos, buena parte de los cuales (8.500 pesos) fue a parar a manos del propietario de la casa de Mendoza 3253, cancelando el saldo de la compra de la misma por los Bué, que vivían allí. En esa vivienda, según confesara Miguel Bué a la policía, se reunían a menudo su her­mano Santiago, Cacciatore, Vinciguerra, Gallo y un desconocido, pre­suntamente Romano.

El saldo de 5.500 pesos se repartió por partes iguales entre los cuatro hermanos Bué. Cacciatore declaró que por su trabajo como conductor del Hudson había recibido de Gallo, tres días después del secuestro, 5 mil pesos: Cinco mil pesos —informaba La Capital—, en cua­tro billetes de mil y dos de quinientos. Cacciatore se quedó, según dice, con los dos billetes de 500 solamente, no tomando los de mil por temor a ser descu­bierto cuando los cambiara. Se comprometió entonces Gallo a cambiarlos pero hasta que Cacciatore fuera detenido no le había devuelto los cuatro mil pesos.

Finalmente, este último confesó que también él había recibido sus 14 mil pesos, 8 mil de los cuales fueron secuestrados en su casa materna de Vera Mujica 1260; el resto, afirmó, lo había gastado en los pasajes a Salta, comprados por el cuñado de los Bué, Alberto Massaro, a quien le entregó 1000 pesos. Lo demás, según dice, fue a parar a manos de otra persona para ayudar a los mafiosos pobres o detenidos, decía La Capital.

Romano, que también negara inicialmente su participación, concluiría aceptándola y reconociendo la percepción de sólo 12 mil pesos, de los cuales se le secuestraron 9 mil en su domicilio, ya que el carnicero, al ser detenido y suponiendo que ya habían sido apresados los autores del secuestro, arrojó tres billetes de 1000 pesos a la calle, en la esquina de San Juan y 1 de Mayo; los mismos tampoco podrían ser utilizados por quien los hallara ya que la numeración de los billetes entregados por la familia Martin estaba en poder de la policía rosa riña. A los detenidos en Salta, por su lado, se les incautaron cerca de 8 mil pesos.

En realidad, la impresión policial era que el reparto había sido de 14 mil pesos a cada uno de los participantes del secuestro, con excepción de Vinciguerra, quien habría engañado a sus cómplices quedándose con 50 mil pesos extras, afirmando que la familia Martin sólo había entregado 100 mil pesos. La atención y el interés policial se centraban en la recuperación del dinero del rescate. Ello era expli­cable si se tiene en cuenta lo afirmado por La Nación en marzo de 1933, que aseguraba: Como la familia de Marcelo Martin ha hecho formal cesión a la policía de lo que se rescate de la cantidad entregada a la banda, como precio de la libertad de aquél, existe gran empeño en establecer el des­tino del dinero, pudiendo asegurarse que más o menos 21 mil pesos han sido ya recuperados. Se propone la policía adquirir con el importe armas de preci­sión y de mucho poder, y si alcanza la cantidad reunida se comprará un pequeño aeroplano provisto de una ametralladora.

La policía tenía la sospecha de que, como lo denunciara el lechero Gallo, Juan Galiffi había recibido 50 mil pesos por la dirección del secuestro, sin contar otros 12 mil que le habrían sido entregados, se afirmaba, por Santiago Bué en pago de la "fianza" que Chicho Grande pagara para obtener su libertad tras el asesinato del pintor Fontana, ya mencionada, en el interior de un garaje de calle Mister Ross, en la zona sur de Rosario.

El secuestro y posterior asesinato de Ayerza por la mafia, habían puesto ya a la policía tras los pasos de Galiffi, quien fue finalmente detenido y trasladado a Rosario el 16 de marzo de 1933, pero por el caso Martin. Gallo acusó hoy a Galiffi durante un violentísimo caico. titulaba a toda página Noticias Gráficas el 17 de marzo de 1933 II diario reproducía algunas de las frases que el mafioso pronunciara antes de su traslado a Rosario, entre ellas estas dos:"Estoy tranquilo: sé que soy inocente y que me absolverán", y "¿Quién iba a creer que mis amigos eran unos mafiosos?"

El mismo diario publicaba en la misma edición, un reportaje que uno de sus cronistas realizara a Galiffi antes de su forzado traslado a Rosario. Textuales o no, sus confesiones prueban la habilidad que se le reconoció siempre para negar cualquier relación suya con la mafia: Mi vida es una novela. He tenido que luchar mucho para llegar a la posición desahogada en que me encuentro. Llegué al país en 1912 y los primeros gar­banzos me los gané como empleado en una casa de cambio. Después aprendí el oficio de peluquero y pronto me fui a Gálvez, en la provincia de Santa Fe, donde me instalé con una pequeña peluquería. Ahí fue donde me relacioné con la gente que ahora está señalada como mafiosa. ¡Quién lo iba a creer! Eramos todos paisanos y lógicamente debíamos ser amigos. Bué, uno de los que dicen que ha secuestrado a Martin es ahijado mío, reconocía.

Al poco tiempo, decía Chicho Grande al periodista, mis negocios prosperaron y abrí otra peluquería más en Gálvez. f unté unos pesos y pude independizarme totalmente del oficio de peluquero, que no me gus­taba, instalando una fonda en la que se reunían los numerosos paisanos que vivían en Gálvez. En mis frecuentes viajes a Rosario, me vinculé con mi paisano Damato; hicimos una amistad de familia y ésta es la hora en que mi hija, pobrecita, es novia de uno de los muchachos. Así, por los Damato, conocí a De Sharpe. Y es lógico que uno trabe amistad con quie­nes van a ser sus parientes...

En el mismo reportaje Galiffi pasaba revista a algunos de los hechos que se le imputaban y por los cuales incluso había sido con­denado. Para él, se trataba sólo de infortunios y encarnizamiento poli­cial hacia su persona: En los negocios me ha ido bastante bien y no me puedo quejar. Pero siempre tuve mala suerte con la policía. Una vez fui a negociar a Salta y coincidió con esto un asalto a la refinería Mendieta. Me acusaron, pero como pude probar mi inocencia, tuvieron que absolverme. Me vine a Buenos Aires y después de tener durante un tiempo un escritorio de remates y comi­siones en la calle Sarmiento 1111, yo soy rematador matriculado, me dediqué a la industria maderera. Un día compré una gran partida de madera, la pagué y después supe que el intermediario la había estafado. ¿Era mía la culpa? Ahora andan diciendo que fui cómplice de un estafador. Por algo me absolvió enton­ces la justicia y hasta me devolvieron la madera que me habían secuestrado. Otra vez, cuando aquel asalto en Villa Lynch, también me acusaron a mí, que muy tranquilamente atendía mis negocios de carpintería...

Para rematar la entrevista, declaraba: Yo estoy tranquilo. Sé que soy inocente y me absolverán. El periodista le señala: En ese caso, parece que existe el propósito de deportarlo. A lo que Galiffi responde: ¡No sé por qué! ¿Acaso no soy un hombre honesto y de trabajo? ¿Qué he hecho para que me deporten? Custodiado por dos policías que habían logrado noto­riedad en el período de apogeo de la mafia (Hugo Barraco Mármol, segundo jefe de Investigaciones y el ya mencionado José Martínez Bayo, cuya fama, como se dijo, se vinculaba no sólo a sus métodos para lograr confesiones sino a una probable relación con algunos de los miembros de la organización), el "capo" ingresó a la Jefatura de Policía de Rosario para enfrentar el grave cargo de haber sido el cabecilla del secuestro de Martin, a lo que se le podía adicionar, si prosperaba esa acusación, también el de Abel Ayerza y su posterior asesinato.

Esa era en realidad la intención de la policía porteña, cuyo jefe de Investigaciones, el comisario Viancarlos, había tratado en vano de reunir las pruebas suficientes contra Galiffi en el caso Ayerza y con­fiaba en la mejor suerte de sus colegas rosarinos. Su optimismo era comprensible si se atendía a declaraciones como la de Barraco Mármol que el 17 de marzo aseguraba: La policía rosarina ha esclarecido el asunto y cree tener pruebas suficientes para esclarecer, aun jurídicamente, que Juan Galiffi es el jefe de los mafiosos, llamado por ellos Don Chicho Grande. Sabemos positivamente que el día del secuestro del joven Martin ha estado en Rosario y ha dirigido personalmente el secuestro, donde recibió su participación en el producto del delito, que como se sabe fue abundante.

El detenido, a quien se presumía patrocinarían los abogados Amato, cuya familia estuvo a punto de emparentarse con Galiffi a través del casamiento de su hija Agata, decidió sin embargo confiar su defensa a otro profesional del foro rosarino, Germán Glineur, al que reemplaza­ría finalmente un joven abogado que estrenaba su diploma, Rolando Lucchini, cuyo eficiente desempeño (pero también la carencia de prue­bas fehacientes que incriminaran a su defendido) posibilitaría, el 11 de junio de 1933,1a libertad de "Donjuán", quien volvería a instalarse en su casa porteña por un tiempo hasta que el peligro de la deportación lo convence de su traslado a Montevideo, de donde regresa a Buenos Aires para una espontánea presentación ante la Policía Federal, con la que trata por última vez de aventar sospechas sobre su real papel en la organización y en algunos de sus hechos más notorios, como el secues­tro de Ayerza o la hasta entonces "desaparición" de Chicho Chico.

La campaña contra Galiffi estuvo encabezada por los dos diarios de mayor resonancia popular de esos años.Tanto Noticias Gráficas como Crítica apuntaron contra él en el caso Ayerza, de cuyo planeamiento había sido sin duda ajeno. A fines de febrero de 1933, el diario de Botana, se ocupaba extensamente de las actuaciones policiales en busca de los integrantes del grupo que secuestrara y ultimara al joven estudiante de Medicina: Localizaron al chanchero Dallera. El mafftioso tenía stud en la comisaría de Corral de Bustos, titulaba, agregando graves hechos: Se ha comprobado que la Marino no llevó la carta de Abel a Rosario, sino que fue a pedir el texto de la misma, dándoselo a Santos Gerardi delante de varios policías. Confabulación maffioso-policial. El texto aludía a Graciela Marino, la menor hija de la emisaria de los mafiosos, que tuvo a su cargo, se afirmaba, la tarea de correo de la banda.

En la página siguiente, y con el mismo despliegue, Crítica dedica casi la mitad de la misma a redondear un perfil de Chicho Grande: Galiffi, tío de los Amato, tiene un prontuario raro, dice el titular. Otro enca­bezado destacado afirma: Según las constancias policiales es un "selfmade men" del delito. Se inició como "scruchante"y llegó a ser un verdadero poten­tado, obteniendo una jerarquía mayor que la de Sharpe, la de Chicho Grande. El diario desplegaba abundantes denuncias, buena parte de ellas no probadas después, en su intento por lograr su condena.

Un editorial sin firma: Iniciada la batalla contra la maffia, ahora hay que terminar con ella, incluye el mismo día, un inquietante colofón: Se sabe en estos momentos dónde está la maffia y cuáles son sus vinculaciones con policías y políticos de una provincia como Santa Fe; se conoce o al menos se está sobre la pista de los hombres que en esferas insospechables de la sociedad han venido amparando con su influencia los crímenes de los mafiosos... Algunos hechos, sin duda llamativos, daban asidero a semejante hipótesis, como el enérgico pedido de algunos de los implicados en el secuestro de Marcelo Martin de ser interrogados sólo por el comisario Martínez Bayo, al que más de una vez se acusara (aunque nunca formalmente) de connivencia con la organización.

Aquellas jornadas transcurridas entre el final de enero y junio de 1933 consiguieron conmocionar la vida cotidiana de los rosarinos, para muchos de los cuales las andanzas de la mafia eran en verdad muy poco conocidas. No faltaban empero episodios que, vinculados de algún modo a los métodos de aquélla, adquirían contornos inéditos, como el de un italiano de apellido Mancini, que habitaba en Barrio Belgrano Crítica lo informaba en febrero de 1933, días antes del secuestro de Martin: Por 100 pesos un italiano le propuso secuestrara una vecina chismosa. Parece un loco lindo, pero tiene a todo un barrio aterrorizado con sus amenazas

Afirmaba el diario de Botana, a través de su agencia en Rosario: Con el objeto al vecindario, dice que vino fugado de Italia en 1925 y que es un terrible mafioso. A gritos propala diariamente que puede des hacer, matar y secuestrar, por ejemplo, sin que hasta él llegue la sanción de la justicia. Ayer fue a trabajar de albañil a una casa de propiedad de María Case, situada en la calle Montevideo 5764 y oyó que la señora se quejaba de que la tenía aburrida una vecina con sus chismes diarios. De inmediato la llamó y le propuso un brillante negocio: por 100 pesos le secuestraba a la vecina y jamás oiría un cuento de ella. La señora, de inmediato, denunció a la comisaría la novedad y Mancini sigue en libertad. Este hombre, con todas las apariencias de un loco lindo o de un rico tipo, tiene aterrorizados a los comerciantes y familias de apartado barrio, creyéndose que ha cometido varios delitos de la índole del deuuii ciado. Por otra parte, no tiene documento alguno que certifique su identidad.

No era el caso de Galiffi. Cuando la amenaza de la cárcel se tomo cada vez más inminente, sus todavía vigentes conexiones lograron que se extendiera su orden de deportación del país, el 17 de abril de 1935. Embarcado en el "Conté Grande", uno de los lujosos transatlánticos de la época, y sin poder bajar a tierra en Montevideo, donde también contaba con amigos, viajó a su país natal, se instaló en Sicilia, donde con la protección de Mussolini vivió ocupando un cargo público hasta su muerte en enero de 1944.

El abogado Lucchini, por su lado, protagonizaría otra historia vinculada aún más estrechamente con la moribunda organización al casarse, casi simultáneamente con su defensa de Chicho Grande, con Ágata Cruz Galiffi,"la flor de la mafia", que es quien cerraría ese ciclo violento y vengativo que entre 1930 y 1938 sobre todo, con sus coletazos de delaciones y exhumación de viejos casos pendientes de resolución tendría en vilo a los argentinos en general y a los rosarinos en particular.

Es en aquel último año cuando el apellido Galiffi de la mano de su hija, ya separada de Lucchini y relacionada senti­mentalmente por entonces con un delincuente de fuste, Antonio Pla­ceres, alias "El Gallego". A ellos se suma un tercer personaje, Cayetano Morano, "El Pibe Morano", ex integrante de la famosa banda de "El Pibe Cabeza" y sindicado en su momento como uno de los custodios habituales de Chicho Grande.

El trío protagoniza el 30 de diciembre de 1938 un confuso pero sangriento episodio en Rosario, donde se había reunido con un pro­pósito impreciso que algunos suponen relacionado con la reorgani­zación de la "honorable sociedad". Reconocidos por dos pesquisas que los descubren en el bar de Aguiló, en Santa Fe y Maipú, son invi­tados a acompañarlos para averiguación de antecedentes. Los delin­cuentes solicitan pasar primero por la pensión donde se alojan, en San Lorenzo al 700, para buscar sus documentos, pero llegados allí atacan a balazos a sus captores, hiriendo a uno de ellos, Domingo Ferreyra, y matando al otro, Juan Espinoza.

Una huida espectacular por las calles cercanas permite a Morano esquivar en principio a los perseguidores policiales, alertados por el tiroteo, pero es finalmente acorralado y herido de gravedad no sin antes ultimar a otro policía, Marcos Cordero. En la Asistencia Pública, a la que es trasladado, el "Pibe" Morano solicita una entrevista con el Juez del Crimen, doctor Cantadore van Strat, a quien adelanta que puede informarle sobre ramificaciones y contactos de personajes de alto rango socioeconómico de Rosario con el mundo del delito. El juez ordena primero se lo remita a la Jefatura de Policía, retirándolo de la Asistencia para interrogarlo pero, ante el agravamiento de su estado como con­secuencia de los cuatro balazos recibidos en el enfrentamiento, decide su permanencia allí.

Al presentir su muerte, Morano pide otra vez la presencia del juez a fin de contar todo lo que sabe, pero ante la inexplicable demora del magistrado (que hizo posible la suspicacia de que no quiso ¡legar a tiempo para no enterarse de nada) fallece sin hacer públicos sus secretos casi en la medianoche del 4 de enero de 1938. Ágata, su primer marido Lucchini y el "Gallego" Placeres son detenidos y remitidos a Tucumán acusados de falsificación y ulterior distribución de dinero a través de una presunta red internacional y de haber planeado el robo a un banco tras la excavación de un túnel de casi un centenar de metros.

Comienza allí lo que Héctor Nicolás Zinni llamara con metafórico acierto "la cruz de Ágata", una odisea que la lleva a un encierro en una jaula de 1.20 x 1.80 metros en un hospital para alienados en la capital tucumana, donde permanece encerrada siete años, a la traición de Lucchini, que después de haber purgado una condena de ocho años le entabla un juicio de divorcio por abandono malicioso del hogar, adu­ciendo ignorar su paradero, a una operación quirúrgica que está a punto de llevarla a la muerte, y a su libertad en 1948, luego de 9 años y 3 meses de prisión, a lo que seguirían posteriores penurias físicas y morales hasta la recuperación (a punta de revólver en un episodio que recordaba sus años junto a Placeres) de una de las fincas de Galiffi en Caucete (San Juan), donde se radicó en forma definitiva y donde vivió hasta su muerte en 1987, cuando con la misma decisión que signara su agitada vida juvenil, se suicida dejándose morir de hambre.

En septiembre de 1972, dos periodistas de la revista Gente logra­ron entrevistarla en su propiedad cuyana, después de 24 años. La mag­nética personalidad de "la flor de la mafia" estaba entonces todavía enhiesta, tanto como sus códigos: ¿Chicho Chico? No lo conocí. Nunca supe quién era: ni siquiera sé si existió. Su balance de vida era entonces tan escueto como firme: Toda mi vida es lucha y reveses y ahora, a los 56 años, sé que puedo volver a perderlo todo. Sin embargo, estoy dispuesta a empezar de nuevo. Pero esta fuerza no es mía sino de mis amigos. Porque lo único que cuenta en la vida son los amigos... Una aseveración que, tal vez sin pensarlo, remitía a aquellos sólidos códigos de amistad que la mafia tenía como los únicos valederos.

A mediados de la "década infame", el 13 de agosto de 1934, ter­minaría también trágicamente la historia de "Senza Pavura", cuyo nombre estuviera muchas veces vinculado a los hechos resonantes de la mafia. El expediente utilizado encajaba perfectamente en la meto­dología de la "honorable sociedad": una emboscada callejera tendida por un operario del Hospital Centenario, Domingo Magurno, que actúa como señuelo, y por Leonardo Di Franco, sindicado como cóm­plice de "Senza Pavura" en varias acciones delictivas, quien es el encar­gado de ultimar a Avena con la infalible "hipara" de dos caños, en las proximidades de Urquiza y Crespo, y es detenido en enero del año siguiente.
Para explicar el crimen, se propusieron dos hipótesis: una venganza porque supuestamente Avena había contribuido a desenmascarar a los asesinos de Ayerza —lo que no aparece acreditado en la investigación del caso— y una disputa por dinero. El segundo móvil se impuso con mayor verosimilitud, ya que el parecer Di Franco era una especie de segundo de Senza Pavura y por su encargo se había ocupado de algu­nos trabajos sucios, como el asesinato de Ernesto Vilches, un empleado del Central Argentino, en 1928, sin recibir la recompensa correspondiente.
(Osvaldo Aguirre: "El hombre que no tenía miedo", en La Capital, 24 de octubre de 1999)


Tampoco debe extrañar la versión que se da como más creíble si se tiene en cuenta que cuatro años antes, Avena había tenido un enfrentamiento con otros miembros de la mafia por cuestiones de dinero, al quedarse con parte del pago recibido por el asesinato del procurador Domingo Romano. Por la misma época, y aprovechando las embesti­das policiales contra la organización, que pone a ésta en estado de pará­lisis o poco menos, otro personaje de la crónica policial intenta apo­derarse del control de la mafia, apelando a conexiones con algunos antiguos miembros de la misma y portando él también un alias definitorio:"Facciabruta", que empalidecería su nombre y apellido reales de Bruno Antonelli Debella.

Este era en realidad un pistolero de agallas y frondosos antece­dentes, que apelando al apoyo de algunos viejos hombres de la "hono­rable sociedad" como Ferdinando Lottorto, que regenteaba un des­pacho de bebidas en la localidad de Arroyo Seco, y a quien la policía pretendió incriminar también en el crimen de Ayerza, pretendió conformar una hueste capaz de imponer otra estrategia delictiva a la mafia, jaqueada por el fracaso de golpes de mucho riesgo y escaso rédito final, como el de Ayerza. La pretensión de "Facciabrutta" iba a sucumbir prontamente cuando en junio de 1933 se ve involucrado como autor de la muerte a balazos de otro hampón, el español Nicolás Blanco Fernández, en la zona de Pichincha y 3 de Febrero, y es detenido y condenado.

En el diario La Tribuna, en octubre de 1974, el periodista Justo Palacios recordaría sus entrevistas en la cárcel a varios de los protago­nistas del período de esplendor de la mafia en Rosario, entre ellos "Facciabrutta". La respuesta de éste cuando se le pregunta cómo había conocido a Lottorto, a quien se había vinculado muchos años antes al asesinato del cochero Zapater, remite una vez más a los inviolables códigos de la"omertá", cuya vigencia persiste en la actualidad: Yo no deseo disgustar a nadie y menos a un periodista, pero hay preguntas contra las cuales conviene usar la respuesta clásica de los mafiosos:"lo non saccio nieute..."

Testimonios similares, y una rigurosa investigación no exenta de cierta trama de ficción igualmente valiosa, son los ingredientes de Historias de la mafia en la Argentina, el trabajo de Osvaldo Aguirre ya citado, que se constituye en imprescindible y valiosa bibliografía sobre la breve pero no menos sangrienta saga mafiosa en Rosario.

La designada por José Luis Torres como "década infame", míen tras tanto, se cerniría sobre el país a partir de la crisis que se avizoraba desde 1929. En enero de 1930, Crítica, enemigo acérrimo de Yrigoyen y del radicalismo, aseveraba, arrimando leña al golpe que se iba gestando lentamente: La crisis es aplastante, terrible. Un sentimiento de depresión moral le sucede, notándose una paralización absoluta de las iniciativas comerciales e industriales, que debe contarse tanto como las quiebras innúmeras que se producen, la deserción de capitales, la desocupación obrera...

Juan José Hernández Arregui retrata en La formación de la con­ciencia nacional, el clima imperante tanto en Buenos Aires como en Rosario sobre los finales del gobierno radical y comienzo del afian­zamiento del régimen militar: En la gran urbe, todo era barato. Alimentos, cine, teatro, mujeres. Pero los comercios estaban vacíos, las salas de espec­táculos funcionaban bien los sábados y domingos. El sistema de compras, sin excepción, en comercios mayoristas y minoristas, era el carnet de crédito o la libreta mensual. Las deudas no se pagaban, proliferaban los vivos. Y entre el fiado y las míseras tramoyas mensuales, el argentino medio medraba entre el ardid, el prestamista, ¡a exasperación, el cinismo imaginativo y la pobre ¡1 humillante...

Como indica Héctor Iñigo Carrera en Los años 20, en el lapso transcurrido entre el 20 al 30 los argentinos entran al nuevo mundo de ¡a modernización buscándose como nación. Lo hacen a costa de yerros y confusiones pero entran; y a fines de esos años, la Argentina ya no es la misma. Parte de esos cambios se advertirían también claramente en Rosario, donde módicas dosis de progreso y crecimiento convivirían con agitaciones sociales persistentes.
 
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo II  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones