jueves, 19 de mayo de 2016

SU ACCIONAR DENTRO DEL BARRIO ECHESORTU

Por Nicolás E. DE Vita


Es sabido que, en una gran proporción, los inmigrantes italianos que se asentaron en la zona Oeste de la ciudad, principalmente dentro del Barrio Echesortu, lo fueron de origen sicilianos, razón por la cual, a no dudar si bien en una mínima proporción, entre éllos lo estuvieron, como luego se habría de comprobar, activos pseudos mafiosos, tales como Dainotto, Curaba, La Torre, los Bue, Cacciatore, Vinciguera, etc. Esa circunstancia dió motivo para que, en determinado momento, llegara a individualizarse la zona como el "Barrio de los Mafiosos". Esa errónea, despectiva y maliciosa indicación, podemos asegurarlo con absoluta certeza, no tuvo asidero alguno. Las familias (dicho en el buen sentido de la palabra) sicilianas que se radicaron dentro del Barrio, en su casi totalidad, lo fueron gentes humildes, de buenas intenciones, honestos trabajadores, sin el menor deseo de verse involucrados en actividades colocadas al margen de la Ley, dado que su único y ferviente deseo lo era el de labrarse un bienestar mejor al que su tierra de origen les había negado. No obstante, sería ingenuo desechar la hipótesis que alguno de éllos, ansiosos de superar rápidamente los grandes e insolubles problemas económicos que tuvieron que afrontar desde un comienzo, debieron pagar con creces algunos de los favores recibidos y con ello quedar atrapados en las redes de la pseuda organización y ser colocados, muy a disgusto, en un lugar que su decencia y hombría de bien no les hubiera permitido en circunstancias más propicias.

Equivocadamente, una gran cantidad de inmigrantes sicilianos, por ser tales, fueron obligados, compulsivamente en aquella época a tener que comparecer ante las sedes policiales. Decimos equivocadamente, pues en la mayoría de los casos fue un arbitrario e injusto tratamiento que, con fines de averiguación, se hizo indiscriminadamente contra pobres pero honrados trabajadores, completamente ajenos a cualquier actividad ilícita, cuya única culpa, si así podía ser considerada, lo era el origen de sus nacimientos; y con ello a tener que sufrir en carne propia el bochorno y la vergüenza de ser conducidos, hasta esposados, y puestos bajo la lupa policíaca; más aún, en muchos casos, hasta ser ventilados por la prensa sin mediar las funestas consecuencias que todo ello significaba para el futuro del inocente sospechoso y de su familia. Lamentablemente en aquella época, toda persona de origen siciliano que a pesar de sus largos años de asentamiento en el país no había podido (ni lo lograría jamás) erradicar su forma de hablar debido a la preferencia y/o enquistamiento de un determinado dialecto aprendido desde su más tierna infancia en su lejana tierra, era suficiente prueba para que se le considerare un mafioso en potencia. Con lo dicho no pretendemos en forma alguna menoscabar a esos hoy ignorados vecinos, más bien nos lleva una sincera intención de reivindicarlos.

Ninguno de los lectores que pudo haber transitado aquel ya lejano período de su vida, podrá negar que lo dicho con respecto a la forma de expresarse de aquellos queridos "tanos" no se ajusta a extracta y cruel verdad, pues de seguro en más de una ocasión nos ocurriera a nosotros, se les hizo si no difícil, casi imposible llegarlos a entender con claridad dado lo cerrado y difícil del dialecto por éllos empleado y por nosotros completamente ignorado.

En el caso que habrá de servir de fondo al presente capítulo y que de inmediato habremos de relatar, en ningún momento pudo comprobarse que alguno de los intervinientes lo fuera una persona sometida a la regla del favor y, por lo tanto, obligada involuntariamente a pa del hecho delictivo. Tampoco pudo comprobarse la existencia de un verdadero capo, tanto que, de las actuaciones policiales y judiciales llevadas a cabo en aquellos años, si bien en un principio pudo llegar a suponerse la intervención de supuestos jefes, tales como Galiffi o Ali Ben Amar de Sharpe, tampoco ello pudo ser confirmado, más aún, al momento de producirse el secuestro de Martín, según ya lo hemos relatado, el último de los nombrados había sido eliminado físicamente.

En definitiva, atento todo lo antedicho, surge evidentemente pretendida mafia del Barrio Echesortu no solo nunca existió sino que tampoco pudo llegar a tener relación directa con otros hechos de idénticas características ocurridos dentro de nuestra ciudad o en el resto del país; y, por lo tanto, tener implicancia con la verdadera secreta sociedad en sí; por cuya razón y por lógica consecuencia, el grupo delictivo no puede en modo alguno ser considerado como “mafia”, pues si bien para el cumplimiento del ilícito adopta el clásico método del secuestro retorsivo empleado por la tenebrosa sociedad, en realidad como tal solo pudo pasar por la mente de la población, quizas sugestionada por la prensa informativa, siempre proclive a magnificar los acontecimientos con el fin de lograr una mayor venta de periódicos.

Su accionar entonces se circunscribió tan sólo a un minúsculo grupo de insignificantes analfabetos italianos, sin organización ni jefatura alguna, unidos tan sólo en un objetivo común, es decir el de procurarse en la forma más rápida posible y sin esfuerzo alguno, un enriquecimiento ilegal. Atento a ello hasta nos atrevemos a suponer, sin temor al equívoco, que ni hipotéticamente y a pesar de la amenaza de hacerlo en caso de que no se dieran cumplimiento a las demandas exigidas, pudo en algún momento pasar por las pobres mentes de los malhechores la idea de proceder a la eliminación física de la víctima.
 
Fuente: Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte (Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.