viernes, 28 de septiembre de 2012

ASTENGO, HÉCTOR IGNACIO(1895-1981)


Por Luis Etcheverry


EL HIJO  PRODIGO   Ateo militante, creía en la educación como motor del progreso personal y social. Rescató de su destino de garaje o supermercado al gran Teatro Odeón.


Con su última voluntad Héctor Ignacio Astengo acabó de cincelar la faceta esencial de su personalidad: su ateísmo absoluto, sin fisuras. Ese ateísmo que le valió la segunda mayor frustración de su vida -la primera, no poder tener hijos, pero que también resultó motor eficiente de su combate, larguísimo y personal, contra todo lo clerical y contra cualquier creencia religiosa o postura ideológica, no importaba cuál, que pudiera ser exhibida como precedente necesario, superior o más valioso que la libertad y la misma razón humana. Militante del liberalismo positivista, aplicado lector de pensadores y políticos afines a esa corriente, así como de cuanto autor anticlerical caía en sus manos, como buen sarmientino que era creía en el poder superior de la educación po­pular como cimentadora del progre­so individual y social. Por y para esa idea actuó a lo largo de toda su vida, aunque de manera más notoria en su regreso definitivo a Rosario.

Nacido en 1895, fue uno de los cinco hijos de Enrique Astengo y Antonia Saint Mane, criados como estilaban entonces las familias adineradas: con dos institutrices, una de habla inglesa y otra francesa. Egresó del Colegio Nacional N91 y cursó abogacía en la UBA. Recibido en 1918, no quiso ejercer y se fue a trabajar al campo, donde reveló un talento excepcional. Radicado en Canadá en 1947, cerca de Toronto fundó la cabana Rosafé Farmer, con la que revolucionó la cría de reproductores Holztein, raza lechera de aquel país. Tras venderla, vivió siete años en París. En la Ciudad Luz conoció a Genevieve Soria, una ex actriz, madre de la bella y famosa Anouk Aimée, quien había actuado entre otros filmes en "El puritano", con Jean-Louis Barrault. Convivieron más de seis años, el último y medio aquí, en Fisherton, hasta que Ros rio ya no pudo con París.

Decidido a legar sus bienes en favor la educación y la cultura, Astengo lucí por un canal abierto de TV cultural, laico y no comercial, pero su notorio ateísmo impidió que le otorgaran la imprescindible licencia. Fue su segunda gran frustrado en la vida. Finalmente lo convencieron d recuperar el viejo teatro Odeón, entonce cine, construido por su padre y propiedad de los cinco hijos, con el fin de salvarlo ;
crear la fundación Enrique Astengo. Al negarse los hermanos, les compró en efectivo sus partes, cambiándole el nombre a la entidad, inaugurada el 9 de julio de 1968 sin presencia de generales ni obispos. "Espero que no vengan -había advertido-, o si vienen que lo hagan de civil, porque si veo un uniforme o una sotana yo mismo los echo". Siempre cortés, modesto y antidivo. Astengo murió en 1981. Sus cenizas arrojadas al Paraná fueron su gesto postrero de rebeldía absoluta. Es probable -y si no lo fuera, lo merecería- que al escribir de puño y letra su última voluntad haya pensado: "¿Cómo justamente yo voy a aceptar que me obliguen a pasar la segunda parte de la eternidad que me corresponde como cualquier organismo viviente en un camposanto?".

Fuente.: Extraído de la Revista del diario “La Capital” 140 años – (1867-2007)

jueves, 27 de septiembre de 2012

ATLANTIC SPORTSMEN


Investigación: Leonardo Volpe*
Gráfica: Cristian Volpe
Asesoramiento: Socorros Volpe

En el año 1909 empleados de la hoy desaparecida casa Zamboni (ubicada en las calles Sarmiento, San Martín y Córdoba) constituyeron un club de fútbol al cual bautizaron Club Atlético Zamboni.
Se afilió a la Liga Rosarina de Fútbol y actuó en tercera división. Luego una disposición de la Liga motivó el cambio de nombre y lo suplantó con el de Sportsmen. Su campo de deportes se levantó en la antigua quinta San Pedro (que se encontraba en lo que en la actualidad es barrio Echesortu, desde las calles Castellanos a Lavalle, penetrando, en algunos sectores por Bulevar Avellaneda y de Rioja a San Luis).
Intervino en el campeonato de segunda división y el 12 de marzo de 1912 se fusionó con el club Atlantic de Sorrento (que militaba en la cuarta división) dando origen al Atlantic Sportsmen Club. La medida de unir ambas institucio­nes se tomó en un local de la calle Córdoba 1867, donde concurrieron asociados de las dos entidades.
En 1913 participó en el campeona­to de primera división (también ese año el conjunto de segunda obtuvo la Copa Pinasco) hasta 1915; luego entre 1916 y 1920 no se desempeñó en la máxima categoría. Entre 1921 y 1930 actuó nuevamente en el círculo superior.
 De sus enfrentamientos con los grandes de la ciudad por la Copa Vila (torneo de primera división de la Liga Rosarina Amateurs), solamente en dos ocasiones no fue vencido, en 1914 empató en un gol ante Newell's y en 1929 le ganó a Rosario Central por 2 a 1. En los restantes encuentros cayó derrotado e incluso fue apabullado en muchos de ellos. Sus peores traspiés fueron en 1915 y en 1927: en ambos cotejos perdió 12 a 0 contra el elenco auriazul.
Cuando se implantó el profesionalismo en 1931 permaneció en la liga amateurs. Recién en 1934 se integró a la Asociación Rosarina de Fútbol, participando en el torneo de Intermedia. Más tarde tramitó el ascenso a primera división, pero la asamblea rechazó el pedido por no disponer el estatuto dichas facultades, ya que imponía la modificación del mismo en el ascenso y descenso. Después en 1945 abandonó definitivamente la práctica del fútbol para dedicarse a otros deportes, especialmente el basquetbol.
En sus comienzos Atlantic Sportsmen tenía su sede en inmediaciones de la antigua Asistencia Pública, luego se trasladó a la calle Córdoba al 3700 en un terreno cedido por un socio. En 1936 se ubicó en Crespo y Godoy, finalmente en 1945 se mudó a su actual ubicación de Lavalle 936, mediante el aporte de vecinos de la zona (principalmente repartidores lecheros de origen español) que facilitaron el aporte de dinero necesario.
 Algunos futbolistas que se iniciaron en el club, luego se destacaron en otras instituciones, como por ejemplo Humberto y Vicente Libonatti (hermanos de Julio, primer jugador argentino en ser transferido a Italia), que con posterioridad defendieron los colores de Newell's o Dante Bianchi que años más tarde jugó para Belgrano.
La camiseta de Atlantic Sportsmen era blanca y verde a rayas verticales.


Bibliografía: Puntapié Penal (J. Dellacasa (h)), Anales del fútbol rosarino (Cipriano Roldan), revista Monos y Monadas, diarios la Capital y la Tribuna, revista Rosario, historias de aquí a la vuelta (N° 18 - Alberto Campazas
LA COPA PINASCO
En 1913 el equipo de primera división de Atlantic Sportsmen participó por primera vez en el campeonato superior de la Liga Rosarina, por la Copa Vila, sin sobresalir demasiado en sus actuaciones. Sin embargo, el elenco de segunda división del club, conquistó en excelente forma la Copa Pinasco, haciéndose fuerte en su cancha de la quinta San Pedro, en el antiguo barrio Arrillaga, donde se encontraba un inmenso ombú (estaba ubicado en la esquina de Lavalle y San Luis), que le daba un toque característico al lugar. Los Integrantes del conjunto campeón eran: William Astbury, Dante Bianchi, Francisco Ballart, Carlos Biskup, Virgilio Berruti, Isidoro Bourguignon, Juan Borghi, José A. Buttiroli, Tito y Denis Corti, Stanley A. Cameron, Horacio Fallety, Tomás Ricardo Foster, Antonio Gaspar, Hércules Moroni, Miguel Nieto (h), Juan Neurnayer, Jorge Repucci, Celedonio Rosas y Francisco Steppacher. En ese certamen se forjó una gran rivalidad con el club Belgrano.

Fuente: extraído de la revista “Rosario, su Historia . Fascículo N• 53 de Junio de 2007

miércoles, 26 de septiembre de 2012

LOS PLACERES BUCÓLICOS Entre baños y cascadas


Por Rafael Oscar Ielpi


Cuando ya el teatro y el cine se habían convertido en recreación popular por excelencia, entre 1900 y 1910, tanto las familias distinguidas como las provenientes de las clase media que se consolidaba y de la nutrida clase trabajadora encontraban expansiones en festejos esporádicos como el Carnaval, en la permanente actividad de los centros y sociedades recreativas, en los paseos campestres y fluviales, y en los pic-nics.
El arroyo Saladillo, con sus cascadas y sus Baños; algunas de las islas próximas a Rosario y las innumerables quintas existentes como sitios de descanso y veraneo eran los lugares más frecuentados por familias, parejas y agrupaciones diversas, que los elegían para una jornada de esparcimiento y distensión.
La Isla Charigué fue uno de los lugares aptos para este tipo de expansiones. Allí eran comunes los pic-nics de distintas asociaciones y por ello no extraña observar en viejas fotografías cómo se congregaban allí numerosos grupos de empleados y obreros, bailando incluso entre hombres, a falta de otro entretenimiento mejor, como parte de esa incursión por la naturaleza.
Otras islas cercanas a Rosario, donde también se llevaban a cabo estas incursiones, eran la llamada Isla Sívori, donde en 1910 celebraban sus pic-nics sobre todo los andaluces, y la Isla La Paloma, frecuentada por nutridos contingentes de paseantes, la mayor parte de ellos miembros de familias acomodadas, que arribaban en forma regular en los meses de verano en las engalanadas lanchas que partían desde los muelles rosarinos.
También se frecuentaban entre 1910 y 1920 la isla Paso al Río Victoria, la conocida como La Invernada, la Isla Deseada -que en 1918 era sede de los encuentros y paseos campestres de la excéntrica y manducatoria Sociedad Parva Domus Magna Quies- y la Isla Filippini, más famosa como Isla de los Bañistas, cuyo propietario Enrique Filippini lo era también del "Bar Los Bancos", en la esquina S.O. de Sarmiento y Santa Fe, en el que se contrataban los viajes y se preparaban además las vituallas para el paseo.
La famosa Isla de los Bañistas fue, sin duda, la predilecta para los paseos por el Paraná, realizados en botes y lanchones que cargaban a señoras y señoritas ataviadas con sombreros de pluma y largos vestidos, entre 1900 y 1920. Las sombrillas, los volados, las puntillas, el atuendo finisecular de hombres y mujeres eran habituales los fines de semana en las orillas del río, convertido en atractivo paseo para pequeñas embarcaciones a remo o lanchas de mayor porte y capacidad.
El Saladillo, por su parte, ofrecía similares posibilidades aunque con mayor comodidad para los visitantes, entre otras cosas por el acceso menos dificultoso, que se hacía mediante el viaje en tramways primero y en tranvías eléctricos después de 1906. Pero la atracción indudable de la zona eran los famosos Baños del Saladillo, habilitados el de noviembre de 1885 por Manuel Arijón, quien instaló allí 46 baños, a los que agregó un año más tarde 51 camarotes, convirtiendo el lugar en un sitio de peregrinaje recreativo, en especial durante los fines de semana del verano.
Wladimir Mikielievich señala que el traslado se llevaba a cabo, en los finales del siglo XIX y cuando los tramways no habían extendido sus líneas hasta extramuros, en galeras que partían al alba desde las puertas del Almacén del Pobre Diablo, frente al entonces Mercado Sud. Atractivo importante eran asimismo las propias aguas del arroyo, que algunos suponían infundadamente de origen termal, y la gran pileta de cemento cuyo desborde formaba las recordadas "cascadas".
En 1891, Arijón agrega al complejo el Restaurante Los Baños, que pasa a ser posibilidad adicional de vida social para los visitantes y las familias adineradas, que iban a construir, ya desde el siglo pasado, sus mansiones en el nuevo barrio, cuyo origen estaba en realidad en el Pueblo Saladillo, que aquél fundara en 1880. El irreprimible entusiasmo despertado por el Centenario de Mayo también alcanzaría a los Baños, que encuentran complemento en esa época en el Hotel y Casino que comienzan a ser edificados mientras algunos miembros destacados de la burguesía- con intereses en la zona muchos de ellos- impulsan la creación del Club Saladillo, posibilidad recreativa mucho menos selectiva que el Club Diana, fundado en 1901 en la zona, y reducto de los amantes del tiro al pichón y al blanco. Contemporáneamente con esas novedades se construye el puente sobre el arroyo, que daría definitiva facilidad de acceso al lugar.
Aquel dinámico empresario, de origen gallego, había arribado a Rosario siendo niño y protagonizaría una importante trayectoria en el mundo de los negocios hasta su prematura muerte en 1900, a los 49 años. Cerca de 900 manzanas de su propiedad serían la génesis del pueblo inicial, y también a su iniciativa y capital se de­bió la construcción del Puerto Plaza, en la desembocadura del arroyo, para la carga y descarga de mercaderías.
Su hermano José Arijón, nacido en Galicia en 1853, había llegado al país en 1866 invirtiendo su primer capital en una tropa de carros y unos bueyes, inversión importante pero sensata si se tiene en cuenta la inexistencia de un tendido ferroviario en lo que entonces era el Rosario. En 1882 compra una gran extensión de tierras en la costa del Paraná en lo que se llamaría Embarcadero Arijón, por la que paga una suma sideral para la época (18 mil pesos) para vender -con infalible olfato para las operaciones inmobiliarias-parte de las mismas a la Refinería Argentina de Azúcar para el emplazamiento de sus instalaciones, ¿ y a otras empresas importantes.
José, que se separaría del  negocio de exportación de alfalfa que manejaba con su hermano en 1887, llegó a ser dueño de 1.100.000 varas cuadradas de tierras en la ciudad y sus suburbios y se dedicó a la exportación hasta 1897. Su retiro de la actividad comercial activa en 1908 no le impidió seguir teniendo notoriedad en la ciudad, logrando incluso una alta condecoración del Rey Alfonso XIII en los años del Centenario.

Fuente: Extraído de la colección  “Vida Cotidiana – Rosario ( 1900-1930) Editada por diario la “La Capital

martes, 18 de septiembre de 2012

EL CINE: LA NOVEDAD DEL NUEVO SIGLO- UN GRAN INVENTO


El invento del francés Louis Lumiere, patentado en 1895 y al que por fidelidad fraternal asociara a su hermano August, tardó muy poco en llegar a la Argentina, uno de los primeros países del mundo en tomar contacto con aquella novedad que parecía próxima a la magia o poco menos.
El 18 de julio de 1896, Francisco Pastor, empresario del teatro Odeón porteño, y el inquieto y dinámico español Eustaquio Pellicer, fundador de Caras y Caretas y Fray Mocho, organizan en aquella sala la primera exhibición pública. Entre esas "vistas" que los porteños observaron entre entusiasmados y absortos figuraba "La llegada del tren", producida por el sello de los Lumiere. "La función -consigna Ricardo Piccirilli- provocó el pánico entre algunos espectadores de la tertulia alta, uno de los cuales, al ver la locomotora que avanzaba, se lanzó a la platea, lastimándose..."
Dos inmigrantes, el belga Enrique Lepage y el austríaco Max Glucksmann, se interesaron por el tema en Buenos Aires, avizorando las posibilidades que ofrecía el cine, y fueron ellos los primeros en traer al país equipos proyectores y Rimadoras, que el primero vendía en su negocio de fotografía en Bolívar 375, del
que Glucksmann era empleado. Allí se exhibieron en 1897 las filmadoras Elgé, fabricadas por León Gaumont.
Lepage, y luego Glucksmann -que heredaría el negocio de su patrón- tendrían una sucursal en Rosario, la Casa Lepage, en calle Córdoba, y en las vidrieras de aquella "casa de música" esos hoy vetustos proyectores se convirtieron en una atracción para los rosarinos apenas comenzado el siglo XX, junto a los grafófonos, gramófonos y los pioneros discos de pasta.
Las primeras películas francesas llegaron a Rosario a través de Enrique Maquerons, en 1898, un año antes de que su compatriota Rene Guillemaut Despecher trajera a la ciudad dos automóviles franceses De Dion Button, que fueron los primeros que circularon por las calles rosarinas. Aquellas proyecciones iniciales se realizaron -se afirma- en el Cinematógrafo Lumiere, de Rioja 1151, que de ese modo pasaría a ser, para algunos, la primera sala en Sudamérica.
Fuente: Extraído de la colección  “Vida Cotidiana – Rosario ( 1900-1930) Editada por diario la “La Capital

viernes, 14 de septiembre de 2012

ALGUNOS EPISIDIO DE LA CIUDAD DE ROSARIO


POR Héctor Nicolás Zinni

A instancias de algunos amigos que me pidieron escribir una segunda parte de mi libro Barrios de Tango, he vuelto sobre aquellos pasos y aunque todavía queda mucha tela para cortar, espero haber cumplido con este volumen en algo de lo solicitado y en un poco más de lo mucho que le debemos en materia de narrativa histórica a nuestra ciudad.
1906: Un pasado poblado de hombres que vestían levita y mujeres que nunca salían sin sombrero. En aquel pasado que no necesariamente era mejor pero sí más pintoresco, ubicamos a La Bola de Nieve, edificio enclavado en la esquina SE de las calles Córdoba y Laprida y que es el primero en altura que hacia este año posee Rosario. Obra del arquitecto francés Le Monnier, en su interior funciona una empresa que capta fondos particulares los que, posteriormente, serán destinados a la construcción de edificios.
Ligado a soluciones tecnológicas nuevas como la electricidad y los ascensores, también propone La Bola de Nieve nuevas formas de habitar, rompiendo con el ayer en una abierta explicitación de modernidad. Es el primer edificio en altura —el 2do. se alzará un año después en la esquina SE de las calles Córdoba y Corrientes— y, junto a una organización arquitectónica también desacostumbrada, pronto se convertirá en un innegable estímulo publicitario. La atracción que supone el remate de la cúpula, consistente en una figurativa enorme bola de nieve, despierta la curiosidad de los paseantes, como sucedía con mis abuelos, quienes solían ir a observar aquel remedo y a admirar la construcción de La Bola de Nieve en compañía de toda la familia.
Enfrente, el cuadrilátero de la Plaza 25 de Mayo, y por la misma vereda de La Bola de Nieve, en la esquina SO de Córdoba y Buenos Aires, la Jefatura Política, que en la media noche del 29 de julio de 1893 había sido atacada por revolucionarios acribillando su frente a balazos e izado al tope de su mástil la bandera roja y blanca de la Unión Cívica Radical. Tres años después finalizarían las obras del aledaño Palacio Municipal en las calles Buenos Aires y Santa Fe, que habría de inaugurarse en 1898 sin los leones de la entrada que vendrían mucho después, bajo el mandato del intendente Luis Lamas, aquel que entre otras cosas hizo el Parque Independencia.
En 1906, casi veinte años han pasado desde que el arquitecto italiano Juan B. Arnaldi llevara adelante la reedificación de las torres y la construcción de la cúpula y el crucero en la Iglesia Catedral, levantada a la vera del palacio Municipal en el mismo lugar donde, en 1834, fuera demolida la antigua capilla para dar lugar a la iglesia que proyectara el arquitecto norteamericano Timoteo Guillón, con las posteriores modificaciones a que hacemos referencia.
Rosario, con alrededor de 90.000 almas sigue, afanosa, en busca de su destino de grandeza, caracterizado por su movimiento portuario y ferrocarrilero que se irá imponiendo de manera vertiginosa con el transcurso de los años hasta llegar a su apogeo en la década de los '30. Las calles céntricas con su ajetreo diario, con sus instituciones, bancos, Bolsa, mercados de carnes y frutos del país, viven y se desenvuelven festoneadas por negocios de todo tipo entre los que se cuentan bares, cafés, confiterías, panaderías, tiendas, joyerías, almacenes, sastrerías, relojerías, mueblerías, etc.
En contraste existen los tranquilos barrios de extramuros, como La Tablada, cuyas viviendas apenas llegan al bulevar 27 de Febrero, encontrándose más al sur los primeros establecimientos de la zona: el Matadero, desde el año 1876; el Asilo de Mendigos y Dementes, que data de 1889; el Buen Pastor, inaugurado en 1896 y el San Vicente de Paul en 1899, le dan una característica marginal al barrio que en estos momentos está en formación.
La Tablada, quien con los años llegará a llamarse General San Martín, remonta su origen al año 1774 —época del Virreynato del Río de La Plata— y se ubica en un sitio donde funcionaba La Posta del Rosario de los Arroyos, delimitada por las actuales calles Colón, Virasoro, Alem y 27 de Febrero, zona de terreno elevada que la mantiene alejada de las inundaciones, además de ser vínculo con el servicio postal o correo, que se realiza a caballo uniendo a la ciudad de Buenos Aires con la de Asunción del Para­guay, pasando por Santa Fe, Corrientes y Misiones.
Como hacia 1874, el límite sur de la zona urbanizada de la ciudad era aproximadamente el bulevar 27 de Febrero, a partir de ese límite hacia el sur el lugar se consideró un área de servicios marginales, de ahí la instalación del matadero y los asilos. Diez años después, un señor de apellido Mayoral plantaba, cinco cuadras al sur del matadero en lo que después será calle Centeno, una curtiembre, casi lindera con la barranca, construyendo el nombrado, además, algunas viviendas, independientes unas de otras, pero en el perímetro de su establecimiento. Vinieron otras industrias y aumentó la población, surgiendo el Barrio Villa Manuelita, porque la esposa de Cayetano Rodríguez —sucesor de Mayoral—, doña Manuela, se encargaría de alquilar las casas —unas catorce— que había levantado a su vez Rodríguez, antes de pasar a mejor vida.
El posterior crecimiento del Barrio Tablada estará signado por dos estaciones de trenes y cinco líneas de distintos ferrocarriles. En efecto, desde 1890 funciona la estación del Ferrocarril Córdoba-Rosario, en la intersección de bulevar 27 de Febrero y la calle 25 de Diciembre —antes Mensajerías y posteriormente Juan Manuel de Rosas—: en 1912 se habilitará la línea que habrá de unir Rosario con Buenos Aires; en 1913 se autorizará a la empresa del Ferrocarril Central Córdoba a administrar toda la red bajo su nombre; en 1925 se levantará la estación que perdurará en el tiempo y en 1936 el Ferrocarril Córdoba y Rosario habrá de transferirse a la Compañía Central Córdoba.
En 1908, se inaugurará la estación del Ferrocarril Compañía General de la Provincia de Buenos Aires en calle San Martín, entre Virasoro y Rueda, sitio que años después será asiento de la Gendarmería Nacional. Pero, dentro de Tablada surge una extensión de Villa Manuelita. En los alrededores del basural existente en los comienzos de la calle Ayolas hacia el río Paraná, comienza a radicarse gente dedicada al cirujeo. Los ranchos que habitan son de adobe y otros elementos. Con los desperdicios llegan a criarse cerdos, al margen de disposiciones municipales que lo prohiben.
Uno de los cirujas, quizás el más famoso, será Jesús Pérez, un inmigrante español que lentamente irá progresando hasta convertirse en chatarrero. En 1925 conseguirá ser el concesionario elegido por la municipalidad para explotar la basura durante treinta años. Paralelamente a esta actividad será comerciante y exportador de grasa y huesos durante la época de la Segunda Guerra Mundial, cuando este tipo de productos tiene una gran demanda en el exterior.
Este hombre construirá el edificio de la Escuela Juan José Paso en Gaboto 22 bis, vendido posteriormente a la provincia, y también el de la Escuela Justo Deheza, conocida popularmente como La Basurita, ya que era lindante con el basurero municipal. Finalmente, Jesús Pérez en sociedad con su esposa, Eloísa Cortes, constituyó la compañía inmobiliaria Pérez Cortés, dedicándose a la compra y urbanización de varios terrenos de la zona. Es así como el barrio ubicado entre las calles Grandoli, Esteban de Luca, Gutiérrez y Castro Barros, llevará el nombre de Barrio Pérez.
A la hora de nombrar las pasiones de este barrio no se puede dejar de lado el Club Central Córdoba, que es creado en este 1906 el 20 de octubre, aunque según afirma el historiador Jorge Malla en su libro El barrio La Tablada y los orígenes de la Biblioteca C. C- Vigil. existen versiones que relacionan la creación del club con la inquietud de los vecinos de la estación' ferroviaria Córdoba y Rosario, un año antes.
La primera denominación que  recibe es la de Córdoba and Rosario Rail way Ath-letic Club, siendo sede la propia estación de 27 de Febrero y 25 de Diciembre. Seinstala la cancha de fútbol en las calles Viamonte, Ocampo, Buenos Aires y Laprida. pero poco después se trasladará a la avenida San Martín y Virasoro. De allí saldrán jugadores como Gabino Sosa, Vicente de la Mata, Waldino Aguirre, Juan Holberg otros tantos que habrán de pasear su estilo por otras instituciones del fútbol nacionaL Otro de los famosos que habitaron La Tablada habrá de llamarse Amelio Piceda. quien será acordeonista, campeón de box, tintorero y concejal. Nacido en el Chaco e-1917, fundará junto a sus hermanos el Chaqueño Boxing Club, en 1ro.de Mayo y Alem. Su debut como profesional se verificará en 1939 y en 1944 se consagrar campeón argentino de peso mediano retirándose a los 32 años sin haber perdido la corona.
Y aquí doy por finalizado este introito, no sin antes manifestar que, como en Barrios de Tango, he recurrido en parte a trabajos publicados en el diario La Capital quien convocara oportunamente a los vecinos de esta ciudad para el aporte de datos sobre los barrios rosarinos. Súmanse a la lista de reconocimientos de mi libro anterior, los nombres de Victorio Sottomano, Pedro Roldan, Aquiles Córdoba, Eduardo Piccolo, Adolfo Wojcicki, José Malla, Roberto Guerini, Pablo Florio, Jorge Morales, Jorge M. Bonacci y Héctor Ferreyra.

Fuente: Extraído del libro “ Barrios de Tango y otras yerbas”(es la Introducción  del mencionado libro del Autor: Héctor Nicolás Zinni. Ediciones del Viejo Almacén  Año 1997.-

jueves, 13 de septiembre de 2012

COMO FESTEJO EL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA EN EL PAIS Y ROSARIO


La jornada del 9 de julio pudo haber terminado trágicamente: a las 15.30, concluido el desfile, un hombre joven gatilla un revólver con el que apunta al balcón presidencial. Falla el primer disparo; el segundo rebota a pocos centímetros de la cabeza de Victorino de la Plaza. A la primera reacción de pánico, sucede la represión: Juan Mandrini, de 25 años, es apresado por la policía, la que evita que el sujeto sea linchado por los presentes. Grita "¡Viva la anarquía!", cuando lo llevan a la cárcel.
El presidente, que no llega a enterarse del atentado sino minutos después, ordena la libertad de Mandrini. "Es necesario perdonarlo", responde a quienes le aconsejan ser severo con el terrorista. Un mes después de estos actos patrióticos la ciudadanía se vuelca nuevamente en las calles. Hipólito Yrigoyen jura en el Congreso y su carroza apenas puede desplazarse en medio de un mar de cabezas y de brazos que lo aclaman
En su desborde, el pueblo llega a desenganchar los caballos del coche de Yrigoyen, llevándolo a pulso hasta la Casa de Gobierno. El caudillo, que durante más de 20 años ha canalizado la protesta argentina contra el Régimen, entra en la Casa Rosada con el recuerdo de un fallecido el mismo día: el payador Gabino Ezeiza, radical hasta los huesos que llevara a Rosario el santo y seña de la Revolución del 93.
Con 1917 llega la Revolución Rusa y 1918 marca el final de la Gran Guerra. En Rosario ocupa la intendencia por el voto demócrata progresista Fermín Lejarza. El año anterior, por iniciativa de la Asociación El Círculo, se ha inaugurado el primer salón de bellas artes de Rosario, llamado Salón de Otoño, en las ocho salas de la calle Santa Fe 835. Entre los pintores que exponen sus obras figuran Emilia Bertolé, Jorge Bermú-dez, José Gerbino, Alfredo Guido y Manuel Musto. En 1918, el segundo Salón de Otoño ya funciona con auspicio oficial. Es el año en que, con la asistencia del gobernador de la provincia, Manuel Menchaca, el Club Gimnasia y Esgrima habilita su sala de esgrima en las instalaciones del Parque Independencia.
"""-Prosiguen las cuestiones líricas operísticas, el teatro dramático y las compañías de zarzuelas en los dos grandes colosos rosarinos: el Teatro La Opera y el Teatro Colón. Los dos figuran continuando con sus actividades año por año hasta 1925, en un apéndice de esta obra.
Con referencia al Colón, su imponente y glorioso edificio ubicado en la esquina N.E. de las calles Corrientes y Urquiza, será demolido en 1958, habiendo las autoridades municipales hecho oídos sordos al clamor de la ciudadanía para que impidiera semejante despojo a la cultura rosarina. Oscar Luis Ensink, en su ensayo El teatro en Rosario - separata de Historia de las Instituciones de la Provincia de Santa Fe - , transcribe un párrafo, tal vez de algunos de los periódicos locales: "... El "Teatro Colón" ha caído ya definitivamente... y qué poco hubiera costado salvar ese gran teatro para la cultura de la ciudad... Hacía falta decisión, inteligencia y una dedicación al cuidado de los intereses de la ciudad que, desgraciadamente faltó en quienes tuvieron a su cargo en esa época -1955 - la administración de la Municipalidad, «.más sensibles a los intereses minúsculos de una política subalterna".
Es necesario mencionar, además de los grandes de la lírica internacional que con­mueven por estas épocas a nuestro público, otros grandes, pero de la lírica rosarina, como Adelaida Saraceni. quien, el 27 de mayo de 1910 estrena la ópera 25 de Mayo de 1810, del maestro Rissone, interpretando el papel de la señora de Rodríguez Peña. Llegará a ser una figura de renombre universal, al igual que el tenor Arturo Carrión y otros.
Felipe Romito, peón marmolero en el taller de Fontana y Scarabelli, es descubierto por el escultor Herminio Blotta ai sentirle entonar La vecchia zimarra, de La Bohé-me. Aprendía sólo, con un fonógrafo, en 1915. Luego lo forman los hermanos De Nito y la señora de Martinoli. Romito tendrá fama mundial y en Italia fundará un sindicato de artistas líricos. Volverá al país para cantar en el Teatro Colón, de Buenos Aires, Boris Gudonov. Lucirá un traje, obsequio del gobierno ruso que habrá de ser exhibido en el Museo del Teatro, del mismo Colón.
En este desfile debemos señalar a Agustín Magaldi, de quien nos ocuparemos más adelante, quien colaboró en 1915 con la rentrée que hiciera Caruso en Rosario, Dice Horacio Sanguinetti: "Su voz tenoril y aérea denunciaba, desde los tangos y milongas que después interpretó, el origen operístico". Magaldi está emparentado artísticamente con el gran cantor porteño Alberto Gómez, otro gran valor surgido de las huestes de la lírica. Siguen los nombres: Emilia Piave, Nelly Rubens, Blanca Rosa Baigorri, Gianpietro Mastromei, Fidel Aiello, Juan Zanin, María Esther Chiodi de Cafferata y, entre otros, Apollo Granforte, un barítono iniciado en Rosario en 1914 cuya carrera será notable.
Se destaca también Juan Bautista Massa, de quien me he ocupado en el tomo anterior, gran compositor de óperas como El cometa y La muerte del Inca, que llegaron hasta el Teatro Colón, de Buenos Aires*.
Con referencia a las actividades del Teatro Colón, de Rosario, no solamente cuentan ellas en la faz artística, sino que en sus primeros veinticinco años de existencia se realizan bailes de fantasía, actos conmemorativos de celebridades extranjeras, los Juegos Florales del Círculo de la Prensa y numerosas convenciones políticas. También se llevan a cabo varios banquetes, entre ellos los concretados en homenaje al intendente de Rosario, Don Luis Lamas, al doctor Lisandro de la Torre, a Pedro Lino Funes, a Santiago Pinasco - de la Bolsa de Comercio -, a los presidentes de la Nación, doctores José Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, así como al señor Alfredo Rouillón.
Del mismo modo, en el Teatro La Opera hay funciones extraordinarias organiza­das por colectividades extranjeras, así como conferencias de carácter político y educativo. Entre las más notables conferencias se recuerda la que pronunciara el eminente estadista argentino oriundo de nuestra ciudad, Estanislao S. Zeballos, poco después de haber renunciado al Ministerio de Relaciones Exteriores durante la presidencia del doctor Figueroa Alcorta.
Quizás sea este el momento oportuno para volver al viejo Teatro Olimpo, aquel que diéramos como inaugurado en 1871, que fue un poco el padre de los Teatros Colón y Opera, y que a no mediar su incendio y demolición en 1929, seguiría tutelando las manifestaciones más puras de la tradición artística teatral.
Desfilan por aquel escenario cuanto de más notable haya llegado a la Argentina, brillando la elegante sala de la calle Mitre y Urquiza, en magníficas veladas que se realizan sin cesar, alternándose las líricas con las de prosa, ofreciendo cada función, sobre todo las importantes desde el punto de vista del arte, el espectáculo soberbio, en el que se entremezclan la belleza y la elegancia de las mujeres rosarinas.
Ni un solo claro se nota, ya sea en la platea como en los palcos, tertulias de balcón y cazuela. Esta sobre todo, constituye el lugar más interesante del teatro, desde que se reúnen en ella, exclusivamente, señoras y señoritas, quedando terminantemente excluidos los caballeros. Las entradas deben adquirirse con la debida anticipación, so pena de tener que abandonar el propósito de concurrir a la velada.
Hasta fines del siglo pasado, las compañías importantes no desembarcan en Rosario para tres o cuatro espectáculos. Las temporadas son largas y constituyen verdaderas e interesantes manifestaciones artísticas, por cantidad y calidad. Las actuaciones de los más célebres artistas a sala repleta, hace que, a menudo se agoten las localidades.
Famosísimas compañías líricas italianas figuran en los programas desde la inau­guración de la sala. Entre las tantas que actúan, se destacan cantantes como la célebre Regina Paccini, la mejor soprano ligera de principios de siglo, casada luego con nuestro presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear; la Tetrazzini y la Barrientos que recién empezaban, así como la Nevada y la Melba que se hallaban al principio de sus decadencias.
Pasan por el Olimpo, compañías italianas de operetas, españolas de zarzuelas, de bailes y de revistas, de variedades, infantiles, dramáticas italianas y españolas, coupletistas, compañías nacionales, francesas, inglesas, dialectales y concertistas.
Dos grandes banquetes se llevan a cabo en su amplísimo salón. El primero, en homenaje al teniente general Julio Argentino Roca, quien siendo presidente de la República en su segundo período ha venido a Rosario para colocar la piedra fundamental de las obras del puerto, que con los años desaparecerá de la superficie y volverá a ser descubierta de pura casualidad. El segundo, organizado por el primer Círculo de la Prensa que hubo en Rosario, ha de realizarse en homenaje a los periodistas brasileños en ocasión de la visita del presidente Campos Salles a la Argentina.
El viejo coliseo de la calle Mitre que ha tenido desde su inauguración los empresarios Subirá, González, Bernabei, Ducci, Carpentiero, Crodara y Carpentiero - Cavalieri, también es sede de conferencias y banquetes, lugar de elegantes kermesses y sitio de asambleas políticas, como la Gran Convención Radical realizada en 1890, poco después de la revolución de julio, a la que asistieran Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen, Mariano Demaría, Torrent, Lisandro de la Torre, Oscar Liliedal, Marcelo T. de Alvear, Hipólito Yrigoyen, Lucio V. López, Pedro C. Molina, Joaquín Castellanos, Miguel Laurencena, Francisco Barroetaveña, Martín Tormo, E. Churruarin, Juan E. Martínez, Lencinas, Juan M. Garro, Martín Rodríguez Galisteo, Maria­no Candioti, Joaquín Lejarza, Agustín Lando, general Manuel Campos, Remigio Lupo, Zuberbhüler, Iturraspe y otros notables cuyas trayectorias políticas ampliamente conocidas, constituirán un ejemplo para las generaciones venideras .

Fuentes: Extraído fragmento del Capítulo 11 extraídos del libro Rosario era un espectáculo ¿Arriba el telón! Autor: Héctor N. Zinni de 1997

miércoles, 12 de septiembre de 2012

AUGUSTO SCHIAVONI, La luz que brilló entre las sombras


Por Rafael Ielpi

Augusto Schiavoni (1893-1942) vivió sólo 49 años, parte de ellos sumido en las sombras de la sinrazón, pero le alcanzaron para legar una obra plástica singular, tan ignorada en vida del artista como valorada y reconocida hoy, cuando su pintura sigue sorprendiendo y admirando a los críticos argentinos, más allá de vanguardias y posmodernidades.
Como su entrañable amigo Manuel Musto (nacido el mismo año que él), Schiavoni se contó entre los jóvenes artistas que a comienzos del siglo XX consolidaron las bases de la pintura rosarina, luego del paso obligado por las academias de los maestros italianos llegados con la inmigración, como Mateo Casella y Ferruccio Pagni.
También con Musto realizó el ritual viaje de perfeccionamiento a Europa, donde surgían movimientos plásticos innovadores. Radicado en Florencia entre 1914 y 1917, en el taller de Giovanni Costetti compartió experiencias estéticas con otros rosarinos talentosos: nuestro extraño y versátil César Caggiano y el austero y reconcentrado Domingo Candia, como los definió Rubén Echagüe; allí conoció también a Emilio Pettoruti, quien trajo la vanguardia cubista al país y fue uno de los primeros y más firmes defensores de su obra incomprendida.
De regreso a Rosario, después de muchas aventuras, algunas sentimentales que forman parte de la cuasi leyenda que lo rodea, se recluyó en el barrio de Saladillo, en una casona que lo tenía como casi único morador, en la que se escuchaban en el silencio de esos suburbios los sones grabados de sus óperas dilectas y en la que fue dando forma a una obra única en la pintura rosarina. Protagonizando, como escribiera su amigo Alfredo Guido, otro viaje alrededor de las formas y del claroscuro, hasta llegar a situarse ante el objeto completamente iluminado de frente intolerancia del medio hacia ese artista que despreciaba tanto ismos en boga  estricteces del academicismo, y proclive a depresiones y estallidos por igual, le ganaron el disfavor de los críticos que juzgaban en los salones oficiales.
Ello explica su marginación de premios y distinciones, obtenidos por muchas y colegas y amigos, algunos inferiores; Sólo José León Pagano, pese a su conservadurismo, dejó constancia en "La Nación “  rosarino al comentar el Salón de Oroño de 1935: "Es recatado y humilde por r. mas y por su pintura, lograda sin ningún alarde de oficio, casi tímida. No agrada a muchos. Hay quien le tiene en menos embargo, la obra de Schiavoni acredita como condición poco frecuente en nuestro arte sensibilidad delicada. Sus valores van a lo íntimo.  Aludimos concretamente a “El chico de la gorra» y en otro” y en otro orden a “El muchacho del porrón".
La muerte de su madre, la lucha contra  los prejuicios artísticos y algunos desórdenes de vida fueron llevándolo paúl mente a la locura. En 1934 dejó de y sólo la muerte, ocurrida el 22 de de 1942, terminó con sus desdicha no con la incomprensión y la injusticia visibles en las escasas notas sobre fallecimiento, carentes de toda profundidad incluso de juicio crítico alguno. Gustavo Cochet sería una excepción a tanta miopía al escribir ya en 1932: "Pintores Schiavoni, tan profundamente humanos,  son cada vez más incomprendidos, y lo serán  cada vez más mientras la sociedad las gentes no tome otro rumbo...".
Más de medio siglo después desaparición, los retratos, los paisajes, y el colorido de sus obras – paradoja de quien  terminó entre las sombras siguen iluminándonos con la fuerza un estallido

Fuente: Extraído de la Revista de la capital de 140 año del año 2007

AUGUSTO SCHIAVONI-! En la ciudad, una belleza que ! a todo excede


De Augusto Schiávoni es este cuadro llamado "Con los pintores amigos", una de las obras más bellas de un creador sumamente original, cuyo reconocimiento fue un tanto tardío. Las líneas siguientes pertenecen a un poema de Pedro Tuella, unas décimas que cantan a nuestra virgen patrona: "Con caridad ejemplar/ este honrado vecindario/ a la Virgen del Rosario/ casa le va a edificar/: su Patrona es titular,/ y la Imagen Sacrosanta/ a quien da culto es de tanta/ belleza que a todo excede,/ pues nadie mirarla puede/ sin una devoción Santa". Pedro Tuella, nos cuenta Eduardo D'Anna en el primer tomo de su obra sobre la literatura de Rosario, nació en Naval, España, en 1738. Vivió en Rosario desde 1789. El poema, uno de cuyos fragmentos publicamos, es el primero, según D'Anna, que conocemos referido a nuestra ciudad. Tiene, como bien dice, no propósitos líricos sino prácticos. Apareció en un semanario de Buenos Aires, en septiembre de 1801


Fuente: extraída de la revista La capital de 125 año de 1992

martes, 11 de septiembre de 2012

MANUEL MUSTO Poesía de los patios interiores y el silencio


Las "higueras" de Manuel Musto son lo esencial de los patios de las casas viejas de Rosario. En esa pintura tiembla la poesía, siempre late un poema. Se sienten el amor y la nostalgia, el silencio y la inmensidad, elementos que llevan adentro —muchas veces, sin saberlo— todos los rosarinos, vivan o no vivan en la ciudad. El poeta siente que hay esquinas, repetidas esquinas, vidrieras, pocilios, cigarrillos y me­morias. Y piensa: sólo que nuestro baile es siempre nuevo, y empezó mucho antes de que algún espejo recobrara la imagen de dos cuerpos unidos. Las "higueras" de Musto son los patios interiores de Saladillo o Alberdi, de los barrios sin nombre, de los barrios que llevamos dentro. Y el poeta mira esos patios en la memoria y siente que debe decir a la mujer que ama: sos como el vino, felicidad bailando entre mis mis manos. Cada poeta de Rosario tiene su patio interior, como tiene su río y sus calles. A veces uno piensa que aún no Jo hemos descubierto. Pero estamos en eso, como se está en un sueño.

Fuente: Extraído de la Revista de la capital de 125 años del año 1992