miércoles, 12 de septiembre de 2012

AUGUSTO SCHIAVONI, La luz que brilló entre las sombras


Por Rafael Ielpi

Augusto Schiavoni (1893-1942) vivió sólo 49 años, parte de ellos sumido en las sombras de la sinrazón, pero le alcanzaron para legar una obra plástica singular, tan ignorada en vida del artista como valorada y reconocida hoy, cuando su pintura sigue sorprendiendo y admirando a los críticos argentinos, más allá de vanguardias y posmodernidades.
Como su entrañable amigo Manuel Musto (nacido el mismo año que él), Schiavoni se contó entre los jóvenes artistas que a comienzos del siglo XX consolidaron las bases de la pintura rosarina, luego del paso obligado por las academias de los maestros italianos llegados con la inmigración, como Mateo Casella y Ferruccio Pagni.
También con Musto realizó el ritual viaje de perfeccionamiento a Europa, donde surgían movimientos plásticos innovadores. Radicado en Florencia entre 1914 y 1917, en el taller de Giovanni Costetti compartió experiencias estéticas con otros rosarinos talentosos: nuestro extraño y versátil César Caggiano y el austero y reconcentrado Domingo Candia, como los definió Rubén Echagüe; allí conoció también a Emilio Pettoruti, quien trajo la vanguardia cubista al país y fue uno de los primeros y más firmes defensores de su obra incomprendida.
De regreso a Rosario, después de muchas aventuras, algunas sentimentales que forman parte de la cuasi leyenda que lo rodea, se recluyó en el barrio de Saladillo, en una casona que lo tenía como casi único morador, en la que se escuchaban en el silencio de esos suburbios los sones grabados de sus óperas dilectas y en la que fue dando forma a una obra única en la pintura rosarina. Protagonizando, como escribiera su amigo Alfredo Guido, otro viaje alrededor de las formas y del claroscuro, hasta llegar a situarse ante el objeto completamente iluminado de frente intolerancia del medio hacia ese artista que despreciaba tanto ismos en boga  estricteces del academicismo, y proclive a depresiones y estallidos por igual, le ganaron el disfavor de los críticos que juzgaban en los salones oficiales.
Ello explica su marginación de premios y distinciones, obtenidos por muchas y colegas y amigos, algunos inferiores; Sólo José León Pagano, pese a su conservadurismo, dejó constancia en "La Nación “  rosarino al comentar el Salón de Oroño de 1935: "Es recatado y humilde por r. mas y por su pintura, lograda sin ningún alarde de oficio, casi tímida. No agrada a muchos. Hay quien le tiene en menos embargo, la obra de Schiavoni acredita como condición poco frecuente en nuestro arte sensibilidad delicada. Sus valores van a lo íntimo.  Aludimos concretamente a “El chico de la gorra» y en otro” y en otro orden a “El muchacho del porrón".
La muerte de su madre, la lucha contra  los prejuicios artísticos y algunos desórdenes de vida fueron llevándolo paúl mente a la locura. En 1934 dejó de y sólo la muerte, ocurrida el 22 de de 1942, terminó con sus desdicha no con la incomprensión y la injusticia visibles en las escasas notas sobre fallecimiento, carentes de toda profundidad incluso de juicio crítico alguno. Gustavo Cochet sería una excepción a tanta miopía al escribir ya en 1932: "Pintores Schiavoni, tan profundamente humanos,  son cada vez más incomprendidos, y lo serán  cada vez más mientras la sociedad las gentes no tome otro rumbo...".
Más de medio siglo después desaparición, los retratos, los paisajes, y el colorido de sus obras – paradoja de quien  terminó entre las sombras siguen iluminándonos con la fuerza un estallido

Fuente: Extraído de la Revista de la capital de 140 año del año 2007