miércoles, 28 de septiembre de 2016

Del corso a la milonga

Por Rafael Ielpi


El entusiasmo por el baile y el Carnaval, que fuera patrimonio común de los argentinos sin excepción de clases sociales prác­ticamente desde los años del Centenario, cuan­do los corsos de flores eran un torneo de galan­terías y los bailes un acontecimiento social, se mantendría vigente también entre 1930 y 1960. alcanzando incluso en las décadas del 40 al 60 características en algunas casos multitudi­narias, aunque sería justamente en 1961 cuan­do uno de los últimos grandes corsos anuncia­ría la larga declinación de esos festejos popula­res, mientras se mantenía el éxito de los bailes.

De ese modo, los grandes clubes deportivos y sociales tanto como las modestas instituciones de barrio se convertían en pistas per­manentes para los amantes de la danza, en una etapa en la que el tan­go, el jazz bailable, y la música llamada "característica" se prestaban pa­ra el despliegue coreográfico de hombres y mujeres que encontraban en las reuniones bailables -además- una excelente oportunidad de con­tacto social que muchas veces se convertía en relación sentimental.

Iguales fervores, por lo menos hasta los años 60, despertaría la celebración de las carnestolendas, una fiesta que en Rosario se festeja-ba ruidosamente des­de comienzos mismos de este siglo y que des­pués de 1930 iba a emparentarse directa­mente con lo bailable a través de los bailes de Carnaval o de Mi Careme.
Fuente: Extraído de la Revista “ Vida Cotidiana” del diario La Capital