martes, 27 de septiembre de 2016

La irrupción del periodismo

Por Rafael Ielpi


Más allá de los diarios, la mayor parte de los cuales habían ini­ciado sus ediciones en el siglo XIX, la ciudad contó en los primeros años de esta centuria con una interminable serie de publicaciones, revistas, semanarios, quincenarios, mensuarios, de todo tipo y color, muchas de ellas de vida tan efímera que es hasta difícil su hallazgo en alguna biblioteca o colección privada y de las que quedan apenas men­ciones en otros medios de la misma época.

En un inventario incompleto y arbitrario, se pueden mencio­nar algunas de aquellas lejanas aventuras periodísticas, animadas la mayoría por jóvenes redactores, dramaturgos, políticos, gente de acentuada tendencia al anarquismo o socialismo inicial, que encon­traban en la prensa un excelente vehículo de difusión de ideas y propuestas artísticas o proselitistas o de la necesaria cuota de humor para una ciudad que no había aprendido demasiado a reírse un poco de sí misma.

Ejemplos de todo ello pueden ser, entre muchísimas otras, en los primeros diez años del siglo XX: El Heraldo (1900), diario vespertino fundado por Dermidio T. González y Modesto Barroso; El Deber (1901), de Juan Grisolía; Mandinga, Gil Blas (que volvería a aparecer en 1909, entonces dirigida por Julio J. De Aguilar) y El Negro Serafín, tres periódicos aparecidos en 1903; dos diarios del mismo año, El Nacional, dirigido por Felipe Carreras y El Siglo, fundado por Fenelón Guevara; Brisas, La Juventud, El Mercantil, El Pueblo y Mariano Moreno, todos de 1905; Luz y Verdad (1906), dirigida por SalvadorTorrent y Juvenilia del mismo año, dirigida por Oscar Dietrich y Alejandro Taborda; La República, La Víbora y La Linterna, todas de 1908; El Guante Blanco (1909); la ya varias veces mencionada Rosario Industrial (1909); Ecos Gráficos (1910); Iris (1911); La Nota (1913), de Alejandro Beruti y la valiosa Monos y Monadas (1910).

Tipos y Tipetes (1911) y Gestos y Muecas (1913), ambas dedicadas al humor y la crítica de sucesos y personajes de la ciudad; Patria, una revista de clara tendencia aliadófila, de 1918; La Idea (1919) y su estricta contemporánea La Semana Trágica, aparecida en coincidencia con los trágicos sucesos que recordaba su título; Post Nubila Facebus, publicada en italiano y español como muchas otras en ese período, dirigida por Mario A. Dall'Ollio, y L'eco d'Italia (1916), dirigida a la misma colec­tividad y muy esperada por incluir una sección de correspondencia del teatro de la guerra, y La Opinión, un semanario de Manuel Pinazo, for­marían parte también de las innúmeras publicaciones rosarinas.

En esos treinta años, tenían asimismo sus lectores diarios y revistas como El Deber (1912), Cinema, El Comercio, Correo Musical, cuya aparición llena un vacío en nuestro país donde no ha existido nunca antes una publicación dedicada exclusivamente al arte musical; La Pluma, de la que se decía que se hace simpática por su modesta presentación; La lectura popular, un quincenario de difusión de la literatura de moda; Semana Gráfica, que entre 1922/24 alcanzó notorio predicamento periodístico; La Plaza, La Juventud, Las artes edilicias y El Mensajero, fundado el 3 de octubre de 1882 por Felipe y Eduardo Moré y Lorenzo Facio (y en el que colaboraría asimismo Miguel Pinazo, entre otros), diario que circuló hasta 1923.

Aquellas lejanas revistas tenían una dura competencia, desigual sin dudas, en las publicaciones editadas en Buenos Aires, que llegaban con puntualidad a la ciudad y contaban en algunos casos con muchísimos lectores, como las famosas Caras y Caretas, de 1898, y P.B.T (1904), ambas de amplísima popularidad y fundadas por los periodistas José Sixto Álvarez y Eustaquio Pellicer, respectivamente, y Fray Mocho (1911), fundada por Carlos Correa Luna, con los notables José María Cao y Manuel Mayol como eximios dibujantes; todas estas publicaciones dedicaban regularmente algunas páginas a Rosario.

No menos fascinación iba a ejercer desde 1904 una revista, primero aparecida como quincenario para pasar luego a semanario, que llegó a ser paradigmática: El Hogar, que era tomada como árbitro de la moda, la figuración social y el buen gusto. A pesar de su tinte claramente discriminatorio (en agosto de 1929, un pie de página recordaba: "El Hogar" circula preferentemente entre las clases pudientes y prósperas, mientras que en 1925, avisaba a los potenciales anunciantes que "El Hogar" circula entre el público de mejor poder adquisitivo), la publicación era palabra santa acerca de costumbres, estilos de vida y aspiraciones sociales. Así se trataran sus lectores de una modesta fabriquera de Refinería, una costurera de Echesortu, un modesto dependiente de comercio de Chiesa o de Pinasco o un empleado de alguna empresa naviera, seducidos todos ellos por lo que se mostraba como lo "chic".

Alberto Figueroa, en El prestigio social, describe con agudeza el espacio que ocupó aquella publicación: Por esos años, deslumbraba a vastos sectores de la población con su material sobre las actividades de la clase alta. "El Hogar" había nacido en 1904 y hacia 1920 su tirada alcanzaba los mil ejemplares semanales (la población del país era de casi 9 millones de habitantes). Por espacio de medio siglo cumpliría impecablemente su misión de periodismo de entretenimiento y evasivo. Sus páginas centrales, en papel satinado, enseñaban con profusión de fotos, las fiestas, los paseos, homenajes y ocios veraniegos de la aristocracia nativa. Dado su amplío mercado de lectores es fa' cil deducir que éste se reclutaba en su mayoría en las capas medias de la sociedad, deseosas de asomarse al envidiable mundo de la high society: un mundo al que secretamente soñaban ingresar.

La revista había sido creada por Alberto Haynes (un ex empleado del Ferrocarril Gran Oeste Argentino) como El Hogar Argentino y fue el cimiento de lo que con los años sería una de las grandes empresas periodísticas de la Argentina, la Editorial Haynes, a la que también pertenecería Mundo Argentino, de características bastante semejantes, cuyo primer número apareció el 7 de enero de 1911,
Tres revistas daban la tónica del círculo frívolo, mundano y ocioso de la época. En ninguna casa de la clase alta y de la clase media en ascenso faltaban El Hogar y Mundo Argentino de la editorial Haynes y la revista quincenal ilustrada Atlántida. El Hogar era sin duda la más prestigiosa y fiel intérprete del gran mundo social porteño, como acostumbraba ella misma denominarse. Ya por entonces se quejaba de la invasión del "gringuerío" en Mar del Plata. "Los grupos fundadores se alejaron hacia los hermosos campos del Golf Club", rezongaba, "haciendo rancho aparte, lejos del ruido y quedando en calidad de huéspedes de su propia casa..." En un número de setiembre de 1933 la revista Atlántida calificaba al baile como el primero de los deportes: "Nuestra época se llamará la Era del Baile y elfox-trot no sólo formará parte de nuestras costumbres, sino que ha pasado a ser una de nuestras más indispensables necesidades...
(Oscar A. Troncoso: 'El ocio de los porteños", en la serie "La Argentina
de los años 30", revista Panorama, N° 196, enero de 1971)


En esa misma tendencia se encontraba Para Ti, publicación iniciada el 16 de mayo de 1922 y fundada por el uruguayo Constancio C.Vigil, un escritor sin brillos deslumbrantes pero que se haría famoso, sobre todo, por sus cuentos infantiles, popularísimos hasta la década del 50 por lo menos, por libros inspirados en el ejercicio de una moral al uso, como El erial y Vida espiritual, y por haber iniciado, en mayo de 1918, otra de las empresas periodísticas más poderosas de la Argentina: la editorial Atlántida. La revista homónima, también de ese año, sería, junto a Para Ti, un buen ejemplo de emulación de la de Haynes. Vigil daría origen asimismo a otro par de revistas de larguísima vigencia: una deportiva, El Gráfico, y otra dedicada a los niños, Billiken, aparecidas en mayo y noviembre de 1919, respectivamente.


Al mundo infantil estaba destinada también una colección exitosa, editada en España, los famosos Cuentos de Calleja, que entre 1900 y 1930 formarían parte de las bibliotecas escolares y familiares; en las ediciones de Calleja se podían hallar también autores caros a lectores de todo el mundo de habla hispana, como el italiano Emilio Salgan, el francés Julio Verne, Dickens, los clásicos rusos, si bien las traducciones no eran, en general, un dechado.


Aquellos libritos (que lo eran por su tamaño) fueron parte de la infancia de más de una generación de hombres y mujeres, con una extensísima nómina de entregas que incluían, en la colección "Recreos infantiles", títulos como En córcholis,Jorge el valeroso, La caja de los deseos, La rana encantada, etc., y entre los llamados "Juguetes instructivos", a El corso del rey, Los enanos de la herrería, El ramito de nogal o Juicio de Dios.


El dicho popular entonces en España —y en América también—de "tiene más cuentos que Calleja", no era otra cosa que una gráfica alusión a la vasta nómina de libros infantiles publicados por la editorial fundada en 1876 por Saturnino Calleja Fernández, un castellano nacido en Quintadueñas (Burgos) en 1855 y muerto en 1915 cuando su editorial era ya una de las de mayor arraigo en el mundo hispano. Calleja fue asimismo el primer recopilador del folklore infantil en España y buena parte del material por él editado estuvo también dirigido a los maestros y a la enseñanza.


Los Cuentos tenían siempre un fondo moralista al gusto de la conservadora sociedad española y eran en algunos casos adaptaciones más que librés de cuentos de Andersen, los Grimm o tradiciones anónimas, con licencias como traducir Hansel y Gretel como Juanito y Margarita, llamar Barón de la Castaña al fabulador Barón de Munchausen o enseñar a los niños que la devoción del soldadito de plomo no era hacia la bailarina como consigna el cuento tradicional sino hacia la Virgen del Pilar...


Los Cuentos de Calleja tenían un interés adicional en el uso e importancia que dieron a las ilustraciones. Notables artistas como Salvador Bartolozzi (fundador de una legendaria revista infantil española, Gente Menuda), Narciso Méndez Bringa y Santiago Regido, estos dos últimos dibujantes de Blanco y Negro, una de las grandes publicaciones de comienzos del siglo XX que también se leía en la Argentina, se contaron en el plantel editorial, firmando sus dibujos. No ocurría lo mismo con los autores de los cuentos, que nunca o casi nunca eran mencionados, ya se tratara de adaptaciones o de textos originales.


El Tit-Bits, por su parte, estricta contemporánea de las dos mencionadas ya que apareció una década antes, en 1909, fue infaltable en miles de casas de familia rosarinas, donde los chicos esperaban su salida para ser partícipes de apasionantes historias de aventuras, que El Tony, creada y dirigida por el dibujante Ramón Columba desde 1928, y El Gorrión, algo posterior, iban a contribuir a hacer más populares aún.
La escuela disponía de una biblioteca de temas variados que leí con fruición. Había ejemplares de la edición Calleja, con todos los cuentos infantiles: "Caperucita", "Pulgarcito", "Heidi", "El gato de las botas de siete leguas", "Blancanieves y los siete enanitos", "El sastrecillo valiente" y decenas de otras narraciones. Dicha colección tenía tapas duras e ilustraciones en relieve en las cubiertas, así como excelentes figuras correspondientes a los personajes descriptos: animales fabulosos, serpientes voladoras, dragones echando humo yfuego,príncipes y héroes, jorobados, cojos, aves y animales de todo tipo. En otras ediciones tuve oportunidad de leer casi todas las obras de Julio Verne y las de Emilio Salgan... Aparte de esto leía la revista Tit-Bits, que aparecía periódicamente, no recuerdo si semanalmente o mensualmente; dicha publicación tenía buena parte de su material que se continuaba de un ejemplar a otro, una especie de novela por "entregas" que se estilaba, 'justicia voladora" y otras aventuras fantósticas y atrayentes, que nos apasionaban, siguiéndolas con ansiosa impaciencia. También leí centenares de obras de Nick Carter, Raffles, Fantomas, Leroux, Maine Reid y centenares de aventuras de cowboys. Mis inclinaciones infantiles fueron, según leía, ser detective al estilo de Sherlock Holmes; astrónomo como Flammarión, biólogo como Pasteur; matemático, médico, explorador, marino, músico, pintor, escultor, ofebre, entre otros...
(Grunfeid: Op. cit.)


Para espíritus más inclinados a otro tipo de literatura o a la crítica literaria, servirían el primer suplemento de La Nación de 1902, o las revistas Ideas, de Manuel Gálvez (1903), y en especial la famosa Nosotros, dirigida por un rosarino afincado en Buenos Aires, Alfredo Bianchi, y por Roberto Giusti. Desde 1907 en adelante y durante 36 años, a través de más de cuatrocientos números, esta última se constituiría en un verdadero hito en la difusión y valoración de la literatura argentina. Ya en la década del 20, los rosarinos podían optar entre la muchas veces punzante y revulsiva Martín Fierro de Evar Méndez, Borges, Girondo y otros jóvenes irreverentes respecto de los consagrados, y el baluarte del grupo Boedo, la revista Claridad, fundada por el infatigable editor Antonio Zamora.

Sin esa seriedad y promediando la segunda década, Don Goyo, una revista semanal que aparecía los martes a 20 centavos el ejemplar era publicitada como un antídoto infalible: Don Goyo contra el mal genio. / Don Goyo contra los malos modales. / Don Goyo como aperitivo y parte de toda conversación.

Junto a los tres diarios tradicionales que se leían en la ciudad, el local La Capital y los porteños La Prensa y La Nación, competirían en el período 1910-1930 dos nuevos órganos de prensa nacionales de características igualmente relevantes: Crítica, dirigida por Natalio Bottana, desde septiembre de 1913, y El Mundo, otra de las realizaciones de Alberto Haynes, de mayo de 1928.

En esos primeros treinta años del siglo XX, la ciudad daría origen, como se ha consignado a través de la mención de varios de ellos, a diarios que alcanzarían, en algunos casos dilatada vigencia en el tiempo hasta nuestros días, como La Capital, fundada por Ovidio Lagos en 1867, o marcada influencia en el medio por su línea editorial como El Municipio, de Deolindo Muñoz, entre el 25 de mayo de 1887 y el 30 de abril de 1911, fecha en que cesó su publicación por falta de recursos de su director propietario, luego de haber sido éste el primer contribuyente de la provincia, consignaría La Capital.

Un año después de la desaparición de su publicación, Muñoz moría no sin merecer, aún de sus colegas que muchas veces disintieron con él, reconocimientos como los del diario de los Lagos: No supo nunca de abatimientos ni de vacilaciones. La franqueza era su divisa, la lucha su norma, la verdad su lema. Por eso se le vio siempre en todos los terrenos con la frente alta, con el brazo firme, con la voluntad decidida. Recio como un golpe tenía sin embargo la bondad del justo. Su espíritu estaba modelado así y así era, sin que pudiesen influenciarlo ni el agasajo ni el consejo, ni la conveniencia ni nada. Iba derecho al deber con la conciencia tranquila, el alma satisfecha. La República, de 1898, que tendría entre sus periodistas a algunos nombres reconocidos como Lisandro de la Torre, Florencio Sánchez, Joaquín de Vedia o Mateo Booz y a Luis San Miguel como el editor consecuente hasta su muerte en 1935, y El Tribunal de Comercio, diario especializado en informaciones económicas, comerciales y judiciales, fundado en Buenos Aires en 1895 y establecido en Rosario en 1909, son dos publicaciones que superarían holgadamente las tres primeras décadas del siglo XX. A ellas deben agregarse otras que tendrían un vasto espectro de lectores, con diferentes características e improntas periodísticas disímiles, entre 1910 y la década de 30: Crónica, La Acción, La Tribuna, Democracia, La Reacción y La Tierra.

Crónica apareció en mayo de 1914, fundado por Angel Saggese y Mario Perazzi (quienes serían sus propietarios hasta 1949), y fue ardoroso vocero del radicalismo santafesino, en especial en las épocas de duras confrontaciones con el PDP de Lisandro de la Torre. Desaparecería en los finales de los 70, cuando su propiedad había pasado a manos de miembros de la familia Lagos.

La Acción, por su parte, nacería como exponente cabal de la democracia progresista santafesina, dirigido en su etapa fundacional por Enzo Bordabehere y José Guillermo Bertotto (más tarde fundador, director y combativo periodista de Democracia), para ser adquirido luego por Francisco Scarabino y contar con dos ediciones diarias, una matutina y otra vespertina. Su trayectoria se interrumpiría en la década del 50, luego del derrocamiento de Perón. Scarabino, nacido en 1897 y muerto en enero de 1967, se había graduado como abogado en Córdoba, recibiendo el título de doctor en Jurisprudencia en 1920, en la Universidad de Buenos Aires. Su adhesión inicial al partido de Lisandro de la Torre terminaría con su incorporación a la UCR, a la que representaría como diputado provincial; convencional constituyente en 1921; concejal de Rosario (1939/40) y diputado nacional (1940/43).

José Guillermo Bertotto, a su vez, incursionaría también en la política como el anterior, aun cuando su pasión por el periodismo surgiría tempranamente; siendo un veintiañero (había nacido en 1886) se radica durante dos años en Montevideo (1907/8) e inicia su experiencia en las salas de redacción. Ese último año comparte con Rafael Barrett las páginas del periódico Germinal para denunciar en ellas, como lo haría el escritor anarquista español en El dolor paraguayo, la explotación de los mensúes en los yerbatales de Misiones. En 1912 trabaja en El Mercurio de Santiago de Chile y un año después se afinca en Rosario, donde residiría durante medio siglo.

Luego de haber integrado el staff de La Capital y La Reacción, funda el diario Democracia (1925), que se edita hasta 1942, para protagonizar coincidentemente una trayectoria política que lo llevaría a ocupar una banca en el Concejo Deliberante de Rosario y a ser dos veces elegido en la Cámara de Diputados de la Nación, en 1936 y 1940 respectivamente. Su diario se caracterizaría por sus furibundas campañas de todo tipo (contra la prostitución en Rosario, contra gobernantes y políticos), mientras su temible pluma se encargaba de repartir adjetivos de todo calibre e indignadas diatribas que formaban parte de su estilo y que más de una vez lo llevaron a las instancias judiciales. Moriría a avanzada edad en Mar del Plata.

Más larga vida periodística tuvo La Tribuna, fundado el 12 de octubre de 1928 por un grupo de notorios dirigentes del PDP como Enzo Bordabehere, Mario Antelo,Vicente Pomponio y otros, y cuya vigencia llegaría hasta superada la década de 1970.

La Tierra, como ya se señalara, surgiría como órgano periodístico de la por entonces recién constituida Federación Agraria Argentina, luego del Grito de Alcorta. Aunque comenzaría a editarse en 1912, como boletín oficial de la entidad ruralista, en junio de 1913 amplía su tamaño y va paulatinamente acrecentando el número de sus páginas hasta convertirse en diario en octubre de 1920. Su permanencia como vocero esclarecido de la FAA llegaría hasta el final del siglo XX, aunque sin la periodicidad cotidiana de medio siglo antes.

El Norte, de Rasmussen, La Nota (1919), Reflejos, de Caifaro Rossi, y Rosario Gráfico, en cuya redacción se destacaraWladimir Mikielievich, serían algunos de los diarios y periódicos rosarinos entre 1920 y 1930, enzarzados muchas veces en duros enfrentamientos por razones politicas o por problemáticas como la prostitución, que opondría a abolicionistas y reglamentaristas, con un estilo mucho más desenfadado que los diarios tradicionales, cierto tono sensacionalista en ocasiones y una dosis de humor no desdeñable, al que se unía, en algunos de ellos, un trasfondo anarquista que buscaba sin duda "espantar a los burgueses".

José María Caffaro Rossi, nacido en 1899 y muerto en Buenos Aires en 1973, ejerció el periodismo como vocación en diarios como La Razón, Última Hora y Libre Palabra y en revistas consagradas como Fray Mocho y Caras y Caretas; durante su residencia en Rosario funda Reflejos en 1928, que se destacaría, como su contemporáneo colega Democracia, por campañas periodísticas, en algunos casos de encendido y hasta agraviante tono, que le valdrían tanto adeptos como enemigos.

Por último, la popularidad alcanzada por cantantes y músicos, la aparición de la radiofonía, el éxito de las grabaciones discográficas y el impacto del cine sonoro, se conjugarían para posibilitar la aparición sucesiva de dos revistas dedicadas con exclusividad a las letras de tangos, valses y milongas y alguno que otro fox-trot y shimmy. Ambas, La canción moderna, de 1926, dirigida por el poeta lunfardo Dante A. Linyera, y su antecesora El alma que canta, fundada por Vicente Bacchieri, que desde 1916 y por varias décadas gozara de una enorme popularidad entre los sectores populares sobre todo, contarían en Rosario (como en el resto del país) con un mercado de lectores entusiasta, ávido de recibir regularmente las publicaciones y de cantar, aun sin la afinación de los profesionales, sus temas populares preferidos, desde Mi noche triste a Desde el alma.
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame” tomo III editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones