jueves, 3 de septiembre de 2015

Para todo tipo de males



Por Rafael Ielpi
Pese a la discreción y el pudor con que se hablaba de sexo y de enfermedades del sexo, y también de los inconvenientes femeninos deri­vados de la menstruación o de algunos de los problemas relacionados con sus órganos reproductores, se publicitaban y utilizaban toda otra gama de medicinas para aliviar los dolores mensuales de las damas, para contener flujos y hemorragias y, en definitiva, paliar los desánimos y la incomodidad en esos días en que todo perturba y molesta
Ya entre 1900 y 1908 aproximadamente, se hablaba de la eficacia del "Sanatal Midy", del que casi crípticamente se afirmaba que suprime la cupáiba, la cubeba y las inyecciones; de la "Apiolina Chapoteaut", pro­veniente de la RueVivienne parisina, apta para suprimir dolores y cóli­cos que suelen coincidir con las "épocas"; las "Pildoras Doradas del Dr. Williams" neoyorquinas, cuyos avisos rezaban: Hijas de Eva, doncellas y matronas: la función mensual es de suma importancia. El menor desarreglo trae palidez al rostro, agitación al corazón, violentos dolores de cabeza, hinchazón en las piernas. La niña que pasa a ser mujer, la matrona que espera un hijo, todo el sexo bello tiene una medicina inmejorable en estas pastillas. Es claro que no podemos publicar testimonios de esta.clase de enfermedades, pero en todas partes hay testigos de lo que queda dicho.
Entre 1910 y 1925, las señoras podían apelar al "Apiol Jorey" y al "Homolle", para los dolores periódicos o al "Neuralgine Merici" del que se consignaba: No contiene antipirina, no ataca al corazón ni estraga el estómago, del mismo modo que se les prometía cura a dolen­cias, pérdidas o irregularidades de las funciones uterinas con las "Pildoras Heleniennes de Naud", el "Depurativo Munt", el "Elixir de Virginia Nyrdal", las "Sales Iodo-Brómicas de Castrocaro" o el "Scheid's Ovarin".
De larga permanencia en el uso popular sería, en cambio, el "Lysoform", que hacia 1928 publicitaba sus bondades de esta manera: Madre: este ojo la vigila. "Lysoform", el antiséptico moderno, lo hace constan­temente y si descuida usted la higiene de sus hijas, representa una acusación, pues debido a esa negligencia suya pueden adquirir alguna grave enfermedad naturalmente femenina.
La gota, las hemorroides, el reumatismo, el lumbago, eran enfer­medades que, en las tres primeras décadas del siglo, constituían dolo-rosas experiencias para muchos habitantes de la ciudad. A ellas estaba destinado otro grupo de remedios y medicinas importados y nacio­nales de todo tipo y procedencia geográfica, igualmente publicitados como infalibles y cuyo uso entraría en un inmediato olvido a medida que la ciencia y la investigación avanzaran.
Las "almorranas" encontraban entre 1900 y 1910 su específico en la "Cura Pagliano", de la que el distinguido Dr. Bareggi de Milán dice: Me es sumamente grato declarar que la Cura Pagliano es de indiscutible uti­lidad; es tan eficaz que un cliente mío, enfermo de años, sanó completamente con una sola caja; la "Hemorroidina Salvatore", vendida en la Farmacia Labor, de Mendoza y Dorrego, o el "606 Francés", que garantizaba la curación sin operación, mediante una inyección aplicada por el Dr. Virgilio Magnani, diplomado como especialista en enfermedades secretas en la Universidad de París, con consultorio en San Juan 1224.
La gota, que era enfermedad difundida y directamente relacio­nada con una alimentación que propiciaba el aumento del ácido úrico, su principal causa, era atacada desde varios flancos por una far­macopea también diversa, como la "Tintura de Cocheux", de Lyon (Francia), el "Linimento Lippold" y el "Licor del Dr. Laville", el "Específico Bejean", el "Traitement du Chartreaux", el "Antagra Bisleri" italiano, remedio soberano y sin rival, introducido en el país, como la mayor parte de estas medicinas, por José Peretti desde Buenos Aires. Productos para la disminución del ácido úrico eran, hacia 1920/25, el "Salvitae" y el "Atophan", cuya publicidad informaba: Sólo los dioses conocen el origen de la gota: así decían los antiguos. Hoy se sabe que el causante de esta enfermedad tan dolorosa, es el ácido úrico. Atophan lo disminuye...
    La mayor parte de estas marcas estaba recomendada asimismo contra el reumatismo, aun cuando éste contaba con sus específicos: La "Untura Mahometana", el "Rheumasan", el "Ester Dermasan", el "Cumbia", que en 1922 aseguraba haber curado a 5000 pacientes, o el "Omagil", capaz de convertir (como lo insinuaba el dibujo de sus avisos) a un individuo encorvado y con muletas en un sonriente caminante... Para la ciática o lumbago,además de algunos remedios caseros, las farmacias podían ofrecer otro remedio patentado: "Thermosine Larochette", que en realidad no era otra cosa que una" hoja de algodón que, aplicada a la parte afectada, daba calor a la misma, aliviando siquiera en forma momentánea el dolor.
Los males y enfermedades estomacales, de los intestinos, el hígado y los riñones encontraban cura, seguramente (cuando no eran incu­rables, por supuesto), con una visita al médico; de todos modos, tam­bién para esas afecciones se producían en el mundo productos que, como era usual, se promocionaban sin control ni medida. En 1901, se podían hallar avisos del "Elixir Digestivo de Trouette-Perret" para enfermedades estomacales, que se aliviaban con una copita al terminar de comer. Con un halo religioso que no garantizaba su infalibilidad, se vendían asimismo el "Sufficit", esencias vegetales del Reverendo Padre Sauveur, que honra a la religión y a la ciencia, que servían para males de estómago, hígado, ríñones, etcétera y se vendían en la Droguería Na­cional, de Laprida y 9 de Julio: las "Satis", gotas de San Francisco del Reverendo Padre Aquiles Blois, capellán del Pilar, en la Recoleta porteña, y el "Agua de Melisa de las Carmelitas Boyer", contra digestiones pe­sadas y calambres estomacales, que se adquirían en la Farmacia del Mercado, de San Martín 1031 y que si no curaban seguramente ex­tenderían bendiciones sobre sus esperanzados consumidores.
Raíces menos celestiales (en todo caso telúricas) tenía en cam­bio el "Tecobe", para cura radical de la colitis y todas las enfermedades del estómago e intestinos. Los avisos del remedio indicaban que el mismo es un invento del cacique y médico toba Damián Meléndez o Aba Marangatú, con extracto concentrado de plantas medicinales del Gran Chaco. Otras medicinas para iguales dolencias eran el "Elixir Japonés Elster", el "Elixir Giol", el "Alcohol de Menta de Ricqles", el "Jarabe de la Madre Seigel"y el "Stomalix Saiz de Carlos", a los que se podrían agregar el "Carbón de Belloc", para digestión, eructos, pesadez, migraña, etcétera, y las "Sales Montecatini". Ya cerca de 1930, apa­recen el "Lactopeptine", en polvo y tabletas, y la "Peptolysina".
Como un antídoto contra los males del alcoholismo, funcio­naba una serie más reducida de productos, encabezada, en el mismo inicio del siglo, por la "Preparación Antialcohólica del Dr. Pismar", que en un solo día hace aborrecer la bebida y está comprobado científicamente que es un tesoro medicinal, porque evita la congestión cerebral y el envenenamiento de la sangre a causa de beber demasiado alcohol. Para justifica] la eficacia del remedio se encuentran a disposición del público 500 comprobantes de particulares y 24 de soldados de un batallón que han conseguido aborrecer la bebida con sólo una caja del específico...
La Droguería del Aguila, hacia 1905, anunciaba que las borracheras se curan con el poderoso 'Licor del Dr. Fluck", de procedencia londinense, de componentes puramente vegetales; poco después, el "Revertitis" anunciaba el final de la embriaguez con un solo frasco, que lo cura de ese vicio fatal. Hacia 1920, los fabricantes del "Polvo Colza" afirmaban que el bebedor podía ingerirlo sin saberlo en una taza de café, leche, té o en un vaso de licor o cerveza. Produce el efecto maravilloso de disgustar al borracho con el alcohol. Obra tan silenciosamente y con tanta seguridad que la mujer, la hija o la hermana del bebedor pueden administrárselo sin saberlo él...

Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones.