viernes, 4 de septiembre de 2015

Entre la tisis y el resfrío



Por Rafael Ielpi
La nutrida farmacopea de las primeras décadas del siglo se ocu paba asimismo de buscar remedio a las afecciones respiratorias y pulmonares de distinta magnitud, desde los catarros, resfríos, la gripe, la tos hasta la temida tuberculosis, hoy mucho menos difundida y entonces un flagelo de difícil curación en ciertas etapas. Los afectados por la "tisis", cuando podían pagarlo, encontraban alivio en las sierras cordobesas o las clínicas suizas. El resto, como Florencio Sánchez, poi ejemplo, terminaban en un hospital público, comidos por la enferme dad y, en muchos casos, la miseria.
Hacia 1901, el "Elixir Eadson" anunciaba la erradicación en tres días de tos y resfríos, mientras que un dramático aviso del mismo producto, en 1911, invitaba: ¡ Viva, viva todo el tiempo que usted pueda por que muerto estará por mucho tiempo, y con un resfrío puede sobrevenir una pulmonía! Para sugerir enseguida: Cúrese con este famoso remedio inglés. En este rubro, el uso de los jarabes era proverbial como lo es aún hoy, casi un siglo después, aunque los mismos provenían, lo que no ocurre ahora, en su mayor parte de Europa y Estados Unidos, hasta la apari­ción de los laboratorios nacionales.
Una nómina apretada, entre el 900 y 1930, incluiría los jarabes "Montegniet", Medalla de Oro de París 1897, elaborado por Fouris en la Rué Lebo parisina, también indicado contra males como la coqueluche y tos ferina; el "Lagasse", de savia de pino marítima; el "Pagliano"; el "Roche", fabricado en París por Hoffman, Laroche y Cía.; el "Tossana", cuyos avisos afirmaban: de gusto tan agradable que los chicos piden más; el jarabe de alquitrán "Parodi"; el "Negri", uno de los más antiguos por entonces; el "Uriz"; el "Guayacose", muy consumido entre 1910 y 1920, producido por Friedrich Bayer, en Elberfeld y el "Jarabe Esculapio", que las madres avisadas daban a sus hijos.
La tos rebelde se combatía también con pastillas de todo tipo, color y origen: las "Pastillas de Brown" (es cómodo y sensato llevar una cajita en el bolsillo, decían sus avisos en el Centenario); las del Dr. Puy, de las que se afirmaba: De los remedios que se hallan a la venta, es el único que publica su contenido y no incluye opio; las del Dr. Dentone; las "Pynehptus", las "Rin-Rin" (entre 1925/1930) y las "Catramina Bertelli", provenientes de los laboratorios Bertelli, de Milán. Y dos muy famosas: las "Pastillas Váida", elaboradas por H. Cannone en París (de célebre slogan publicitario que recomendaba: Entre pecho y espalda/ Pastillas Váida), o las "Pastillas del Dr. Andreu", también con su slogan a cuestas: Cada noche, tome una al acostarse.
A ese vasto catálogo, se agregaban por último remedios de diverso tipo: la "Solución Pautauburge" y el "Pectoral Legrain", de origen francés como las "Gouttes Livoniennes", de Trovette-Perret, de París, las "Cápsulas Cognet" o el "Papel Fayard", de la parisina Casa Fayard, que como el "Papel Wlinsi" del mismo origen tenían asimismo apli­cación para otras dolencias. La "Preparación de Walpole", procedente de Filadelfia, era un extracto que se obtiene de hígados puros de bacalao combinados con hiposulfitos y extracto fluido de cerezo silvestre y combatía la tos con dichos ingredientes. Que eran tan insólitos como los com­ponentes del "Sic", un suero animal, elaborado con extracto de las glándu­las suprarrenales del buey...
Más usual era el publicitado, hacia 1928, como "Método Bayer": ¿Principio de catarro? Córtelo inmediatamente: al acostarse, dos tabletas de "Fenaspirina" y una limonada caliente... La aspirina iba a ser, desde los años del Centenario, remedio indispensable para dolores de cabeza tanto como para fiebres, resfríos, etcétera. En marzo de 1914, aparecen ya avisos de "Aspirinas Bayer", que las publicitan indicando que hay que introducirlas en un vaso con agua donde al disolverse prueban su legi­timidad. .. Otra de las marcas de la misma firma sería, hacia los años 20, la también casi legendaria "Cafiaspirina".
Un aviso de este analgésico, en un ejemplar de Caras y Caretas, de 1925, contiene esta larga y fantástica parrafada publicitaria, que invita a gozar de la vida bajo el amparo de un remedio infalible: La alegría es fugaz. De pronto, cuando más queremos acercarnos a ella, huye y desaparece. Por eso, cuando pase por nuestra vida y se detenga en nosotros, hay que gozarla franca e intensamente. Si el vino o el baile o la tensión nerviosa o la vigilia nos causan al día siguiente ligeras consecuencias desagradables, ¡qué importa! La alegría viene pocas veces y la tristeza es compañera permanente. Además, con una dosis de Cafiaspirina no sólo desaparece, como por arte de encanto el dolor de cabeza, o el malestar o la depresión sino que el organismo recobra en pocos momentos su perfecto equilibrio...
De la misma época (1924/30) es el "Veramon", de Schering, para el dolor de cabeza y los dolores del período de la mujer; las tabletas "Krebbs", de cafeína y aspirina, de 1927 y el "Gardan", sucesores leja­nos de aquella "Neuralgine Merici" que, en 1900, anunciaba: hace desaparecer la jaqueca en Í0 minutos.
El muestrario incluye necesariamente a productos tan estram­bóticos como los "Glóbulos Secretan", que garantizaban la curación cierta en dos horas de la lombriz solitaria, como único remedio adop­tado en todos los hospitales de París, o la "Zarzaparrilla de Bristol", con­tra los vicios de la sangre y humores, quita inflamaciones y sana toda herida, a los que se pueden adjuntar los "Collares Royer", tesoro de la madre, providencia de los niños, electromagnéticos, contra las convulsiones y para faci­litar la dentición, que se importaban desde la Rué Saint Martin de París.
Algunos productos recurrían al apoyo de nombres célebres que si no garantizaban su infalibilidad por lo menos les aportaban el lus­tre adicional de su prestigio. Un ejemplo de ello es un aviso que anun­ciaba en La Prensa en abril de 1900: La célebre trágica francesa Sarah Bernhardt declara que el remedio más eficaz que ha conocido para calmar y curar las afecciones nerviosas es el "Compuesto de Apio de Paine" contra la neurastenia y la neuralgia.
Otros envolvían sus supuestas bondades en el ropaje de una perorata que prometía cura para todo pero sermoneando, como las "Pildoras Doradas del Dr. Williams": Los que por exceso de trabajo, indis­creciones juveniles u otras causas hayan perdido la facultad de reproducirse como Dios manda; los que sean víctimas de embrutecimiento, pérdida de la memoria, nerviosidad, falta de ambición, melancolía, miedo y demás síntomas que indican afecciones del sistema nervioso, debidas al desorden y desenfreno de la juventud; todos aquellos hombres que recogen ahora los frutos desgracia­dos de tiempos dedicados al libertinaje y malas prácticas, tienen el mejor reme­dio en nuestra preparación.
De los años entre 1915 y 1920 son anuncios que apelan a otros remedios, como la ducha a vapor "La Electa": ¿Sufre usted de enfer­medades? Y gasta su dinero inútilmente en remedios, sin conocer nuestro sis­tema sencillo, natural, por medio de la ducha. Sana cualquier clase de infla­maciones, resfríos, tos convulsa, neuralgia, etc. o los vibradores eléctricos, que ofrecían la vibración como agente curativo y tónico estimulante, a $ 10 cada aparatejo.
También los sordos o aquellos en vías de serlo contaban con sus aparatos, fáciles de obtener en las muchas farmacias rosarinas entre 1900 y 1930, desde los "Tímpanos artificiales del Dr. Plobner", cerca de 1910, al "Aparato eléctrico Phonette", superados luego por el "Phonol-Plastic", descubrimiento francés para la sordera, el zumbido de oídos, el vértigo, etc., o el llamado "Acusticón", de los años 20 al 30, con el que los sordos oyen enseguida, con toda claridad, cualquiera sea el grado de sordera...
Dos marcas usuales en la segunda mitad de los años 20 iban asi­mismo a sostener una vigencia que las ha mantenido como tales hasta nuestros días: el "Untisal", recomendado inicialmente para el dolorcito de barriga, cuando llora el nene o el no menos legendario "Linimento de Sloan", indicado, como el primero para torceduras, calambres o con­tusiones. Del mismo modo, llegarían a ser conocidas hasta no hace muchos años la "Sal de Frutas Eno", y la "Magnesia Erba", producida en Italia por Cario Erba.
Los avances de la medicina hicieron (como se mencionara) que la tuberculosis dejara de ser un mal bastante habitual para convertirse en una enfermedad para la que existen tratamientos y medicaciones eficaces. Era, sin embargo, un mal casi incurable hace ochenta, noventa años, aunque aparecieran remedios que intentaban reducir su peligro­sidad o, tal vez, lograr su curación.
Eso perseguían productos como el "Elixir Lágrimas de Pino", que justificaba sus virtudes de este modo: En todo el mundo los enfei mos de pulmones encuentran la salvación en las balsámicas florestas de pinos, pues la resina de los Pinos de los Andes combate y vence la tuberculosis; el jarabe "Tuberculicida Moura", llamado por su publicidad la salvación de los pulmones o el "Anistamian" de los años 20, producido por el Dr. Cario Marchesini, de la Universidad de Roma. Similares resultados buscaban para el asma el "Licor de la Estrella", de origen francés y el "Remedio de Himrod", así como el "Remedio de French" que garan­tizaba en un aviso de 1926, 30 años de éxito en su lucha por mitigar los efectos de la epilepsia.
Mucho menos graves, pero no por eso menos frecuentes, sobre­todo en la época invernal, en la que se constituían en un doloroso acompañante de los chicos y en especial de las mujeres, eran los saba­ñones, hoy otra curiosidad o casi. Contra los mismos, en los años del segundo centenario de 1916, se recomendaba la "Bujía de Ambrine", un aparato que se calentaba para luego ser pasado por el dedo o la parte afectada, ya que el calor (se decía) los hacía desaparecer. Mucho más rumbosa era la publicidad del "Ungüento Naftalán", el gran reme­dio de la Fuente Sagrada de Tiflis, que también aseguraba la cura de las dolorosas hinchazones.
Un capítulo aparte lo constituían, en el recuento de la farmaco­pea que conocían y consumían los rosarinos entre 1900 y 1930, los distintos tipos de aceites de hígado de bacalao, el "aceite castor", etcé­tera, cuya ingestión se tornara un suplicio para varias generaciones de impúberes a los que se obligaba a ese trance en la confianza de que el apestoso sabor no significara sino una anécdota ante su eficacia.
Desde 1900, eran usuales "La Holandesa", el champagne de los acei­tes de castor, aromatizado, efervescente, de acuerdo a su publicidad; el "Aceite de Hogg", uno de los tantos de ese tipo; la célebre "Emulsión de Scott", con la imagen del nórdico pescador (portando el bacalao/ de la Emulsión de Scott, como dijera el tango discepoliano), uno de cuyos avisos preguntaba: ¿A quién se le ocurre experimentar con medicinas nove­leras cuando sabe que la Emulsión de Scott ha probado su eficacia por tres generaciones?; el extracto de hígado de bacalao "Morubiline", un frasco del cual equivalía a 5 litros de aceite, o las "Pastillas McCoy", con el mismo componente.
Sobre aquel amargo brebaje una propaganda de La Franco Inglesa porteña,"la mayor farmacia del mundo", según Caras y Caretas, decía: Desde temprano hay que dar una robusta condición al nene para que cuando sea grande sea fuerte como un roble. Si su niño es flaco y débil, fortijiquelo. Lo mejor que existe es el aceite de hígado de bacalao. Opinión autorizada que, sin embargo, hubieran desmentido a grito pelado los miles de chicos rosarinos (y de todo el mundo) obligados a tragárselo sin chistar.

El aceite de hígado de bacalao era una de las cosas más asquerosas que he tomado en mi vida: no hay nada que pueda compararse con el gusto que tenía esa cosa. Era una tortura tomarlo pero en esa época, estoy hablando de ¡905, 1910 y unos años después también, a los pibes nos obligaban a tragar ese brebaje porque los padres tenían miedo a que los chicos fueran después débiles, flacuchos... Parecía aceite, de verdad, y yo trataba, cuando podía, de esquivarle a la cucharada que mi mamá tenía preparada antes de comer. Era peor: porque después la comida, por más rica que fuera, tenía un gusto a bacalao que mataba. Si era bueno o no, no sé, pero yo flacucho no salí...
(Julián Chandro: Testimonio personal recogido en agosto de 1985)


Hacia 1918, en muchas viviendas de la ciudad era de consulta periódica un libro que llegó a constituirse en popular, aun cuando proliferaban varios otros, algunos de ellos totalmente olvidados: El médico en casa, cuya publicidad resumía: Un remedio a tiempo evita en un 90 por ciento de los casos una enfermedad larga y costosa. "El médico en casa", del Dr. O'Gorman, es un libro que ustedes necesitan para prevenir todas las enfermedades; por sólo $ 1 usted tendrá Í000 recetas, 500grabados y 350 páginas
 
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones