lunes, 7 de septiembre de 2015

De boticas y farmacias



Por Rafael Ielpi
Todo este arsenal medicinal, o seudo-medicinal en algunos casos, tenía a las boticas primero y a las farmacias después como su natural ámbito de expendio y, a veces, su laboratorio o lugar de preparación. Los boticarios, en el siglo XIX e inicios del siguiente, como los far­macéuticos en los años inmediatos, iban a ser personajes importantes para la vida cotidiana de los rosarinos; preparaban los sellos antigri­pales y muchos de los remedios pasibles de ser preparados en sus locales; aconsejaban y recetaban según su leal saber (que a veces era mucho) y entender, y contribuían a la salud general, todo envuelto en el clima peculiar propio de las primitivas boticas o en la rebotica de las farmacias.

Con sus tubos, pipetas y probetas, con su mechero de Bunsen siempre encendido y su delicadísima balanza y sus papelito; con sus frascos de vidrio y porcelana y sus impresionantes latines grabados donde se guar­daban las drogas puras para las legendarias recetas magistrales; con los enormes libracos donde se las copiaba, creaban en conjunto el singular clima, con algo de esotérico que a la rebotica envolvía. Siempre despertó en el vulgo esa misteriosa trastienda respetuosa curiosidad, admiración y su pizca de temor. Era el sanctasantorum donde por mágica conjura de fuerzas superiores, como en un hechizo (así lo creían) se elaboraban los preparados que calmarían las toses desgarrantes, aliviarían los dolores, devolverían la salud maltrecha o la perdida.
(Tenenbaum: Op. cit.)


Un recuento de las primeras farmacias rosarinas, por lo menos de las más conocidas e instaladas en la zona céntrica, con omisiones y olvidos, podría incluir, además de la "Farmacia del Águila", que venía como botica del siglo anterior y la "Farmacia del Cóndor", a muchas otras. En 1900 eran concurridas las farmacias "Del Pueblo", de Gutiérrez y Zamboni, en Santa Fe 1078; "Británica", de Tier y Cía., en Tucumán y Entre Ríos; "Del Mercado", de Julio Zacchi, en San Martín 1027; "Industrial", de Manuel Puccio, en San Martín 1073;"Clérici", en Bulevar Santafesino 130; "De los Graneros", de Roberto Day, en el mismo bulevar esquina Güemes; "Popular", de José Bianchi, en San Luis 1026; "De la Sociedad Italiana", de Andrés Guastavino, en San Juan 940; "Bruna", de Ludovico Bruna, en San Martín esquina General López; "Cantan", de Luis Sabatini, en Salta y Buen Orden (España);"Modelo", de Spilimbergo Hermanos, en Rioja e Independencia, y "Del Fénix", de los mismos propietai ¡os, en Rioja y Corrientes.
También del año inicial del siglo eran las farmacias Pagliano
de Juan Maza, en San Martín y 9 de Julio;"La Sirena", de Enrique Botta, en Mendoza esquina Progreso;"Inglesa", de H.J. Hamilton, en Libertad 632 (que aún existe en el mismo lugar);"De la Sociedad Garibaldi", de Paulino González, en Corrientes y Mendoza; "El Angel", de Ricardo Sívori, en Rioja y Mitre;"Argentina", de Enrique Orecchio, en Rioja y Comercio; otra "Farmacia Del Pueblo", de Pedro González, en Buenos Aires y Mendoza; "Del Rosario", de Figueiras Hermanos, en Buenos Aires y Rioja; "Milesi", de Juan Milesi, en Libertad 1083; "Del León", de Oscar Bárbaro, en Rioja 1381;"Europea", de Guillermo Muller, en Avenida Buenos Aires 265; "Americana", de Antonio Basueto, en San Juan 1290, y "Nacional", de Carlos Muller, en Comercio y 9 de Julio.
Ya en el primer Centenario, se podían agregar a la lista, entre otras, las farmacias "Alemana", en San Lorenzo 1215; "Buenos Aires", en la calle del mismo nombre y Avenida Pellegrini; "Central" en San Luis y Laprida;"Del Obrero", en pleno barrio Refinería, en Gorriti y Cafferata; "Estrella", en 3 de Febrero y Belgrano; "Liber­tad", en Mitre y Montevideo, y "Oriente", en Corrientes y Urquiza. En 1913, avisos de los diarios consignan otras más: "Belgrano", de Santa Fe 1080; "Bristol", de Entre Ríos y General López; "Colón", de Urquiza y Balcarce; "Del Plata", de Salta 1993; "Franco-Alemana", en 3 de Febrero 2129; "Modelo", en Córdoba e Independencia; "Pirovano", en Corrientes esquina Salta; "Progreso", en 9 de Julio y 25 de Diciembre;"San Martín", en Cochabamba y San Martín; "Palermo", en Rioja y Rodríguez, y "Española", en Avenida Alberdi 461, Arroyito.
Cerca de 1920, y camino a los años 30, Rosario contabilizaba nuevas farmacias en el registro de este tipo de comercios: "Dina­marquesa", en San Lorenzo 1215;"Lister", en Salta y Pichincha, en pleno barrio de la mala vida;"Pasteur", en Pte. Roca y Avenida Pelle­grini; "Platense", en Santa Fe y Pte. Roca, y "Tiscornia", en Maipú y San Juan.
De algunas de ellas, quedan sólo memorias; de otras, algún car­tel olvidado en un edificio destinado a otros fines o en vías de demo­lición; de algunas más, frascos que descansan en un Mercado de Pulgas o en algún local de anticuario; de otras, la milagrosa conti­nuidad en el rubro. Ellas, y los miles de remedios para todas las enfer­medades, formaban parte también de la vida cotidiana de la ciudad en las primeras tres décadas de un siglo, que para algunos recién comenzaría realmente en 1920.
Sin embargo, al margen de esa numerosa legión de remedios, pócimas, bálsamos, jarabes y grageas que, en muchos casos, tenían el respaldo científico que podía ofrecer la época, existía una medi­cina casera, empírica y cercana a lo mágico o supersticioso, una me­dicina popular proveniente tanto de la tradición de muchos de los pueblos cuyas costumbres llegaran a Rosario con la inmigración, como de los usos y prácticas de origen rural traídos por los provin­cianos afincados en la ciudad.
Muchas de las enfermedades, contratiempos o males de la salud demandaban inicialmente, sobre todo entre 1900 y 1930 (y aún supe­rando algunas décadas subsiguientes) y en especial en los estratos populares, la intervención no de un profesional de la salud sino de algunos de los "idóneos" o "dotados" para esas curas que parecían mágicas o milagrosas, gente capaz de remediar desde el mal de ojos a la culebrilla o desde la insolación al empacho. Curanderos y curan­deras diseminados en todos los barrios rosarinos, a los que se recurría con la misma fe y la misma esperanza con que se ingerían algu­nos de los remedios de dudosa eficacia que se promocionaban en los diarios y las revistas.

En los patios de malvones y glicinas de Buenos Aires o Rosario, la medicina popular reinaba tranquila. Sólo ante alguna falencia en el rece­tario familiar se permitía recurrir a ese profesional supletorio y temido llamado médico. "Que yo recuerde", nos confesaba un amigo rosarino, "en casa nunca entró ninguno. Mamá se daba maña". La mamá venía de Sicilia, pero había vivido en las chacras de la pampa gringa, donde su sabiduría adquirió el necesario color local.
(Hugo Ratier: La medicina popular. Centro Editor de América Latina, 1970)

De ese modo empírico se curaban entonces (y es posible que aún hoy, en algunos lugares de la vasta geografía argentina sin excluir a Rosario) afecciones como el popular "mal de ojo", a través de La división o no de una gota de aceite vertida en un plato de agua, o la insolación, muy habitual en los chicos que jugaban largas horas al rayo del sol veraniego, para la que se empleaba un paño colocado sobre la  cabeza del "paciente" sobre el que se invertía, en rápida maniobra que evitara el derramamiento del liquido, un vaso colmado de agua. Si ésta bur­bujeaba, como al hervirse, era señal de que la temida insolación se con­vertía en un mal recuerdo.

El parche poroso se vendía en las farmacias y se ponía para los dolo­res; se suponía que curaba. Se pegaba en la zona dolorida y se lo dejaba unos días. Otra costumbre era la purga. Por ahí, pasaba uno y el padre le decía: "A ver, vos: hace mucho que no te purgas, ¡vení para acá!" A veces a la mañana te despertabas con unos dolores de panza que te que­rías morir.Y te daban unos yuyitos purgantes que se llamaban "Té Josclín". Otro remedio casero común era la ventosa. A veces veías tipos en la pileta o en el río con las marcas de las ventosas en la espalda...
(Smaldone, testimonio citado)

Elementos tan heterogéneos como la recurrida barrita de azufre para la tortícolis o dolores en el cuello o la espalda; el ajo para repeler molestos insectos, la untura blanca o el alcohol con alcanfor para el "pecho tomado", las telarañas como cicatrizante, la mostaza que reme­diaba la excesiva presión sanguínea, y los yuyos o hierbas de distintas cualidades como la ruda o el palán (tan eficaces como parece serlo el aloe contemporáneo) constituían parte del arsenal de esa medicina casera y en muchos casos eran tan eficaces como la legendaria "tirada del cuerito", que sanaba los molestos empachos infantiles.

Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones