viernes, 14 de agosto de 2015

La cancha: liberación o dependencia



    7 de octubre de 1925. Se celebra el segundo centenario de Rosario, del poblado nacido como Pago de los Arroyos. Como parte de los festejos, las autoridades del Ferrocarril Central Argentino colocan la piedra fundamental de la nueva Estación Rosario. Lo que se había comprometido a realizar en 1908, sin cumplirlo y aprove­chando como pretexto la guerra de 1914-1918, se dispone ahora a ejecutarlo.
En verdad, a los ingleses les surgen los apuros porque necesitan defenderse de la competencia francesa que ya posee algunas líneas ferroviarias, controla negocios de exportación y explota el puerto de Rosario.
El Central Argentino pretende, con esta obra, presionar para obtener la cesión de más terrenos sobre la ribera rosarina. Se trata, en forma casi encubierta, de concretar otro de los negocios que vienen a caballo de la red ferroviaria: el de la tierra. Un año después, en 1926, los concejales dirán no al pedido y postergarán por un tiempo el proyecto. Aunque los ingleses no claudicarán en el intento.
El problema de las tierras genera una confrontación entre la empresa británica y las autoridades municipales, que cuentan con el aval de los vecinos de la ciudad. Como se ha venido dando -en otra medida, claro está- con los dirigentes de Rosario Central por los espacios verdes cedidos para la cancha de fútbol.
Es más, hasta el 7 de setiembre de 1925 lo único que ata a Central con el ferroca­rril es el terreno cedido para el campo de juego. Y los socios del club, cansados de las presiones y de estar mudándose periódicamente, resuelven en una asamblea extraor­dinaria liberar e independizar a Rosario Central de los ingleses.
Es que, desde el nacimiento en 1889 cuando los funcionarios Lucas y Russell concedieron el permiso para que el "field" del club se instalara dentro de la empresa entre los portones 3 y 4, se había tenido que peregrinar de un lugar a otro.
El primer disgusto se produjo en 1894: la empresa solicitó que le devolvieran ese predio porque lo necesitaba. En poco tiempo hubo que desalojar el sido e irse con los arcos a otra parte. Un filantrópico británico, H. Ollendorf, cedió una propiedad que tenía en barrio Talleres en la avenida Alberdi y Jorge Harding. Pero el loteo de la zona, años después, volvió a dejar sin cancha al club.
Hasta que se llegó a la Villa Sanguinetti tras intensas gestiones con el Ferrocarril. En "Memorias de Rosario" el historiador Wladimir Mikielievich la describe así:
"La cancha, allí instalada en 1902, con alrededor de 15.000 metros cuadrados, de los que unos 5.000 pertenecían al ferrocarril y el resto a los sucesores de Bernardo SanguinetÜ, lindaba por el norte con numerosas vías; por el este cerraba la calle Catamarca a unos cien metros al oeste de la calle Constitución; por el sur ocurría lo mismo con la calle Castellanos, cortada por la cancha cien metros al norte de la calle Tucumán y la continuación de la calle Catamarca seguía cerca de veinte metros antes de llegar a la calle Alsina".
Conocida como "la cancha del cruce Alberdi" o "la cancha de Talleres", se llegaba viajando en el tranvía 5. Cerca de la calle Alsina y al sur de la cancha se levantaba una casa de dos plantas: la Villa Sanguinetti, nombre de sus propietarios.
Cuenta Mikielievich que los días de "partidos promocionados como importante», colocábase alrededor del tejido de alambre, por la parte interior, una ancha faja con­feccionada con bolsas de arpilleras para impedir presenciar los partidos sin abonar entrada, precaución poco efectiva para los más audaces que, encaramados sobre los techos de vagones de carga, casi permanentemente estacionados sóbrelas vías férreas existentes casi tocando el sector norte del campo de juego, burlaban impedimentos visuales".
En ese campo de juego brillaron las figuras de la época de oro de Rosario Central: Zenón Díaz, los hermanos Hayes, Danny Oreen, Vázquez, Serapio Acosta, Rota. Perazzo. Debutaron los hermanos Blanco y los Flynn. Y muchos más.
Con la euforia que el equipo despertaba se construyó una tribuna de veinticinco metros, con tablones pintados de verde, y con un cartel en la escalera de acceso: "Para socios solamente".
En 1918 el Ferrocarril reclamó los terrenos. La convivencia entre los dirigentes del club y las autoridades de la empresa no era de la mejor. Y éstos siempre priorizaban los negocios al espíritu deportivo.
Lo cierto es que, de buenas a primera, Rosario Central debió buscar otro terreno. Los directivos retomaron el diálogo con los funcionarios del Central Argentino y consiguieron un predio cercano situado, en la descripción de Mikielievich, "al co­mienzo de la calle Iriondo, contra la calle Facundo de Zuviría, hoy Central Argentino, lindando con los viejos terrenos de esa empresa que, frente al comienzo de la calle Humberto Io, siguen teniendo acceso por el Portón n° 1".
Todo fue de golpe. La Liga Rosarina, al enterarse, emplazó a Rosario Central para poner el "field" en condiciones en 48 horas, de lo contrario el equipo debería jugar contra Argentino en cancha de éste. Y en 48 horas hubo que mudarse. Dirigentes, jugadores e hinchas empleados del ferrocarril trabajaron sin tregua durante dos días: se alisó el terreno, se lo demarcó pintándose las líneas, se colocaron los arcos y se trasladó el alambrado de la vieja cancha.
Pese al esfuerzo, los jugadores tuvieron resto para enfrentar a Argentino. Perdían 1 a 0 y Zenón Díaz empató de penal. El partido terminó 1 a 1.
La convivencia en el fútbol rosarino volvió a complicarse. En 1920 Central se retiró por segunda vez de la Liga, y junto a Gimnasia. Nacional, Sparta y Santa Fe constituyó la Asociación Amateur. En 1922 se reintegró a la Liga, y en el año poste­rior obtuvo invicto el título de campeón.
Pero las relaciones de los ingleses con la comunidad rosarina y con Central conti­nuaban mal. Ya era presidente Federico Flynn -había asumido en 1918-, y notaba las diferencias. Periódicamente el Ferrocarril insistía en recuperar los predios que cedía en parte por cuestiones comerciales y en parte -según decían los centralistas- porque sus autoridades no habían asimilado nunca que el club se acriollara y permitiera que ingresaran socios que no fueran empleados de la empresa.

Fuente: Extraído del Libro “ de Rosario y de Central.” Autor Jorge Brisaboa.Editorial Homo Sapiens . Impreso de noviembre 1996