martes, 14 de julio de 2015

DISFRACES Y DISFRAZADOS



Por Rafael Ielpi  
   El ajetreo que producía la llegada del Carnaval era enorme e iba desde la preparación de los disfraces (disfrazarse era por esos años una costumbre general, que nadie encontraba ridícula ya que incluso se rivalizaba en los atuendos) a los ensayos de las murgas y compar­sas, la preparación y decoración de las carrozas, carros y vehículos utilizados en el desfile de los corsos vecinales. Abundaban los disfra­ces tradicionales, desde las damas antiguas a los osos y de los caba­lleros cortesanos a los gauchos de utilería. En muchas casas de barrio se cosía afanosamente durante algunas semanas, para que los chicos y también los grandes estuvieran en condiciones de no desentonar en las jornadas de Carnaval.
Otros recurrían a los comercios rosarinos que se ocupaban de tener surtido de todo lo necesario para esas jornadas. Así, en 1900, se iba al negocio de E. Llusá y Cía., en San Juan 1071, especialista en trajes de disfraz de todos los gustos y variedades, donde también se podía uno surtir de globitos, caretas, serpentinas, adornos para tra­jes y pantallas, además de los pomos de la acreditada marca "El Cóndor". En 1902, se podía hacer lo mismo en Cesario y Cía., en Córdoba 1170, que contaba también con un local llamado "Kikirikí", en San Martín al 1100, donde a los pomos y serpentinas podían sumarse micolina, volcanes, petacas y otras novedades de Carnaval. Disfraces y trajes para bailes y comparsas podían adquirirse asimismo en una de las grandes tiendas rosarinas,"La Favorita", o en su vecina y competidora "La Pratense", de Rioja y Sarmiento.
También ofrecía mercadería apta para esos días Manuel Piaggio, con negocio en San Juan 1151, especialista en pomos de las acreditadas marcas "Bellas Porteñas" y "Crandwell", globitos de goma, etc., según un aviso de esa época. Ambrosio Pérez, por su parte, recibía anualmente pomos con agua perfumada en su comercio de San Luis 1030, hacia 1910, y entre ese año y 1918,1a tienda "A la Ciudad de Roma" ven­día cantidades enormes de papel picado a 50 centavos el kilo y ser­pentinas a $ 7 el mil. Bombas y fuegos artificiales, por los mismos años, eran provistos por Leonardo Morís, en 9 de Julio 763 o Miguel Coviello, en el 1046 de la misma calle.

En Carnaval, había grupos que se disfrazaban de negros escobe­ros. Había rivalidad entre los distintos barrios y los integrantes eran generalmente de los sectores más bajos. Cantaban: "Chicumba, chi-cumba... " Se peleaban, a veces a cuchilladas. Yo los veía en la calle, disfrazados de negros; además, había otros grupos que se preparaban durante todo el año. Aprendían versos gauchescos e iban por las casas y algunos hasta improvisaban. Me acuerdo de haberlos visto durante años. Además, había comparsas. En la calle Ricchieri, entre Mendoza y 3 de Febrero, había un tipo que organizaba una de ellas: la com­parsa se llamaba "Corazones unidos".
(Smaldone: Testimonio citado)

Aquellos carnavales, sobre todo los que tenían su corso en la zona del Parque Independencia, sobre Avenida Pellegrini o Bulevar Oroño, llegaron a ser, de verdad, la fiesta popular por excelencia, al punto de contar, incluso, con su rey permanente. Éste sería, a partir de los años 40 en adelante, un inmigrante español con veleidades de poeta, inocente e inmune a muchas de las bromas que jóvenes estu­diantes y periodistas desaprensivos le hacían, una de las cuales con­sistió en coronarlo como permanente "Rey del Carnaval" rosarino. Aquel hombrecillo de corta estatura y entendimiento, iba a asumir ese rol como parte de una realidad que no era otra cosa que ficción, y la ciudad lo aceptaría como tal (a despecho de la broma cruel que diera origen al asunto y más allá de lo grotesco del personaje) durante muchos años.
Su nombre, Alfonso Alonso Aragón y su esmirriada figura vestida con  el manto y portando la corona y el cetro de rigor, sobre una carroza alegórica (captada por innumerables cámaras fotográficas, durante décadas) forman parte ya de una módica pero no menos entrañable mitología urbana que muchos rosarinos se empeñan en resguardar de la destrucción del olvido y otros califican, acaso con excesivo rigor si no con soberbia, de anecdótica chauvinista preocupada por inventariar sucesos y rescatar personajes, cuyos probables méritos indi­viduales son puestos al servicio de una improbable y nostálgica identidad rosarina.
En la Academia del profesor Gaspary nos colocaban un orna­mento, un cubo o un conjunto de cosas, que debíamos dibujar a nues­tro entender. En ese lugar conocí al "poeta" Aragón, que servía de modelo. Era un personaje grotesco que solía concurrir a varios luga­res de recreación y con pretensión de poeta lograba que lo convida­ran a comer o beber. Generalmente usaba ropa que le regalaban. En cuanto a la calidad de su poesía puede juzgarse con la que creó cuando los alumnos de nuestra academia le pidieron que hiciera un poema a Beethoven. Pensó breves instantes y declamó "Ben... Ben... Ben, / el gran músico Beethoven...
(José Grunfeld: Memorias de un anarquista, Nuevohacer, 2000)


El personaje había nacido en Monzón, Palencia, en enero de 1891 y arribó a Rosario en 1921, luego de trabajar en Buenos Aires, indica Mikielievich, como capataz de un grupo de hombres-sandwich desde su llegada a la Argentina en 1910. Alternaría en los ambientes noc­turnos con periodistas, escritores y gente de teatro que lo consideraban dislatado poeta, y fueron los que inventaron la fábula de su ficticio rei­nado, al modo de la gobernación de Barataria que Sancho Panza reci­biera de los burlones nobles.'Aragón, hombre ingenuo e inocente de las crueldades de que fuera objeto, trabajó casi hasta su muerte como mandadero de una serie de comercios establecidos en la zona aledaña a la estación Rosario Norte. Murió en Rosario el 21 de diciembre de 1974 y fue enterrado en un nicho donado por las autoridades municipales en el Cementerio El Salvador.
Sin embargo, Aragón no había sido el primero en ser ungido con el ficticio título real. Una nota de la ya mencionada revista La Juventud del 6 de marzo de 1870, daba cuenta de un antecesor: Hablamos todavía del carnaval. Es el asunto del día. Aún más, no ha pasado del todo, pues que hoy recién se hace el entierro solemne del Rey de la alegría o mejor del angelito o cupido Santos Fernández, que tan mag­níficamente ha representado el rol de Rey del Carnaval.
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones