lunes, 6 de abril de 2015

De esponsales y mansiones



Por. Rafael Ielpi 
 El casamiento de Alfredo J. Rouillón con María Hortensia Echesortu, hija de Ciro Echesortu (quien cedería a la pareja su man­sión en Alberdi, la hoy restaurada "Villa Hortensia"), celebrado el 21 de abril de 1901, es un buen ejemplo de otro de los aspectos de la vida social, aunque no el único, como se verá. El lustre social de ambos hizo que su boda se convirtiera en un acontecimiento que congregó, por lo demás, a casi toda la hígh socíety rosarina y a una concurrencia impor­tante de curiosos, ávidos por ver de cerca a la que las revistas sociales del momento describían como una de las jóvenes cuya belleza y cuya dis­tinción tan pregonadas han sido en el Rosario, adorno de los salones elegantes, que a sus gracias físicas une los mayores encantos morales e intelectuales.
      Los esponsales tuvieron todo lo que marcaba la etiqueta y los ape­llidos: ceremonia en la Catedral, conducida por el padre Grenón; orquesta para la Marcha Nupcial de Mendelsohnn, que sonó en cuanto la pareja puso los pies en el templo, y el Ave María de Gounod, que novios y cortejo escucharon de rodillas mientras los invitados se ocu­paban de cogotear para contabilizar presencias del mismo abolengo y  el resto de los espectadores se conformaba con esperar la salida de los recién casados, que no tendrían la tradicional fiesta posterior, pues el luto del novio impidió efectuar en la casa de los Echesortu otra cosa que un té, según puntualizaba La Idea.
El ajuar de la novia colmó las expectativas de las damas de su clase e hizo suspirar a más de una de las mujeres que "bichaban" el acontecimiento desde la Plaza 25 de Mayo: Vestía la señorita Echesortu un espléndido traje, maravilla de confección, formando túnica pricesse sobre raso blanco recogido de un lado, chattelaine mogen age de azahares y cola lila de raso. Llevaba en la mano un ramo de azahares en un cartucho del mismo encaje del vestido; el peinado alto imitaba el antiguo chignon suje­tando en la parte posterior el tenue velo de punto de Inglaterra, debajo del cual una pequeña corona de flores se prendía a los negros cabellos, porme­norizaba La Idea para satisfacer a las interesadas lectoras.
En la casa de los Echesortu, dispuesta con toda magnificencia, se agrupaban los elementos propios de las mansiones de la haute: luces, tapices, obras de arte, objetos de marfil, moblaje europeo, matiza­dos por los ramos de flores que llegaban, mientras el capítulo de los regalos constituía un maravilloso bazar de joyas, de objetos valiosísimos, de ramos caprichosos de orquídea. Toda la flora de los jardines e inver­náculos de la ciudad, que hacia 1900 tenía al "Jardín del Ferrocarril", de Entre Ríos 239 como uno de los proveedores de orquídeas del Rosario. Entre 1910 y 1923 aproximadamente, arreglos florales, plantas, arbustos, etcétera, podían adquirirse en "Au Printemps", de Córdoba 850, especialistas en parques y jardines; "El Jardín Japonés", de Falip Hermanos, en Mitre 955; la "Semillena Inglesa", de Robert Brownig, y "Al Jardinero Moderno", de J. Catherine, de Sarmiento 882, a los que se sumarían muchos otros, algunos en barrios como Echesortu o Alberdi, que atendían las necesidades de las respectivas zonas de la ciudad.


También los presentes k entonces eran distintos de los regalos de hoy. Figuraban m primer término alhajas, collares, anillos, diademas, aderezos, caravanas, piochas, flores k piedras. Entre los objetos no faltaba nunca el juego de lambo ie plata, que tenía un lugar destacado en los cuartos de vestir de las casas de entonces. Estoy viendo esas habitaciones alhajadas con la moda de fines de siglo, cuando imperaba el estilo Luis XV, en los muebles de nogal de Italia, con sus curvas y adornos característicos y sus espejos y guardas doradas. Aquellos roperos inmensos de tres cuerpos, aquellas toilletes y aquellos lavabos, también de nogal con tapa de mármol donde el juego de plata lucía primorosamente sus piezas. Entre los dentar objetos de moda, contábanse infinidad de fuentes, lámparas de pie, a mecha y querosene, y mesitas de todos los tamaños, piezas de Sevres, bibelots, terracotas, negros venecianos o estatuas, que irían a acrecentar la amonto­nada copia de adornos que lucían las amplias salas de entonces.

(Gastón Federico Tobar: Evocaciones porteños, Guillermo Kraft, 1949)


En octubre de 1903, la misma revista menciona como la nota social más alta del año a una suntuosa fiesta ofrecida a sus relaciones, que eran numerosas, por Víctor Recagno y su esposa, Gilda Zenoglio de Recagno. El ámbito sería su elegante y regia morada de la calle Buenos Aires. El mismo año, a mediados de diciembre, el casamiento de Saturnino Funes dio lugar al inevitable banquete en la Confitería "Los Dos Chinos", donde los invitados debieron firmar la tarjeta-menú de rigor, agregando un pensamiento acerca del matrimonio. La anécdota sirve para ejemplificar costumbres pero también con­vicciones de la época.
El elegido para redactar la primera frase fue el abogado Perfecto Araya, uno de los intelectuales más distinguidos de nuestros círculos sociales y que por sus antecedentes amorísticos (sic) era el más indicado para llenar satisfactoriamente la misión que se le confiaba, dice La Idea. Araya los decepciona al declararse partidario del celibato junto a otros cuan­tos caballeros, quienes rubrican el siguiente mensaje al novio: ¡Vete! Que encuentres en el cielo de sus ojos místicos, placeres y halagos infinitos: esos son nuestros deseos. Nosotros no arriamos la bandera: seremos mártires de la libertad, pero nunca mártires del amor que encadena; firmaban Araya, Modesto Cabrera, Otorino Costa, Jorge Doncel, Juan Aliau, Francisco Netri, Arturo Gámez y dos o tres más.
Los que no quisieron adherir escribieron "profundidades" como éstas: Las cadenas de la libertad son peores que las del matrimonio (Antonio Cafferata José A. Campos); ¡Ojalá todas las cadenas fueran como las del matrimonio! (Antonio López Zamora, Eduardo López, Artemio Sánchez, Alfredo Goytía), mientras hubo quien, como Oscar C. Meyer, se lavó las manos en forma olímpica: Es un homenaje pero no me com­prometo al respecto...
  La Idea, que en su afán de detallar cuanto episodio ocurriera en aquellas veladas sociales de principios de siglo era capaz de Ile­gal ,1 la minucia, lograba a veces que sus notas tuvieran aciertos de humor impensados, como cuando describe a Otto Grieben, uno de los adinerados rosarinos de entonces, como un distinguido caballero, comer­ciante él, rubio tirando a canario, y conocido por sus exquisitas espiritualida­des, que aunque muchas veces las dice en inglés, es tan amable que enseguida las traduce a nuestra lengua para que las gocen aquellos que no comprenden el idioma de la rubia Albion...
Las convenciones sociales en lo que respecta a noviazgos, com­promisos y matrimonios eran inamovibles entonces, como lo demues­tra, por ejemplo, la breve noticia periodística que a mitades de 1910 daba cuenta (por tratarse de apellidos a los que valía la pena distin­guir) que el señor Juan Marull ha solicitado y obtenido la mano de la seño­rita Silvia OrtizVivanco para el señor Juan Ramón Marull, no habién­dose aún fijado la fecha de la boda, pero los festejos ya están empezando. No menor difusión tenían los casamientos de hombres y mujeres vinculados con el sector social más relevante.
En octubre del mismo año, La Capital informa del enlace Eduardo Ortiz-Augusta Burger, que, ya se adelanta, constituirá una de las notas sociales más salientes del año, a la vez que anuncia que los desposados par­tirían de inmediato a Europa para la ritual luna de miel. También en ese caso se mencionan los habituales apellidos de muchos de aquellos inmigrantes o hijos de inmigrantes enriquecidos en la ciudad, princi­palmente con la actividad comercial: Guillermo Heindenreich, Otto Grieben, José Arijón, Enrique Herwig, Pablo Wiedenburg, etcétera.
    La relevancia de estos eventos sociales perduraría casi las tres primeras décadas del siglo: en 1916 se destaca como evento social des­collante el compromiso matrimonial de María Susana Recagno con el doctor Juan V. Gil, que incluíala obligada recepción en la casa paterna de la novia, con invitación a las familias de la sociedad rosarina. Sobre finales del mismo año, el casamiento de Amalia Gollán con el inge­niero Manuel J. Cafferata motiva otro revuelo en la sociedad local: por las vastas vinculaciones de los contrayentes, este enlace dará margen a una brillante fiesta social, adelanta la prensa.
Los casamientos "de campanillas", como se los llamaba, eran capaces de ocupar la atención del Rosario de entonces un par de semanas, ya que se convertían en la comidilla social de una ciudad atenta a ese tipo de acontecimientos que, de algún modo, la sacaban de la rutina cotidiana, de la misma manera que lo hacían las grandes divas del teatro o de la ópera, los grandes tenores y trágicos italianos y las novedades que, como el cine o la fonografía, venían a traer sacu­dones de progreso a la ciudad.
Uno de aquellos casamientos fue el de Lucrecia De Elía con Matías MacKinley Zapiola, en noviembre de 1913, con el Dr. Nicanor De Elía como padrino, que lo era tanto de bodas como de duelos. Los esponsales fueron bendecidos por el presbítero Nicolás Grenón en la Catedral, un privilegio otorgado por lo general sólo a los grandes apellidos, con orquesta y coro dirigidos por el maestro italiano Pasquale Romano, que se lució con la marcha nupcial de Tanhauser de Wagner. La fiesta, en el llamado "Palacio De Elía", de Bulevar Oroño y Men­doza, derivó, entre champagne francés y exquisiteces diversas, en un "afile" entre Ciro Echesortu (h) y María Susana Recagno ambos jóvenes exponentes de la high rosarina, según lo consigna al pie de una fotografía de ambos la revista Monos y Monadas de esa fecha.
De Elía era un próspero abogado, de origen porteño, nacido en 1864 y arribado al Rosario treinta años más tarde. Aquí, sería asesor legal de algunas de las más importantes empresas e instituciones de la época, como el Banco de Londres y Río de la Plata, el Banco Inglés de Sudamérica, las compañías de teléfonos, aguas corrientes y electri­cidad. Fue parte en juicios resonantes y también empresario, lo que le permitiría consolidar una importante fortuna.
Unos años más tarde, en septiembre de 1915, una revista porteña hacía la crónica social de otro de esos casamientos "de campanillas", el de María Elena Castilla con Carlos Firmat Lamas, cuyos testigos portaban también apellidos notorios como Lorenzo Larguía, el ubicuo De Elía, Francisco R. Güeña y el ex intendente Luis Lamas, pariente del novio. La publicación consigna: El templo de Nuestra Señora del Rosario había sido artísticamente arreglado, especialmente el altar mayor, que resplandecía de luces, tules y guirnaldas de rosas y camelias blancas.
La puntillosa descripción de los vestidos de la novia y sus invi­tadas sirve asimismo como manual de la moda de ese tiempo: Lucía elegantísima toilette de tul de ilusión con manto de charmesse, guía de aza­hares y muguet en el peinado, que realzaba notablemente su delicada belleza,  dice de la joven desposada, pasando x enumerar después: Seguíanle doña Sara Rozas de Lamas, con taffetas negro y azabache, loca de fantasía; Elrmira Sohn de Castilla, de encaje negro con adornos chantilly, lo, a negra de tul; Carolina del Campo de De Elía, de seda floreada, encajes y toca negra; María Susana Recagno, de encaje blanco, malinas fondo rosa y sombrero negro con aigrette. Toda una mini-guía social.
Lo ulterior no escaparía a lo usual en fiestas de ese núcleo so< i.d recepción a los invitados en los salones de la "Rottiserie Cifré", donde el salón principal había sido habilitado para el baile y el hall y los demás salo nes contiguos fueron ocupados por pequeñas mesas dispuestas con todo buen gusto y adornadas con preciosas corbeilles de flores naturales. Dentro de ese marco de lujo y distinción es de imaginarse el cuadro encantador que ofrecería esta fiesta que señala el enlace más aristocrático del año, se entusiasmaba la añeja publicación.
    Aquella parafernalia social no iba a ser sin embargo privativa de los primeros años del siglo ni del Centenario. Casi sobre el filo de las tres décadas que abarca este libro, en 1929, las revistas porteñas como El Hogar, Para Ti, Atlántida e incluso Caras y Caretas, ya en sus últimos años de aparición, incluían a veces con gran despliegue gráfico, los acontecimientos sociales de Rosario, como el casamiento Rouillón-Tietjen, realizado en el por entonces llamado "Palacio Rouillón", actualmente conocido como "Villa Hortensia", con frente sobre calle Warnes entre Superí y Herrera, mirando a la Plaza Alberdi.

Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones