jueves, 2 de abril de 2015

Paisanos y gauchos en los orígenes de los barrios ribereños de Rosario. -Arroyito y el Puente Ludueña



Por Jorge Tomasini Freyre

La ribera occidental del Paraná desde la desembocadura del Carcarañá hacia el sur, es un sector de la cuenca del Plata donde corren múltiples arroyos grandes y pequeños.
Sus tierras forman parte del sur de la provincia de Santa Fe y el norte de la de Buenos Aires, región tempra­namente denominada "Pago de los Arroyos", y recordado hasta hoy por la ciudad de San Nicolás de los Arro­yos, como lo fuera alguna vez nuestra ciudad: Capilla de Nuestra Señora del Rosario de los Arroyos. Los conquistadores introdujeron en la fauna de la región los yeguarizos y los vacunos que procreándose en libertad dieron lugar a riquezas antes inexis­tentes.
A fines del siglo XVII erraban los ga­nados sin dueño conocido, dispersos al sur del Carcarañá en el extenso pago de los arroyos, donde muchos años después se levantarían poblaciones y ciudades, hoy importantes centros in­dustriales y agroexportadores del país.
Durante aquel siglo la demanda eu­ropea de cueros y ganado vacuno en pie con destino a los mercados altoperuanos, igualmente de mulares, deter­minó a los hacendados santafesinos a concentrar sus principales actividades en la cacería del ganado cimarrón con fines comerciales.
Al igual que en muchas sociedades coloniales americanas, en Santa Fe se conformó un grupo de poder cuyo ob­jetivo común fue el control de los re­cursos y el manejo de la política local. Las familias de Fernández Montiel, Santuchos, Aguilera, López Pintado, Gayoso, Jiménez Navarro, Ramírez Gaete, Márquez Montiel, Gómez Re­cio, Romero de Pineda, entre otras, fueron al mismo tiempo cabildantes, estancieros, criadores de muías, accioneros de vaquerías y comerciantes. El arroyito vertía sus aguas en el Para­ná en tierras que por entonces pertene­cían a Antonio de Vera Mujica, tierras que, en 1719, fueron adquiridas por los Jesuitas de Santa Fe que fundaron la célebre estancia de San Miguel del Carcarañá.
Desde una frustrada y discutida merced real otorgada en 1656, Vera Mujica fue adquiriendo tierras que se extendieron de la desembocadura del río Carcarañá al norte, hasta el "Sanjón de Salinas" o el "Paraje de Salinas" al sur con una profundidad aproximada y variable de seis a diez leguas hacia el oeste. El arroyito denominado en los docu­mentos como "de Salinas", fue el lími­te de dichas propiedades que las sepa­raron a partir de 1689 de la merced real concedida a Luis Romero de Pineda, que se extendía desde ese punto hasta la Matanza, entre lo que hoy es arroyo Frías y Arroyo Seco. Según los historiadores Ricardo Orta Nadal y Bernardo Alemán, el arroyito fue así nominado, en virtud de haber establecido en ese sitio su campamen­to Bartolomé de Salinas que adquirió derechos de acción sobre el ganado ci­marrón en el pago o bajada de "Don Lorenzo" hasta el arroyo que tomó su nombre.
Según Cervera, en 1681, Romero de Pineda había otorgado a Salinas su de­recho de acción a los ganados en dicha región, en garantía de un préstamo en dinero. Pocos datos hemos obtenido acerca de la personalidad y activida­des de Bartolomé de Salinas, pero lo cierto es que la región del Valle Cal-chaqui y el Pago de los Arroyos eran objeto de indiscriminadas cacerías de ganado cimarrón, muchas de ellas clandestinas, practicadas por vaqueros provenientes de Santiago del Estero, Córdoba y San Luis.
En noviembre de 1673 el Cabildo de Santa Fe prohibió vaquear y hacer fae­nas de sebo y cueros en la otra banda del río Carcarañá hacia el sur, a solici­tud de los vecinos de Santa Fe y Bue­nos Aires, accioneros de ganado cima­ rrón de la zona. A los infractores se les daría por perdidos los animales reco­gidos, cabalgaduras, carretas y bueyes, pena que se aplicaría por mitades a la Cámara de su Majestad y construcción de la Iglesia y Convento de San Fran­cisco.
A los indios, negros, mestizos y mula­tos que intervinieran les serían aplica­dos 200 azotes. Hernandarias, nuestro primer gobernador criollo, había pro­hibido la participación de estos últi­mos en las mencionadas funciones.
En todo caso, los accioneros debían justificar sus derechos ante el Cabil­do para hacer recogidas o matanzas.
Para las concepciones jurídicas de la época, la propiedad de dichos ganados correspondía a los sucesores de los ve­cinos y familias fundadoras de Santa Fe, Asunción o Buenos Aires que ha­bían poblado sus campos de ganados, y que luego se dispersaron debido a negligencias, ataques de los naturales o epidemias diversas.
El derecho de recogida o faenamiento de animales se denominaba "acción de ganado" y sus titulares "acción de ganador" que eran los personajes que en definitiva organizaban las vaquerías. 
Según Emilio Coni, el primer permiso que se conoce fue concedido por el Cabildo de Buenos Aires al portugués Melchor Maciel en 1608, permiso que sentó las bases de la doctrina que men­cionamos. Sin embargo, otros autores sostienen que dichas funciones fueron practicadas en Santa Fe en fechas muy anteriores. Se fundamentan en las ins­trucciones que el Cabildo de Santa Fe entregó al procurador de la ciudad Fe­liciano Rodríguez en febrero de 1594, en el sentido de solicitar al Goberna­dor de Asunción autorización para va­quear en jurisdicción de la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de Buenos Aires, en virtud de la ayuda que Santa Fe prestó para la fundación de aquella ciudad. Apunta Bernardo Alemán, que el origen de los ancestros del gaucho se en­cuentra en las vaquerías santafesinas, ya que sus protagonistas naturales fueron los "mancebos de la tierra", al­tivos mestizos hijos en su mayoría de conquistadores y guaraníes. Paisanos muchos de ellos, otros "mozos perdi­dos", nombrados así por Hernandarias en 1617 en carta dirigida al Rey de España, quienes tenían por costum­bre aquerenciarse en campos ajenos viviendo en total libertad lejos de la autoridad de los accioneros y funcio­narios reales.
Santa Fe por obra de Hernandarias, pobló de estancias y ganados el litoral rioplatense, naturalmente los "mozos perdidos" que más tarde serían llama­dos "changadores","camiluchos","gauderios o gauchos", siguieron la ruta de la expansión pobladora santafesina. Estas últimas denominaciones utiliza­das peyorativamente como adjetivos o sustantivos, eran aplicadas a persona­jes trashumantes contrabandistas de cueros y ganados, ladrones de caballos sin domicilio y oficio conocido, y al igual que los paisanos eran expertos en el manejo del caballo, el lazo, las boleadoras y el cuchillo. Cuestión distinta fue la consagración literaria del gaucho como paradigma de la nacionalidad argentina, que pre­tendía Leopoldo Lugones en sus escri­tos, especialmente en "El Payador" (1916), donde confunde las virtudes naturales de los paisanos habitantes de la campaña, atribuyéndolas sin mayor análisis al gaucho. No tuvo en cuenta los documentos depositados en nues­tros archivos y tampoco las observa­ciones históricas de Félix de Azara, Martín de Moussy, Francisco Muñíz o Lucio V. Mansilla, donde queda claro que el gauderio o el gaucho, era el pai­sano marginado por infractor a leyes humanas y positivas necesarias para una convivencia más o menos civili­zada.
Mal podía ser considerado como el protagonista principal de una epopeya nacional, pero la creación literaria se impuso a la realidad histórica, y hoy en el uso coloquial de nuestra lengua el paisano y el gaucho pueden conside­rarse como sinónimos. El paisano era el habitante de la cam­paña con trabajo y residencia determi­nada, que tanto podía desempeñarse como agricultor, estanciero, capataz o peón de campo en sus diversas va­riedades, arreador, tropero, puestero o conductor de carretas. En oportuni­dades el paisano fue también, milico, comisario de campaña, comandante militar, Alcalde de la Hermandad y Juez de Paz.
Además muchos de ellos poseían ofi­cios diversos como albañiles, zapa­teros, carpinteros, herreros, pero el denominador común es que en su ma­yoría eran hábiles en las tareas cam­peras. Las vaquerías requerían una fuerte inversión de capital, representa­do por el valor de numerosas carretas, bueyes, caballos y recursos financieros para pagar anticipadamente los víveres de la expedición, los salarios de los desjarretadores, cuereadores, sebeadores, capataces y peones en general. Según Emilio Coni, estas expedicio­nes requerían entre cuarenta y cien paisanos, que incluyendo vicios había que mantener por espacio de tres a seis meses, que es el tiempo medio que de­mandaba una excursión con provecho económico.
El derecho de acción en general estaba asociado a la herencia y a la propiedad de la tierra, pero fue un derecho inde­pendiente otorgado por los gobernado­res o los cabildos con valor propio que podía donarse o enajenarse. En la década de 1670, Luis Romero de Pineda defendió ante la justicia contra Tomás Gayoso, su derecho de acción de ganado en el rincón del Carcarañá y la bajada de Don Lorenzo (San Lo­renzo). Gayoso se consideraba titular de esos derechos por haber heredado una estancia de su abuelo macano Cristóbal Martín de Betancourt casado con Isabel Arias Montiel, que abarca­ba desde la Matanza al paraje de los "Tres Arroyos" hoy Pavón, del Medio y Ramallo. que conformaba parte de la merced real otorgada por Hernanda­rias a Alonso Fernández Montiel.
Esta estancia fue poblada de vacunos por Betancourt en 1645, que luego se esparcieron por todo el territorio del Pago de los Arroyos. Sin embargo, An­tonio Vera Mujica informó que el título de principal accionero de ganado ci­marrón en el espacio comprendido en­tre el Carcarañá y la Matanza (Arroyo Seco), correspondía a Martín de Vera y Aragón. Romero de Pineda que obtuvo un amparo del gobernador de Buenos Aires, acreditó con documentos feha­cientes ante el Cabildo haber adquirido esos derechos de manos del capitán Pe­dro de Vega y Aragón, hijo del antiguo titular mencionado por Vera Mujica.
No caben dudas que el origen del poblamiento de Rosario en el paraje del Saladillo estuvo íntimamente vincula­do con la actividad de las vaquerías. Romero de Pineda vecino de Santa Fe fue Alcalde de la Hermandad en 1665, procurador general de la ciudad en 1679, y Alcalde de segundo voto en 1681, pero sus ocupaciones habituales e intereses estaban en el campo. Dicen algunos autores, que su esposa Anto­nia Alvarez de la Vega por escritura de abril de 1651, aportó como dote al matrimonio una media legua de tierras en el Cululu.
En 1674 celebró un contrato de fletamento por el cual se obligó a transpor­tar hacia el Tucumán 24.000 cabezas de ganado, y años después, lo encon­tramos vaqueando en la "otra banda del Paraná" (Entre Ríos) junto a su yerno Juan Gómez Recio. Cuando obtuvo la merced real de 1689, su elección no fue casual, conocía las ventajas de estas tierras para la reco­gida, cría de vacunos y mulares. Dicen diversos autores, que en 1719 se esta­bleció en el arroyo Salinas Antonio Ludueña, propietario de tierras en el paraje Ascochingas las que tuvo que abandonar debido a los reiterados ata­ques de los naturales, emigrando como otras familias al Pago de los Arroyos. Según Alberto Montes, su residencia en la región se prolongó por muchos años, otorgando testamento ante el Alcalde de la Hermandad José Bene-gas en 1643. Construyó su vivienda y corrales en las inmediaciones del arroyo, cuya permanencia en el lugar determinó que el sitio en adelante, fuera conocido como "de Ludueña" trastocando el original "de Salinas". Ludueña se estableció como agregado en la porción de campo perteneciente a Luis Gómez Recio, nieto de Romero de Pineda.
Vino acompañado de sus yernos Luis Farías, José Villarruel y su nieto polí­tico Santiago Montenegro casado con Bernarda Farías, al parecer todos ellos se afincaron en estos pagos según apre­ciaciones de Augusto Fernández Díaz. Montenegro era propietario de carretas y bueyes e intervenía en las faenas de los vaqueros, en junio de 1726 aunque no fue sancionado, el procurador de la ciudad de Santa Fe lo denunció por haber extraído dos carretadas de sebos en tiempos que dichas faenas estaban prohibidas.
Se estableció en la Capilla del Rosario, criador de ganados, agricultor, dueño de una atahona y pulpería. Prosperó en sus negocios, ocupó el cargo de Al­calde de la Hermandad en los arroyos, pudo adquirir una lonja de terreno en lo que hoy constituye el centro de la ciudad, construyó el edificio de la Ca­pilla ya que la primitiva de Gómez Re­cio estaba en ruinas, y en 1757 donó los terrenos en el sitio donde hoy se encuentra la Basílica y el Palacio Mu­nicipal.
Es posible que a partir del poblamiento de Ludueña en el arroyito, otros paisa­nos se radicaran en la zona. En el pa­drón levantado por el Alcalde Bernar-dino Moreno en 1815 de las personas que habitaban las inmediaciones del Ludueña y San Lorenzo, reveló la exis­tencia de unos 536 moradores entre va­rones, mujeres y menores, incluyendo agregados, esclavos, libertos, pardos y morenos.
La mayoría nativos de la Capilla, otros paisanos provenían de Córdoba, San­tiago del Estero, Corrientes, Paraguay, Santa Fe, Buenos Aires, Coronda y San Nicolás, registrándose algunos europeos generalmente españoles. En cuanto a ocupaciones y oficios, se ad­vierte un grupo numeroso de labrado­res, hacendados y estancieros, sin dis­tinguir quiénes eran propietarios de las tierras que trabajaban.
Los padrones muestran hacia mitad  del siglo XVIII un alto porcentaje de familias radicadas en campos ajenos con viviendas, vacunos, yeguarizos y sementeras, en virtud de lazos de pa­rentesco, arrendamiento, amistad o relaciones de trabajo con los propieta­rios. En otros casos eran simplemente intrusos. También existían capataces y peones de chacras, maestros de posta y postillones, sargentos, cabos y solda­dos, pulperos, albañiles, carpinteros, zapateros y sastres. El Cabildo de Santa Fe fue suprimido en octubre de 1832, y con él las funcio­nes judiciales, de modo que la Junta de Representantes sancionó el Reglamento Provisorio de administración de Justicia en enero de 1833, creando un Juez de pri­mera instancia en lo civil y criminal con jurisdicción en toda la Provincia.
 Por el artículo sexto se creaba un Juez de Paz con jurisdicción en el depar­tamento Rosario, acompañado de dos comisarios para la Villa, y en la cam­paña se designarían los que fuesen ne­cesarios, unos y otros a propuesta del juez de paz y sin sueldo alguno.
No sabemos quién fue el primer comi­sario de Arroyo Ludueña designado en diciembre de 1836, suponemos que se trató de Mariano Alcacer, quien fue nombrado o reelecto a principios de 1838 que tenía bajo su mando una par­tida celadora compuesta de un cabo y ocho soldados.
Desde antiguo aparecen las pulperías, algunos nombres de sus titulares han llegado hasta nosotros. En el padrón de 1815 se registra a José Díaz, puntano de 31 años, casado, y Vicente Ugarreta, vizcaíno de 67 años, solte­ro. En otros documentos de la Jefatura política (1854-60) se mencionan: Juan Caro natural de Santiago del Estero, Francisco Farías natural de San Lo­renzo, José de la Cruz Ríos natural de Córdoba, Pantaleón Urraco, José Alvarado, Felipe Pereyra, Juan Santos Rodríguez, Isidoro García y Lino Ibáñez naturales de Santa Fe. En 1858 Urquiza estableció el saladero "Once de Setiembre" alarde de tecno­logía industrial para la época, ubicado un cuarto de legua hacia el sur del Lu­dueña. Poseía un ferrocarril interno y un muelle sobre el Paraná desde don­de se exportaban sus productos hacia Brasil, Cuba y mercados de ultramar. Fuente importante de trabajo para los lugareños, sobre una liquidación de salarios de artesanos y operarios per­manentes del saladero encontramos las siguientes denominaciones: des-nucadores, desolladores, desmarcado­res, cuereadores, cabeceros y paleros, hachadores, charqueadores, zorreros, limpiadores de playa, conductores de carretas a Rosario, carreteros de playa, saladores de cueros, cargadore de cueros en el muelle, desgrasados fogoneros, herreros, toneleros, capatces y troperos.

Un puente sobre el Ludueña
Fue justamente Samuel Navarra administrador del saladero, que conjuntamente con otros vecinos presentó un proyecto para tender un puente sobre el Ludueña. Se hizo cargo de la iniciativa Nicasio Oroño Jefe Político y Presidente de la Muni­cipalidad, tomando en cuenta el nuevo camino que unía en línea recta Rosario con San Lorenzo, marginando en este tramo el camino real y la célebre posta del Espinillo (hoy ciudad de Capitán Bermúdez), donde el coronel de Gra­naderos José de San Martín se detuvo la noche anterior al glorioso combate de San Lorenzo.
Oroño llamó a licitación pública me­diante avisos en los periódicos loca­les, presentándose como postulante el vecino de Rosario y subdito del Reino de Prusia, Tomás Fuhr, propietario de la mueblería alemana ubicada en calle Rioja N° 142.
La propuesta redactada en seis artícu­los en términos generales establecía: El constructor se comprometía a ten­der un puente sobre el Ludueña de 16 varas de largo por cinco de ancho de madera de pino de Rusia, afirmado con durmientes de pinotea para darle la solidez y fuerza necesaria para resis­tir el peso de las carretas cargadas, y de los vehículos que acostumbraban a transitar por el camino a San Lorenzo. El costo se estimaba en unos mil pesos plata, valor de los materiales y mano de obra.
El Gobierno de la Provincia se obli­gaba a conceder al proponente en propiedad perpetua, una manzana de terreno a cada costado del puente, y en ambas márgenes del arroyo. Igual­mente concedería autorización para cobrar el derecho de "pontazgo", cuya tarifa se proponía de la siguiente for­ma: Por cada carreta vacía, medio real; por cada carreta cargada, un real; por volanta vacía, medio real; por volanta cargada, dos reales; por animal carga­do, un cuarto real. Las personas de a pie, los animales sueltos, los pasajeros a caballo, como todos los militares y empleados en el servicio público no pagarían peaje. Dicho derecho se re­servaba el contratista por el término de seis años, a cuyo fin pasaría en propie­dad a la Municipalidad. El 24 de mayo de 1863, Oroño aceptó la propuesta, elevando los anteceden­tes al Gobierno de la Provincia que la aprobó el 9 de abril de aquel año y for­malizó el convenio por escritura públi­ca. Tomás Fuhr transfirió sus derechos sobre el puente y la finca que constru­yó en una de las manzanas cedidas por el gobierno, a Nicolás Sotomayor por escritura de compraventa fechada el 23 de enero de 1867 y pasada ante el es­cribano Luis María Arzac, estipulán­dose el precio en cuatro mil quinientos pesos bolivianos.
Según el historiador Wladimir Mikielievich, Sotomayor construyó un nuevo puente de madera de veinte varas de largo por diez de ancho, con herrajes y barandas de hierro, que según su opi­nión debió ser una construcción muy sólida, ya que desde 1886 circulaba el "tramway" arrastrado por una yunta de caballos, que partiendo de la plaza 25 de Mayo llegaba hasta el Pueblo Alberdi.
Años más tarde, Fuhr instaló en Punta Barrancas la primera fábrica de tierra romana del país, desde el río podían observarse hasta hace poco tiempo las una especie de galena excava­da para extraer la tosca.
En octubre de 1855, por iniciativa de Nicasio Oroño, se emplazó en la pla­za principal la piedra fundamental del proyectado monumento a la Constitu­ción, que terminada la obra, consistía en un pedestal sobre el que se asentaba una columna de estilo jónico que re­mataba con una estatua alegórica de la Libertad. En sus ángulos se colocaron cuatro columnas menores, que soste­nían vasos de mármol a guisa de lám­paras votivas, rodeándose el conjunto con una alta verja de hierro. Demetrio Isola construyó la columna, Tomás Fuhr la estatua alegórica, por la que cobró cien pesos plata como consta en un recibo firmado el 19 de noviembre de aquel año. (1)
Fuhr casó con Ignacia Laborda, tuvo una hija llamada Ana, nacida y bauti­zada en Rosario el 23 de julio de 1868. Radicado en Buenos Aires, su capaci­dad e inventiva no declinó, se dice que en 1885 inventó el afirmado doble de madera, que patentó denominándolo "Pavimento Argentino".

Nota

(I) Museo Histórico Provincial "Dr. Julio Marc"
Archivo de la Jefatura Política-Año 1855-Recibos varios.
Bibliografía:

Cervera Manuel M. "Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe". 2da. edición. Univer­sidad Nacional del Litoral. Santa Fe de la Vera Cruz, 1980

Fernández Díaz Augusto. "Rosario desde lo más remoto de su Historia 1650 a 1750". Esta­blecimiento gráfico Pomponio. Rosario. 1941. Montes Alberto. "Santiago Montenegro Funda­dor de la Ciudad de Rosario". Instituto de Estu­dios Nacionales. Rosario, 1977.
Coni Emilio A. "Historia de las vaquerías del Río de la Plata 1555-1750". Editorial Platero, Buenos Aires, 1979.
Viglione de Arrastia Hebe M.Ly Alonso Sebas­tián. Padrón de habitantes del Arroyo Ludueña y San Lorenzo en 1815.
Centro de Estudios Genealógicos e Históricos de Rosario. Boletín N" 3. Rosario, 2005.
Mikielievich Wladimir. "Memorias de Rosa­rio". Secretaría de Cultura, Municipalidad de Rosario, 1986

Fuente: extraído de la Revista “Rosario y su historia y región” Fascículo N• 137 de Febrero de 2015.