martes, 7 de abril de 2015

LA MENUDA VIDA DIARIA



Por Rafael Ielpi
 
  Pero 1927 tendría otras noticias cotidianas igualmente impac­tantes para los lectores de diarios más allá de los raids, las hazañas de la aviación y la notoriedad alcanzada por un deportista argentino, el nadador Alberto Zorrilla, que el 19 de mayo establece en Estados Unidos el récord mundial de 400 metros espalda. Un comentario de La Capital, en el mes de marzo, es buen ejemplo: No pasa un día sin que aparezcan uno o dos casos de suicidio: es realmente increíble.
El diario, en realidad, no hacía otra cosa que consignar una serie de episodios de ese tipo, algunos de ellos fatales, que se sucederían con extraña frecuencia en la ciudad en dicho mes, en una especie de epidemia. El día 10 una mujer casada de 42 años se suicida con cia­nuro de potasio, una de las soluciones más usuales para esos tétricos fines, mientras simultáneamente una ama de casa casi adolescente ingiere ácido nítrico con la misma intención, aunque al quedar fuera de peligro afirma que fue por error, y un policía de 27 años hace la prueba (felizmente fallida) de dejar este mundo bebiendo una buena dosis de creolina.
La racha no cesa sino bastante después, sirviendo de botón de muestra un resumen casi telegráfico que el diario mencionado incluye en sus páginas policiales, bajo el título de "Tres suicidios de mujeres", siempre en marzo de 1927: A una empleada doméstica de 22 años se le rompió una tulipa mientras la limpiaba. Dejó una nota: "Como he roto la luz del comedor, prefiero la muerte a recibir un reto" y se disparó un balazo en la cabeza. Otra mujer de 20 años tomó cianuro de potasio y dejó una carta diciendo estar cansada de la vida. Otra, desconocida, también de 20 años, se suicidó con cianuro.
Una noticia del mismo año suma otro caso: En el almacén de Necochea y Gaboto, Carmen Pucheta, de Í8 años, se sentó en una mesa del despacho de bebidas contiguo y pidió un vaso de vino blanco, al que le agregó un frasco entero de tintura de yodo, ingiriéndolo sin que nadie pudiera impedirlo. Fue llevada al Hospital Rosario y salvada de la muerte, que había buscado por despecho a su amante, que la expulsara del rancho en que coha­bitaran. Sin embargo, La Capital agregaba un dato alentador y una razonable sugerencia: La Dirección de Higiene de la provincia de Buenos Aires ha resuelto prohibir la venta libre de cianuro de potasio; se solicita que Santa Fe la imite...
Pero las palmas en materia de noticias policiales se las llevarían, a comienzos del año, las andanzas de un ladrón al que por su habilidad para escapar de las rejas la prensa y la gente terminaron por bautizar como "El Fantasma", mote con el que se lo designaba incluso en los partes policiales. Durante una semana, desde el 22 al 29 de enero, el delincuente consiguió sembrar el pánico en la ciudad con sus incur­siones, que terminaban con la substracción de joyas, dinero y cuanta cosa de valor caía en sus manos. El primero de esos días entra en dos casas y roba, y el 24 queda a un paso de ser detenido al ingresar en una vivienda céntrica, mientras dos días después, un par de desocupados contribuyen al temor generalizado: Se han entretenido durante todo el día en molestar por teléfono a numerosas familias titulándose El Fantasma, se lee en los diarios. Mientras aquellos desconocidos se hacían pasar por él, el ladrón seguía entrando y saliendo a su antojo de casas ajenas.
El escurridizo terminaría, como era previsible, en un calabozo el 29 de enero. Francisco Ortells, alias "Gorra Overa" o" Fifí", un pro­fesional del saqueo domiciliario, se confesó entonces autor de cerca de treinta robos en la ciudad, a la que llegaría huyendo de una orden de captura que la policía porteña mantenía infructuosamente vigente desde 1915. La especialidad de saltar tapias y violentar celosías sin agredir a los moradores, a los que en general trataba de encontrai dormidos, le permitió ganarse más de una simpatía popular, aumentada por comentarios periodísticos que daban cuenta de su picardía: Cuenta Ortells que para conocer a los empleados de Investigaciones, concurría los días de retreta a la Plaza San Martín y confundido entre los paseantes, observaba a los pesquisas ya que sabía que éstos salían por el portón de la calle Moreno.
Todavía en febrero, las acciones del singular personaje del hampa no había decaído sino todo lo contrario: El Fantasma cuenta en nuestra  ciudad con muchos admiradores y no pasa día sin que alguien lo visite para conocerlo y cambiar algunas palabras con él. Un empresario le mandó un colchón nuevo de regalo, precisaba La Capital. Con la remisión del preso .1 Buenos Aires, su leyenda se diluiría rápidamente hasta desaparecer (li­la memoria de los rosarinos. Como un verdadero fantasma.
Otro episodio policial merece ser exhumado del olvido, aunque más no sea por el nombre del comercio en el que ocurrieran los hechos, el "Almacén de los 51 gauchos", en Alem casi esquina Mendoza, al que lo han bautizado así los criollos que concurren allí, todos los cuales se consideran hombres de ley y buenos camaradas. Aquel año 1927, y siguiendo el relato periodístico, parco y con cierto aire de tragedia del suburbio, por la falta de saludo de uno de ellos, otro se sintió ofendido y salieron a la vereda a las 5 de la tarde y uno disparó tres veces apoyando el caño de su revól­ver 38 sobre su brazo izquierdo. Cuando llegó el agente de facción que estaba a una cuadra, encontró al asesino fumando un cigarrillo, el revólver en la mano y mirando fijamente el cadáver, entregándose sin resistencia.
Mucho menos olvidables resultarían otros hechos, como la inau­guración del edificio de la Federación Agraria Argentina, levantado en la esquina noreste de Mendoza y Sarmiento (hoy ocupado por la sala teatral "Manuel José de Lavardén" y dependencias oficiales), sobre una superficie de 1200 m2 y con un costo de $1.600.000 El inmue­ble, habilitado el 3 de marzo de 1927, serviría para la instalación de la redacción y oficinas del diario La Tierra, órgano oficial hasta hoy de la entidad nacida como consecuencia directa del "Grito de Alcorta" en 1912, que ocuparía el subsuelo, y contaría con un espacioso salón-teatro para congresos y conferencias, un ala de alojamiento para via­jeros y un comedor.
Otra inauguración de campanillas, casi contemporánea a la ante­rior, sería la del Stadium Municipal, en Ovidio Lagos y Bvard. 27 de Febrero, el 3 de abril, con una fiesta deportiva que incluiría encuen­tros de foot-ball, lawn-tenis, carreras ciclísticas y pedestres, partidas de pelota y un curioso y seguramente irrepetible resultado en el partido de básquet, que según La Capital fue de 17 a 0...
Un día después, el progreso llega también a la zona norte de la ciudad, con la entrega de una obra pública largamente esperada: la pavimentación del Bvard. Rondeau desde el puente del arroyo Ludueña, Arroyito, hasta el límite del municipio, faja oeste del boulevard, que acaba de ser pavimentada con granitullo. Los trabajos, realizados por la empresa Guida & Bugnone, sufrieron retrasos y suspensiones ese año por una causa digna de ser rescatada: la partida de 3 mil toneladas de granitullo, que había sido traída a Rosario por el buque escuela ruso "Tovarich", fue desembarcada y trasladada para su colocación hasta el mencio­nado bulevar. La piedra, sin embargo, por efecto de la carga y descarga y otros zarándeos en el traslado en carros, había sufrido desgaste en sus aristas, lo que no la hacía apta para su colocación. La demora hizo que los trabajos, que debían terminarse a finales del año anterior, concluyeran ya avanzado 1927.
El barco soviético era uno de los muchos que atracarían en el puerto ese año, en cuyo primer mes ingresaron 180 buques de ultra­mar. El aumento del movimiento portuario tenía mucho que ver, para alguna prensa como La Capital, con la influencia que los britá­nicos seguían manteniendo en el país: Esta intensificación de las activi­dades se debe a las buenas referencias dadas por el cónsul británico en esta ciudad al ministro inglés, quien a su vez informó al gobierno de Londres res­pecto de las grandes ventajas que ofrece el puerto de Rosario a la navegación de ultramar por sus condiciones técnicas, la buena organización de la autori­dad marítima que mantiene en perfecto orden la zona portuaria y recibe y despacha a los buques con rapidez y precisión y otros factores más que no pueden hacerse extensivos a otros puertos de la República, inclusive el de la Capital Federal.
Un reclamo final tendría vigencia hasta casi finalizado el siglo XX, cuando recién se diera respuesta oficial a lo que se demandaba hace casi ocho décadas atrás: ¿Qué hacen los poderes públicos en beneficio de nuestro puerto? El dragado de los pasos principales del río Paraná y del Río de la Plata debe ser motivo de preocupación permanente para las autori­dades nacionales...
La ola de habilitaciones e inauguraciones que se produciría ese año, a la que aludía Álvarez, incluiría la de la fuente de la Plaza Sar­miento, entregada a la ciudad el 14 de agosto por la colectividad belga, una hermosa obra cuyos gansos de bronce patinados de verde for­maron parte de la escenografía de ese paseo público hasta casi mediada la década del 90, cerca ya del fin del segundo milenio, cuando la desaprensión de las autoridades y el vandalismo de los inadaptados terminaron por destruirla, y cuando ya los surtidores de agua, los gan­sos y el gesto de los belgas había quedado definitivamente converti­dos en melancólico recuerdo. Un poco antes, sobre fines de junio, se coloca la piedra fundamental de la Capilla Nuestra Señora de La Piedad, proyectada por tres profesionales de larga y perdurable obra en la ciudad: Gerbino, Schwartz y De Lorenzi, complemento del cementerio inaugurado en 1889 sobre una superficie de 33 hectáreas, en el oeste de la ciudad.
El 13 de julio, los rosarinos se enteran de un hecho ocurrido del otro lado del océano que tenía, sin embargo, profunda relación con la ciudad: El 14 de mayo pasado se llevó a cabo en Ñapóles la fundición del bronce en las dos estatuas ecuestres del general Belgrano que los ítalo-argentinos regalan a las autoridades de Genova y Rosario. Este bronce es originario de uno de los cañones tomados al enemigo por Belgrano en la batalla de Salta y que se encontraban en el Museo de Arsenales de Buenos Aires.
La fundición del cañón, construido en España en 1775, dio como resultado 42 lingotes de bronce que servirían de materia prima al escul­tor Arnaldo Zocchi, autor de las estatuas. El monumento al creador de la bandera nacional se inauguraría ese mismo año, emplazado sobre el Bvard. Oroño, frente al Parque Independencia, culminándose de ese modo las gestiones que se encargaran en el Viejo Mundo a uno de los "prohombres" rosarinos, el ex intendente Santiago Pinasco. Otros apellidos destacados como el de éste darían origen, el 12 de octubre del mismo año, al diario La Tribuna, entre cuyos primeros directores se contarían Mario Antelo, Enzo Bordabehere y Vicente Pomponio, todos ellos bajo la sombra protectora de Lisandro de la Torre y de los hom­bres del Partido Demócrata Progresista, al que respondería política­mente el nuevo órgano de prensa.
Otra noticia proveniente también de fuera de las fronteras del país iba a provocar reacciones solidarias tanto en Rosario como en todo el mundo. Los primeros días de mayo, se movilizan por las calles de la ciudad los trabajadores de distintos gremios, indignados al conocerse la sentencia a muerte de Sacco y Vanzetti, luego de un largo e indigno proceso. Hubo enfrentamientos, muchas vidrieras céntricas rotas y pedreas reiteradas contra aquellos ómnibus y tranvías cuyo personal no se había sumado a la protesta.


Durante la campaña por Sacco y Vanzetti salíamos a fijar carteles: le dediqué largas horas de la noche y de allí me dirigía al trabajo, pasando una jornada bochornosa. Otras veces nos vimos en apuros porque nos interrumpían la tarea los vigilantes a caballo o policías. Una vez fui dete­nido por repartir volantes y conducido a la comisaría; después de una gol piza que me dio el agente, el comisario me amenazó con hacerme violas por un negro; terminé siendo trasladado al departamento central de poli­cía. Este maltrato de obra y palabra es causa de odio y resentimiento con­tra la policía; en aquellas circunstancias me hubiera alegrado tener noticias de la muerte de algún agente o autoridad de esa repartición o de cualquier sector armado...
(Grunfeld: Op. cit.)



Grunfeld revive en Memorias de un anarquista el clima de Rosario en los días previos a la ejecución de Nicola Sacco y Bartolomé Vanzetti: Las noticias daban cuenta de febriles actividades a lograr la parti­cipación del presidente de los Estados Unidos para salvar sus vidas. Creo que fue Calvin Coolidge quien no osó asumir esa actitud. En la noche del 23 de agosto de Í921 se congregaron millares de personas ante las pizarras de los diarios para escuchar los detalles de la ejecución. En Rosario se congregó una enorme multitud frente a La Capital y otros diarios. Allí estábamos cuando se supo el trágico desenlace y la multitud salió furiosa a romper vidrios de los tranvías para mostrar su repudio. Mi reacción también se manifestó rompiendo a puñetazos algunos vidrios de los mencionados vehículos, de tal suerte que durante varios días estuve extrayendo pequeñas esquirlas de vidrio de los cos­tados de mis manos...
En Buenos Aires, ante los rumores de que en Rosario podía enra­recerse el clima obrero, el Ministerio de Guerra ordenó a varios regi­mientos de caballería con asiento en la Capital Federal, que estuviesen listos para "bajar" a la ciudad, en la que el Regimiento 11 ya estaba acuartelado y listo para la represión. Las marchas y manifestaciones pro­seguirían sin enfrentamientos graves por casi cuatro meses más, alcan­zando su mayor efervescencia en los días previos a la ejecución de los dos obreros italianos, que se produciría el 23 de agosto, en el mismo año en que los periódicos locales y nacionales comenzaban a incluir en las noticias provenientes del continente americano el nombre de Augusto César Sandino, que iniciaba entonces su lucha contra la dic­tadura somozista en Nicaragua
Un tercer episodio tan luctuoso como el anterior y también ocurrido en el exterior completaría un año de resonancias trágicas: el hundimiento del transatlántico "Principessa Mafalda", frente a las costas de Brasil el 25 de octubre pasadas las diez de la noche. El terri­ble saldo del naufragio (295 personas) impactaría de modo visible en la ciudad, donde la colectividad italiana era mayoritaria, ya que el buque italiano transportaba, además de los 62 pasajeros de primera clase y los 83 de segunda, más de 1000 de tercera clase, casi todos ellos inmigrantes, en general trabajadores "golondrinas" que llegaban para trabajar en la recolección de la cosecha y retornaban luego a Italia. Muchos eran parientes, amigos o paisanos de compatriotas que habían elegido a Rosario y Buenos Aires como sus residencias permanentes, y la búsqueda de noticias sobre los desaparecidos empujaría hacia los diarios y las agencias marítimas a cientos de italianos ansiosos por cono­cer las listas de desaparecidos en la tragedia, que sumaron 300.
El "Principessa Mafalda" había zarpado de Genova con proble­mas en su sala de máquinas que al parecer no pudieron ser soluciona­dos del todo pero que no impidieron su salida. El buque realizaba su última travesía oceánica ya que iba a ser raleado del servicio, superado por las nuevas concepciones y adelantos de la industria naviera que se habían producido desde 1908, fecha de la botadura de la nave a la que Guillermo Marconi había utilizado como sede para sus experimentos con la radiotelegrafía.
Fue el primer transatlántico de lujo que uniría Buenos Aires con el Mediterráneo y uno de los más veloces de su tiempo. Con sus 9210 toneladas, 485 pies de eslora y 55 metros de manga había sido, desde su viaje inicial, el elegido para el cruce hacia Europa de las familias de las clases adineradas de Argentina, Uruguay y Brasil, del mismo modo que colmaría su tercera clase con inmigrantes que emprendían desde Genova la aventura de radicarse en el país.
El rescate, encarado por las embarcaciones que se hallaban en condiciones de llegar rápidamente al lugar del naufragio, permitió el salvataje de 996 hombres y mujeres, que se distribuyeron en los buques "Formosa", "Alhena", "Empire Star", "Mosella" y "Rosetti". El arribo del primero de ellos a Buenos Aires, el 2 de noviembre, movilizó a buena parte de la ciudad hacia el puerto y desató una ola solidaria que tendría su episodio disonante: la orden de Mussolini al embajador italiano en Argentina, de no aceptar donaciones ni apoyar las suscrip­ciones que se organizaban espontáneamente en la Capital Federal tanto como en Rosario.
Otro hecho tremendo conmovería en julio de 1927 a argentinos y chilenos al producirse la llamada "Tragedia de Alpacatal", en la que morirían 21 cadetes militares chilenos que viajaban hacia Buenos Aires para participar en los actos y desfiles de conmemoración del Día de la Independencia. El tren que los conducía desde Mendoza chocó de frente con otro convoy, en las cercanías de la localidad cordillerana mencionada, provocando el incendio de los vagones y las escenas de espanto previsibles. La juventud de los caídos en el accidente ferrovia­rio, el motivo de su viaje a la Argentina y lo absurdo de sus muertes hizo que el nombre del remoto y desconocido poblado estuviera por mucho tiempo en boca de todos. Los cadetes supervivientes (hubo además 6 de ellos heridos en el choque) prosiguieron el viaje a la Capital Federal y desfilaron por sus calles ante el aplauso, las lágrimas y la emoción de todos.
Como una necesaria distensión de tantos sucesos luctuosos, la ciudad se refugiaba cada vez más en el deporte, en especial en el fútbol y el automovilismo. En el primer caso, el año ofrecería satis­facciones legítimas a los rosarinos futboleros. El 25 de mayo, con el triunfo de la selección rosarina sobre la de la Asociación Argentina de Fútbol, por la Copa Rosario, en el estadio de River Plate, con lleno completo de 25 mil personas. El equipo ganador reunía nombres incor­porados a la historia del fútbol: Díaz, Sarasívar y Bearzotti; F. Sarasívar, Fioroni y Conti; De Muri, Medina, Gabino Sosa, Indaco e Indaco, y lo mismo ocurría con el rival, derrotado por 2 a 0: Botasso, Bidoglio y Reccanattini; Evaristo, Monti y Orlandini; Carricaberry, Benítez, Seoane, Alfieri y Orsi. La revancha, en la cancha de Newell's Oíd Boys, terminaría igual.
La llegada del poderoso Real Madrid español, que en Buenos Aires había vencido a Boca 2 a 1 dejando una grata impresión, colmó también el estadio del Parque Independencia, donde el dueño de casa se encargaría de demostrar la existencia de una supremacía rosarina cada vez más visible, con un 4 a 0 inapelable, producto de los goles de Aguirre (2), Libonatti y el "Mono" Francia.
Pero la primera noticia del año 1927 relacionada con el fultbol estaría vinculada a uno de los más notables jugadores de todos los tiem­pos en Rosario y, se asegura, en el país, el "Negro" Gabino Sosa, a quien su club, Central Córdoba, homenajea el 1o de febrero, como recono­cimiento a sus espléndidas perfomances en los campos de juego de Chile, donde brillara como una de las figuras del Campeonato Sudamericano de 1926.

Gabino Sosa no sólo era un gran jugador. Fue un gran hombre. Ni siquiera los excesos del alcohol que muchos le achacaban, le hacían perder su línea de conducta; dentro o fuera de la cancha jamás se com­portó de otra manera que lo que realmente era: un hombre bueno, pací­fico, retraído, como si fuera ajeno a la enorme admiración que su solo nombre despertaba. Contaba un viejo dirigente charrúa que a comien­zos de la década del 30 fue Central Córdoba a jugar un encuentro amistoso en Buenos Aires. La idea era "mostrar" a algunos jugadores del equipo a ver si despertaban el interés de los clubes porteños. Era el comienzo del profesionalismo y todos estaban a la caza de los cracks. Gabino, ya en los últimos años de su carrera, hacía maravillas con la pelota pero ninguno de sus compañeros acertaba siquiera una. En el entretiempo (ya perdían por goleada) el directivo reconvino seriamente a los futbolistas, explicándoles que así ninguno sería contratado para jugar en la Capital. Gabino rompió su mutismo habitual y respon­dió más o menos esto: No les hable de plata. Hábleles de fútbol. Esto es un juego, no un negocio: y nosotros sólo venimos a jugar, no a negociar...
(Andrés Bossio: "El nacimiento de los clubes deportivos", en Historias de aquí a la vuelta, Rosario, 1991)


El mismo año (el 7 de enero) Domingo Bucci gana por tercera vez la carrera Rosario-Santa Fe, con un tiempo récord de poco menos de 3 horas, aventajando a otro participante famoso: Raúl Riganti. Los diez automóviles inscriptos eran casi mayoritariamente de marcas dife­rentes: Ford, Hudson (con los que corrieron Bucci y Riganti), Hupmobile, Bugatti, Packard, Chevrolet, Rugby y Alfa Romeo. Por los mismos días, aparece en La Capital una publicidad de "Energina", la marca de nafta perfecta, que da seguridad al motorista y permite al motor desarrollar toda su potencia. El combustible era producido por la Anglo Mexican Petroleum Co. Ltd. y sus avisos mostraban un auto de carrera luciendo una enorme cruz svástica del tamaño del radiador...
Tres días después y con un calor sofocante se larga la compe­tencia Rosario-Santa Fe de ciclismo, que gana otro de los deportis­tas legendarios, Cosme Saavedra, después que muchos competido­res quedaran fuera de carrera en los arenales de Coronda. El 12 de enero, la expectativa corresponde a los entusiastas del cricket, mayori­tariamente británicos, con la llegada a la ciudad de sus compatriotas del Marylebone Cricket Team que juega en el "field" de Atlético del Rosario, en Plaza Jewell, contra un equipo rosarino.
La radiodifusión, mientras tanto, tenía cada vez más adeptos en la ciudad y los rosarinos amantes del tango y del jazz se solazaban en enero de 1927 escuchando por la "broadcasting" F.2 Rosario de la Sociedad Rural de Cerealistas a la orquesta típica y jazz band de Abel Bedrune, según anunciaba La Capital, que agregaba: En esta audición el celebrado cantor nacional Agustín Magaldi, del dúo Magaldi-Noda de la metró­poli, cantará en compañía de la orquesta Bedrune algunas de sus producciones y estrenará el tango de Ruiz "Carne de pecado".
Los rosarinos se enterarían, con el retraso que corresponde a una ciudad tan alejada, en el extremo austral del continente, de dos nove­dades que se vinculaban con los avances de la tecnología: la aparición del Ford A, en Estados Unidos, que dejaba atrás al Ford T, que inun­dara el mundo en la década del 10 al 20, y la irrupción del cine sonoro con "El cantor de jazz", que se convirtió en tumba de muchos de los divos y divas del cine mudo a quienes sus voces, metálicas, chillonas o directamente desagradables, condenarían al más cruel ostracismo. También desde el exterior, en noviembre, llega una mala nueva: la muerte de Ricardo Güiraldes en París, lejos de la pampa donde galo­para don Segundo Sombra.
Entre abril de 1917 y agosto de 1928, la ciudad iba a protagoni­zar un hecho insólito: una seguidilla de cinco intendentes, uno de ellos muerto en un accidente, que no tendrían tiempo ni siquiera para hacer perdurable su paso por el palacio custodiado por los leones donados por Mazza: Antonio Reynares Solari, Isaías R. Coronado, Leónidas Loza, Angel Enghel y Tobías Arribillaga.
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo II  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones