sábado, 21 de febrero de 2015

Venganza libertaria

por Rafael Ielpi

En otros aspectos de la realidad ciudadana, aquel año 1921 con­tinuaría alentando la "fiebre cultural" en la ciudad, no sólo con un aje-neo teatral de todo tipo sino también con algunas visitas de renom­bre, como para dar lustre a sus organizadores y una pátina de prestigio .1 quienes eran partícipes de esas actividades. Así, en septiembre coin­ciden en Rosario el poeta francés Paul Fort, que diserta en la Biblioteca Argentina, y el filósofo español Eugenio D'Ors, que lo hace en el mismo recinto, con el auspicio del Círculo de la Biblioteca




El director de esa última, Camilo Muniagurria, se ocupaba en forma simultánea también de cosas más prosaicas pero no menos esen­ciales para la vida de ese ámbito cultural, como el presupuesto: El 12 de abril envió una carta a las instituciones de la ciudad y a las personas que por su posición están en condiciones de prestar una ayuda que le permita solu­cionar la difícil situación económica por la cual atraviesa, que puede determinar su clausura a breve plazo, comunica La Capital a sus lectores.

Sensibles mejoras siguen sucediéndose a la vez en distintos aspec­tos que van desde los servicios municipales a la salud pública. En los primeros días del año se habilita un Mercado de Abasto en el predio de Avda. Pellegrini y Moreno, hoy ocupado por los Tribunales rosari­nos, según una concesión del intendente interino Schiesinger, que también se interesa por la falta de alumbrado en Alberdi, dotando al barrio de mejores luminarias. A comienzos de noviembre se anuncia la pronta inauguración de un nuevo hospital, el de la Sociedad Italiana "Unione & Benevolenza", para el que los Castagnino donan 300 pesos en memoria de uno de sus antecesores.

Un conflicto menor atrae sin embargo el interés ciudadano en febrero de 1921: una huelga de mozos que permite que las calles céntricas cobren animación como pocas veces se ha visto en nuestra ciu­dad: todos aquellos que se pasan horas dentro de los cafés se entretuvieron por costumbre en permanecer de plantón en las esquinas, lanzando lánguidas miradas a las cortinas metálicas que vedaban el acceso a las tentadoras mesitas, ironizaba el mismo diario.

También dentro del folklore cotidiano ingresan ciertas noticias que reflejan, a su modo, el humor de la década para encarar la crítica a las deficiencias de la Municipalidad en el resguardo de lo que hoy se llama "calidad de vida" de los ciudadanos: Los patos marruecos están abandonando las casas estrechas y húmedas para recrearse en las calles del municipio: encuentran las calles tan sucias y llenas de fango que se creen en el mejor de los mundos. Ayer fue detenido un pato por un agente de la comi­saría 4ta. Recomendamos en este caso al interesado pasar a retirarlo a la mayor brevedad. Los patos no son como las libretas de enrolamiento ni las llaves, que pueden quedar en depósito durante mucho tiempo sin correr nin­gún riesgo...

Si bien dentro del período 1922-1930 se produce un equilibrio que posibilita una cierta estabilización del salario, el descenso del costo de vida y niveles de desocupación menos graves en el país, algunos acontecimientos conmueven notoriamente, como los de la Patagonia, donde la crisis de la lana termina por llevar al estallido a los trabaja­dores de la región, ya de por sí condenados a tremendas condiciones de trabajo y a remuneraciones magras.

Se desencadena de ese modo una trágica sucesión de grandes huelgas, represiones tan sangrientas como indiscriminadas y una ulte­rior cadena de atentados, entre los que se contaría el de Kurt Wilkins, en 1923, contra el coronel Benigno Várela. Éste había sido, como se sabe, el triste protagonista de las jornadas más tremendas de la epo­peya de la Patagonia rebelde, una gesta (la de los peones y esquilado­res de las estancias del latifundio lanero) a la que primero José María Borrero en La Patagonia trágica pero sobre todo Osvaldo Bayer en Los vengadores de la Patagonia trágica darían la dimensión histórica que merece.

Los sucesos de la Patagonia volvieron a poner en duro trance, como ocurriera con los sucesos de enero de 1919, al gobierno de Yrigoyen, indeciso entre la adopción de medidas represivas contra los obreros y una política conciliatoria que les garantizara algunas reivindicaciones que los sectores patronales rechazaban en forma sistemática. El fervor inclaudicable del anarquismo, que hegemo-nizó la conducción de las grandes huelgas en el Sur (1920-1921), chocaría contra la estrategia de los terratenientes patagónicos, que aprovecharon la proximidad de la esquila anual, la existencia de gran­des stocks de lana acumulados en sus galpones y la caída del precio internacional del producto en los mercados, para interrumpir el pago de salarios.



 Los estancieros y sus representantes, abogados de prestigio, jugaban vez sus cartas presionando sobre la indecisión del gobierno radical. Señala Oscar Troncoso: El análisis de las causas más profundas permite sacar otras conclusiones. De acuerdo con lo dicho por David Viñas a través mi personaje de su novela Los dueños de la tierra, la oligarquía dio mi golpe maestro en esa ocasión contra el gobierno de Yrigoyen al colocarlo en mi. i alternativa irreductible: "Si no manda el ejército lo acusan de maximalista cualquier otra cosa por el estilo y si el ejército mete bala, pierde los votos J. los obreros y su apoyo..."

La participación de Várela, más allá de la responsabilidad oficial en la decisión de concretar una sangrienta represión, fue la más notoria, desataría, en consecuencia, los mayores y perdurables enconos, ¡obre este punto, Alain Rouquié ofrece en Poder militar y sociedad política en la Argentina, una interpretación atendible sobre la actuación del oficial (de antigua militancia radical por lo demás, y que en 1920 había sido enviado ya al sur para una mediación que lograría un incorporar algunas mejoras en las condiciones inhumanas de trabajo di los peones y esquiladores, luego rechazadas por los patrones), al ifirmai que, en 1921,Várela parece prisionero de los asustados propietarios Se extralimita en sus atribuciones. Aplica la ley marcial sin que haya ido declarado el estado de sitio, olvidándose de la Constitución y de la ley, de la Justicia civil y militar. Los rebeldes son fusilados en masa. Los medios anarquistas hablan de 1500 muertos: la cantidad de 300 a 400 parece un número verosímil...

En La Unión Cívica Radical llega al poder Ribas y San Román se preguntan: ¿Había recibido órdenes verbales para actuar duramente? ¿Lo hizo por propia iniciativa? Los fusilamientos de dirigentes y de cientos de huel­guistas aplastaron el movimiento ante el beneplácito del sector patronal y los res conservadores como la Liga Patriótica Argentina... Várela esperó inútil­mente un reconocimiento oficial por acciones que creía meritorias y patrióticos Su actuación en las jornadas de la Patagonia merecería luego algo muy distinto...istinto...
El 27 de enero de 1923, a las 8 de la mañana, Várela salió de su casa de calle Fitz Roy entre Santa Fe y Paraguay, para dirigirse a sus obligaciones. Caminaba precedido a pocos pasos por una chica, cuando imprevistamente apareció un hombre rubio que desplazó a la criatura y cubriéndola, arrojó entre el militar y su propio cuerpo una bomba que al estallar los derribó. Várela intentó incorporarse tomándose de un árbol y entonces el agresor extrajo un revólver y le disparó cinco balazos que terminaron con su vida. El autor del atentado era un anarquista ale­mán, Kurt Gustav Wilckens, expulsado de Estados Unidos como "el rojo más peligroso del Oeste". Cuando el juez lo interrogó en la comi­saría 31" sobre los motivos de su acción, respondió: Lo maté para que no mate más a nadie. He vengado a mis hermanos...

(Troncoso: Los fusilamientos de la Patagonia, Op. cit.)


La venganza del sistema llegaría pronto de la mano de un ex policía que había prestado servicios en la gobernación de Santa Cruz, integrante asimismo de la xenófoba Liga Patriótica y perte­neciente a una familia de cierto peso social en Buenos Aires: Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley, un joven de 24 años que ya en el entierro de Várela había sido protagonista de un escándalo por su condena desaforada al hecho. Vestido de guardiacárcel, y con la com­plicidad de las autoridades, Temperley consigue penetrar poco después en la Cárcel de Encausados y luego en la celda de Wilckens, al que mata a balazos.





Aquella seguidilla no terminaría allí. Si bien fue condenado por su delito, el matador del anarquista obtuvo, por influencia de su familia y su círculo social, ser sacado de la cárcel e internado en el Hospicio de las Mercedes, en espera de una pronta libertad. Al llegar las noticias de la muerte de Wilckens al penal de Ushuaia, en el que se recluía a los anarquistas más notorios o "peligrosos", se produjo en el mismo una conmoción por lo que se consideraba, con razón, un real ajusticiamiento. Uno de los dos reclusos más conocidos era Boris Wladimirovich, un intelectual ruso de larga y reconocida militancia a favor de la violencia y la "expropiación" revolucionaria, condenado a 25 años. El otro era Simón Radowitzky, que cumplía pena de reclu­sión perpetua por la muerte de Ramón Falcón.
Wladimirovich, afectado de una enfermedad que le impedía el movimiento, simuló serios trastornos mentales y obtuvo de ese modo su traslado a Buenos Aires, a pedido del propio director del célebre penal, y su internación en uno de los pabellones del Hospicio de las Mercedes. Desde allí, pese a sus problemas para desplazarse, comenzó un hábil trabajo de persuasión sobre uno de los alienados confinados en el lugar, el yugoslavo Esteban Lucich. al que se consideraba inofen-sivo . El odio hacia Pérez Millán (la limpieza de cuya celda estaba a cargo Luci- ch) inculcado paciente y regularmente por el ruso en la mente desequilibrada de este último, culminaría de modo previsible la noche del 9 de noviembre de 1925.



Casi como un autómata y al grito de ¡Esto te lo manda Wilckens! aquel inesperado vengador mató de un balazo en el pecho al ex miem­bro de la Liga Patriótica Argentina, que paradójicamente redactaba en ese momento en su celda una carta a Manuel Caries, fundador de aquella legión de exacerbados nacionalistas, cerrando el círculo ini-, lado por la sanguinaria represión de Várela contra los peones de la Patagonia.



Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo II  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones