martes, 4 de noviembre de 2014

LA CIUDAD Y SU ARQUITECTURA



   En el recuadro adjunto se hace extensa mención a los pro­yectos, planes y normativas que procuraban regular la adaptación de la ciudad a los nuevos requeri­mientos demográficos y circulato­rios. El nuevo Reglamento de Edi­ficación, por las alturas permitidas y la pequeñez de los patios, parece estar pensando en una urbe de 32 millones de habitantes dentro del ejido, según un criterio de alta densificación central
En esos años se obtienen los fondos para el Parque Ludueña y el Belgrano, se adquiere el Bal­neario Saladillo, se municipaliza el servicio de tranvías, se concluyen los edificios de la Aduana y del Correo Central y se construyen las bajadas de Avenida Pellegrini y Puccio, en el barrio Alberdi.
La obra pública como recurso para paliar la desocupación deja como saldo las rutas a Santa Fe (1933), a Buenos Aires (1935) y a Córdoba (1936), así como el cami­no a Casilda, en 1939, pavimenta­ción que se realizó en general sobre caminos existentes, en su mayor parte paralelos a las vías férreas.

   Por la necesaria reestructura­ción ferroviaria se levantan enton­ces distintos tendidos, se desman­tela el Ferrocarril Oeste Santafesi­no y en su lugar se construye años más tarde el Parque de la Anciani­dad (hoy Parque Urquiza), míen-tras la estación del ferrocarril francés es habilitada como estación terminal de ómnibus, perdiendo poco a poco su nombre popular de la Francesa.
Las descripciones de la época se reiteran sin embargo en la men­ción de esos dos mitos invariables con los que se pretende dar cuenta de Rosario: su laboriosidad y su cosmopolitismo, pero ha desapa­recido toda mención al fárrago de­rivado de su explosivo crecimiento económico. Álvarez la pinta según su óptica, que es la de una clase y una ideología fácilmente identificables: "Urbe de casas bajas aun­que deviene aquí y allá algún des­proporcionado rascacielo, persiste la nota amable de los patios embe­llecidos por flores, emparrados y árboles de sombra en los centros de manzana y calles soleadas de nítida perspectiva. No es asilo de noctámbulos,   no   abundan los ebrios pendencieros. Trabaja de­masiado para trasnochar, dista de ser lujoso y no sirve para turistas que buscan el exotismo; pero ha sabido mantener el amor al trabajo y la sencillez de las maneras..."
La calle Córdoba, en su segmen­to céntrico, sigue siendo el lugar de encuentro de la gente de buen gus­to y es por eso que se concentra en ella lo más distinguido y lujoso que pueda exhibirse. "La Bola de Nie­ve", el "Sorocabana", la tienda "La
Favorita" y las confiterías "Richmond" y "La Perfección" son algu­nos de los puntos de encuentro. Berdou deja una pincelada sobre ello: "El paseo en las horas vesper­tinas, para el que se suspende todo tráfico, es una costumbre para la que todavía se mantiene en pie el privilegio de las personas sobre los elementos". Sus horas más bril­lantes seguían siendo la recorrida de los domingos a las 12, después de la misa en la Catedral, las fies­tas patrias o las recepciones a fo­rasteros, marinos y militares.
En lo arquitectónico, la tenden­cia moderna y "racionalista" incor­porada a fines de los años 20 co­mienza a decaer con la década del 40, en la que manteniendo las tipo­logías funcionales se vuelve a la adjetivación arquitectónica. Un neofrancés "lavado" se difunde en los edificios de renta y en los petlt-hotel céntricos. Por su parte, el pintoresquismo acompaña a los sectores medios de mayores recur­sos en su huida a los suburbios trocando el ruido, la calefacción central y el ascensor por el chalet rústico rodeado de césped y mos­quitos, parrilla y auto en la puerta para recorrer en pocos minutos los 10 kilómetros que los separan del centro y de los lugares de trabajo.
  Los edificios públicos son recapturados por el academicismo el único capaz de garantizar esa dimensión monumental, simbóli­ca, autogloríficadora que se consi­dera conveniente para las institu­ciones del Estado. Plantas y facha­das recuperan proporciones y cri­terios compositivos clásicos.
El edificio de rentas, el "rasca­cielos" surgido del bloqueo de la expansión económica y de la bús­queda de una renta segura, fue el acontecimiento que definió a este período. Grandes capitalistas y compañías de seguros construyen edificios de gran volumen con ca­racterísticas exclusivas de confort y localización, totalmente asimila­dos al estilo en boga. La Ley de Alquileres de 1943 fue su acta de defunción y recién luego de san­cionada la Ley de Propiedad Horizontal recomienza la edifición en altura. Los primeros fueron los de calle Santa Fe 1261 y el edificio "Dórrego", frente a la plaza San Martín.
    Lo excepcional fue el complejo de la galería Rosario, concretado sólo en parte, que continuando con los lineamientos de la arqui­tectura moderna inauguraba los "pasajes" que atraviesan manza­nas multiplicando el rendimiento comercial de los lotes del micro-centro. Lo más reciente, el boom edilicio de altura en Barrio Martín, en la zona aledaña al Monumento Nacional a la Bandera.

Fuente. Extraído de revista “ Rosario aquí a la vuelta” Fascículo Nº 11. Autoras: Ana M. Rigotti – Isabel m. DE San Vicente. De abril 1991.