lunes, 3 de noviembre de 2014

LA BIBLIOTECA DE TODOS



Por. Rafael Ielpi

Otra de las grandes instituciones nacidas al calor del Centenario de Mayo sería la Biblioteca Argentina, la más importante de la ciudad hasta nuestros días y una de las más importantes de la Argentina. Surgida como un proyecto de Juan Álvarez (cuyo nombre se .sumaría para siempre al de la institución, por decreto municipal de abril de 1956), en julio de 1910 Monos y Monadas daba cuenta de la simbólica puesta en marcha de las obras: En un terreno de la cortada de Córdoba entre las de Paraguay e Independencia, se ha verificado la colocación de h piedra de la Biblioteca Argentina; la ceremonia incluyó, junto a la infaltable Banda de Policía, un discurso de Benjamín Rodríguez de la Torre, desarrollado en el hermoso castellano que escribieron Moreno, Rivadavia, Echeverría y Sarmiento.
El 18 de septiembre del mismo año, en la revista aludida se puede leer la descripción de algo que suena conocido: la colocación de la pie­dra fundamental de la Biblioteca Argentina, lo que vendría a ser un ante­cedente de otras obras "inauguradas" más de una vez en la ciudad. En esta ocasión, el acto contaría con presencias más relevantes como las del intendente Quiroga, Fermín Lejarza (un gran impulsor del pro­yecto) y el secretario de la Intendencia, que no era otro que Juan Alva­rez, en quien se aúnan —dice Monos y Monadas— dotes de erudición vas­tísima, clara inteligencia y férrea voluntad para ejecutar. El sitio elegido para levantar el edificio era el que ocupaba todavía en mayo de 1911 una vieja caballeriza municipal.
Álvarez recordaría muchos años después, al hablar desde una tribuna en el acto de un aniversario de la Biblioteca: Tribuna, diría, como la que yo mismo hube de esbozar, a falta de mejor dibujante, cuando en í909 no había libros, ni muebles, ni edificio, ni otra cosa que una des­tartalada caballeriza de Obras Públicas, a la que media docena de enamo­rados del ideal persistíamos en inaugurar futura biblioteca. Recuerdo que poco después alcanzaron ya los dineros para adquirir la piedra fundamen­tal, y a fin de colocarla, junto a una vieja tapia sin revocar, en cuya proxi­midad 7 u 8 sillas ofrecían insuficiente asiento, nos reunimos el entonces intendente Quiroga, el doctor Fermín Lejarza, presidente del Concejo Deliberante; Emilio Ortiz Grognet, Dermidio T. González y escasas per­sonas. Aún estoy viendo a mi lado a Benjamín Rodríguez de la Torre, eficaz colaborador desde sus comienzos.
Lo cierto es que el acto inaugural, el 24 de julio, concretado casi dos meses después de la habilitación de la Biblioteca al público (27 de mayo) tuvo repercusiones notables en la ciudad, aun en aquellos sectores de menor posibilidad de acceso a la cultura que presentían, sin embargo, la importancia de que Rosario contara con semejante acopio de libros puestos a disposición de todos. Se le asignó una impor­tancia especial —decía la revista Fray Mocho— en el eje de un período de la vida de la ciudad en que las actividades del espíritu principian a adquirir un valor notable frente a la actividad económica, predominante hasta el momento presente.
La afirmación era certera, ya que en el espíritu de los impulsores de la obra estaba aquel reconocimiento de las carencias culturales de una sociedad que, en aras de la acumulación de fortuna, había hecho oídos sordos a toda cosa que no fueran las transacciones comerciales, salvo el fervor teatral, en el que mucho tenía que ver sin embargo la necesidad de figuración social.
Algo de eso estaba presente en el discurso de Nicolás Amuchás-tegui, que habló en representación de la Municipalidad, cuando adver­tía que el pueblo del Rosario, antes de haber pensado en pulimentarse e ins­truirse, se ha ocupado en desarrollarse y hacerse grande, robusto, poderoso, irresistible, con vida propia, pletórico de vida y de músculos hercúleos. Joaquín V González, enviado del gobierno nacional, incluyó en sus palabras la frase que aún hoy puede leerse en la puerta de acceso a la sala de lec­tura de la Biblioteca Argentina: "Conocer es amar, ignorar es odiar", aun cuando —según Fray Mocho— lo más destacable fueron las ideas del autor sobre el método en las lecturas y los beneficios sociales de las bibliotecas, combatiendo la ignorancia en sus males propios y derivados.
En julio de ese año, la misma revista porteña se ocupa del acon­tecimiento, con minuciosidad e interés: En su género es una de las ins­tituciones mejor instaladas del país, no obstante lo económico de su costo, unos 40 mil pesos entre edificio y muebles. Delante tiene un jardín que la separa del bullicio de la calle; el salón tiene cierto parecido con el de la Biblioteca Nacional debido a la disposición interior y está adornado con la reproducción de clásicos monumentos, entre ellos un león alado, que reproduce uno de los de la tumba de Khorsaba (Asiría).
Juan Álvarez, designado primer director, encontraría un acom­pañante ejemplar en el español Alfredo Lovell, primer bibliotecario y durante muchísimos años alma mater de la Biblioteca, que tendría a Camilo Muniagurria, en el período hasta 1930, como a uno de sus directores más relevantes a la vez que a un celoso defensor del desarrollo que debía darse a la institución. Álvarez recordaría: Lovell tuvo a su cargo la parte más pesada y monótona de las tareas de organización de la Biblioteca. No obstante las penurias del Tesoro, antes de cumplirse dos años de colocada la piedra fundamental, teníamos casa y muebles y algunas obras de arte y alrededor de 12 mil volúmenes...
El español Lovell, que durante casi cuatro décadas sería bibliote­cario principal de la institución, debió alejarse de ella en diciembre de 1946 por una presunta incompatibilidad, sin que el decreto de la nueva administración municipal, designada por el gobierno peronista, le reconociera siquiera su larga trayectoria al servicio de la Biblioteca y de la cultura de la ciudad.
Dos años más tarde, el batallador José Guillermo Bertotto, desig­nado Secretario de Cultura y en esa condición también director ad honorem de la Biblioteca Argentina, logra que el intendente Simón Sisa, sin retroceder en la cesantía de Lovell, modifique el contenido del primer decreto consignando lo que antes se omitiera: que en el desem­peño de aquella función demostró celo, erudición y conciencia, cualidades éstas dignas de destacar, dándosele las gracias por los eficaces y meritorios servicios prestados en tal carácter. Con lo que el objetivo reparador del activo pole­mista que fuera Bertotto, quedaba (aunque tarde) cumplido.


Rosario, 7 de diciembre de 1948. Señor Intendente Municipal Dr. Simón Sisa. Si no reconociera en usted elevado espíritu, sereno, justi­ciero y enérgico temería desagradarle solicitándole repare el error come­tido por otros. Usted tiene el coraje de amparar a indefensos defendibles y de punir a culpables ocultos. No se trata, sin embargo, de promover revisiones: le traigo algo sencillo y humano. Hace dos años, el 31 de diciembre de 1946, un hombre de bien, caballero intachable, don Alfredo Lovell, fue despojado de su cargo en la Biblioteca Argentina, decreto 5516. Tenía 36 años de ejemplar actuación ininterrumpida, fiel, útil, constructiva. Intelectual orgánico, Licenciado en Filosofía y Letras, Doctor en Geografía e Historia en España, y en toda parte donde el docto posee personalidad, demostró amor al libro y respeto al estudioso, sirviendo en sus funciones con celo, erudición y conciencia. Todo rosarino de alguna mentalidad lo recuerda cordialmente. Y a ese benemérito óptimo se le declaró su nombramiento "sin efecto",pretextando cierta incompatibi­lidad, que a existir no hubiera sido nunca motivo para que sus instiga­dores y firmantes olvidaran sus méritos y esfuerzos. Vengo a solicitarle, señor, que reforme aquella orden grosera, expresando que la ciudad agra­dece a don Alfredo Lovell su distinguida colaboración al progreso cultu­ral del pueblo. No pido se le restituya su empleo porque no disminuyo una cuestión moral a un asunto subalterno. Ansio que el señor Lovell visite la Biblioteca Argentina como huésped de honor. Lo saludo con mi mayor consideración.
                                                        (José Guillermo Bertotto: Informe y réplica, sin pie editorial, Rosario, 1949

La flamante Biblioteca iba a ser, a la vez, desde sus mismos orí­genes, un ámbito de actividades culturales, especialmente de la música clásica. Una semana antes de la inauguración oficial, se realiza un concierto en lo que sería la sala de lectura y a partir de allí se sucede­rán, hasta nuestros días, ese tipo de actos. En 1918, y dirigido por Humberto De Nito, se realiza allí un "Homenaje a Claude Debussy" y en 1921,Juan Bautista Massa y la recitadora Berta Singerman colman la sala aludida en un "Homenaje a Mitre". A partir de esas experiencias iniciales, en la Biblioteca Argentina actuarían algunos de las instru­mentistas y directores más relevantes del siglo XX, en una nómina que puede incluir, entre a otros, a nombres preclaros como los de Arturo Rubinstein, Wanda Landowska, Claudio Arrau, Wilhem Kempft, Alexander Brailowsy, Andrés Segovia, Jan Kubelik y Félix Weintgatner, o al compositor de Los pinos de Roma, Ottorino Respighi.
Pero 1910 no iba a ser sólo el año del Centenario de Mayo en el Rosario de ese momento: un permanente entusiasmo cívico, un arranque inusual de patriotismo hacedor y ejecutivo parecía haberse encarnado en funcionarios, empresarios, comerciantes, políticos y en la propia ciudadanía. Por eso, se sucederían no sólo los grandes pro­yectos y las grandes obras sino otros cambios menores que tendrían asimismo una larga perduración en el tiempo.
En julio de 1910, por ejemplo, en conmemoración de la Revo­lución Francesa, se impone el nombre de Avenida Francia al antiguo Boulevard Timbúes, que de alguna manera había sido uno de los límites del Rosario poblado en los primeros años del siglo. El acto tiene gran representatividad política, como que asisten al mismo el gobernador santafesino Domingo Crespo, el intendente Isidro Quiroga, el Jefe Político del Rosario, Julián Paz, y el Cónsul de Francia Charles Faubert. La fiebre hacedora de 1910 iba a posibili­tar también la fundación de otras instituciones representativas de sec­tores de peso en la sociedad como el Colegio de Escribanos, cuyo primer presidente sería Pantaleón Egurvide, y el Círculo Médico, fundado el 14 de septiembre.
Otra muestra del poderío económico de la burguesía local y de la "voluntad de hacer" de ese momento, lo da en junio la res­puesta del aludido sector al proyecto del gobierno santafesino de reorganización del Banco Provincial de Santa Fe. En cuanto el mismo fue conocido en la ciudad —consigna Monos y Monadas—, se reunieron dos de nuestros Cresos y dijeron que bien podía el Rosario suscribir total­mente el empréstito en lugar de recurrir a capitales extranjeros. Unas pocas visitas y tres horas después estaba suscripto el capital necesario, es decir la friolera de 7 millones de pesos...
La revista incluye una fotografía donde posan los aportantes rosarinos: Enrique Astengo (que, si bien era porteño de nacimiento, había consolidado una gran fortuna en Rosario, a través de su carácter de empresario de obras de pavimentación, en las que llegaría a ocupar a cerca de 2000 obreros; era dueño además de estancias, había cons­tituido una empresa colonizadora y se lo consideraba uno de los capi­talistas más importantes de la provincia), Lisandro de la Torre, Ciro Echesortujosé Castagnino, Alfredo J. Rouillón, Juan Fuentes, Francisco Güeña, Casiano Casas, Fernando Pessan, José Botto. Juan Protto, Ernesto Brandt, Rufino Escuderojosé M. Martinoli, Manuel Ordóñez, Quintín de Acevedo Machado y Juan Andino. La revista afirma que un banquero, al ver la fotografía deslizo; He aquí una reunión que vale mas de 100 millones..., y comenta que el capital del Hospital del Centenario ya estaba también suscripto con participación de los mismos Cresos.
De paso, desliza en la misma semana dos de sus "versitos" dedi­cados a los "hombres de peso... y pesos" de la ciudad. Sobre Lisandro de la Torre, se pregunta: El Rosario capital/ es su deseo ferviente. / ¿Lo logrará el presidente/ de la Liga y la Rural?, en tanto que a Otto Grieben lo hace autodefinirse de este modo: Al ver mi gesto marcial/ es fácil la deducción: / yo soy el Napoleón/ de la hueste comercial...
Fuente: Extraido del Libro Rosario del 900 a la “decada infame” Tomo II editado en octubre 2005 por la Editorial HomoSapiens.