viernes, 26 de septiembre de 2014

PICHINCHA



Tal vez hubiera sido un barrio como tan­tos, con vecinas barriendo la vereda y mu­chachos pateando una pelota; pero no, el des­tino le había reservado un papel tenebroso, que duraría desde el fin del siglo XIX hasta mediados de los años 30 del siglo XX.
Tenía que ser cárcel y paraíso. Tenía que aprisionar un ejército de mujeres reclutadas para trabajar en sus burdeles y destellar de noche bajo una palabra extraña como Zwi Migdal y en lugares con nombres llamativos como: El Gato Negro, Moulin Rouge, Petit Tríanon, Chantecler y el lujoso MadameSafo, que trascendió los circuitos internacionales del mundo prostibulario.
Una franja negra en su historia, que Rosa­rio no se merecía.


Palabra tintineante e imantada.
Sonaba a cascabel y a fantasía,
y era sólo una red, una inasible red
que atrapaba los cuerpos
y gastaba la piel, hasta apresar el alma,
que aherrojada en la prisión de seda y de cristal,
se desangraba.

De día Pichincha era la quieta calle de la sombra, pero de noche,
cuando el placer y el ocio decretaban la fiesta, se calzaba la máscara destellante del amor mercenario
y armaba un laberinto de luces y de abrazos.

A esa hora Pichincha, barrio prostibulario, simulaba palacios
para reyes de trapo y princesas cautivas.

Fuente: Extraído el poema del Libro “Rosario Intimo de la Autora María Esther Mirad Editorial Gótica de noviembre 2007.