jueves, 11 de septiembre de 2014

LA CAIDA DEL IMPERIO

El crac de 1929 fue como un anticipo del derrumbe posterior de la vida prostibularia organizada en la Argentina y, sobre todo, en Rosa­rio y Buenos Aires, donde había al­canzado características de gran co­mercio legalizado, . El fin tiene ini­cio con la denuncia de una prostitu­ta, Raquel Liberman, polaca llega­da al país en 1924 y traída median­te el conocido sistema del engaño por los tratantes, que decide aban­donar la mala vida e instalarse por su cuenta en una actividad comer­cial absolutamente ajena a su pa­sado. La Zwi Migdal inicia de inme­diato una movilización que pone en juego su prestigio y su poder econó­mico, que ha conseguido hasta en­tonces adormilar las conciencias y el brazo armado de policías y fun­cionarios del gobierno, sobre todo en la Capital Federal, donde domi­nan al propio Jefe de Policía y a mu­chos magistrados.
Uno de ellos, sin embargo, no for­maba parte de esa corruptela: el juez Rodríguez Ocampo, que es el primero en iniciar acciones judicia­les contra la Zwi Migdal, a raíz del "caso Liberman".Su empeño, en el que lo secundará el comisario Julio Alsogaray, tío de los conocidos Alsogaray que vendrían después, se vería coronado con el éxito el 19 de mayo de 1930, cuando allana una sinagoga en Córdoba 3280 de Bue­nos Aires, donde funciona la sede central de la asociación de tenebro­sos e incauta documentación fron­dosa que demuestra las ramifica­ciones casi increíbles de la Zwi y su relación estrecha -a través de la coi­ma- con los niveles oficiales, poli­ciales y judiciales. Pero el fracaso, de la mano del poder de los rufianes y su corporación, tendría la última palabra en la empresa del juez Ro­dríguez Ocampo cuando el 27 de enero del año siguiente -ya derroca­do el presidente Hipólito Yrigoyen-la Cámara de Apelaciones de la Ca­pital Federal dejó sin efecto el fallo del juez, decretando la libertad de los rufianes detenidos (que eran unos cuantos, ya que superaban el centenar). El fallo, inverosímil ya que la Cámara reconocía la existen­cia de tenebrosos en la Midgal y su culpabilidad, se ajustaba en reali­dad al Código Penal y de Procedi­mientos en lo Criminal. Rechazado el cargo de asociación ilícita, los in­culpados recuperaron sus derechos de ciudadanos libres, aun cuando aquel escándalo marcara ya el co­mienzo del verdadero fin del paraí­so prostibulario en la Argentina.
Aquel furor legalista porteño llegó a Rosario en el mismo año (1930), y produjo una real zozobra entre la cofradía rufianesca, temerosa de las mismas penurias carcelarias de sus colegas de Buenos Aires. Una serie de procedimientos policiales con aval judicial (algunos de ellos solicitados por la propia policía por-teña, a través de su jefe, Eduardo Santiago, a quien se señalaba como propenso a hacer la "vista gorda" con los rufianes) permitieron la de­tención de muchos de los integran­tes de la Zwi y del mundo prostibu­lario. En una segunda arremetida de la justicia, al poco tiempo, les to­cará el turno a los implicados en otro tráfico igualmente sórdido: el del narcotráfico.
La revolución del 6 de septiem­bre, que terminaría abruptamente con la presidencia de don Hipólito (cuya casa fue saqueada por oposi­tores al radicalismo) no conmovió, al parecer a la ciudad, si nos atene­mos al testimonio de Juan Alvarez: "Rosario, ajena al movimiento, re- la noticia sin agitarse, admitiendo enseguida y con sensación de alivio al nuevo orden de cosas, que daba asimismo en tierra con el gobierno local. . ." El nuevo presi­dente de facto vendría a visitarla un año después, en julio de 1931, para la inauguración de un gran elevador de granos, con buques de guerra y 500 invitados especiales, motivando el consiguiente revuelo antes de la cual algunos miembros notorios de la cofradía, como el francés Enrique Chatel, fueron en­viados a Buenos Aires y deporta­dos. Pero fueron los menos. . .
Los vaivenes del "caso Migdal" en Buenos Aires fueron atenuándose hacia mediados de 1931 y ello per­mitió que los prostíbulos de Pichin­cha volvieron a lucir animados y concurridos como en sus mejores épocas. Se reiniciaba, después del gran susto de las razzias y allana­mientos policiales de poco antes, el trajín de los quilombos y de su pin­toresca fauna habitual. Pero todo sería sólo un paréntesis de calma que terminaría en un golpe mortal: enancada a una campaña virulen­ta de los periódicos y diarios de siempre (Democracia, Rosario Grá­fico, Tribuna], que no cejan en su propósito de denunciar la notoria inmoralidad de las autoridades en complicidad con los rufianes y pun­zones locales, aparece sin previo aviso una Ordenanza, la N9 7, del 30 de abril de 1932, que no deja lu­gar a duda alguna acerca de su contenido ni de sus intenciones de­finitivamente morallzadoras.
La norma estipulaba que el 19 de enero del año siguiente "quedarán ipso facto derogadas todas las or­denanzas, permisos o concesiones y demás resoluciones que regla­menten el ejercicio de la prostitu­ción".
La noticia corre como reguero de pólvora por la ciudad, pero cae co- j mo un rayo fulminante, sobre todo, en el corazón de Pichincha. Azora­dos en algunos casos, y desorienta­dos en la mayoría, los rufianes, ma­damas, propietarios de quilombos, y todo el mundillo marginal qué vi­vía de los mismos, trata de asimilar el golpe del mejor modo posible, in­tentando una resistencia desespe­rada a través de sus amigos en los niveles oficiales, que poco pueden ofrecerles ante el cariz de los acon­tecimientos en todo el país. Los dia­rios rosarinos, por su parte, se en­zarzan en una discusión que los enfrenta en favor y en contra de la nueva reglamentación abolicionis­ta, descubriendo a su vez profun­das discrepancias políticas y res­quemores personales. Los rufianes, mientras tanto, apelan a lo que les queda: pedir una prórroga para le­vantar tiendas y marcharse. En tanto la maffia -que también es parte de la realidad rosarina de aquellos años- hace de lo suyo, pa­sa el año 1932 y llega el siguiente sin que la situación haya sufrido modificaciones de relevancia.
Con el primer día de 1933 entró en vigencia la Ordenanza que deci­día erradicar los prostíbulos de la ciudad. Las tratativas, negociacio­nes e incluso presiones para lograr una prórroga se habían Ido junto con el correr de los meses y no se observaba que los rufianes tuvie­ran posiblldad alguna de torcer d curso de la historia. Mientras tanto los cines de la época ofrecían las no­vedades que Incluyen a grandes nombres como los de Frederic March, Gloria Swanson o Bela Lugosi.
El derrumbe del Imperio de Pi­chincha es un hecho. Dos años des­pués, la Ley 12.331, del 30 de di­ciembre de 1935, deja como regalo de fin de año otra sorpresa a los in­tegrantes del mundo prostibulario: el cierre definitivo de las casas de tolerancia en todo el país, incluyen­do el ejercicio individual dé la pros­titución. La corporación, a los tro­pezones, trató de mantenerse Incó­lume sin lograrlo; su poder econó­mico estaba quebrado, sus cabezas visibles deportadas o encarceladas y su organización, tan aceitada has­ta entonces, quebrada y resquebra­jada por los sucesivos mandobles de la legalidad. Los quilombos rosa­rinos cerraron y sólo algunos pocos eligieron un destierro cercano en Paganini (entonces San Fernando), a pocos kilómetros de distancia, donde languidecieron desde 1934 a 1936, sin el esplendor ni la concu­rrencia de antes Toda aquella fas­tuosidad churrigueresca de Pichin­cha había dado paso a una humil­de supervivencia que más tenía de grotesco que de excitante, por lo menos por los testimonios de quie­nes vivieron el apogeo y ocaso de los quilombos en Rosario.
Cerca de 1937, algunos clandes­tinos Intentan mantenerse en la sección cuarta, retomando una tra­dición de comienzos de siglo en esa zona, y la experiencia parece en­contrar algún eco oficial el mismo año cuando, en la Inminencia de las elecciones nacionales, se permite la reapertura de los quilombos en Pi­chincha. Sólo lo hacen unos pocos, como el Moulin Rougeoel Chabané, sin la iluminación ni la ostentación de antes. La imagen de aquellos lo­cales a media luz, despojados de la rumbosidad que daban una concu­rrencia nutrida y bulliciosa, y rode­ados por el trajinar de gente, vende­dores ambulantes, cocheros, tran­vías, personajes pintorescos y vigi­lantes que poco vigilaban, no tenía mucho que ver con el pasado inme­diato. Pero aún así, aquella espe­ranza de mantenerse en actividad, tampoco resultaría posible. Apenas realizadas las elecciones que lleva­rían a la presidencia al Dr. Roberto M. Ortíz, candidato de la Concor­dancia, aquella autorización -que había sido en el fondo nada más que una maniobra electoralista de poco vuelo- quedó caduca y la prohibi­ción terminante vigente se convirtió en una orden que no podía discutir­se siquiera.

En Prostitución y rufiantsmo, Héctor Nicolás Zlnni y Rafael Oscar lelpl
(que fueron los primeros en ordenar minuciosamente este largo historial de la mala vida en Rosario), concluyen la cronología de su libro con una sintética pero abarcadora pincelada: "La saga prostibularia alienta aún en los mármoles gastados de algunos zaguanes de la sección 9a., en los grandes patios de mosaicos, llenos de ropa tendida, en las antiguas piezas de los ex quilombos, asiento ahora de modestos pensionistas: matrimonios humildes, decepcionados jubilados, gente de estrecho vivir. El estilo barroco e inconfundible del Rosario de principios de siglo, apareciendo en las amplias casonas, advierte todavía que Pichincha -mal que les pese a las buenas conciencias de muchos rosarinos contemporáneos- existió, y que su historia no es menos digna de ser escrita que cualquiera de las menudas historias que hacen las Historia (N. del E).


Fuente: Extraído de la Revista “Rosario Historia de aquí a la vuelta. Autor : Rafael Ilepi. Fascículo Nº 8 de diciembre 1990.