jueves, 18 de septiembre de 2014

GABINO SOSA ( 1906-1971)CORAZON CHARRUA



Por. Rafael Ielpi

Ya leyenda, se llevó futbolística emparentada con la bohemia  pero también con bondos valores éticos. Los que lo vieron j milagro dominguero. Y tenían razón.



Si algo era capaz de exhibir Gabino Sosa como un orgullo desprovisto de toda soberbia, fue su amor por ese club del sur rosarino, nacido el 6 de septiembre de 1906 al amparo -como muchos otros- del fe­rrocarril y de aquel deporte traído al país por los ingleses: el "The Córdoba and Rosario Railway Athletic Club", nombre con el que se lo conoció hasta 1914, cuando tomó para siempre el de Central Córdoba.

Buena parte de su vida -casi un cuarto de siglo— estuvo ligada a los colores "cha­rrúas" en las décadas del 20 y el 30 del siglo pasado, cuando su notable habilidad, su innata inteligencia para "ver" el juego y su carencia de egoísmo lo convirtieron muy pronto en un ídolo, muchas veces im­previsible pero siempre sostenido por una modestia hoy impensable en un deporte ganado por un profesionalismo deformado y voraz, por la violencia absurda y los ne­gocios turbios.
Su trajinar cansino y su gambeta ines­perada eran vistos por la gente desde los tablones de manera de las tribunas de en­tonces como una especie de poesía agres­te que alegraba sus domingos. Por eso y porque captaban el repentismo con que Gabino hilvanaba cada pase, cada jugada, los hinchas lo definieron, con maravillosa certeza, como "El Payador de la Redonda".

Era un tiempo, hoy difícil de recuperar, de amor a la camiseta: por eso vistió la "cha­rrúa" durante 24 años, reemplazándola sólo las catorce veces que vistió otra que le era también entrañable: la celeste y blanca de la selección nacional. Con ella sobre el pecho Gabino marcó seis goles, cuatro de ellos en un solo partido, en la Copa América de 1926 en Santiago de Chile. Fue cuatro veces campeón con Central Córdoba en los campeonatos de la Asociación Rosarina de Fútbol e integró el combinado que ganó la legendaria Copa Beccar Várela en el año 1934.
Andrés Bossio afirmó que ese estilo de­purado y sutil inconfundible del fútbol rosarino tiene mucho que ver con la fineza de Gabino Sosa en el trato de la pelota, lo que lo haría también un pionero de lo que mu­chos periodistas deportivos de hoy califican como un "centrodelantero retrasado".
Cuando llegó el profesionalismo, hacía 15 años que su talento se desparramaba sobre el césped de las canchas de Rosario, Buenos Aires, Córdoba, Montevideo y San­tiago de Chile. Le habían llegado ofertas que pocos habrían desoído: la de Boca y la del uruguayo Nacional, dos grandes. A él, en realidad, lo que le importaba era estar en su lugar, en su barrio de Tablada, divir­tiéndose con la pelota, tomándose su vino tinto antes de algún partido sin que nadie se lo reprochara demasiado, sobre todo por­que -dicen los que lo vieron- hasta jugaba mejor entonces...
Por eso, cuando llegó el momento de for­malizar contractualmente aquel vínculo de siempre con su club, casi con vergüenza por tener que cobrar por hacer lo que lo divertía, pidió 400 pesos y algo más que terminó de asombrar a los dirigentes una muñeca para su hija Laruncha. Todo eso pudorosa, humildemente, con la cabeza gacha, como suele vérselo en la mayoría de las fotografía que perpetúan su paso por las canchas.
Por eso cuando el 7 de noviembre de 1969 el club de su vida decidió bautizar al viejo estadio de la Tablada con su nombre, a él seguramente le habrá parecido demasiado. Con esa humildad, Gabino se fue de la vida el 3 de marzo de 1971

Fuente: Extráido de la Revista del diario “La Capital del los 140 años de 1992