miércoles, 17 de septiembre de 2014

LUCIO FONTANA



POR. Fernando Farina


Es el artista argentino de mayor reconocimiento internacional. Reconoció un camino vanguardista que dejó huellas profundas en el arte del siglo veinte. En la ciudad quedan testimonios de su genio como el bajorrelieve “ El sembrador”, en la avenida Belgrano bajo el parque Urquiza.



Lucio Fontana es el artista argentino de mayor reconocimiento internacional, aunque los italianos se empecinan en decir que es un artista italiano nacido en Rosario. Mas allá de esta polémica, ha quedado como una figura decisiva en la historia del arte mundial por un gesto que para muchos puede ser insignificante pero que implicó una ruptura fundamental para el arte: tajear una tela para abrir el espacio.
Fontana comenzó su formación con su padre, un escultor italiano que reali­zó numerosos monumentos funerarios y diversas tareas de ornamentación en im­portantes edificios de la ciudad.
En 1905 se trasladó a Italia con su fami­lia, donde inició sus primeros estudios, y de regreso en 1920 abrió un taller y participó en algunos salones. Además, ganó por con­curso la realización del monumento a Jua­na Blanco, en el cementerio El Salvador.

Un nuevo viaje en 1925 le permitió to­mar lecciones en Milán con Adolfo Wildt, de tradición clasicista, y luego viajó a Pa­rís, donde comenzó a alejarse del academi­cismo y realizó sus primeras experiencias abstractas donde combinó metales, pie­dras y cerámica.
Con sólida formación, en 1930, Fontana se diplomó en la Academia de Brera, reali­zó su primera exposición individual en la Galería del Milione de Milán y participó en la Bienal de Venecia. Pero en 1939, ante la Segunda Guerra Mundial, decidió re­tornar a Argentina. Su actividad artística en el país fue muy variada pero se inclinó especialmente hacia la escultura figura­tiva, con diferentes influencias pero una impronta personal muy reconocible.
Apasionado, en esos años compartió el taller con Julio Vanzo, su gran amigo de la juventud, con quien sin embargo tuvo una grave pelea por diferencias en un ju­rado, incluyendo el envío de padrinos para batirse a un duelo que finalmente no se concretó.
En 1946, Fontana se fue a vivir a Bue­nos Aires donde dictó clases en la Acade­mia Altamira fundada por Jorge Romero Brest y Jorge Larco. Allí, junto con sus alumnos, publicó el célebre Manifiesto Blanco, mediante el cual se hizo expresa la necesidad de un arte espacial capaz de superar tanto las limitaciones como el volumen de la escultura.
 Un año más tarde v donde no volvería. En Manifiesto Especialista y desde entonces se  sucedieron otros de 1951, y el referido a la televisión de 1952, que fueron parad desarrollo del arte de la del siglo XX.
En esos tiempos, las elaboraciones conceptuales de Fontana se vieron reflejadas  en las transformaciones de lenguaje llevadas a cabo en sus pro proceso surgieron los óleos espacialistas.  Por un lado, nacieron lo donde rasga la tela del derecho y del revés  y los "bucchi", con el lienzo perforado por pequeños orificios. Esas que constituyen el gesto del artista, manifiestan la búsqueda permanente  de espacio, permitiendo ambas al espectador al concepto. Una ilusión que el gran hasta su muerte.



Fuente.: Extraído de la Revista del diario “La Capital” 140 años – (1867-2007)