miércoles, 27 de agosto de 2014

LAS ARQUITECTURAS DEL "BOULEVARD" OROÑO



Trazado y diseñado a fi­nales del siglo pasado el bule­var -como la ciudad -"cambióla voz". . . aunque quizás sea más apropiado afirmar que fueron sus arquitecturas las que la fue­ron mudando. Su afirmación de paseo elegante -el testimonio de modernidad de quienes lo conci­bieron como el inicio de una transformación urbana inapela­ble- comienza con la construc­ción de la residencia Palacios (Oroño). La crisis del 90 (la ante­rior) va a dar por tierra con las ilusiones del propietario: perdi­da su fortuna nunca llegará a habitarla. La mansión, enton­ces, verá, a través de los años, trepar por su escalinata de ho­nor y por su escalera regia a es­colares cuya educación se ha confiado a los padres bayoneses, a ciudadanos que llevan a despachar o retiran su corres­pondencia y, finalmente, la jus­ticia federal instalará en ella sus reales. Estas diferentes fun­ciones dejarán su impronta en sus interiores no así en las fa­chadas. Resuelta en un neo-clá­sico afrancesado, la casa con­serva, en su exterior, la severa elegancia del diseño original. Y si la intención de Palacios fue te­ner una residencia que expresa­ra -en su arquitectura- solidez económica, el gusto "á la page" de las grandes familias y una ar­mónica composición de volumetrías y de detalles, su diseñador logró, en verdad, integrar todas estas expectativas en un edificio digno y curiosamente alejado del eclecticismo que desbordaría en los palacios, palacetes y casas importantes que se multiplicarí­an a lo largo del tiempo balconeando sobre el doble frente del cantero central de la calle-pa­seo.
El bulevar comienza a po­blarse con grandes residencias.
Desde finales del 800 hasta 1930, las pocas familias vincu­ladas al patriciado argentino que se habían establecido en la ciudad y las que representaban a la pujante burguesía mercan­til (que con tesón y trabajo, una buena cuota de especulación y -para decirlo piadosamente- de transgresiones aduaneras, ha­bían hecho fortuna) entraron en un verdadero torneo de compe­tencias para deslumbrar a loca­les y foráneos con el esplendor –en ocasiones un tanto provincia­no- de su habitar.
Los "neo", los "reviváis" -que se entendía como lo clásico para el gusto de la época- y expresiones del pintoresquismo dominaban desde sus jardines, cuyos verde­gales se fundían visualmente con las matas de boj y las elegantes palmeras del cantero central, ambos bordes de la vía. Muchas de ellas fueron arquitecturas de singular calidad formal y cons­tructiva, a lo que añadieron el mérito de establecer un adecua­do diálogo con el espacio urba­no.
El "petit-hotel", las más de las veces construido respondiendo al gusto por el 'francés estiliza­do" y en ocasiones al todavía vi­gente eclecticismo, fue el tipo do­minante -aún conviviendo con otras expresiones- desde finales de los veinte hasta los últimos años de la década del treinta, en la que un modernismo todavía nostálgico de clasicismo se hará presente en su extremo sur con el particularmente bien implanta­do edificio del museo Castagnino.
La arquitectura moderna irrumpe luego en el paseo. Mani­festaciones de singular calidad tales como el Automóvil Club, la Comercial de Rosario y el edificio de renta de Oroño y Rioja cie­rran el ciclo de esplendor que ini­ciara la residencia Palacios.
Llegará después la injuria de manos de la vulgaridad de los edificios de propiedad horizon­tal, tan híbridos como mezqui­nos, que reemplazarán en mu­chos casos -en las décadas si­guientes - la dignidad, la gracia y el ingenio de antiguos edificios y jardines.
Las meras construcciones des­plazarán las viejas arquitectura


TVAN HERNANDEZ LARGUIA

Fuente Extraído de la Revista Historia de aquí a la vuelta. Autor Raquel García Ortúzar de Marzo 1991.