martes, 26 de agosto de 2014

LA MODA DEL HIPÓDROMO



Iba a ser sin embargo el Hipódromo Independencia el lugar que congregaría, a partir de su habilitación, a lo más notable de la clase pudiente rosarina, que convertiría al circo de carreras en una pasarela social y de la moda. Pero el primer hipódromo que sirvió de atracción innegable tanto a los amantes del turf en la ciudad, como a los empedernidos "burreros" (que ya los había), fue el Hipódromo Rosario, ubicado en el barrio Sorrento, actual Barrio Sarmiento, que formaba parte inicialmente del pueblo de Alberdi, y que era, desde comienzos de siglo y hasta cercana ya la década del 20, una zona de I astas quintas, cercana al arroyo Ludueña, en un paisaje que tenía aún mucho de agreste y pintoresco.
Fue sobre los finales de 1897, un 29 de diciembre, cuando quedó constituida una sociedad integrada por caballeros rosarinos de cierto relieve social, formada con el exclusivo propósito de construir un hipódromo en la ciudad: la llamada Sociedad Anónima Hipódromo Rosario. Con este último nombre quedaría habilitado un año más tarde, y sus  instalaciones ocupaban el predio delimitado por las calles Castagnino, Bulevar San Martín (después Rondeau), Colón (actual  calle Maciel) y las vías ferroviarias. Al acto inaugural asistiría un invitado de nota: el vicepresidente de la Nación, Carlos Pellegrini, un "turfman" más que reconocido, impulsor del Jockey Club porteño y cuyo nombre lleva uno de los premios clásicos del turf nacional.
La hoy lejana concurrencia a aquella reunión inaugural tuvo características realmente multitudinarias, según testimonios de la época, ya que, se dice, rondó las 5 mil personas, arribadas de modo diverso a una zona alejada del centro de la ciudad. Esa concurrencia dejó en boleterías más de 28 mil pesos por sus apuestas en las seis carreras de que constara aquella inicial jornada hípica en el Rosario de entonces.
Se lo conoció popularmente, sin embargo, como Hipódromo Sorrento, y con su construcción "a la inglesa", de madera, y su torre-mirador, funcionó hasta 1901, cuando el emplazamiento del Hipó­dromo Independencia, construido por el Jockey Club rosarino, lo encaminaría hacia el olvido. Viejas fotografías muestran su estruc­tura, bastante elegante, erguida en medio del descampado que era todavía la zona, en tanto que algunos memoriosos aseguran incluso que uno de los "largadores" de las carreras iniciales de aquel antiguo circo de carreras fue un por entonces no tan notorio rosarino lla­mado Lisandro de la Torre.
Su sucesor, el Independencia, se habilitaría el 8 de diciembre de 1901, perdurando el nombre del ganador de la primera carrera que se corriera en su pista, el caballo Iguazú. El Hipódromo de Sorrento, cuyo mayor inconveniente residía en su lejanía con la zona céntrica del Rosario, contó sin embargo, durante su corta actividad, con perma­nentes espectadores y se destacaron en él algunos ejemplares recorda­dos, como Gay Hermit.
Cercana al hipódromo, el pueblo contaba con su estación ferro­viaria, la Estación Sorrento del Ferrocarril de Santa Fe, cuyo edificio subsiste aún en Darragueira y República de Siria, habilitada en 1892, sobre todo como estación de carga, a la que arribaban mercaderías y materiales destinados tanto a la Refinería Argentina como a la ulte­rior usina eléctrica de Sorrento, entre la última década del siglo XIX y los primeros años del siguiente.
Este servicio ferroviario se había originado al hacerse cargo la  compañía francesa Fives Lille del ex Ferrocarril Provincial y de la instrucción de una línea entre la Capital Federal y Rosario, que ingresaba a la ciudad proveniente del pueblo Alberdi, por el actual Bulevar Rondeau, cruzando lo que luego sería la Avenida Sorrento, para emplazar su terminal de pasajeros y carga en Barrio Echesortu, en Vera Mújica y Córdoba.
Un antecedente de las carreras de caballos en pistas especial­mente destinadas a ese efecto lo constituyen las reuniones que en noviembre de 1873 se iniciaron, a instancias al parecer de un grupo de ingleses y criollos amantes del turf. Eran carreras "a la inglesa", que se llevaban a cabo en terrenos aledaños a la Plaza López. Mikielievich apunta: El 1o de noviembre de ese año se corrieron las seis primeras carreras, la primera de las cuales se largó cerca de las 2 de la tarde, con un recorrido de 15 cuadras alrededor de la pista elíptica, marcada con postes de madera y pasando por delante del palco construido especialmente. Las informaciones de la época estiman una concurrencia cercana a las 5 mil personas para esa experiencia pionera de un "deporte" que, hasta la década del 70 del siglo pasado, gozaría de gran popu­laridad en Rosario.
Pero ya en los inicios del siglo, el auge del llamado "deporte de los reyes", empezaba a preocupar a más de uno. Rosario Industrial, por ejemplo, publica en 1909 una nota cuyo título es toda una toma de posición: Carreras y más carreras: el colmo del vicio. La revista, con sal­vedades y todo, apunta a un hecho indudable: las carreras se habían convertido en una plaga nacional. No incurriremos en la ingenuidad de criticar las carreras, asegura la publicación, que tienen como pretexto el lómenlo de la raza caballar en una de sus ramas inútiles y perniciosas como es la del noble bruto de carrera, más héroe que un ejército victorioso, más popu­lar que un sabio y más mimado que un niño bonito. Tanto hemos fomentado la raza de carrera que se ha conseguido hacer viciosa a casi toda la población de la ciudad, con no ser ésta escasa.
No somos tan tontos, insistía el cronista anónimo, como para intentar la defensa de la moral pura porque (hombres de nuestra época) sabemos bien que el torrente arrastra a los carnalotes. Por eso no pediremos la supre­sión de las carreras, donde se invierten millones todas las semanas, pero sí diremos: que es necesario, imprescindible, volver a lo antiguo: un solo día de carreras, el  domingo, y sobra...
La queja de la revista era justificada si se piensa que en el mes aparición de la nota se realizaron veinticuatro reuniones hípicas en  los hipódromos Argentino, Nacional y de Lomas de Zamora, sin contar el de Rosario: Veinticuatro reuniones sobre los treinta y un días del mes, es la inversión de lo natural. Toleremos los siete días (domingos y ¡criados), pero trabájese los veinticuatro restantes, pedía.
Que el hipódromo era lugar de reunión predilecto de la "high" rosarina no es difícil de comprobar, aunque sea sólo por los testimo­nios fotográficos de época. Gestos y Muecas, en 1913,deja una pin­celada de una de aquellas jornadas turflsticas que corrobora lo dicho: Todo de cuanto más distinguido cuenta nuestra sociedad, se ha dado cita en el recinto que, engalanado como la fiesta merecía, ofrecía un hermoso aspecto. Los bonitos jardines de la pelouse, en los que se hallaban diseminados artís­ticos jarrones y elegantes bancos de madera blanca, ofrecían campo propicio para el paseo de las damas que en pequeños y animados grupos daban con su presencia la nota de distinción y gracia a la fiesta. Después de corrido el premio clásico, la concurrencia pasó al buffet de los socios, donde fue galante­mente obsequiada con una copa de champagne...
Un año más tarde, en junio, la misma revista vuelve a la carga con el elogio del lustre social que emana de las reuniones del hipódromo. Por fin se está saliendo de la apatía social en que se viene viviendo desde hace tiempo, dice Gestos y Muecas, que señala que aquellas veladas turflsticas servían también para otro tipo de recreación, la del llamado "flirteo" entre iguales: Formáronse numerosos grupos que departían amablemente siendo algunos de ellos presididos por el pequeño Dios invisible que suele hacer sentir su presencia en las tardes primaverales, máxime cuando las personas que se congregan lo hacen en honor de San Antonio, este buen patrón de solteras y solteros. Es indudable que reuniones como éstas son las que más atractivos ofre­cen para señoritas y caballeros y por eso deberían aprovecharse todas las oca­siones para repetirlas, como ocurre en la sociedad del Viejo Mundo, que apre­cia en particular las fiestas hípicas para tener un rato de expansión y alegría. Mientras unos pocos años atrás una publicación pedía cada vez menos carreras, ahora otra se empeñaba en que hubiera cada vez más, para que los jóvenes de la sociedad tuvieran en qué entretenerse...
Los argumentos de Gestos y Muecas buscaban apoyo donde podían: Por otra parte, estas reuniones sociales tienen una indiscutible influencia sobre la salud, por manto es bien sabido que el ejercicio físico no constituye precisamente una afición de las rosarinas, que se pasan largas temporadas en la  más absoluta inercia, dice por un lado, mientras que, bus más razones, completa: Otra  de las ventajas que nos sugieren estas reuniones es la de la facilidad con que se inician relaciones y se estrechan amistades que luego suelen convertirse en sentimientos duraderos que cons­tituyen la base de la felicidad soñada: toda una apología. La nota men­ciona y fotografía a señoritas y señoras de la sociedad que eran habi­túes a esas reuniones hípicas: Parera, Palenque, Baigorri, Paganini, Barraco, Etcheverry, Carreras, Crespo, Mendieta,Tornsquist, Schulz, y a caballeros como Jacinto Mattos y González Albornoz.
I   La presencia del Hipódromo sería decisiva para la configuración, a partir de la década del 20 al 30 de un barrio peculiar conocido como Barrio de los Studs, que abarcaba el perímetro comprendido entre las calles Bulevar 27 de Febrero y Virasoro, de norte a sur, y entre Moreno y Ovidio Lagos. La denominación respondía a la paulatina instalación en la zona de ese tipo de construcciones y recintos dedicados a la pre­paración y cuidado de los caballos de carrera.

Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III editado 2005 por la editorial homo Sapiens Ediciones