viernes, 4 de julio de 2014

LOS PROSTÍBULOS



"De acuerdo con las disposiciones municipales, las llamadas casas públicas o de tolerancia, debían ser regenteadas por mujeres. Eran estas las conocidas madamas o alcahuetas, cuya misión no sólo era la de informar al detalle sobre el funcionamiento de este negocio a su propie­tario, sino, además, llevar el registro en los libros con los nombres de todo el personal femenino que en él trabajaba y los controles realizados periódicamente por la asistencia sanitaria respecti­va. Cada prostituta tenía su libreta sanitaria donde quedaba constancia del cumplimiento de este trámite y de su estado de salud. Las estadísticas sobre enfermedades venéreas fueron más que abundantes y las hemos omitido en virtud de la brevedad de este estudio.
La norma legal establecía que debía disponerse de una cantidad de habitaciones igual al número de mujeres que ejercían la prostitución en esa casa. Estos edificios, por su fachada, debían parecerse a cualquier otra vivienda particular, sin letreros ni signos indicativos que los distinguieran. En una época se prohibía en los lenocinios tener música de orquesta, bandas o instrumentos a fin de evitar molestias a la vecindad. Posteriormente, en Pichincha, esto era per­mitido y era frecuente encontrar estos conjuntos o bien el uso de pianolas, que eran pianos con un sistema que permitía automáticamente su funcionamiento con la introducción de una moneda de diez centavos. Ello sólo en las casas más importantes. Lo que sí estaba terminantemente prohi­bido por la reglamentación, era el baile y el expendio de bebidas alcohólicas.
Estos edificios por regla general mostraban una arquitectura simple, de líneas afrancesadas muchos de ellos con zaguanes revestidos por mayólicas traídas de Checoslovaquia y otros luga­res de Europa. Mayólicas que aún pueden verse en lo que queda de aquellos antros. Los de más categoría decoraban sus muros interiores con pinturas de aceptable factura, cuyos motivos eran desnudos femeninos eróticos. Habían también quienes disponían de habitaciones especiales, de mayor precio, las que estaban decoradas finamente luciendo grandes espejos en sus paredes y hasta inclusive en el cielorraso. Eran destinadas a clientes más exigentes y pudientes. En estos prostíbulos - caso Madame Safo - era regla la concurrencia de los clientes vistiendo traje, corbata y cuello duro.
Las tarifas dependían de la categoría de los lenocinios, los había de un peso hasta de cinco pesos. Los de mas precio disponían de mujeres más jóvenes y bonitas, locales mejor amuebla­dos y otros detalles muy apreciados por la clientela como lo eran el trato y los modales delicados Las mujeres vestían de corto, con una simple camisa que les llegaba hasta las rodillas en los de menos precio; y en los de más de dos pesos, la indumentaria era de largo. También estaban los prostíbulos clandestinos, de poca categoría. En ellos la tarifa era solamente de 50 centavos, pero allí no había control sanitario y la clientela pertenecía a clases sociales menos pudientes.
En el barrio Pichincha, las casas de tolerancia trabajaban, como se decía vulgarmente, a lata, es decir, mediante fichas en lugar del dinero. Las prostitutas recibían del cliente la ficha, que a su VGZ éste había adquirido a la madama o regenta al valor fijado en la tarifa. De tal manera se establecía un control efectivo por las tres partes: cliente, ramera y establecimiento, evitándose el uso directo del dinero entre cliente y prostituta y permitiendo que las pupilas recibieran el 50% de lo que cada una había producido. Cada fin de semana se realizaba el canje de las "latas entre pupila y regenta por su valor estipulado.

Fuente: Fragmento extraído de Libro Rosario era un espectáculo “¡ Arriba el Telón”! de Héctor Nicolás Zinni . Ediciones Del Viejo Almacén . Año 1997