miércoles, 9 de julio de 2014

DE BUENOS AIRES A LA 4TA



Pero ¿cómo llegaban a Rosario aquellas mujeres para ser condena­das a una vida aberrante de la que difícilmente podían liberarse? 0 Los tratantes de blancas establecían, a través de este tipo de organizaciones, un verdadero puente marítimo entre Europa y la Argentina, con­formando lo que el periodista Albert Londres llamara el camino de Bue­nos Aires. A través de él, experimentados "especialistas" viajaban sobre todo a Polonia, en busca de lo que ellos llamaban "mercadería joven", la que ingresaría después a los cientos de prostíbulos manejados por la So­ciedad Varsovia primero y por la poderosa Zwi Migdal después.
Eran los pequeños poblados habitados mayoritariamente por judíos en los alrededores de Varsovia; de Lodz, en Cracovia; Bieltz. etc.. los que con­tribuían mejor al reclutamiento de jóvenes muchachas, empujadas a ello por la miseria y la marginación a que estaba condenada la colectividad. Un riguroso contrato entre los padres (para los que el casamiento de una hija, en una familia generalmente numero­sa, era una solución y un alivio) y el emisa­rio de los rufianes -acuerdo que por lo demás era discutido arduamente-concluía por sellar el destino de la infortunada.
El puerto de Montevideo -que te­nía también su zona prostibularia en el Bajo, con una calle tan emblemática como la Pichincha -la calle Yerbal-, era el punto de arribo elegido porque permitía elu­dir posibles problemas con las autoridades argentinas de inmigración, y las mujeres eran ingresadas al país por la provincia de Entre Ríos, previo cruce del río Uruguay, en operaciones perfectamente or­ganizadas y coordinadas por las organizaciones de tratantes. Aquellas muchachas que venían con la ilusión de un viaje de bodas (el anzuelo del ca­samiento era exhibido como argumento decisivo por el agente de los rufia­nes para convencer a los familiares y a la propia víctima, con la que tenía absolutamente prohibido, por cierto, intimar sexualmente durante la larga travesía oceánica) continuaban su triste periplo hasta llegar a la Capital Fe­deral.
Una vez en Buenos Aires, la odisea de las pobres mujeres tenía una conclusión aún más degradante: su remate ante la cofradía de rufianes. Es­tas ceremonias, dignas de una página de Roberto Arlt, se llevaban a cabo en el llamado Teatro Alcázar de la calle Suipacha porteña, o en el Café Parisién, de Billinghurst y Avda. Alvear, al que algunos suponen también de propiedad de la Varsovia.
El Hospital de Caridad primero, y la Asistencia Pública luego serían los lugares en los que las llamadas mujeres de la mala vida eran obligadas a realizar la revisación médica de rigor, inicialmente efectuada en el llama­do Sifilicomio  Municipal, habilitado en 1888 para esos saludables fines. Los años que corren entre 1910 y 1915 son testigos del florecimiento de un área prostibularia por excelencia: la sección 4ta.de la ciudad, a mitad de camino entre el estricto radio céntrico y la estación Súnchales, des­pués conocida como Rosario Norte. Los quilombos comienzan entonces a poblar ese barrio comprendido entre las calles Alvear y Presidente Roca y desde Urquiza hasta el extenso y sombrío paredón del Ferrocarril Central Argentino, en Avda. Wheelwright. donde hacían su agosto las prostitutas no registradas, de menor tarifa y mayor peligrosidad para la salud de sus arriesgados clientes y frecuentado­res, y donde el Mercado Modelo sería una presencia importante para la actividad cotidiana de la zona.
Aquella sección, la cuarta a secas, era considerada un real paraíso prostibulario por los rosarinos de princi­pios de siglo, clientes de esos lugares donde su impuni­dad y privacidad estaban garantizadas por la presencia de muchos otros ciudadanos expectables (comerciantes, profesionales, políticos, bolsistas) que iban también, aun eventualmente, en busca de un turno de placer pa­go. Allí se sucedían, como luego en Pichincha, los qui­lombos munidos de farolito rojo, los bodegones, los comederos, peringundines y timbas varias, que abrían sin zozobra ante la impasibili­dad de la policía.
Algunas campañas moralizadoras, como la que emprendiera en 1913 el intendente Oscar Meyer, en procura de la implementación de mayores controles en el tema de la prostitución, encontraron apoyo en algunos sec­tores pero también se ganaban una que otra rima humorística como la que le dedicara Monos y Monadas ese año: "Una campaña moral/ llena el ambiente local/ a instancias del Intendente:/ hoy la va contra la gente que hace comercio carnal./ Combatir las clandestinas, deportar al Celestino,/ es obra del Intendente,/ y esperamos francamente/ que proceda con buen tino..."
Los prostíbulos de la 4ta. tenían sus diferencias: los había de real lujo por su ornamentación y "servicios" a los clientes, que eran de todas las edades, condición social y procedencia, como los de Madame France, en Balcarce 42; el prostíbulo de Cora, en Bvard.Oroño 187; el de la francesa María Luisa, en Bn al 1800; la pensión de Monjardín, en Jujuy al 2000, con una ta­rifa de 5 pesos, que era prohibitiva para un gran sector del pú­blico masculino, o el llamado París y Londres, en Brown Pero la sección también ofrecía posibilidades accesibles con algu­nos quilombos más o menos legales que podían satisfacer a usuarios no demasiado refinados, como los clandestinos de Sandalio Alegría, el de u propietario cuyo nombre real quedó eclipsado para siempre por su famas tico alias de El Gaucho Pobre y por su desplazamiento por las calles dd barrio montado airosamente en...una bicicleta, o el prostíbulo conocido como Stud El Piojo, que pese a su denominación atraía su abundante clientela cotidiana. En la zona de Avda. Wheelwright y su continuación  como calle Rivadavia, una serie de bares y cafetines con nombres ingleses- * sucedían a la altura del 1900 al 2300 y en ellos también era posible enla­biar algún rápido negocio sexual con las decenas de prostitutas clandesti­nas que hacían guardia en paciente espera de sus clientes.
Cuando la zona prostibularia se traslada al barrio lindero de Pichincha alrededor de 1915, la 4ta. perdió muchos de sus visitantes asiduos, aun cuando siguieran funcionando a pleno los clandestinos de lujo. : dos en forma habitual por los muchachos bien de la sociedad r -como ocurría contemporáneamente en Buenos Aires. La sección ma: dría sin embargo su oscura tradición hasta muy entrada la década del 30 y por mucho tiempo, entre 1920 y 1930, sus calle seguirían siendo escenario del ajetreo propio de ese tipo de barrios, dominados por guapos como el Paisano Díaz, llamado en realidad Venancio Pascual Salinas y que se im­pondría también en Pichincha, o su cofrade el Cara de Madera.
Fuente: Extraído  de la Colección “Vida Cotidiana de 1900-1930 del Autor Rafael Ielpi del fascículo N• 12