miércoles, 14 de mayo de 2014

PROTESTAS Y ENFRENTAMIENTOS



Por Rafael Ielpi

   El año de la Revolución Rusa iba a tener dos momentos de ten­sión en Rosario: el derivado del tema de la neutralidad argentina en la guerra y las consabidas huelgas obreras, ambos con picos máximos entre agosto y septiembre de 1917. Aquel año, consigna Hugo del Campo, la desocupación llegó a afectar a más de 450.000 personas o sea el 19 por ciento de los trabajadores y, aunque sin alcanzar esos niveles, era una de las características permanentes del sistema. Si las diversas formas de trabajo se veían relacionadas con el hilo rojo de la explotación, algo unificaba las variadas formas de vida de los obreros en todo el país: la miseria. Esta se manifestaba, aunque con distintos rostros, en todas partes y era la compañera inseparable de la población trabajadora.
La ola de huelgas en la ciudad se relacionó, sobre todo, con las quejas de los ferroviarios, en especial, y de los tranviarios, por mejo­res salarios. El 12 de agosto, grupos de obreros del Central Argentino, acompañados por civiles hombres y mujeres, y en algún caso parti­cular por menores de ambos sexos que se instalaban sobre las vías para obligar a la detención de los trenes, logran ese propósito con varios convoyes, destruyendo y quemando varios vagones, según la cró­nica periodística.
La noticia provoca la consiguiente reacción oficial: el Jefe Político pide al gobierno provincial el envío de tropas nacionales por ser ello imprescindible. Se le informa que el Regimiento 11 de Infantería dis­pone de 400 hombres que pueden ocuparse de reprimir a los huel­guistas mientras circulan rumores de que lo propio haría el 5o de Infantería con asiento en San Nicolás. La continuidad del movimiento de fuerza de los ferroviarios hace que pocos días después se movilice este último cuerpo de ejército junto al 8o de Caballería, que llegan a Rosario para sumarse al escuadrón de seguridad local.
El 16 de agosto, en el Cruce Alberdi, los policías montados protagonizan un enfrentamiento sangriento. Sin que mediara pro­vocación alguna, llevando por delante con sus caballos, atropellan y golpean con sablazos a cualquier persona que encuentran en su ca­mino, llegando a perseguirlas aun dentro de sus domicilios. Los agen­tes que, según hemos podido comprobar —-dice La Capital— estaban ebrios, descargaban sus revólveres y con sus sables apuñaleaban con ensa­ñamiento a obreros indefensos que huían para ponerse a salvo de las iras de la soldadesca...
La huelga dura sin embargo casi dos meses, con episodios como el relacionado con el tramo o cruce de rieles existente a la altura de Bvard. 27 de Febrero, en el encuentro de las vías del FC. Central Córdoba y Rosario y el Central Argentino. La Capital comentaba el hecho, que no dejaba de tener su misterio: Dicho cruce, que debe pesar varias toneladas, fue arrancado de su sitio y no se ha podido dar con él por más que se buscó en todos los alrededores próximos. Esta desapari­ción es tanto más original por cuanto no se concibe que se hayan entretenido en desarmarlo en el mismo sitio en que se encontraba y no se alcanza tam­poco (a determinar,) la forma como lo han hecho desaparecer o lo han trans­portado. Ardides y medidas de fuerza de un gremio combativo como pocos que asistiría, el 20 de agosto, a la reapertura de los talleres del Central Argentino en Rosario y en Pérez, lo que significaba el fin de otra huelga.
A mediados de septiembre, se produce otro paro del gremio, esta vez generado por los obreros del Ferrocarril Provincial a Santa Fe, que tuvo el carácter de rápido y violento, como lo definiera la prensa. La cesantía de cuatro obreros fue el detonante de la medida de fuerza, que impidió la salida de los trenes a la capital provincial y tuvo como colofón el incendio de un gran lote de cerca de 200 vagones cargados con leña, carbón, algodón y otras mercaderías, estacionado en Sorrento.
El mismo día, 12 de septiembre, los tranviarios se constituyen en asociación gremial y redactan el petitorio a la empresa de tranvías eléctricos; el mismo exigía aumento de salarios, jornada de 8 horas de trabajo y pago de las horas extras que se trabajasen; pago al obrero de los días no trabajados por causa de accidentes; un traje cada seis meses para los guardas y motorman; un sobretodo cada dos años; no expulsar a trabajadores sin causa justificada y reconocimiento del nuevo gremio.
Como era previsible, la falta de aceptación del pliego da origen a jornadas tensas y enfrentamientos entre trabajadores y policías y soldados que tienen en vilo a la ciudad, mientras llegan refuerzos: Los 300 hombres que trajo el de Infantería a las órdenes del comandante Brusa tomaron posesión de la estación Central Córdoba y diversas dependencias de la empresa. Los 130 del 12 de Infantería acamparon en el cuartel del Regimiento 11, en Sorrento y fueron comisionados a cuidar la zona norte, donde hay dependencias del Central Córdoba. Los 100 hombres de mari­nería que llegaron de Zarate al mando (lo que parecía una cruel humo­rada) de un mayor de apellido Palizza, fueron destinados a la estación de la Compañía General de Ferrocarriles de la Provincia de Buenos Aires y sus inmediaciones. En resumen, hay 700 hombres de línea prestando servicios en las estaciones ferroviarias donde hay huelga o donde está a punto de pro­ducirse, precisa La Capital el día 16.
Los tranviarios, por su parte, no se quedaban de brazos cruzados: el 14 salen a calle y realizan un raid punitivo contra la empresa. Un grupo numeroso de tranviarios salió del local de Brown y Suipacha dando vivas a la huelga y en tono amenazante, en su mayoría provistos de palos y trozos de hierro. En la esquina de Jujuy y Ovidio Lagos hallaron su primera víctima: un tranvía que pasaba fue detenido y destrozado y lo mismo ocurrió con la mayoría de los coches que circulaban tanto por Avda. Wheelwright, Ovidio Lagos, Presidente Roca, Sarmiento, Córdoba, Pichincha, Cafferata, Avda. Pellegrini, etc., es el resumen que el diario fundado por Ovidio Lagos hace de la jornada.
El saldo de esos días inquieta a todos: paralización del transporte, obreros detenidos y encarcelados, contusos y heridos. Los obreros del ferrocarril de la Provincia de Buenos Aires, los del Central Argentino, los del Central Córdoba, recomienzan sus protestas mientras se suman los de las fábricas de tejidos, de alpargatas, de la yerbatera de Estévez, pescadores y palanqueros, estibadores. La ciudad es un hervidero de sol­dados y trabajadores y los hechos sangrientos no tardan en producirse.
Entre el 18 de septiembre y los finales de octubre de 1917, las jor­nadas fueron de zozobra y temor en la población. El día mencionado, los tranvías salen de la estación terminal custodiados cada uno por dos soldados de línea provistos de máuser y bayoneta calada, mientras en las inmediaciones de la misma se reúnen los huelguistas y mezclados con ellos, mujeres y niños. Como sucedería cientos de veces después, no falta el comentario periodístico que intenta desnaturalizar el movi­miento: Parece evidente que en esta gran agitación obrera hay muchos ele­mentos extraños a los trabajadores, que se consideran los causantes principales de lo que ocurre: se está investigando...
Una crónica de La Capital del mismo 18 de septiembre ilustra vividamente el clima de esas jornadas: En el primer vehículo, al salir, iba el Jefe Político señor Noriega; los huelguistas empezaron a dar gritos hostiles a los conductores y luego los más exaltados arrojaron algunas piedras, actitud que dio lugar a que el señor Noriega procediera a despejar ese punto debiendo sostener, varias veces, una verdadera lucha cuerpo a cuerpo con numerosas muje­res que gritaban desaforadamente, enarbolando palos de toda clase, de los cua­les se hallaban provistas. En otro caso, las mujeres se situaron en las vías, para impedir el paso de los coches, pero como notaron resolución por parte de los con­ductores, todos guardas y motormans que han quedado fieles a la empresa, y por parte de los soldados, debieron abandonar sus propósitos, que pudieron resul­tar desgraciados...
El coronel Marcilessi, comandante de las tropas asignadas para reprimir el movimiento, no era ciertamente hombre de andarse por las ramas: Entiendo que la situación es relativamente grave. Ya no se trata de uno o dos gremios; hemos llegado al punto que no podría precisar muy fácil­mente cuántos son los gremios en huelga. Aun cuando las cosas se agraven, con los 380 hombres que llegarán esta noche (200 de marinería y 180 de caba­llería) tengo suficiente para responder a cualquier eventualidad. ¿Las instruc­ciones? Son como deben ser: primeramente haré uso de toda la benevolencia posible; si no se me atiende, apretaré un tanto, y si finalmente se atropella con todo, en ese caso llegaré hasta los extremos durísimos, dice en un reportaje.
Por si fuera poco, los panaderos entran en conflicto y se pro­ducen tiroteos en "La Europea", la panificadora más importante de la ciudad, al llegar desde Buenos Aires un contingente de panade­ros contratados por los Cabanellas, dueños de la firma, para traba­jar en lugar de los huelguistas: los conocido "carneros". La Capital opina: Puede decirse que estamos en pie de guerra. Anoche, todas las vigi­lancias especiales lo han sido con rémington y máuser. Se vigila en especial las panaderías.
En el período mencionado, a la huelga iniciada por ferroviarios y tranviarios se suma la de los metalúrgicos, obreros de aserraderos, portuarios y jaboneros, mientras esa misma situación se reitera en todo el país, con movimientos similares en Córdoba, Entre Ríos, San Juan, Tucumán, Santiago del Estero y Capital Federal. El 21 de septiembre, Bautista Franchini, un soldado de guardia en Alem y las vías del ferro­carril, que custodiaba un galpón, es apedreado por seis o siete perso­nas, a las que balea con disparos de máuser que hieren gravemente a Pascual Pajón, un ferroviario de 36 años. En los portones del Central Argentino, en Avda. Alberdi, los obreros que iban a ingresar a su tra­bajo, apedrean a un tranvía de la línea 5 que hacía el recorrido con conductores "carneros" custodiados por soldados. Uno de éstos, del 12 de Infantería, responde a tiros hiriendo a dos trabajadores.
Los obreros ingresan entonces al Salón Ariossi, ámbito habi­tual de sus reuniones y mítines, adonde llega a desalojarlos el escua­drón de seguridad, que es recibido a balazos. El parte periodístico es suficientemente claro: Resultaron heridos dos obreros: José Ratti, ita­liano, y Jacinto Raggi, turco. Los primeros heridos que fueron llevados a la Asistencia Pública eran Pedro Mena, español de 36 años, con un tiro de máuser en el estómago con salida por la espalda, fallecido a la 1.15 de la tarde y H. Gaad, inglés de 29 años, con un balazo de máuser que lo atra­viesa de hombro a hombro. En otro enfrentamiento resultó herida de rebote una niña de 13 años mientras por vía fluvial arribaban 100 hombres pro­cedentes de Paraná.
Mientras la huelga se extendía pronto por el país y en San Francisco, Córdoba, el ejército y los obreros se enfrentan a tiros, muriendo uno de estos últimos, Pedro Stuardi, en Rosario la sangre también llegaba al río: en el cruce de las vías del Central Argentino con el Ferrocarril de Buenos Aires, un centinela dispara contra el ferroviario Martín Revecchi, italiano, de 28 años, y lo mata. Los tranviarios, por su parte, persisten en el movimiento de fuerza y se producen diariamente cho­ques entre huelguistas y "carneros", en muchos casos a palos, en otros a tiros y cuchilladas. La intervención de la FORA y el socialismo hace que el conflicto se propague a otros gremios, como los cocheros.
El 24 de septiembre, se reciben noticias alarmantes desde Mendoza y Córdoba. La información de La Capital es estremece-dora: Un enfrentamiento entre alrededor de 1000 huelguistas, precedidos por grupos de mujeres, y conscriptos que custodiaban la estación del Ferrocarril Trasandino, derivó en una tragedia cuando éstos abrieron fuego sobre la mul­titud, ocasionando varias muertes... Una confusión indescriptible siguió a los primeros disparos, pues los huelguistas, a pesar de la actitud belicosa, no se imaginaban que iban a ser blanco de las balas de los conscriptos. Tan pronto como el grupo formado por ellos se desbandó pudieron apreciarse los efectos del tiroteo: esparcidos por el suelo y debatiéndose en medio de agudos dolo­res y grandes manchas de sangre, yacían los cuerpos de varias personas, entre ellas los de tres mujeres, de las que precedían a los huelguistas, dos de las cua­les quedaron muertas en el acto.
Dos días después se conocen los nombres de las víctimas, Josefina Biandani de Gómez, casada, con dos balazos en el pecho y uno en la cabeza, y Adela Montana, soltera, con un tiro en la cabeza. Los heri­dos son en realidad 19 y no 17, como informaran las autoridades inicialmente. El secretario de la Federación Ferrocarrilera, Juan Iglesias, es detenido, y se entregan a los obreros los cuerpos de las dos mujeres, a los que se agrega el de Doroteo Elortondo, español, uno de los heri­dos que falleció poco después del tiroteo. El Centro Socialista mendocino, en un documento, previene: Se ha fusilado al pueblo indefenso, que se había reunido en la calle Belgrano sin propósitos hostiles y lo que ha ocurrido no debe extrañar pues ya estaba resuelto, toda vez que el Jefe de Policía había declarado días antes que acribillaría a balazos a los huelguistas en cuanto empezaran a molestar...
De la capital cordobesa, simultáneamente, llegan las noticias de otros tiroteos entre las tropas nacionales y los huelguistas, que arrojan como saldo varios heridos. En Buenos Aires, por su parte, se ordena que los acorazados "San Martín" y "Belgrano" permanezcan con los fue­gos encendidos para poder entrar a la dársena a la primera orden y tener dis­puestas sus tripulaciones por si fuera necesario desembarcarlas con motivo de las huelgas, mientras otros buques de guerra se encuentran en el antepuerto prepa­rados para entrar en acción.
Entre el 24 y el 29 de septiembre, los huelguistas, a los que se habían agregado los obreros de la Refinería, siguen sufriendo una durísima represión: el 26 es muerto a balazos Paulino Medeiro, en la esquina de Iriondo y 3 de Febrero; el 27,Víctor Ballesteros, un espa­ñol de 27 años, es detenido en las inmediaciones de la estación de Barrio Belgrano por un centinela que pretende llevarlo detenido y
que, ante la resistencia del obrero, lo mata de un balazo en el pecho. Poco a poco, cerca de fin de mes, comienzan a prestarse algunos de los servicios paralizados largo tiempo, como el de los tranvías, mientras vuelve a ser normal la producción de las panaderías, hasta entonces más que escasa por el conflicto, y se reanuda el expendio de leche.
Los ferroviarios, por su parte, negocian con el gobierno nacio­nal, entre conciliadores e intransigentes, y el servicio de trenes se man­tiene semiparalizado hasta casi los últimos días de octubre, cuando se acuerda el cese de la huelga. El 19, los obreros del riel regresan al trabajo en las diferentes empresas, mientras el gobierno autoriza el aumento de las tarifas ferroviarias para compensar a aquéllas los aumentos de salarios y el costo de las pérdidas producidas por la para­lización de los servicios.
José Negri, un malagueño que había arribado al país en 1905 portando su carnet de afiliado al Partido Socialista Obrero Español fundado por Pablo Iglesias y que bien puede ser incluido en la nómina de los fundadores del gremialismo obrero en la Argentina, sería uno de los principales dirigentes del movimiento de protesta de los ferro­viarios rosarinos, en los albores de una militancia que recién conclui­ría con su muerte en 1971.

A mediados de 191 7 se declararon en huelga los talleres ferroviarios de Rosario y el movimiento se propagó a otras regiones. José Negri dirigió el conflicto oculto en Villa Diego, pueblo cercano a la gran ciu­dad santafesina, llegando a paralizar durante veinticuatro días a los tre­nes y alterando la vida económica nacional. El gremio tuvo que sopor­tar el sacrificio de numerosas vidas a causa de la represión, pero luego de laboriosas tramitaciones con el gobierno, los ferroviarios volvieron al trabajo, con la mayor parte de sus aspiraciones satisfechas, merced a la huelga de los veinticuatro días como la denominó el gremio, y la cabal comprobación de que las compañías extranjeras no iban a manejar más a su arbitrio a ese sector de los trabajadores argentinos. De esa manera se redujo la inhumana jornada de trabajo de muchos miles de obreros, se desterró el sistema de multas que habían impuesto las empresas y, principalmente, se consolidó la solidez del gremio.
(Oscar Troncoso: Fundadores del gremialismo obrero, Centro Editor de América Latina, 1983)

Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones