jueves, 15 de mayo de 2014

TIEMPOS DUROS



   La  crisis de los años 30, dramáticamente reflejada en la li­teratura y en la música popular de aquella época, también puede ser trasladada hasta Rosario, te­niendo como actor a un hombre joven, y una fonda de la calle Ri-vadavia como mudo testigo.
   En otros tiempos, el periodis­mo trataba de reflejar la realidad con un estilo propio y hubo perio­distas en Rosario, que hacían ga­la de sus condiciones literarias, alejándose del lenguaje neutro y burocrático que suele invadir al­gunas secciones de los diarios.
    La crónica policial apasionaba a los rosarinos, y los judíos de Rosario, seguramente se mostra­ron muy impresionados con la si­guiente noticia:
"Se quitó la vida en una fonda un hombre sin recursos. En las primeras horas de la noche ante­rior en una fonda de la calle Riva-davia 2451, se alojó en una pieza por la modesta suma de 60 cen­tavos, Luis F. Goldenberg, ruso, de 29 años, soltero, empleado, sin domicilio.
Horas antes, Goldenberg ha­bía almorzado en otra fonda de la sección novena y como carecía de dinero para abonar el gasto se le hizo arrestar. Más tarde, en ra­zón de las explicaciones que diera acerca de su afligente situación, las autoridades de aquella depen­dencia lo pusieron en libertad.
    En una tarjeta que dejó escri­ta, Goldenberg solicita que una canasta con ropas de su propie­dad sea enviada a su padre, do­miciliado en la Capital Federal en el barrio de Floresta, calle Cervantes 4519", finalizaba la trági­ca crónica del Diario "La Capital" del 20 de junio de 1931.
Hubo otros suicidios que impactaron a la sociedad rosarina de la época, que seguramente fueron generados por dificultades económicas; entre ellos, Salomón Milman y su esposa se suicidaron en su panadería de la calle Entre Ríos 1999. Milman era muy estimado en la colectividad judía ya que había sido presidente de la Cooperativa Popular de Créditos Mutuos. Estos hechos tienen un mero carácter anecdótico, mas allá de la tragedia" real que reflejaron.
La colectividad judía sufrió las vicisitudes de toda la población rosarina y afrontó los tiempos di­fíciles con trabajo y creatividad.
Nuevas oleadas de inmigran­tes llegaron a Rosario después de la primera guerra mundial, y la comunidad se consolidó llegando a tener un peso que no pasó de­sapercibido. El historiador de Ro­sario, Juan Alvarez, al analizar el censo Municipal de 1926, dice que "...40% de los vecinos son nativos de Rosario y en materia de extranjeros hay novedades, pues si los italianos mantienen todavía el primer puesto y los es­pañoles el segundo, ocupan el tercero los judíos rusos o pola­cos" (Alvarez, Juan: "Historia de Rosario" -Imp. U.N.L. Santa Fe-1981).
Rosario tenía en aquel año 407.000 habitantes, casi el doble de los 220.000 que vivían aquí en 1914. En aquella ciudad en cons­tante crecimiento, surgen nuevas actividades; algunas de éstas fue­ron iniciadas por los pequeños comerciantes que vendían merca­derías a plazos.
Los vendedores domiciliarios, los "cuentenikes" como se llama­ban en un lunfardo "idish", reco­rrieron todos los barrios y todos los rincones de la ciudad, ven­diendo a los sectores más humil­des artículos para la familia y el hogar, a los que de otro modo no hubieran podido acceder. Con el sistema de venta a plazos, popu­larizaron la compra a crédito y la necesidad del ahorro.
Los "cuentenikes" realizaban compras comunes a través de una organización que fundaron en el año 1924, la Cooperativa Mutual Fraternal. Otra actividad realizada por el gremio textil, fue la fabricación de gorras. Desde los niños pequeños hasta los an-cíanos, en invierno y en verano, los rosarinos tenían la costumbre de ir con la cabeza, cubierta. El gremio de los gorreros impulsó la creación del Banco Comercial Is­raelita, con un espíritu cooperati­vo. A través de los años mantuvo su conducta y es el puntal de la colectividad en Rosario, destinan­do sus utilidades a obras de bien público.
En esta reseña, no podemos dejar de mencionar "la calle San Luis". Esta arteria comercial se fue formando con tiendas, merce­rías y casas de confecciones, has­ta formar un centro de distribu­ción comercial de enorme impor­tancia en el país. En la calle San Luis, árabes y judíos protagoniza­ron una larga historia de amistad y armonía.
En los lejanos y duros tiem­pos, muchas cosas se construían en Rosario con el afán de dejar un testimonio de la presencia de hombres humildes en esta ciudad de trabajo, y el símbolo de la co­munidad fue el templo y local so­cial de la Asociación Israelita de Beneficencia en la calle Paraguay 1152. Inaugurado el 12 de marzo de 1933, la construcción del mo­numental edificio llevó casi ocho años. El empeño de aquellos pio­neros visionarios, pudo más que las dificultades derivadas de la crisis de los años 30. El presiden­te de la institución en aquel pe­ríodo, fue don Salvador Naidich.

Fuente: extraído de la revista “Rosario, Historia de aquí a la Vuelta.  Fascículo nº 24  de noviembre 1993. Autor: Luis Gerovitch.