miércoles, 8 de mayo de 2013

EL ORGULLO DE SER ROSARINO


Por Rafael Ielpi
La venida del presidente Roque Sáenz Peña, ese mismo año, se iba a constituir en el acontecimiento social por excelencia, con la secuela de agasajos, banquetes, veladas teatrales, discursos, que for­maban parte del protocolo de la época, rigurosamente respetado por todos.
La revista Fray Mocho dedica muchas páginas ese año a Rosario, con una visión positiva de su empuje económico y del pragmatismo de sus hombres de negocios. Una encuesta que demanda opiniones acerca de una crisis en la economía nacional revela respuestas como ésta: ¿Qué crisis? En Rosario no existe crisis de ninguna especie, dada por Luis Colombo, del que la revista consigna que maneja los hilos de más de 20 empresas, ocupa la presidencia de la Bolsa de Comercio y sonríe cuando se le formula la pregunta de la crisis. Lo mismo hace Guillermo de la Riestra, con su cortesía habitual y lo mismo responde el señor Nicanor De Elía, espíritu fino y cerebro sólido: todos son optimistas, señala la revista.
La coincidencia de opiniones engloba a otros rosarinos "de pro" como Lisandro de la Torre, Thedy, Francisco Correa: Aquí no se tira el dinero, nos ha dicho uno de ellos: aquí se lo aprovecha; se lo guarda, se lo utiliza en la ampliación de los negocios. La nuestra es, hasta cierto punto, una provincia económica.Y siendo rica, ¡imagínese usted las fortunas que habrá!, remata Fray Mocho. Esta visión optimista de la burguesía encontraba a menudo un sólido apoyo en el periodismo, aunque muchas veces estuviera teñido de cierta dosis de humor.
Monos y Monadas, por ejemplo, ese mismo año, aprovecha su sec­ción "Monerías" para hablar de una presunta controversia por la com­paración entre Rosario y Buenos Aires. La nota no tiene desperdi­cios: Mira: ándate a la Metrópoli y no volvás a pisar estos pagos donde las piedras protestan de su pretendida superioridad. Aquí no nos falta nada de lo que hay allí; tenemos lindas mujeres, casas confortables, espléndidos tea­tros y un comercio robusto que nos surte de lo necesario y de lo superfino. Aquí todo el mundo trabaja y hay trabajo para todo el mundo: aquí no hay pobres ni vagos ni aventureros dudosos... Si en Buenos Aires tenéis una calle Florida también tenéis una Boca depósito de todas las inmundicias; si tenéis espectáculos teatrales, tenéis también atentados anarquistas; vuestras casas son iguales a las nuestras pero más caras.


Vuestro lujo, concluye la nota, supera en mucho al nuestro pero en  igualdad de condiciones y por exceso de competencia, de congestión profesional, la clase media trabajadora no puede, como aquí, equilibrar sus excesos cada vez más exiguos y sus gastos cada vez más desproporcionados. Conque vayase lo uno con lo otro y quédate en buena hora con vuestra lla­mante capital, que aquí vivimos muy tranquilos sin acordarnos de ella para nada. ¡Ah! Y cuando necesiten plata, no la busquéis allá, porque anda medio escaso el negocio; acordáte de las provincias, que son la única América que va quedando...
La orgullosa perorata de la revista revela de modo ejemplar la mentalidad de aquel sector socioeconómico dominante, que manejaba desde las importaciones y exportaciones a los usos y costumbres, que sentaba a sus hombres en el Concejo Deliberante, pero que no lograba, pese a todo, disimular cierto sentimiento de minusvalía respecto de la oligarquía porteña, y en especial del patriciado santafesino, capaz de manejar por sí solo el poder político provincial.
Fray Mocho, también ese año, intentaba tranquilizar cualquier incertidumbre cuando mencionaba: Hay ciudades sobre las que el público se forma juicios muy erróneos. Afirmar que el Rosario es una simple ciudad de comerciantes, una ciudad de gente de negocios, es por cierto un error. Pero a condición de agregar enseguida: es una ciudad moderna construida para vivir en paz. Tiene parajes, calles, paseos y edificios cuya belleza llama la atención del viajero. En efecto : Jules Huret, Clemenceau, Ferri, Rusiñol y cuanto via­jero ilustre ha estado en ella, tributaron siempre elogios elocuentes a la segunda capital de ¡a República.
Sin embargo, más allá del comprensible entusiasmo de los ricos comerciantes y empresarios a quienes la crisis no golpeaba, había algu­nos indicadores que mostraban que en otros estratos de la población la situación era preocupante, cuando no desesperante. Monos y Monadas destaca, por ejemplo: Si fuésemos a compulsar el estado económico del pueblo por el movimiento del Banco Municipal, sección Préstamos, el resul­tado sería de un pesimismo abrumador y dá idea clara de los apuros que la miseria hace pasar a los pobres de nuestra ciudad.
Aquel año, los depósitos de los salones del banco donde se alma­cenaban los objetos de todo tipo empeñados por gente que no tenía otra posibilidad de obtener algún dinero, desbordaban de utensilios diversos, visión que, opinaba la revista, deja en el visitante dolorosa impresión porque lo obliga a conocer interioridades que nunca se hubiera soñado. Un inventario ligero señala como empeñadas 600 máquinas de coser de todos los tamaños y sistemas, herramienta de trabajo esencial para muchas mujeres de condición humilde o de la clase media; 72 gra­mófonos; 1500 revólveres de diferentes clases y marcas; 250 mates antiguos de plata labrada; 200 máuser, remíngton, wínchester y cara­binas; ropa nueva y usada en grandes cantidades: un patético muestra­rio de las pobrezas rosarinas...
El Banco Municipal de Préstamos, remata la revista, cobra el dos y medio de interés mensual sobre los empeños, interés verdaderamente usurario que no condice con los fines á que ha sido creado: no es manera de ayudar al pobre esquilmándolo...
En mayo de 1912, un artículo aparecido en La Semana Universal, una revista porteña de las tantas que llegaban a Rosario, da cuenta de lo crítica que era la realidad cotidiana para los sectores de menores recursos en Buenos Aires, lo que valía asimismo para otras ciudades: En la metrópoli argentina no se conoce, felizmente, esa máxima calamidad que es el hambre. Sin embargo, el continuo encarecimiento de la vida, moti­vado en gran parte por la especulación, que enriquece a un número menor de personas y castiga despiadadamente a los humildes, que son mayoría, es una realidad. Mientras los artículos de primera necesidad aumentan de precio en ascensión incesante, los salarios no varían produciéndose el desequilibrio en los hogares humildes.
La publicación señala, sobre todo, la situación de los jornaleros y peones cuya incapacidad les obliga a vivir de su trabajo mecánico como un buey... Ganan 2 pesos diarios y estos son sus gastos: tranvía ida y vuelta 0.10; "cañonazo matutino" (vino, licor, grapa o ginebra) 0.10; toscanos 0.10; almuerzo al aire libre (medio kilo de uva 0.20; queso 0.20; nueces 0.15;pan 0.15 y "cañonazo vespertino" 0.10. Total 1 peso). Queda el otro peso para la familia: almuerzo, alquiler, ropa, etc. Solamente la pieza de alquiler vale 0.50 diarios...
Los rosarinos eran, por entonces, 224.292 hombres y mujeres diseminados en una ciudad que iba extendiéndose velozmente como una mancha, a medida que se iban consolidando nuevos barrios. Las exportaciones de granos a través de la Aduana local, ese año, llegaron ' los casi 350 millones de kilos, con unos 51 millones de trigo, más de 248 de maíz y 39 de lino.
 Mayo de 1913 iba a ser un mes de graves enfrentamientos del i vados de las protestas obreras, en un año en que se sucedería n tres intendentes: Infante, Paganini y Meyer. Las reivindicaciones exigidas esta vez por los tranviarios encontrarían pronta adhesión en otros gremios y la situación derivaría en once días de incertidumbre ciuda­dana, con escasez de carne y pan en una ciudad donde la falta de barrido y limpieza provocaba acumulación de basura en las esquinas céntricas tanto como en los barrios.
El 9 de mayo puede conocerse una opinión periodística que intenta bucear las razones de semejante movimiento. Fray Mocho sin­tetiza: Una huelga como las de antes. Por un lado, paro general, adheridos la mayor parte de los gremios por mero acto de solidaridad; por el otro lado, tre­nes corriendo cargados de tropas y los vehículos que circulaban por las calles, con un máuser a cada lado del conductor. Y por fin, los conscriptos cumpliendo sin asco la consigna, bajando a balazos a dos o tres y dejando seco a uno de ellos para siempre. Este es el aspecto crudo bajo el cual hemos visto la huelga que acaba de concluir en Rosario.
El mismo día de la nota llegan a la ciudad Juan B.Justo y Mario Bravo, portando y exhibiendo sus medallas de diputados nacionales para evitar un machetazo o el calabozo. Los dirigentes socialistas se alo­jan en el "Hotel Italia", hacen pública su adhesión a la huelga y con­curren al masivo mitin obrero en la Plaza Santa Rosa. En la esquina de Rioja y Corrientes, en esos días, los huelguistas se enfrentan a los "cosacos" de la policía montada mientras es incendiado un tranvía en Avda. Castellanos (hoy Alberdi) frente a los talleres del Central Argentino, y otro en Pueyrredón y Salta. Un modesto trabajador, Felipe Alejandro Raimondi, cae bajo las balas policiales.
El movimiento terminaría de la misma manera incierta en que comenzara. Algunos, como los periodistas de Fray Mocho, creyeron ver alguna intervención del Dr. Infante en la génesis del conflicto, teniendo en cuenta que sus nunca desmentidas ideas socialistas lo hacían pasible de semejante desconfianza. Quizá de todo el radicalismo para poner piedras en el camino de los liguistas, adueñados del Concejo Deliberante, se escribiría. Pero entre tanto, y de todas maneras, decía la revista, resalta por encima de todas las cosas el aspecto formidable de la huelga como levantamiento de los trabajadores y la revelación de la fuerza de la Federación Obrera Argentina.
Justo y Bravo asumen la representación de los tranviarios para gestionar un arreglo ante las empresas, mientras la Federación delibera. Sin embargo, dice la revista, la huelga concluye milagrosamente, como por mágico conjuro, y los tranviarios con sus reivindicaciones y los conscriptos con sus máusers, se quedan un poco estupefactos: ¿qué ha pasado aquí? Lo cierto es que la huelga llegó a su fin de esa manera abrupta y la ciudad reco­bró en pocos días la normalidad. La figura de Infante, sin embargo, había vuelto a ser noticia una vez más.
Ya sobre el inicio del año, a fines de enero, Fray Mocho, que había encontrado en Rosario abundante material para sus secciones dedi­cadas al interior del país, publicaba una larga nota sobre el todavía intendente, bajo el título de "Un hombre original", que reitera la visión irónica conque se analizaba la personalidad y los actos de aquel abo­gado español tan dinámico como emprendedor: Llega usted al Rosario. Baja en la estación. Si le ven a usted bata de repórter, dos o tres personas lo toman del guardapolvo. Usted cree que lo van a robar, pero no. "¿Trae usted alguna misión periodística?", le dicen. "Sí, señores." "Pues bien: debe ir inme­diatamente a la Intendencia Municipal. Pregunte usted por el intendente. Es el loco Infante. Se ha fundado un diario, "La Nota", para fustigarlo. Vale la pena que hable con él. Puede usted hacerle un estudio psiquiátrico. Es curiosísimo: dice y hace disparates. Tal vez lo eche de su oficina; quizás lo abrace, es el comienzo del reportaje.
El periodista porteño lo entrevista, en efecto, y lo interroga sobre su famosa propuesta de la Avenida Central, un proyecto que no por impracticable entonces dejaba de ser visionario acerca del posterior crecimiento de una ciudad que hoy demanda avenidas como aquéllas, imposibles de construir ahora. Infante le regala pla­nos, libros, mapas, datos, etc. El testimonio del cronista no deja de ser interesante: El Dr. Infante, que apellidan loco los rosarinos, no tiene gestos de tal. Deben estar equivocados. Hace las mismas locuras de Sarmiento pero no se llama Sarmiento. La historia del ramo de flores que lodos los días remata en la Intendencia a beneficio de los pobres, es uno de sus rasgos simpáticos...
Ahora, ha ideado algo maravilloso. Como posee poco personal para la limpieza de la ciudad, ha dividido el municipio en veinte partes, numeran dolos. Luego, en un globo de cristal, ha puesto otras tantas bolillas también numeradas. Todas las semanas sortea cuál ha de ser la zona de la ciudad que tenga la suerte de ser barrida, etc. Si en dos semanas la suerte favorece </ la misma sección, los vecinos están de parabienes; los demás sufren ataques di-locura, sigue la nota.
Por esos mismos días, Infante pide la renuncia del director de la Asistencia Pública, el prestigioso Dr. Abalos, ex propietario del "Sanatorio Palace" en el Bvard. Oroño, por presuntas omisiones admi­nistrativas de éste, relacionadas con un empleado de esa dependencia. El Dr. Infante no es de los que permiten echar raíces en los cargos. La renun­cia de Abalos fue aceptada sobre todo en vista de los términos en que estaba concebida. Lo que demuestra que con el Dr. Infante hay que andar muy dere­cho, o todavía le va a romper un hueso a alguno, dice Fray Mocho:
En medio de esos comentarios y ataques, el intendente tuvo tiempo para recibir a una delegación que despertaría la curiosidad casi antropológica de los rosarinos: una orquesta de indios tobas traídos desde el Chaco por un sacerdote, el padre Iturralde, para actuar en los actos del centenario del combate de San Lorenzo. La banda estaba cons­tituida por indios de las misiones franciscanas, que habían sido instrui­dos en el arte musical por los mismos padres y el profesor José Debona.
El 29 de enero al comentarse el acto aludido, La Capital consigna: los indios que la componen están uniformados y tocan admirablemente. Los aborígenes fueron alojados, en un gesto consciente o inconsciente­mente racista, en las instalaciones del Jardín Zoológico y tocaron en el Parque Independencia. El secretario de la Jefatura Política, el sensi­ble Jorge Raúl Rodríguez, fue mucho menos discriminatorio: agasajó con un almuerzo a la banda y a sus acompañantes, los franciscanos fray Benvenuto Giuliani, Bernardino Marconetto y Julio Pujol, quienes luego —como diría inefablemente Monos y Monadas— regresaron a su tropical país de la selva...
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones.